La última «rebeldía» de Froilán: le gusta Podemos
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Carmen Duerto, Madrid.
Y si el matrimonio va mal, ¿qué se hace? «Tener una infinita paciencia». Esto respondía Elena de Borbón en su época escolar ante una pregunta de la profesora de Religión. Con el tiempo, maduraba la respuesta: «Lo más importante en un matrimonio es el respeto mutuo y tener cosas en común». Cuatro años después de casarse con Jaime Marichalar, surge el primer rumor de crisis matrimonial y a las 17.57 minutos de la tarde del día 13 de noviembre de 2007 la Casa Real envía por sms un escueto comunicado: «Zarzuela anuncia el cese temporal de la convivencia de los duques de Lugo».
A Doña Elena y a Jaime de Marichalar se les había acabado el amor mucho antes de «cesarlo temporalmente». Al margen del cambio de carácter sufrido por él después del ictus, hacía tiempo que no tenían actividades en común. A Jaime el esquí, los caballos y la náutica no le han interesado jamás. Con las amistades de Doña Elena no encajaba y para ella las actividades culturales de Jaime resultaban tediosas. Esa máxima de «tener cosas en común» se desvanecía de su convivencia. La separación no fue fácil y la decisión la toma Doña Elena, que es la que abandona, con los niños, el domicilio familiar.
A partir de entonces inician su vida independiente con los problemas habituales de las parejas que no se separan «amigablemente». En pocos años, la vida de la Infanta Elena entra en una ciclogénesis explosiva para la que no había sido preparada. Pasa de pedir los yogures a un empleado de la Casa a bajar al Mercadona de su barrio a llenar el carrito de la compra. Doblemente separada, del padre de sus hijos y del núcleo duro de la Familia Real, la hija mayor de Don Juan Carlos se reinventa y regresa con más ahínco a su refugio hípico. Los caballos, sus amigos jinetes, el ambiente del Club de Campo, que nunca había perdido, pero ahora tiene más tiempo y más necesidad. Compite en pequeños concursos cercanos a Madrid, va al cine, organiza cenas en su casa, es convidada a las fincas de sus primos y amigos de siempre, porque una de sus virtudes es que ha sido fiel siempre a sus amigos y esas amistades iniciadas en el colegio perviven en el tiempo. Incomprensiblemente no tiene novio, pero sí muchos rumores de pretendientes. Hace una vida todo lo normal que puede hacer una Infanta con pocas obligaciones institucionales, como le ocurriera antes a sus tías Margarita y Pilar, y es precisamente la hermana mayor de Don Juan Carlos, la Infanta Pilar, la que da una respuesta contundente sobre cómo puede sentirse por su desplazamiento siendo la primogénita: «Elena ha pensado lo mismo que yo, que esto es así. Las cosas son como son y no vale la pena discutir y tampoco se me ocurrió. Era para mi hermano, pues muy bien, le tocó a él la china porque es difícil. Eso sí, mi padre nos educó a todos igual en una cosa, él nos decía: si no sirves a tu país, no sé de qué sirves. Es que estas cosas no hacen falta decirlas, es automático, es tan normal que nadie en mi familia se hace la pregunta, las hacen ustedes, para nosotros es ley de vida y punto, no se discute». afirma Doña Pilar.
Ahora, como toda mujer separada, se enfrenta a los problemas lógicos de criar a dos adolescentes, y más si te sale uno como Felipe «Pipe», Froilán, que es más cercano a Podemos que a las Nuevas Juventudes del PP y al que no parecen gustarle los estudios. A diferencia de la madre, que tampoco fue brillante en el colegio y repitió curso, ella tenía una legión de profesores de refuerzo que se desplazaban a donde fuera, a Baqueira en temporada de esquí o a Marivent en verano. En el caso de Froilán ya no es posible ese séquito, ahora hay que suplirlo con internados y disciplina. Felipe es adolescente, tiene las hormonas revolucionadas, la edad del enamoramiento y de ser «revolucionario», porque como bien dice Simoneta Gómez Acebo, prima hermana de la Infanta Elena, «si uno con 16 años no es revolucionario, no puede serlo con 80. Es lo que toca».
Novias, tabaco y «botellón»: un adolescente más
A sus 16 años, el mayor de los hijos de la Infanta Elena y Jaime de Marichalar atraviesa la etapa rebelde que caracteriza a cualquier púber. Tras el revuelo que produjo su asiduidad a la discoteca Joy, esta semana se ha conocido que tiene una amiga especial en la Milla de Oro de Madrid. «Estuvieron aquí merendando, hablando de los estudios, de los amigos... Ella parecía encandilada, y él se comportó como un caballero», cuenta una empleada del Vips de Ortega y Gasset. En el Starbucks le ven más con su padre: «Vienen a menudo. Es un chico goloso: le gustan los dulces y la bebidas con chocolate. Su padre le adora». Una clienta apunta que «se ha notado un cambio en él: ahora se comporta mejor, es más serio, ha madurado». Y es que tras «tripitir» curso, Froilán, que continúa internado en el colegio Sagrada Familia de Sigüenza –Marichalar no quiso enviarle a Inglaterra–, se ha vuelto más formal, aunque hace una vida normal con sus amigos. En sus fines de semana en Madrid frecuenta el parque de El Retiro, cerca del barrio en el que vive con su madre, en la colonia Fuente del Berro. Allí charla, bromea y en alguna ocasión ha hecho botellón con sus compañeros de correrías, para trastorno de sus escoltas, a quienes trata de dar esquinazo. De lunes a viernes permanece en Sigüenza, donde apenas tiene ratos libres: «Es uno más. Sale con un grupo de unos diez amigos, entre chicos y chicas, se compra unas pipas y un refresco, se echa un cigarro y vuelve al internado. Le gusta mucho tontear con sus amigas, como a todos los chavales de su edad», desvelan desde la carnicería Sienes. Alguna tarde, sobre las 18:30 h, se deja caer por la pastelería Irene, donde se toma una taza de cacao. Aunque Froilán está integrado y los vecinos aseguran verle feliz, echa de menos a sus amigos, sus clases de tenis en Aravaca y, sobre todo, sus tardes de discoteca. Por eso no deja escapar nunca la ocasión de asistir a una fiesta; eso sí, sin faltar a misa el domingo en la iglesia de Francisco de Borja.