"Pobre" niña rica.
Crónica de la caída del poder de Aguirre
JAIME G. TRECEÑO Madrid
Actualizado:31/05/2015 01:11 horas
La mañana del 10 de junio de 2003, Esperanza Aguirre se puso en pie, dobló el micro de su recién estrenado escaño en la Asamblea de Madrid y con voz queda ponía entre la espada y la pared al presidente ocasional de la Cámara. Grababa así, desde esa primera intervención, su marchamo de lo que, a la postre, serían tres legislaturas en la Comunidad atadas con otras tantas mayorías absolutas incontestables. «Señor presidente, no conocemos que existan precedentes de que se suspenda una votación porque no estén los diputados, por tanto... Debe continuarse con el guión previsto».
Instantes antes había sido testigo de cómo dos diputados socialistas acababan de dar el mayor golpe contra nuestros años de democracia. No comparecieron a la sesión de conformación de los órganos del Parlamento autonómico y daban una patada a los resultados de los comicios autonómicos celebrados varias semanas antes y que habían apeado al PP del Gobierno regional.
El «guión previsto» siguió. Concepción Dancausa -ahora delegada del Gobierno- se convertía en presidenta del Parlamento autonómico e improvisaba un discurso que traía preparado el socialista Francisco Cabaco.
El verano que siguió sirvió para constatar las nuevas maneras que habían aterrizado en las instituciones madrileñas. Aguirre hacía a Francisco Granados -a la postre hombre fuerte de sus gobiernos, hoy en la cárcel por la operación Púnica- presidente de lo que se conoció como la comisión de investigación del tamayazo, lanzándolo al estrellato de su Ejecutivo.
Era cierto que la lideresa no conocía de él más que había sido el alcalde de Valdemoro, pero su burbujeante fama le valió para alcanzar un lugar de privilegio en el séquito de Aguirre. Además, dejaba al descubierto una de sus debilidades o virtudes, decidan, la fatuidad de sus afectos.
En octubre se repetían las elecciones y los madrileños le daban la Presidencia de la Comunidad e inauguraba un mandato que se alargaría por nueve años, hasta el 26 de septiembre de 2012, cuando dejó el Gobierno en manos de su escudero, su número 2, Ignacio González, en el momento en el que la crisis disparaba a discreción.
Políticamente, sus mandatos estuvieron marcados por sus sonados enfrentamientos con el entonces alcalde de Madrid, Alberto Ruiz-Gallardón, que había sabido construir una imagen de enfant terrible del PP, de verso suelto...
En el círculo de confianza de la presidenta no se le perdonó nunca lo que entendieron como un ninguneo constante durante la campaña de mayo. Y era cierto. Los de Ruiz-Gallardón mantenían en sus retinas la imagen que caricaturizó de ella el programa de televisión Caiga quien caiga, alguien etéreo, sin solidez intelectual... No ocultaban su menosprecio en privado.
Pero Aguirre pedía campo para expandirse y el eterno aspirante a mandamás del PP y del Gobierno de España no tardó mucho en darse cuenta. Los arreones de la presidenta le pillaron por sorpresa, tanto como dos siglos antes había dejado desconcertado al francés la guerra de guerrillas del Empecinado. Se saltó todas las convenciones y acabó por aburrirlo y torcerle el brazo.
Ella despotricaba de él en la intimidad y él la despreciaba. Pero fue unos meses antes de las elecciones generales de marzo de 2008 cuando consumó su victoria sobre él. Ya ha quedado en el imaginario político esa escena de Aguirre paladeando el descabalgamiento de su rival mientras bajaba de su brazo en el ascensor de Génova 13, camino del parking.
Ella había vuelto a tirar de órdago a la grande, esta vez ante Mariano Rajoy y Ángel Acebes, entonces secretario general de los conservadores, y el propio Ruiz-Gallardón. Amenazaba con dejar la Presidencia de la Comunidad si el alcalde iba en las listas al Parlamento, ya que también quería ir. El resultado fue que ninguno de los dos inscribieron sus nombres en la papeleta. La rabieta de Ruiz-Gallardón la digirió en público cuando amenazó con marcharse.
Aguirre se midió desde el principio con su antecesor. Él había conseguido llevar más allá las fronteras de la Administración madrileña, la había consolidado como una de las regiones más pujantes del país. Llevaba a modo de escarapela la construcción de sus 113 kilómetros de Metro. Lanzó el suburbano hasta los grandes municipios del Sur de la región. Ella superó esa cifra en su primera legislatura y llegó a hacer 200.
Madrid tenía posibles. La Comunidad tuvo durante sus nueve años de Gobierno un presupuesto medio de 18.000 millones. Es decir, que dispuso de en torno a 160.000 millones para llevar a cabo sus políticas. Gran parte de ese dinero se fue en alimentar el engranaje de una enorme Administración, y el pastel también atrajo a moscardones. Pero en eso entraremos luego.
No fue Metro todo lo que hizo. Llevó sus ideales liberales a todos los segmentos de su Gobierno y consolidó a la región como motor económico de España. Su principal escollo surgió al final de su etapa, cuando el lobo de la crisis comenzaba a aullar cada vez con más fuerza. La contestación social y profesional acabó por parar en seco su proyecto de privatizar seis hospitales una vez que ya se había ido.
Como decíamos, al calor de la opulencia de Madrid comenzaron a crecerle personajes sospechosos. El paradigma es Alberto López-Viejo. Se lo trajo del Gobierno del Ayuntamiento de Madrid y llegó acompañado de un tufillo que los periódicos se habían encargado de airear, pero eso a Aguirre le dio igual. El aroma llegaba, pese a no ser condenado por nada, desde su Concejalía de Limpieza y Desarrollo Ambiental.
La lideresa no llegó a percibir ese olor hasta varios años después, concretamente cinco, después de haberle hecho viceconsejero de Presidencia y elevarlo a miembro de su Ejecutivo como consejero de Deportes. En 2009 explotaba Gürtel y se lo llevaba por delante al conocerse que fue el supuesto conseguidor de la trama. Ella, como ya había ensayado con anterioridad, se escandalizó y se puso al frente del pelotón de linchamiento.
Aún se recuerda a López Viejo junto a Alfonso Bosch Tejedor, ex diputado autonómico y ex gerente de la Empresa de Vivienda y Suelo de Boadilla, también imputado por este caso de corrupción, en los actos electorales de la lideresa con un pinganillo acoplado en la oreja, coordinando todo como si fuesen agentes secretos.
Pero no era una excepción. Por ejemplo, al hombre encargado de la intendencia, el que sostenía su bolso y otras pertenencias mientras lanzaba su speech en los mítines, Carlos Clemente, le hizo viceconsejero de Inmigración y también salió rana. La trama extendió sus tentáculos por los municipios pata negra del PP, los situados en el noroeste de la región. Ella se volvió a posicionar enfrente, pese que se había hecho con la Presidencia del PP de Madrid mucho antes, en 2004, cuando rompió la norma no escrita en el partido de que el presidente de la Comunidad no ocupase también ese puesto en el PP de Madrid para evitar la concentración de poder.
Fue recibida por los dirigentes municipales con los brazos abiertos después de los ocho años de desprecios de Ruiz-Gallardón. Es decir, que Aguirre siempre tuvo una relación más estrecha con las agrupaciones locales de su partido, mucho más que su eterno rival.
Pero Aguirre había rozado la corrupción mucho antes. En octubre de 2006, Granados le juraba por todos los santos que el incendio intencionado del Mini Cooper de su mujer no ocultaba nada oscuro. El turismo estaba a nombre de una empresa que contrataba con el Ayuntamiento de Valdemoro. En 2009 se volvió a ver inmerso en un tema turbio: el presunto caso de espionaje a cargos públicos... Pero no fueron estos asuntos los que destruyeron su relación con Granados, sino descubrir que hablaba mal de ella, según las fuentes del PP. Lo echaba en su tercera legislatura y en octubre de 2014 era detenido por ser uno de los cabecillas de Púnica.
Si hubiese que buscar el momento en el que rozó el cielo, sería en el otoño de 2009, cuando estuvo a punto de colocar a su número 2, González, en la Presidencia de Caja Madrid. Rajoy intervino y le paró los pies.
Son innumerables los momentos que ha regalado Aguirre: su imagen impertérrita saliendo de un helicóptero accidentado junto con Rajoy; su rueda de prensa con sandalias y calcetines tras vivir un atentado en la India, su tocata y fuga de la Policía en la Gran Vía... Ella estuvo en todo: Asamblea, patronal, Cámara de Comercio, Telemadrid, universidades...
Ahora, después de regresar de donde nunca se fue, tras varios años peleando ser la candidata del partido a la Alcaldía de Madrid, se encuentra con que los madrileños, sus electores, le han dado la espalda. Dice que se quedará en el Ayuntamiento, que su objetivo es cerrar el paso a los «bolivarianos». Se resiste a creer que la música ha acabado y sigue bailando, pero como decía aquel, los tiempos ya están cambiando.
