La Señora Caníbal

Breve introducción:

Esta vivencia, "La Señora Caníbal" está basada en hechos reales.

José Luis Rodriguez Velasco


la señora canibalEl patrulla de policía municipal con indicativo Delta prestaba su servicio ordinario en el distrito de Chamberí, además de atender a los avisos de la emisora directora llevábamos unos arrestos domiciliarios entre otros documentos a cumplimentar. Uno de los arrestos correspondía a una mujer domiciliada en la calle de Alonso Cano, fuimos a la firma de la penada  llegando al punto y aparcando el vehículo policial, nada más entrar en  el portal de la finca, nos vio el portero quien estaba en el cuarto de conserjería por su ventana interior vigilando y con velocidad de galgo nos alcanzó antes de coger el ascensor. ¡Agentes, un momento por favor!, dijo bastante agitado por la carrera o por lo que nos contó a continuación: Ustedes vienen seguramente por la señora Doña Carmen Urbina que reside en el piso ático, derecha, esta mujer vive con su hermana, mejor dicho sola y..., titubeó un momento empezando el argumento de nuevo. Verán, la señora ha tenido un problema de amenazas mostrando un cuchillo a la presidenta de la comunidad y le ha dado un mordisco en la mejilla, el juzgado la ha condenado a cumplir diez días de arresto domiciliario, eso no es lo más grave y extraño del hecho  por lo que les he llamado... Dejando de hablar por un instante suspirando mientras cogía aire para respirar, si hubiera tenido aliento suficiente habría tratado de explicar lo sucedido pero cuando algo es inexplicable, inaudito, no sabía como relatarlo.

Tras reponerse, siguió con la historia: Ahora cuando ustedes suban y llamen al timbre les contestará la señora Doña Carmen haciéndose pasar por la supuesta chica del servicio doméstico de la que carece para presumir, sin abrirles, les dirá que esperen un momento mientras avisa a la señora después abrirá la puerta ella misma y les recibirá en la entrada atendiéndoles con aires de señorona o marquesa. Hagan el favor de intentar acceder al interior de la vivienda, a ver si consiguen encontrar a su hermana. Es un misterio..., la hermana desde siempre vivía con Doña Carmen, hace cosa de un año aproximadamente los vecinos dejamos de oír su voz, nunca la hemos vuelto a ver y estamos convencidos que de su casa no ha salido, sólo ella, Doña Carmen ha viajado a su pueblo en dos ocasiones permaneciendo hasta un mes ausente, aquí en el piso cuando no estaba no se escuchaba ningún ruido ni encendían la luz, pensamos que se ha comido a su hermana... ¿Qué...?, interrogamos. Sí, es una caníbal, dijo el portero. ¿Una antropófaga...?, preguntamos. ¡Claro!, ¿a ver que otra explicación tiene...?, contestó. Puede que se haya muerto, dijimos. No, se la ha comido, insistió el portero, haciendo alarde de sus conocimientos puesto que había hecho un cursillo de primeros auxilios y de protección civil donde había aprendido  técnicas sobre la conducta humana patológica y estos casos los conocía muy bien. Además, la señora habla como las ventrílocuas señal evidente de que es muy peligrosa, tengan cuidado, agentes, advirtió. Acto seguido llamó en la puerta de una clínica de sicólogas terapéuticas ubicada en la planta baja de la finca para que nos explicaran científicamente el extraño suceso y, saliendo una señorita con acento  latinoamericano, se explayó matizando el asunto: El canibalismo igual que el vampirismo es un modo de homenaje a un familiar, en este caso posiblemente muerto por causa natural, en la idea metonímica del psicoanálisis de que comerse a la persona querida nos da el poder de adquirir parte de él y bla, bla, bla...

Subimos en el ascensor, curiosos, en disposición de conocer a la señora caníbal por lo sorprendente del caso, algo recelosos y precavidos. Siempre diligentes y a su vez en broma, decíamos: Coge tú el papel y que te firme a ti, a lo mejor te muerde el bolígrafo o la mano. No, el cuello como las vampiras... Se habrá comido a su hermana para ahorrarse el entierro... A ver, no nos pongamos nerviosos, uno de los dos, atrás, controlando todos los movimientos de sus fauces e incisivos... ¿Y si es una mujer loba y nos devora a los dos juntos dando un salto de fiera?... Será mejor avisar a los Geos o a la Unidad entera con el oficial al frente y llamar a la puerta preparados con una buena táctica policial...

Llamamos al timbre con precaución de policía profesional, para evitar el disgusto de salir en el telediario llenos de mordiscos por todas partes. La oímos acercarse por dentro a la puerta, mirando por la mirilla. ¿Quién es?, preguntó. ¡¡¡Policía!!!, gritamos los dos al mismo tiempo sacando voz seria de agentes del orden. Un momento, por favor, mientras aviso a la señora, dijo doña Carmen. Al poco, abrió la puerta apareciendo una señora de unos sesenta años, en bata roja y pelo negro abundante recogido en moño, su cara pálida como las muertas vivientes y, al fijarnos en sus dientes, una sospecha y escalofrío hizo temblar un poco nuestros cuerpos, el portero llevaba algo de razón, no tenía dientes de loba, ni de vampira, como creíamos nosotros, parecían más bien de ardilla, liebre o caballo salvaje grandes y fuertes como cuchillos trinchadores, capaces de comerse a una persona o al menos merendarse un brazo. Firmó el arresto e intentamos acceder a la vivienda convenciéndola con empatía para que ella prestase su consentimiento, diciéndole que éramos aficionados a la decoración de muebles antiguos, respondiendo con firmeza: No. Bajamos al portal, allí nos  estaba esperando el portero impaciente. ¿Qué, han visto a la hermana?, preguntó. Imposible, no está por la labor, contestamos.la señora canibal

Al otro día volvimos a la firma, después de la rúbrica, el portero nos llevó a la azotea de la finca, en un sitio habilitado para la ocasión había seis sillas dispuestas y ocultas por el muro de la terraza, frente a la ventana de la cocina de la señora caníbal, el único hueco de la vivienda que no estaba cerrado. Este trozo de la cubierta es el más interesante observatorio de la comunidad, aquí subimos los vecinos a espiar, intentando ver a la hermana, dijo. De una caja de cartón que estaba en un cobertizo de la cubierta sacó una sábana atada a una cuerda, la arrió por la pared de la ventana de la cocina y mientras la movía para llamar la atención de las hermanas nos dijo que observáramos a ver si aparecía la desaparecida. No vimos ni rastro de las dos. Contaba que esa argucia la hacían los vecinos para investigar, aconsejados por un policía amigo de uno de ellos, quien también les informó de que el juez no podía dar orden de entrada a la vivienda mientras no hubiese algún indicio racional de sospecha de encontrarse la hermana muerta, y que muchos policías habían estado en otras ocasiones mirando por la terraza con resultado negativo. Después de enseñarnos el mirador, bajamos a la planta del piso de entrada a la vivienda y, agachándose el portero poniéndose de rodillas como un perro, olfateaba en la puerta por la rendija de abajo para comprobar si olía a muerta. Esta maniobra de medicina forense la repito habitualmente por si acaso logro percibir el olor de descomposición de la carne, nos dijo. Nada, ni rastro, tendrá el fiambre en el frigorífico.

Llegamos a los diez días de arresto cumpliendo sin novedad la condena. El último día de la firma, Doña Carmen nos recibió como siempre haciendo el teatro con la criada que avisa a la señora y, una vez firmado el documento, nos atrevimos a preguntarle por su hermana, y nos dijo: Está aquí en el salón leyendo y, entrando ella hasta el interior de la vivienda, habló en voz alta para que la escuchásemos mejor: Hermana ahí en la puerta hay dos policías muy simpáticos que la quieren conocer, haciendo que contestaba ahora su hermana, la caníbal decía: No, no me apetece salir, estoy cansada. Al momento regresó y nos dijo: Está muy enferma, cansada y delgadita, le falta mucha carne, no puede ni levantarse. -Vámonos que se hace tarde, dijo mi compañero, un policía veterano.- Nos fuimos sin recibir ni un sólo bocado, es el acierto y buena intervención de la veteranía. De vez en cuando pasábamos a hablar con el portero y nos decía siempre que el extraño caso continuaba sin resolverse. Con el paso del tiempo llegamos a pensar que no sólo doña Carmen Urbina tenía trastornos mentales, también los vecinos de la finca y el portero estaban mal de la azotea.

Autor: José Luis Rodríguez Velasco


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