Hace años en la Gran Vía madrileña, calle Preciados y sus aledaños concurrían a diario, como en las mejores plazas, numerosos “corrinches” de trileros. Burlaban a incautos que enarbolando pitones afeitados, cuernos bravos y de los otros, cerriles, de ideas fijas y cortos de sesera, entraban al trapo. La codicia de llevárselo muerto. Unos y otros, trileros y pringaos participaban jocosos del furtivo juego. Llegaba un “primo”, “lila” o “julay” emocionándose ante la faena: ¡A mí no me torea nadie! Embestía, incluso creciéndose al castigo, dándose el quiebro al quedar desplumado... Como dijo el poeta: de cada diez cabezas, nueve embisten y una piensa. Abundan más de los primeros, los del bravío guerrero y la casta que aunque no se tenga ni un euro nos viene de antaño a los españoles entremezclada en los genes y, si bien los hay con talento, “haylos” también los que viven de la burla en España, país de la picaresca por antonomasia. ¡ Por buleria, por la fuerza o porque se puede se roba y está bien visto. Lo peor el robagallinas, miserable ladrón que roba por hambre, no tiene ningún mérito.!
El “burlanga” o crupier con sus tres cartas, nueces o tapones, en el argot, “fallas o pastos” iniciaba el juego diciendo: La rata debajo de la lata, la tapo, la escondo, la vuelvo a enseñar, en el centro está UCD. Los “tangas”, consortes que animaban el negocio del pretil, el “picasera”, encargado de dar el agua avisando de la presencia policial a la voz de “uplé”, ( el policía urbano abreviado y al revés), y el “palmao”que hacía el papel de tonto perdedor compulsivo comediaban así: ¡No, hombre, no...! ¡Esa no es, no ves que la carta está doblada en ese pico! Cada vez que perdía el palmao simulaban reprenderle enseñando como acertar la apuesta. Así iban mostrando a los que miraban como se desarrollaba el juego, donde estaba la señal en la carta ganadora. De esta manera, los indecisos se atrevían a jugar, desconociendo que en el trile hay dos cartas dobladas en sus esquinas o ángulos denominados en el argot “piri”, olla de la cárcel, uno de estos dobleces salta a la vista mientras que el otro permanece sin doblar hasta que el burlanga cuando cree conveniente tira los naipes haciendo el engaño “guillar” o en el caso de los tapones esconde la “borrega”, bolita de papel.
Difícilmente la milonga o engaño al burlar puede ser descubierta a no ser por alguien que entienda la trampa y quiera llevarse las ganancias de los trileros. Si se dan cuenta, los Tangas del corrinche, antes de que logre pillar la apuesta el espabilado, rompen el juego de modo violento y le arrebatan el dinero. Decían: Echamos mala leche sólo para salvar la banca. La banca es la banca y siempre gana. Se justificaban añadiendo que no están en la calle para regalar “pastillas” de mil duros. Siempre hay “lipendis”, distraídos o atontados que pican y mantienen la afición. Los tontainas tienen muy mala follá vienen aquí intentando tangarnos a nosotros. Todo el mundo va al pastel. Invertir en el juego del trile o en cualquier cosa tiene sus riesgos.
Alfonso es un viejo amigo, burlanga de profesión y de los buenos, de elegante porte, educado el habla en la hostelería y corte limpio en las cartas. Aprendió el juego del trile en alguna escuela de la vida. En la prisión de A Lama, Pontevedra, cumplió condena por algo que no viene al caso. La hostelería tradicional le enseñó una profesión que hoy añora. Cuando burlaba decía: Ya ves, no me va mal con esta pequeña empresa que tengo, ¡ocho empleados! Hay que dar trabajo a la gente. Hemos hecho giras por toda la costa. Lo peor Galicia. A los gallegos hay que darles coba, dejarles ganar. Así se portan bien, te avisan de la presencia de la policía y te protegen guardando los bártulos. Hasta que un día empecé a tangar sin dar ventajas y cogieron una cuerda, por poco me ahorcan en un castaño. ¡Tienen muy mal perder! Esta profesión es peligrosa y a veces quiero dejarlo, pero mis trilis me dan pena, tienen familia. A diario me llaman por teléfono para que acuda a la Gran Vía donde me esperan. No hay más que verlos, mal hechos y desaliñados no sirven ni para tomar por el culo. Eso sí, defienden el negocio sin achantarse. Juntos nos buscamos la vida.
Contaba que en la calle hay de todo, pringaos que se juegan hasta los ahorros y vamos con ellos al cajero automático protegiéndoles para que los sirleros de la zona no le den el palo. Cuando palman se van llorando y los tienes que llamar para darles algo. Hasta un americano que hace tiempo de aquello se jugó kilo y medio de las antiguas pesetas que llevaba en una bolsa de plástico y cuando se fue se caía al suelo de la risa, teniéndolo que acompañar al metro para que no se hiciera daño. Los trileros somos humanos y tenemos nuestro corazoncito. Preferimos quedar bien con nuestros clientes, evitando reclamaciones a la policía. A veces alguno se pone pesao por no aceptar con cojones, “los que tienen los hombres de verdad,” la pérdida en el juego y denuncia a la empresa, acudimos a juicio el jefe y los empleados, y el gamba no aparece.
Alfonso me explicaba sus razones para tangar: Trabajamos en esto porque no hay trabajo. Este país es el coño de la Bernarda, todo el mundo entra y nadie sale. Y a los españoles no nos quieren ni en pintura porque exigimos nuestros derechos. Conozco a un pelo pincho que va con los pantalones cagados viéndosele la raja del culo, que está veinticuatro horas diarias en un restaurante importante durmiendo por las noches en un sofá, es el encargado del local, no sabe hacer otra cosa. Claro está, no todos los extranjeros son iguales, pero abunda la falta de profesionalidad en hostelería y en todos los gremios. Se han perdido las buenas costumbres, los principios, la educación. La culpa es de los empresarios que pagan lo mínimo y exigen lo máximo. Sabes que yo trabajé mucho tiempo de maitre de hotel y en los restaurantes de cinco tenedores ya no existe el rango, el apartado para el camarero principal, su ayudante de camarero y el comis que con el encargo de la comanda trae la comida desde la cocina sujeta por el lito. El camarero prepara ciertos platos delante del cliente, sirviendo por la derecha o la izquierda del señor según la salsa. No te digo nada de las comidas, ahora viene precocinada sólo para calentar es industrial. Los cocineros están desapareciendo. Ya no hay jefes de cocina. Hoy en día te engañan en cualquier parte, igual que los trileros. Los empresarios no son como los de antes, se llaman gestores y en muchos alojamientos hoteleros de renombre timan a la propiedad del hotel ofreciendo un mal servicio al cliente, obteniendo pingües beneficios para el director y su banda, y cuando viene la propiedad del hotel a ver como van las cosas ese día cambian la comida, refuerzan el servicio y limpian el hall, dejándolo bonito. Igual que en el burle, para que sigan picando los julays. Estos gestores están arruinando el país. Y en España se vive del turismo y la hostelería. No sabes como ha cambiado el cuento. Si quieres vivir te tienes que reciclar de profesión cada dos por tres, y cuidado con los depredadores que no te pagan.
Mientras me contaba estas cosas del oficio de trilero, una pareja de novios que se encontraban cerca en la parada de autobús de la plaza de Callao, nos llamó la atención al pronto que gritaba la novia: ¡Mi cartera, mi cartera! Al volver la vista otros jóvenes señalaban al cómplice de un carterista que se deslizaba por la tangente. El novio alto y cachas, cogió al individuo por un brazo en volandas y la cartera apareció al instante. Ves, decía Alfonso, ese rollo no va con nosotros. El que quiere apostar juega y el que no pasa. No atracamos a nadie, ni hacemos palcos o encalomos. Esto es voluntario, sin violencia, igual que en las elecciones políticas uno puede apostar por la carta derecha, por la del centro o la de la izquierda, a ver donde está la rata. Siempre pierdes. A colación, uno del corrinche de etnia gitana me dijo con cierto recogimiento: En las primeras elecciones políticas toda mi familia, mis primos y compadres fuimos a votar, a elegir un partido y, como no cambió nada, no hemos vuelto a hacerlo. Eso es para los payos.
Hace mucho tiempo que no veo a mi amigo Alfonso, por oídas, creo que ya no se dedica al trile. Con la crisis, se habrá reciclado de profesión. Recuerdo un día cuando me hizo una demostración. Enseñó la carta que ganaba, el rey de oros, la dejó caer muy lentamente y juraría que no podía haberla cambiado por otra. Entonces, me preguntó: ¿Qué te juegas? Un millón de pesetas, le dije muy seguro. No, más..., me contestó. Me juego la vida, añadí. No, más, más... Juégate a tu hija y a tu mujer por esclava. De acuerdo, me las juego. Levanté la carta y era el as de bastos. ¡Vaya palo, tan convencido estaba!
Autor: José Luis Rodríguez Velasco