Represión Sexual Made in Spain

Breve introducción:


Relato humorístico basado en hechos reales, ilustrado con tres chistes de humor gráfico del autor publicados en 1974 en la revista “La Codorniz”. Texto creado dentro del contexto de los dibujos publicados, real, grosero y soez como la vida misma. Marginal, incómodo y atrevido para provocar el escándalo, su rubor e indignación, sin faltar a la verdad, Vd. perdone, querido lector.

José Luis Rodriguez Velasco


Cuando era joven a mi me tocó vivir la España profunda, moralista y de censura, rodeada de curas y monjas por todas partes. Íbamos a misa todos los domingos y fiestas de guardar, nos confesábamos antes de comulgar porque en una semana nos la habíamos meneado por lo menos siete veces. Los colegios eran de chicos o de chicas, no estaban mezclados como ahora, eso favorecía la represión sexual y procreación demográfica multiplicando la demanda de españoles para las fábricas, la hostelería o las obras. En los pupitres de atrás  sentaban a los más burros, parecían casi mitad hombres y mitad asnos o centauros, no atendían a razones pedagógicas siempre se la estaban tocando ajenos a las sabias lecciones de los profesores que advertían del peligro de ceguera. Esos borricos de aparatos gordos como las cantimploras o largos semejantes a las culebras, cogían en los servicios a los tontainas y mansos de caras afeminadas y los sodomizaban en los juegos infantiles banales, a algunos con escozor. Los maestros mientras estudiábamos, iban a los suyo, leyendo el deportivo donde salía alguna señora fotografiada en bañador antiguo con el sobaco sin depilar y lo único que veían era el bulto de las tetas.

represion sexualCrecimos sin apertura con mentalidad puertohurraqueña jugando a la pelota los chicos, al fútbol, en pantaloncitos cortos con las piernas peludas hasta la edad de caballero y a la comba levantando la falda al saltar las chicas sin depilar el culo, porque afeitarse bigotes, sobacos, piernas y bajos en ambos sexos era una frivolidad. Algún sicoanalista podrá explicar si existe alguna pulsión o sublimación sicológica entre el juego de la pelota y el de las pelotas, entre el salto de la comba y la exitosa moda del bikini y la minifalda que vino después, en esas ganas placenteras del “ello” que diría Sigmund Freud de exhibirse a plena luz de una vez.

Hacer el amor de modo informal o, follar con libertad que decían anarquistas, masones y herejes, era pecado hasta la desaparición del Santo Oficio de la Inquisición con riesgo de ser quemado en el brasero, o delito y casi imposible de practicar en la Dictadura del general Franco a no ser exponiéndose a ser identificado en las redadas policiales de las perseguidas putas en el ámbito público y, en el privado, a esperar la pena capital a manos del cornudo o, al menos, el repudium romano castigándose como delito de adulterio o amancebamiento yacer con otras y otros si no participaba el cónyuge quien se chivaba y, si eran solteros, en una relación de parentesco, pupilo o laboral se penaba como estupro incestuoso, doméstico o común. Las personas decentes para evitar la cárcel o anatema de excomunión social se la pelaban a escondidas y a eso le llamaron onanismo solitario. Se aficionó tanta gente a esa práctica privada, tan íntima y personal que sólo se podía difundir y conocer sus mecanismos y ejercicio masturbatorio en el confesionario, aunque algunos inventaron sus propios trucos para hacerlo en público de modo entrañable evitando el escándalo como Ramón el gordo, mientras miraba a cualquiera siempre sonriente y con la mano derecha metida en el bolsillo con el forro del pantalón roto, la movía sigilosamente encendiéndose con alegría el brillo de sus ojos. Otros ponían a calentar una sandía al sol una tarde de verano y cuando estaba bien caliente, la calaban y se la tiraban. Los más pobres hartos de trabajar aprovechaban los calcetines sudados para las pajas.

A los ricos también les gustaba hacer guarrerías, aunque eran beatos practicando el sexo con higiene y la luz apagada en la posición del misionero, como les aconsejaban los curas en las charlas de vida sexual sana. Los pederastras adinerados eran más atrevidos, lujuriosos y morbosos a su manera, con cierto recato y disimulo, como el dueño de una importante firma de cosmética que para ocultar su nombre le llamaré Mr. Charlt. Salía a pasear como siempre bien trajeado con su blasier y bastoncillo con mango de plata para hacerse un poquito el cojo y, cuando le veíamos Florian y yo, amiguete cuyo nombre viene de Floro y no era en absoluto mariquita, le cogíamos cada uno por un brazo para que no se cayera con su fingida parálisis si no, no tragaba. Ibamos de pub en pub jugando a los chinos y a su vez haciendo la ruta del bacalao, era la forma que tenía el viejo de poder tener un contacto carnal o, mejor dicho, ropal con chavales jóvenes. El cebo consistía en dejarse robar haciéndose el despistado, el que perdía los dineros sin darse cuenta, aunque al mismo tiempo perdía aceite, para ello, cada vez que entraba a los servicios supuestamente a mear, se colocaba muchos billetes asomados a la vista por ambos lados de los bolsillos de la americana para dejarse hurtar por nosotros. Así podíamos pagar las consumiciones cuando nos ganaba, aprendimos a jugar a los chinos como las putas y le afanamos un montón de dinero por amor a las pesetas y a soplar gratis.represion sexual

Otro personaje que abusaba de su dinero, ingeniero de televisión, de apodo el “Nitroglicerino” , sadomasoquista perdido, venía siempre con el cuento de echar una pelea en el césped del parque, apostando que daba cinco mil pesetas al que consiguiera ponerle la espalda contra el suelo. Aprovechaba esas peleítas para tocar a los chavales todo lo que podía en la lucha. Una vez vino diciendo: Le compro una moto al que me haga la putada más grande. Uno dijo: ¿Te metemos la cabeza en un bidón de agua a ver cuanto resistes?. Bidón que había en una obra donde se lavaban los obreros. No, la putada tiene que ser más gorda, contestó. Celestino le preguntó: ¿Te damos una descarga eléctrica en los cojones con un cable pelado de un enchufe?. No, no me gusta, dijo. Y, sacando un candado de medio kilo de peso propuso se lo pusieran en los huevos cerrándolo. ¡Vá, eso es menos putada que lo del enchufe!, dijo Celes. Y el Nitroglicerino le contestó: Prueba a ver si resistes aguantando cinco minutos con el candado puesto en los huevos, si superas la prueba te doy diez mil pesetas. Vale, pero tu a mi no me toques, dijo Celes. Se puso el candado y comenzamos a cronometrar con el reloj. A los cinco minutos Celes dijo: Prueba superada. El Nitroglicerino se echó mano a los bolsillos buscando las diez mil pesetas y la llave del candado para abrirlo y dijo: ¡Hay que joderse, me he dejado las llaves del candado en casa! Celes estuvo jodido con el candado puesto una semana, sujetándolo con las dos manos. Después de siete días de martirio vino el Nitroglicerino con las llaves del candado y el ciclomotor que le regaló.

La represión sexual de la época era tal que había mucha inclinación a junar parejas, vouyeurismo. Ibamos a junar, mirar, metiéndonos en unas alcantarillas de ventilación de un garaje o debajo de unas palas mecánicas y vehículos de obras. “El Yuste” era el más atrevido y con su linterna enchufaba al primer plano de la película en vivo, en los bajos sexuales,  a veces metía la mano y tocaba igual que el novio, no se daban ni cuenta. Cuando se marchaba la pareja, presumía de haber tocado y algunos olían a pescado la mano de “El Yuste” para comprobarlo. Si se percataba el novio meaba y entonces salíamos unos quince a veinte chavales de debajo de la pala mecánica junto a algunos junaores  profesionales viejos que nos acompañaban en la afición, diciendo: ¡¡¡Joder, ten cuidado que manchas!!! Algunos días venía un taxista exhibicionista, traía una porra de madera que sujetaba en una axila mientras se acercaba hasta un metro de la pareja, se bajaba los pantalones y se ponía a cagar. Entonces, gritábamos: ¡¡¡Taxista, cabrón, no nos jodas la pareja!!! La pareja ante tanta sorpresa y griterio, salía enebrando asustada.

Así padecíamos la represión sexual que imponía el régimen político. Y para mayor fastidio y vigilancia de la obscenidad en los parques y jardines importantes crearon oficialmente un Cuerpo especial de  guardas uniformados que llevaban un sombrerito con cinta y pluma roja para avisar de su peligrosa presencia y, portando grandes escopetas de sal, cuando descubrían a alguna pareja fornicando entre la maleza disparaban al culo. Con eso se evitaban los escándalos públicos y mantenían el país sumido en la decencia. Éramos la reserva espiritual de Europa, los españoles tenían que ir a Francia,  a Perpiñan a ver películas porno. Los gaznápiros y gañanes de pueblo se tiraban a las gallinas, cabras y burras, y en la ciudad los urbanitas civilizados a las perras, sin respetar los derechos de los animales. En una ocasión, Monchin que estudiaba sociología en la facultad de la Complutense, uno de los chavales más listos y avanzados del barrio porque había estado en el extranjero del norte de Europa, conociendo la situación de nuestro país y el problema sexual que padecíamos, nos avisó que había un seminario de represión sexual impartido por un profesor no numerario, fue nuestra oportunidad de follar a discreción, de disparar con nuestras pistolas, cetmes y rifles de carne a los parahuevos de las chavalas. Nos apuntamos un montón de pajilleros. El seminario duró un mes, allí aprendimos la teoría de la represión sexual y conocimos con detalle nuestro sufrimiento sureño o africano porque decían que Africa empezaba en los Pirineos. El profesor un joven barbudo con gafas, era un progre, llevaba siempre puesta la misma camiseta sucia con un roto en la parte de su axila derecha por donde le salían los pelos del sobaco, olía a sudor que apestaba de tanto escribir con la tiza en la pizarra los presupuestos teóricos de la represión sexual de Herbert Marcuse, Wilhelm Reich y el español Castilla del Pino, fuimos medio aprendiendo lo importante que era estar siempre bien follados para ser felices, decía que influía en el coeficiente intelectual, en la procreación de niños tarados y hasta en la producción industrial y fabril. Que en los trabajos la gente andaría más relajada y ni el jefe ni los operarios se tocarían tanto los huevos. Los varones estábamos de acuerdo en los planteamientos, menos las chicas que negaban estar reprimidas sexualmente, si alguna tenía discrepancia sobre lo que exponía el profesor, éste le decía que eso era porque se hacía más pajas que una condenada a muerte y defendía con uñas su reprimida posición, que estaba enferma y tenía que curarse follando. Se ruborizaban y poco a poco fueron reconociendo que se tocaban los bajos como cualquier mortal, y muy pocas confesaron jinetear encima del varón como las suecas y latinas, la mayoría afirmaban follar como las muertas, así se lo enseñaron sus madres y abuelas para no mosquear al varón. Y cuando el activo macho convertía el mete saca en un perpetuum mobile y la hembra aburrida no llegaba al orgasmo, lo fingían  emitíendo el grito de Walpurgis para que la dejara tranquila acabando la guerra en paz.

represion sexualPasaban los días de seminario, al principio estábamos chicos y chicas juntos entremezclados con mucho interés en la ponencia, después se juntaron en un grupo las chavalas y en otro los chavales separándose en dos posturas opuestas y enfrentadas, los hombres defendíamos a Don Carnal y las mujeres a Doña Cuaresma. Cuando anunció el profesor que tendríamos que pasar a la praxis después de tanta y aburrida teoría sobre, eros y sociedad, objeto represivo y represor, vaginas que parecen tenazas y falos que dan repelús al tocarlos..., planificándose la orgía educacional en el chalet de un partícipante que lo cedió con mucho gusto y gratis, las niñas iban dejando de venir a clase hasta que se quedó sólo una rubia que era medio francesa por parte de uno de sus padres, beneficiándosela en una clase práctica el pedagogo, creo que en  su coche. El resto continuamos con las pajas marca España. Con razón dijo el profesor que si no fuera por la Revolución Francesa todavía estaríamos en el seminario atendiendo la exposición con un velo en la cabeza y una o dos manos en los huevos, añadiendo que el velo lo teníamos todavía en la conciencia y, lo curioso, a algunos les extrañaba el uso del burqan islámico. Dijo que hay mil años luz de diferencia entre el nivel de conciencia sueco y el español, que si pusieran máquinas tragaperras con forma de muñecas de goma y al hacerse partida coitando regalaran un hijo de plástico, en España habría más afición a esta ludopatía obscena que al vino masoca y a la metida de goles en el juego del fútbol. Uno de los presentes afirmó que era verdad porque a él le estaba tratando un sicólogo ya que se la ensalaba demasiado sin poderlo evitar, hasta eyaculaba mientras dormía, y eso que sus padres le ataban  las manos a la cama, sospechando se masturbaba con los pies como los monos, pero el sicólogo les dijo que era un problema mental, de conciencia y tenía que reeducarse.

Al finalizar el seminario llegamos a la conclusión de que si los cuarenta y tantos millones de españoles nos reeducáramos estaríamos más jodidos y contentos, probablemente en veranos calurosos caminaríamos en pelotas por las calles, bailaríamos desnudos en el metro y en el trabajo, y a lo mejor hasta en los entierros. Se nos quitaría la mala leche que tenemos condensada. Las modelos de los anuncios publicitarios en bikini no nos dirían ni fu ni fa y cuando vemos una rosquilla o unos huevos de gallina o un simple chorizo de cerdo, objetos tan naturales como son, no nos imaginaríamos otra cosa. Claro que reeducarse conlleva la praxis y sesera de los suecos.


Autor: José Luis Rodríguez Velasco


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