El Suicida

Breve introducción:

Relato policial. Todo parecido con la realidad es pura coincidencia.

José Luis Rodriguez Velasco


suicidaAquel señor había acabado con su vida al parecer arrojándose a la calle desde el quinto piso de su vivienda, una trágica decisión tomada a saber por que motivo, probablemente como suele suceder la mayoría de las veces a causa de la desesperación. En medio de un charco de sangre yacía un insignificante cuerpo que parecía de un niño pequeño, los compañeros se encontraban en el lugar interviniendo, mirando al cadáver vecinos, comerciantes y transeúntes, silenciosos, consternados y afligidos. El portero de la finca andaba en la escena con una actitud algo extraña deambulando nervioso de un sitio a otro, su cara mostraba ciertos signos de estar perdido en sus pensamientos, tenía una sonrisa abyecta y tatareaba muy bajito una canción sencilla, también silbaba de vez en cuando, para disimular...

No pasaba desapercibida esa actitud malvada, cruel y de tanta vileza que mantenía sin compasión el vigilante de la finca urbana ante aquel suceso dramático, le observábamos con sigilo sospechando de haberle empujado al vacío en algún descuido, o después de matarlo en su casa para robarle o con ocasión de producirle la muerte en una pelea por discusión acalorada haberle lanzado por el balcón como estrategia, la policía no es tonta. Mientras esperábamos el levantamiento del cadáver sin poder estar más tiempo mordiéndonos la lengua le comunicamos esa observación a los compañeros del grupo de homicidios para que tuvieran en cuenta el detalle, más cuando una vecina que parecía cotilla nos sopló que el portero y el señor suicidado se llevaban muy mal, habían discutido muchas veces por un asunto de faldas, el finado tuvo una novia que se la calzaba a escondidas el golfo del portero hasta que le descubrió, desde entonces no se hablaban correctamente, el empleado de la finca  sacaba la basura a todos los vecinos menos a él, cuando se cruzaban en el portal en lugar de darse los buenos días, se decían: -¡Golfo, hijoputa...!-, -¡Gilipollas, cabrón...!

Nos contaba la señora cotilla que el portero era un hombre bien parecido cosa que pudimos comprobar por nuestros propios ojos y el fallecido un adefesio, cuestión esta última difícil de saber ya que el cuerpo se encontraba cabeza abajo teniendo la nariz rota del encontronazo contra el suelo, además era bajito y pesaba muy poco, eso sí se podía ver a simple vista, un pobre hombre. De hecho pesaba tan poco que por complejo desde que le dejó su novia se puso a comer como un descosido, el repartidor del supermercado de enfrente le traía a diario cinco kilos de patatas, legumbres de las que engordan, lentejas, fabes y garbanzos y un pan gallego, comiéndose todo a diario y pesándose en la farmacia con obsesión. –De que le valía comer tanto si sólo había ganado un cuarto kilo de peso, el sufrimiento no le dejaba engordar y después para matarse, a lo mejor tenía bulimia,- decía la cotilla.

Llegaron los funcionarios del anatómico forense con orden judicial de levantamiento del cadáver recogiendo el cuerpo que estaba encima de una boca de riego. La vecina charlatana dijo que el portero no había regado hoy el césped por el suceso, tarea que hacía a diario. Un compañero le informó que la boca de riego estaba exclusivamente para baldear la calle el servicio de barrenderos y no para hacer uso privado del agua municipal la comunidad. El portero que aunque no parecía cotillo había oído la conversación, dijo acelerado: -Si, señores, la boca de riego es del ayuntamiento y pese a estar prohibido su uso por las comunidades de vecinos la mayoría regamos el césped, plantas y arboleda con esa agua municipal para que no se sequen y haya verdor y vida...- Según hablaba deprisa ralentizó sus palabras expresándose más calmado hasta parar al pronunciar la palabra vida..., arrancando de nuevo para decir: -Los vecinos saben que ese señor que se ha quitado la vida era mi peor enemigo, uno ya me avisó de que se pasaba muchos días midiendo con un metro en el balcón y que una noche lo hizo con una plomada hasta la acera, cuando se ha arrojado al vacío, yo salía con la manguera a regar el césped y al ver un patrulla de ustedes pasar me he vuelto rápido atrás sin llegarla a enganchar a la boca de riego, sabiendo que está prohibido regar las plantas, en ese momento pegó el trompazo..., casi atina y me mata, ¡el cacho cabrón!.

Autor: José Luis Rodríguez Velasco


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