Breve introducción:
Relato policial. Todo parecido con la realidad es pura coincidencia.
José Luis Rodriguez Velasco
Aquel agente de la policía local había llegado a su trabajo a la hora de comienzo exacta, ni un minuto menos ni uno más, en el preciso momento o segundo de inicio de su jornada laboral, dosificaba el tiempo de su existencia productora como una máquina sin fallar, cronometraba las faenas más importantes, las secundarias y los descansos razonando los esfuerzos, cada instante en su profesión lo tenía controlado de modo obsesivo. El primer ejercicio laboral que realizaba al llegar al puesto de trabajo donde la misión fundamental consistía en vigilar y regular el tráfico rodado era observar detenidamente si había algún cambio en la glorieta respecto al día anterior. Miró primero al cielo, hacía un día estupendo, después al reservado a carga y descarga, la zona señalizada con placas de estacionamiento prohibido, la doble fila y esquinas, comprobando que no había ningún vehículo estacionado indebidamente. Ahora prestaba atención a como el tráfico circulaba con normalidad, los semáforos funcionaban sin defecto y las señales se encontraban intactas. La exhaustiva revista pasada a la vía pública donde ejercía con celo sus funciones obtuvo un resultado impecable y, esta grata situación del servicio, la mantenía reservada como cosecha propia para darla a degustar con satisfacción en el caso de presentarse el mando pidiéndole la novedad.
Acto seguido el representante de la autoridad se colocaba en el centro de la calzada, señalizando correctamente el ritmo y trasiego de los vehículos con sus manos cubiertas de guantes blancos acompañadas de toques de silbato, tal como disponía expresamente la norma. Observaba a lo lejos los espacios vacíos en el flujo del tránsito automovilístico o la cantidad de vehículos condensados con algunos atascos que se producían en las intersecciones cercanas, regulando el tráfico ordenando aceleraciones o cortes oportunos, evitando las posibles complicaciones, problemas o accidentes en su puesto de trabajo de modo lógico y preventivo. Nadie ajeno a su profesión podía comprender las extrañas maniobras del policía al cortar la corriente circulatoria de vehículos cuando el semáforo en su fase programada mantenía unos segundos más su luz verde permitiendo continuar el movimiento rodado. El agente consecuente con su responsabilidad de experto en el oficio era indiferente a la susceptibilidad de los automovilistas cuando les indicaba detener su desplazamiento, quedando perplejos por su acción...
En uno de esos cortes señalizado por el policía con su brazo extendido, un camión de reparto de cervezas hizo caso omiso a la orden de detención rebasando su línea de parada, el agente lo retuvo dando un fuerte pitido con su silbato y tras indicarle que se apartara de la circulación, sacó su talonario de denuncias, saludó llevándose su mano derecha a su prenda de cabeza y le dijo: -Buenos días, me veo en la obligación de extender una denuncia por haber rebasado mi señal indicándole detenerse- El conductor del camión se excusó diciéndole que no lo había visto, firmó la denuncia y continuó su itinerario. Otro vehículo que estaba detrás del camión y su conductor lo había visto todo hasta el semáforo que ahora se encontraba en su fase roja, rebasó la señalización luminosa importándole un pimiento el semáforo y la presencia vigilante del agente. El policía volvió a hacer lo mismo, lo correcto que hizo con el camión, ecuánime en su deber y el conductor que iba a ser denunciado respondió: -Me he saltado el semáforo porque el semáforo y usted son elementos inservibles, sobran en la circulación, no hacen más que estorbar- Aquellas palabras dichas así de frescas y claras desconcertaron al funcionario cumplidor, metódico y honrado, nadie había sido tan atrevido como aquel conductor en apariencia tan simple, mequetrefe y pequeña cosa, cuerpo de enano, cabeza de güito y cara de tonto... Escuchándolo y observándolo el policía no salía de su asombro y viendo que era insignificante como hombre y persona, el hombrecillo o personajillo continuó increpando: -Supongo que a usted y al semáforo lo han puesto aquí el deficiente mental del alcalde, pues dígale que los quite y evitará los problemas de tráfico que originan- Ante esas manifestaciones el agente haciendo un esfuerzo de control mental y visceral contuvo sus emociones, respiró profundamente hasta diez veces, dejó su mente en blanco y estiró sus brazos en un ejercicio aprendido en un curso de técnicas de relajación y, mientras intentaba relajarse, el tirillas pinchaúvas continuó porfiando: -Si yo gobernara este país a usted lo mandaría al paro y en ese semáforo colgaría al alcalde por inútil-, continuando sin dejar de decir sandeces, bla, bla, bla...
El ejercicio de relajación funcionaba con defectos, la tensión nerviosa iba aumentando en el agente, un gran número de hormonas de cortisol y adrenalina brotaron de pronto en las entrañas de su cuerpo, la concentración de glucosa disparó el ritmo cardiaco y la tensión arterial, sus pupilas se dilataron para tener una visión mejor del enano, las fosas nasales se ensancharon y comenzó a olfatear el olor a lobo disfrazado con piel de oveja que desprendía aquel raquítico ser. Manteniendo su boca cerrada sin decir nada, en su mente le gritaba furioso: ¡¡¡HIJOPUTA...!!! ¡¡¡HIJODEPERRA...!!! ¡¡¡CABRÓN...!!! Daba gusto ver al policía sin levantar sospecha de sus pensamientos ni hablar nada, escuchando atento al retaco, firme en su posición de agente de la autoridad, guardando la compostura. Tenía deseos de cogerlo por el cuello con una sola mano y asfixiarlo como a un pollo loco, pero el funcionario estaba preparado, muy bien preparado obtuvo el número uno de su promoción en la academia de policía, había recibido con aprovechamiento instrucción sobre derechos humanos, sicología policial y aguante en conducta de tarados, practicado artes marciales, gimnasia sueca y americana de marines y hasta tácticas de guerra y operaciones especiales contra terroristas que le dieron seguridad sobre sí mismo. Era demasiado inteligente, podía encajar las agresiones verbales con educación, dando audaces respuestas en léxico y verborrea y, en caso de defensa física, estaba capacitado para repartir hostias como alpargatazos, había obtenido titulación para ello. Aún así, su inteligencia emocional comenzaba a tambalearse, ese sujeto menudo con sus palabras malintencionadas, mordaces y punzantes hería demasiado, su fortaleza cognitiva peligraba de salirse de sus cabales y alcanzar el desquiciamiento...
En esa situación angustiosa sólo faltaba que el renacuajo después de lo que le decía muy alterado le lesionara mordiéndole los bajos, dándole patadas en sus espinillas o le pinchara un ojo con un bolígrafo que tenía anotando el número del agente. Tenía que tener cuidado y aguantar, resistir poniendo a prueba sus conocimientos aprendidos antes de proceder a su detención o usar cualquier tipo de violencia física en legítima defensa, era un agente preparado, competente, sobresaliente, no podía fallar, se retó a sí mismo a vencerle mediante la palabra, el diálogo y el entendimiento. El señor bajito no pensaba ni mucho menos igual y sin dejar de ponerle verde y rojo al mismo tiempo a punto de estallar, salió rápido de su vehículo embistiendo como un chivo y dando un salto propinó un cabezazo en el mentón al pacífico policía. Esto fue lo definitivo, se acabó la santa paciencia que enseñaba el santo Job con un par de sopapos dejaré a la fierecilla controlada y al saco, decidió el policía... extrajo del talí su defensa reglamentaria amedrentándole para que se entregara al ver su arma espabilacabras y, lejos de la verdad, el policía notó como el mediometro le cogió su mano en una llave de judo y volteándolo por el aire como una noria lo tiró de espaldas contra el suelo. El dolor que sentía el agente era inmenso pero pudo levantarse y ponerse en guardia gracias a su constitución de atleta.
No podía ser, como había sufrido esos dos ataques sin haberlos repelido con una buena defensa de arte marcial, ese individuo era un simple mierda no tenía ni media bofetada, seguramente había tenido un pequeño fallo técnico, ahora se iba a enterar, se decía a sí mismo el policía. Se concentró en una técnica marcial secreta que practicaban los espías chinos plagiada por el Mosad a cuyas fuerzas de élite israelíes perteneció el monitor que impartía las clases de judo en la academia de policía y se la reveló a tres de sus mejores alumnos, él entre ellos. Estaba dispuesto a darle una lección al chiquitin, a brearlo, destrozarlo por violento y listillo. Antes de proceder a su secreto ataque marcial, el agente por honrado, decente y buena persona, además de ser un defensor de la Ley, le dijo estas palabras: -Te has pasado tres pueblos conmigo, soy un agente de la autoridad y mi deber es hacer cumplir la Ley, defender los derechos humanos asegurando la plena salud de las personas sin abusar de la autoridad de la que estoy investido y sólo puedo usar la fuerza cuando sea estrictamente necesario sin llegar a la tortura o infligir un trato cruel o degradante, pero como me has pegado y he recibido una agresión ilegítima calificada de atentado ahora me voy a defender en legítima defensa dándote la del pulpo, para reducirte y detenerte-
El agente inició su ataque secreto lanzando un fuerte puñetazo a la nariz del diminuto trasgo para a continuación intentar arrearle un golpe de codo y otro de rodilla a partes vitales del cuerpo, pero el enano volvió a coger su mano antes de alcanzar su nariz y volteándolo otra vez en el aire ahora haciendo piruetas como la montaña rusa para tirarlo finalmente de cabeza contra la calzada, en el suelo siguió dándole palos con un puntal cogido de una obra cercana, con una fuerza asombrosa, enrabietado como el demonio de tasmania. Mientras le atizaba con el tablón, en el cielo sonó una fuerte tormenta y comenzó a llover con granizada, cada instante más copiosa. El pequeño delincuente y raro ser dejó de golpear al policía, tenía brotados o algo inflamados unos pequeños cuernos rojizos sobre su cabeza, mirando al cielo con cara de asustado se metió en su vehículo y se fue como un rayo. Enseguida dejó de llover, salió el arco iris y el agente se repuso lamentando no haber podido coger la matrícula del endemoniado. En ese momento llegó el sargento al puesto pidiéndole la novedad y se la dio: –A sus órdenes, mi sargento. Sin novedad- Y el mando dijo: -Gracias. Ha llovido un poco pero ahora hace un día estupendo. Esperemos que no venga nadie y lo fastidie, ¡aunque con usted eso es imposible, número uno!-
Autor: José Luis Rodríguez Velasco