La periodista que comió y bebió con Mazón el día de la DANA lo cuenta casi todo: "Botella de vino en el reservado, dos copas y setas de temporada"
Maribel Vilaplana se reunió con el presidente en el restaurante El Ventorro, en Valencia, el pasado 29 de octubre
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Martín Alegre
21/11/2024 - 21:43
Martes, 29 de octubre, tres de la tarde. Afuera, la DANA comenzaba a descargar su furia sobre la Comunidad Valenciana, convertida en un plató de catástrofe. Pero en el interior del restaurante El Ventorro, todo era serenidad. Allí, bajo la penumbra discreta de un reservado, Carlos Mazón, president de la Generalitat, desplegaba sus artes de anfitrión ante Maribel Vilaplana, periodista de verbo refinado y pulida reputación televisiva.
Lo que ocurrió en ese almuerzo podría haber sido la trama de una comedia costumbrista: el poder ofreciendo trabajo y cortesías, una mesa bien puesta, platos que actúan como secundarios de porcelana. Pero la realidad se empeñó en convertir aquel encuentro en el prólogo de un vodevil político, de esa política más cerca de los brindis que de la tierra.
El menú demuestra que, incluso en mitad de una tormenta, hay rituales que nunca deben descuidarse. La fuente autorizada por Vilaplana para desvelar los detalles de la comida más famosa desde que Rajoy dimitió en 2018 describe la escena con una precisión que roza el fetichismo. En estas historias las palabras siempre viajan con intermediarios, como emisarios medievales. Una botella de vino (no sabemos si tinto), dos copas relucientes, tomate con ventresca para abrir el apetito, setas de temporada en su punto, café para despertar las ideas y una tarta compartida como epílogo dulce. "No hubo gin-tonics", recalca la fuente, subrayando que la austeridad sigue siendo un valor en alza.
Mientras las setas se cruzaban con los discursos, Mazón, siempre caballero, decidió ofrecerle a Vilaplana la dirección de À Punt, el canal autonómico valenciano. Un gesto de confianza, de esos que los políticos reparten como naipes marcados. Pero la periodista, con la firmeza de quien sabe lo que no quiere, declinó la oferta con un argumento que bordea la ética profesional: "Por coherencia y convicción política, para no ser vinculada con el PP". Y así, entre copa y rechazo, la conversación derivó hacia un tema que el president necesita como el agua: la oratoria.
Vilaplana, en un acto de generosidad que la retrata, sacó su portátil en plena comida y le ofreció un pequeño tutorial improvisado. "Tienes que hablar más en valenciano", le aconsejó, entre otros apuntes que quizá Mazón anotó mentalmente mientras despachaba un trozo de tarta y tras catar el vino.
Cuando todo se desborda
El almuerzo terminó a las 17:45 h. Vilaplana salió del restaurante con la calma de quien acaba de cerrar un capítulo profesional, ajena al caos que, a esas horas, ya arrasaba calles, casas y vidas en la región. Al llegar a casa, la periodista comenzó a captar la magnitud de lo que estaba ocurriendo. Fue entonces cuando se produjo la llamada al president, con una frase que ya figura en los anales del surrealismo político: "Por favor, no me metas en esto".
Mazón, mientras tanto, aún estaba en El Ventorro o, quizá, ya en camino al CECOPI, el centro de emergencias que está a 600 metros del restaurante pero que solo pisó a partir de las 19:30 h. Para entonces, los daños eran incalculables y la ciudadanía aguardaba entre la desesperación, el horror y la resignación de quien ya no espera nada, esa alerta que no llegó hasta pasadas las ocho de la tarde, cuando la DANA ya había pasado la factura más alta.
El silencio y las críticas
Vilaplana, ahora convertida en un personaje involuntario de esta tragicomedia, ha permitido que su versión salga a la luz, pero siempre a través de terceros, como quien lanza un mensaje en una botella. "No hubo gin-tonics", insiste la fuente, como si ese detalle pudiera redimir un almuerzo que hoy es un símbolo del desencuentro entre el poder y la realidad.
Mientras tanto, Mazón guarda silencio, un recurso que quizá alguien le sugirió en otro almuerzo. La oposición afila sus cuchillos con la destreza de un cirujano y pide su dimisión por lo que muchos consideran una gestión tardía y desastrosa. Pero él sigue ahí, en un mutismo que roza lo solemne, como si esperara que el tiempo, esa corriente imparable, termine por diluir la memoria de los ciudadanos.
Entre Berlanga y la tormenta
Si con el tiempo y el reposo alguien tuviera el valor y el talento de rodar este drama, esta historia, la de la comida, no el apocalipsis, el resultado sería una tragicomedia coral, una de esas películas donde las risas se mezclan con la angustia. Afuera, la DANA; adentro, la botella de vino, las setas de temporada y los consejos de oratoria. Las vidas que se desbordan en un río furioso y la tarta que se comparte con la indiferencia de quien no oye el eco del torrente que arrastra la incompetencia de este Peter Sellers de la política más cochambrosa llamado Mazón. Y en el centro de todo, una frase que, como un estribillo, resume el estado de las cosas: "Por favor, no me metas en esto". Una súplica que ya suena a mala conciencia.