Autor Tema: Aquellos "viejos tiempos"  (Leído 244353 veces)

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Re: Aquellos "viejos tiempos"
« Respuesta #1200 en: 12 de Mayo de 2023, 12:12:04 pm »
« Última modificación: 06 de Septiembre de 2023, 08:11:17 am por 47ronin »

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Re: Aquellos "viejos tiempos"
« Respuesta #1201 en: 20 de Mayo de 2023, 12:19:23 pm »



La Panda del Moco: los pijos macarras que sembraron el terror en Madrid


El Francés, el Judío, Pablo Full y el Italiano lideraron en los ochenta una banda de niños de papá malotes. Aficionados al 'full contact', hedonistas y muy violentos, su ideología era el dinero. Iñaki Domínguez desvela en un libro su historia.
     

MADRID19/05/2023 21:21
HENRIQUE MARIÑO@SOLUCIONSALINA
Fueron perros callejeros con pedigrí. Una banda de pijos malotes que sembraron el terror en el Madrid de principios de los ochenta. Repartían hostias como panes en barrios nobles y obreros, porque en el fondo aquella violencia desatada se enmarcaba en una renovada lucha de clases ante la pérdida de privilegios que imponía la balbuciente democracia. "Yo robo a los pobres para dárselo a los ricos. Soy Hood Robin", vacilaba un niño de papá macarra que acostumbraba a mangar motos en territorio comanche, heredero del Francés, el Judío, Pablo Full, el Italiano, el Garrul y el Comun, los fundadores de la temida Panda del Moco.

Una cuadrilla diabólica incrustada en el imaginario popular, pero de cuya existencia muchos dudaban. "Plantaban cara a cualquiera y les tenían terror. Sin embargo, algunos solo habían escuchado hablar de ellos. La Panda del Moco era como el coco, algo tenebroso", recuerda el filósofo y antropólogo cultural Iñaki Domínguez, quien subraya que se amparaban en la impunidad que les proporcionaban sus padres, personas influyentes y altos mandos de las fuerzas de seguridad del Estado, cuyos contactos suponían una salvaguardia para sus cachorros sin bozal.

Frecuentaban o vivían en el paseo de la Habana, próximo al estadio Santiago Bernabéu, en el distrito de Chamartín. Vestían pantalones Levi's, camisetas Caribbean, cazadoras vaqueras con borreguito, zapatillas New Balance, gafas Vuarnet —luego Ray-Ban— y los cotizados plumas Pedro Gómez, hechos por encargo y con una lista de espera de varios meses. Su coche arquetípico era el Golf GTI y se movían en motos caras por los barrios de Hispanoamérica, Salamanca, Justicia, AZCA y la carretera de A Coruña, donde se hacían fuertes en discotecas como Look, Oh! Madrid, Tartufo o Pacha, con acento en el reservado y tilde en la segunda a.

Clientes en la pista de baile de una discoteca.
Las mafias de los porteros de discoteca: de la Primera Línea de Falange a los temidos Iraníes
¿Cómo les dio a unos adolescentes con pasta por liarse a mamporrazos con rockers, punkis, heavies, fachas, quinquis y todo aquel que osase a sostenerles la mirada? Iñaki Domínguez lo explica en el libro La verdadera historia de la Panda del Moco (Ariel), donde agita su leyenda y entrevista a los protagonistas, testigos y víctimas de la época. Más allá de la historia oral, resulta muy interesante su análisis sociopolítico: los niños pijos, antes inmaduros porque les daban todo hecho, se endurecen ante el temor a perder sus prerrogativas de clase con la llegada de la democracia.

"Muchos eran partidarios del régimen y tienen la conciencia de ser especiales. Cuando llega la transición, temen quedarse sin esos privilegios", reflexiona Domínguez. Digamos que, entre comillas, se preparan para combatir en las calles contra los hijos del proletariado. Por ejemplo, para defenderse en caso de atraco, aunque luego le darán la vuelta a la tortilla, como aquel pijo que robaba motos en el sur de Madrid. En todo caso, no eran de extrema derecha, ni estaban concienciados políticamente. O sea, no eran unos pijos rancios, sino que encarnaron al nuevo pijo, consumista, hedonista y global. Su ideología era el dinero.

Iñaki Domínguez, autor de 'La verdadera historia de la Panda del Moco', y el Francés.
Iñaki Domínguez, autor de 'La verdadera historia de la Panda del Moco', y el Francés, en la actualidad.
Así, abrazaron la cultura yanqui —del fast food al rollo californiano— y bebieron de su cine. También de las películas de Bruce Lee rodadas en Hong Kong, lo que fomentó su afición al full contact, que de día practicaban en el gimnasio de Ramón Gallego y de noche ponían en práctica en las zonas de marcha. A pesar de que se adelantaron cuatro años al estreno del filme, eran como los Cobra Kai de Karate Kid, si bien su querencia por las artes marciales fue compartida por militantes de Fuerza Nueva, Primera Línea de Falange o Guerrilleros de Cristo Rey. Entonces, ¿eran ultras o no? En realidad, no, porque llegaron a robar en tenderetes falangistas y a pegarse con los camisas azules, aunque, como las cabras —muy locas—, tiraban hacia el monte. Mejor que lo explique Iñaki Domínguez.

Letrero de la discoteca Jácara, Antonio Vega, Futre, Jesús Gil y David Bowie.
De templo pijo a Mercadona: Jácara, una discoteca de película protagonizada por Jesús Gil, Futre, David Bowie y Nacha Pop
"Hay una influencia inconsciente de los grupos fascistas, que con plena conciencia van a gimnasios para luego dar hostias a los rojos. Es una mímesis no necesariamente ideológica", explica el antropólogo urbano, quien ya había publicado un tratado sobre la canallesca madrileña, Macarras interseculares (Melusina), al que después dio una perspectiva estatal en Macarras ibéricos (Akal), dos libros imprescindibles para entender la España callejera y salvaje de las últimas décadas, profusamente documentados y con numerosas fuentes directas. La fascinación que le produjo la existencia de una banda de pijos malos lo llevó a indagar en una leyenda que terminó siendo real, plasmada en La verdadera historia de la Panda del Moco.

Entre ellos, había dos judíos. ¿Podríamos decir que eran de derechas, pero desideologizados?
Muchas personas los asociaban a la derecha. Evidentemente, poseían la cultura callejera de los grupos ultras y venían de barrios muy conservadores, como Chamartín. Sin embargo, no tenían ninguna conciencia política, ni les interesaba realmente. Algunos iban a los mítines de Fuerza Nueva para ligar con las chicas, porque decían que las tías estaban más buenas. No eran unos fachas, aunque se escoraban hacia la derecha, claro. Una muestra de que no estaban politizados era que también luchaban contra miembros de Fuerza Nueva o Primera Línea de Falange, quienes les contagian la moda de las artes marciales. Insisto, era una influencia casi inconsciente. En todo caso, no cabe duda de que la ideología está constantemente presente.

Quizás su ideología era el dinero y el consumo desenfrenado.
Eran pijos diferentes. En los setenta, llevaban el pelo engominado echado para atrás, un rollo muy antiguo y local. En los ochenta, a los nuevos pijos les gustan Tom Cruise, Top Gun, el VIPS y las hamburguesas, un rollo más moderno y global. Eran más hedonistas y menos franquistas.

Barón Rojo, una de las bandas de Chapa Discos.
Bandas de melenudos con el sello del Opus Dei
Hacían incursiones en barrios obreros para robar o dar palizas.
Demostraban que eran muy duros y pegones. Les daba igual la clase social del contrincante. Podían enfrentarse con cualquiera, incluidos los rockers, que asustaban a mucha gente, pero los de la Panda del Moco los dominaban. La impunidad de la que gozaban era importante, aunque luego tenían la tendencia propia de hacer gamberro y de pelear. Eran realmente míticos.

Sorprende su edad. Al principio, eran chavales de 15 a 20 años.
Te los imaginas más mayores, pero hablamos de unos niñatos de 17 o 18 años, por eso se convirtieron en una referencia entre los jóvenes de la época. En algunos aspectos, eran unos adolescentes quizás más maduros que los de hoy en día, pero repartían mucho... Con el tiempo, muchos de ellos siguieron en la misma línea y se metieron en asuntos más duros, como sucedió con otras pandillas. Algunos miembros han muerto o se han metido en negocios ilegales.

Portada de libro 'La verdadera historia de la Panda del Moco', de Iñaki Domínguez.
Portada de libro 'La verdadera historia de la Panda del Moco', de Iñaki Domínguez. — Ariel
Robos, drogas y palizas
Su currículo asusta. No solo se peleaban con otras bandas y tribus urbanas —por no hablar de las víctimas incautas e inocentes—, con las que se ensañaban hasta, en ocasiones, reventarles la cabeza contra el bordillo de la acera. También cometían todo tipo de robos y hurtos —en casas, locales y hasta sucursales bancarias—, mangaban coches y los tiraban por barrancos, pasaban drogas y amenazaban a morosos por encargo. En el libro se sugiere que cometieron delitos muy graves, si bien no se mencionan. "Los entrevistados prefieren no hablar de ello porque todavía no han prescrito", justifica Iñaki Domínguez, quien matiza que no era un grupo monolítico.

Fotografía de Jesús Alcaraz tomada en Rock-Ola durante un concierto de Último Resorte. / ARCHIVO JESÚS ALCARAZ
La Prospe, el barrio que propagó la nueva ola
Había un núcleo duro y, entre amigos de amigos, podían sumar entre treinta o cuarenta personas. Tampoco eran todos ricos, caso del Judío, aunque la mayoría eran ovejas descarriadas de buena familia [valga como concepto relativo al poder adquisitivo, no a su bonhomía], malos estudiantes que eran expulsados por mal comportamiento y terminaban en colegios privados donde era más fácil aprobar y confluía lo mejorcito de cada casa. Este es otro factor que explicaría cómo unos niños bien se transforman en unos quinquis de apellido compuesto: pertenecían a familias ricas, pero desestructuradas, con padres separados y una herencia de complejos que alimenta su frustración a medida que crecen.

Es decir, en casa no hay quien imponga un orden, un control y unos valores. El sentimiento de culpa de sus progenitores se canaliza, cómo no, a través del dinero: les dan todo lo que quieren y, sin embargo, cometen robos, porque la ira y el trauma no se curan con billetes. Y, si no estudias ni trabajas, el aburrimiento se aplaca con adrenalina: la violencia por la violencia. En el caso de que pasase algo, siempre estaban papá y mamá: "La impunidad institucional y familiar hizo que algunos chavales no tuviesen límites. Hacían lo que les salía de la polla porque sus padres eran comisarios o amigos de no sé quién. Ahora bien, en los noventa eso daba igual y empezaron a recibir palos de los policías". Pese a que han seguido amparándose en cierta protección gracias a su cuna, el miedo de las clases altas a perder sus privilegios comenzaba a ser una realidad.

Así llega el fin de la Panda del Moco, aunque luego surgirían otros imitadores, menos violentos, que se apropiarían del nombre. En 1983, el Francés y el Judío entran a robar en una casa habitada situada en la lujosa urbanización de La Florida y, años después, son detenidos, juzgados y encarcelados. "El Italiano siguió hasta principios de los noventa, una época en la que todavía proliferaban los pijos canallitas", afirma Domínguez, quien sostiene en el libro que estos fueron el antecedente de los bakalas chungos, que adoptan su vestimenta, al menos las zapatillas New Balance y los plumas Pedro Gómez, cuyos compradores más imberbes, en ocasiones, eran desplumados nada más salir de la tienda.

Ha investigado y escrito sobre un sinfín de bandas, pero ha profundizado en esta…
Yo funciono por mi antena, o sea, por mi intuición. Si la Banda del Moco me fascina, creo que al lector también le va a atraer. Además, el pijo malo es más original que el quinqui. Estoy muy contento con este libro, porque he logrado encarnar y plasmar sobre el papel un mito difuso. Me han llamado varias productoras audiovisuales interesadas en la historia, tan interesante que daría hasta para un videojuego [risas]. En realidad, eso es lo que me gustaría hacer.


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Re: Aquellos "viejos tiempos"
« Respuesta #1202 en: 22 de Mayo de 2023, 08:14:51 am »

El conserje de un colegio que capitaneó la lucha de Villaverde contra la droga


En los primeros 90, la oposición vecinal a los núcleos chabolistas convertidos en supermercados de heroína acabó en ocasiones en auténticas batallas campales
Plaga de heroína en Villaverde Alto: una veintena de nuevos 'narcopisos' incrementa la inseguridad en el barrio
El alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano, recibe a Nicanor Briceño en la plaza de la Villa, en octubre de 1991, en lo más álgido del conflicto vecinal en Villaverde
El alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano, recibe a Nicanor Briceño en la plaza de la Villa, en octubre de 1991, en lo más álgido del conflicto vecinal en Villaverde EFE
SARA MEDIALDEA

Madrid


21/05/2023
Actualizado 22/05/2023 a las 07:09h.



Hubo un tiempo en que el consumo de heroína arrasaba los barrios más populares y desangraba a su juventud. Ante la impotencia y la desesperación de los vecinos, padres y madres de muchos de los enganchados. Pero de la resignación se pasó a la indignación y a la protesta, y en algunas ocasiones éstas acabaron en trifulcas sonadas. Como la que tuvo en vilo al distrito de Villaverde, en una lucha de David contra Goliat encabezada por un líder vecinal, Nicanor Briceño, que pasó de ser conserje de un colegio a capitanear una auténtica revuelta ciudadana ante la falta de soluciones.


Fueron los años 1991 y 1992 los que concentraron más protestas vecinales por este asunto. En Villaverde en concreto, el conflicto vino por la decisión de trasladar a los habitantes del núcleo chabolista gitano de Los Focos, en San Blas, a un nuevo asentamiento que iba a construirse en Villaverde, Los Molinos. Y al que los vecinos se opusieron con todas sus fuerzas: hicieron protestas, plantearon caceroladas en la plaza de la Villa, organizaron varias manifestaciones, cortaron las obras en la zona y tuvieron muchos enfrentamientos con la Policía, algunos de gran violencia.


En medio de la bronca general, se intentaron todo tipo de acuerdos: hasta los patriarcas gitanos se reunieron en la Delegación del Gobierno con el representante vecinal para garantizar que no se instalaría en el nuevo poblado ningún traficante de droga. Pero nadie en Villaverde terminaba de fiarse de las promesas, y la protesta seguía: una gran marcha desde varios barrios afectados por la droga -Villaverde, San Fermín, Vicálvaro, Usera, Entrevías y Vallecas- les reunió en el mes de octubre de 1991.

Autobuses atravesados
Los seguidores de Briceño intentaron cortar la A-IV y la cosa acabó con varios heridos, tanto entre vecinos como entre policías. Hasta un antidisturbios, publicaba ABC, resultó apuñalado por un toxicómano que se topó con la manifestación y las cargas policiales e intentó escapar de allí cuchillo en mano. En noviembre, más de lo mismo: nueva protesta por las calles del barrio, con autobuses atravesados formando barricadas y contenedores de basura arrojados a la vía pública, mientras la Policía cargaba contra los residentes y hasta, denunciaban, rompían los portales para entrar detrás de ellos en las fincas.


«Pasaremos todos, porque esto es un edificio público», dijo Briceño a los antidisturbios que le impedían entrar en la junta de Villaverde

En diciembre de 1991 hubo una manifestación que acabó ante la junta del distrito cuando dentro se celebraba un pleno. Una barrera de antidisturbios hacía de barrera para impedir la entrada de los vecinos, y ante la presión, se ofreció que pasaran los representantes. Briceño, tan combativo como siempre, arengó: «Pasaremos todos, porque esto es un edificio público». Tras varios minutos de patadas, empujones y golpes, entraron por la fuerza e interrumpieron el pleno, donde el representante vecinal tomó la palabra para recordar sus reivindicaciones, mientras las concejales Lola García Hierro (PSOE) y Esperanza Aguirre (PP) se abroncaban mutuamente.

1992 comenzó en Villaverde como acabó el año anterior: con un problema de orden público que había estallado. En febrero miles de personas volvieron a lanzarse a la calle contra el tráfico de drogas: no querían a los vecinos de Los Focos, y exigían desmantelar el poblado de Torregrosa, donde la droga también corría a sus anchas. Llegó marzo y con él la gran protesta, que acabó como el rosario de la aurora. La concentración era numerosa y Nicanor Briceño trató de conseguir permiso para realizar una asamblea en un descampado situado junto al poblado de Torregrosa. Se lo negaron, pero él insistió y, megáfono en mano, movilizó hacia allá a los vecinos.

Balas de goma y piedras
Se inició entonces la carga policial y la situación estalló definitivamente cuando los agentes trataron de detener a Briceño: las pelotas de goma de unos se cruzaban con las piedras que lanzaban los otros. Varios agentes, vecinos y periodistas resultaron heridos. Fue una batalla campal en toda regla.

Briceño fue trasladado a la comisaría de Retiro, y hasta allí se desplazaron centenares de vecinos, concentrados para exigir su liberación. Al día siguiente, el juez ordenó su libertad sin fianza. Seis meses después, le llegó una multa de medio millón de pesetas por desórdenes públicos, lo que llevó de nuevo a los vecinos a la calle en protesta.


Las aguas poco a poco volvieron a su cauce. El alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano, realizó ese noviembre una visita al distrito acompañado por el líder vecinal. Sin prensa, sin fotos; sólo paseando el barrio y empapándose de primera mano de sus problemas.


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Re: Aquellos "viejos tiempos"
« Respuesta #1203 en: 24 de Junio de 2023, 11:45:49 am »
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La Panda del Moco, los pijos que aterrorizaron Madrid


El antropólogo Iñaki Domínguez se adentra en la historia de esta peculiar banda juvenil que quiso adueñarse de la capital en los años 80


Álvaro Soto

Madrid

Domingo, 11 de junio 2023, 20:03



Las bandas callejeras que reinaron en la España de los años 80 crecieron, sobre todo, en los barrios obreros, pero hubo una excepción muy significativa. En Madrid, una banda de pijos hizo de los Vips del barrio de Salamanca su cuartel general y se adueñó de las calles y de las discotecas. Se hacían llamar la Panda del Moco, se movían por discotecas como Pacha, Look y Oh! Madrid y el antropólogo y escritor Iñaki Domínguez cuenta 'La verdadera historia de la Panda del Moco' en un nuevo libro que publica la editorial Ariel.

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Aunque a su alrededor pululaban otros adolescentes, los miembros más destacados de la banda eran tres jóvenes que se conocían por sus apodos: el Francés, el Judío y el Italiano. Los tres pertenecían, de una u otra manera, a familias con una buena situación económica y con contactos entre las altas esferas políticas y de las fuerzas del orden, pero en lugar de seguir el camino convencional que parecía trazado para ellos, se fueron a los límites del sistema.

«Eran temerarios, adictos a la adrenalina», recuerda Domínguez, que ve otros patrones en común entre estos pijos malotes. «Su origen les permitía disfrutar de impunidad. Si se metían en un lío gordo, alguien importante les ayudaba. Pero a la vez, sus familias están desestructuradas y ellos hacen lo que les da la gana. Son como estrellas del rock, tienen más tentaciones y nadie que les frene», cuenta el escritor, que en el libro narra casos asombrosos, como el de jóvenes que robaban la cocaína que consumían sus padres para luego venderla.


«Históricamente, la gente rica y poderoso es la que ha tenido unos modos de vida más desinhibidos y sobre todo, han coqueteado con la droga. Eso es lo que veían en casa los miembros de la Panda del Moco», señala Domínguez, que ha estudiado en profundidad el fenómeno de las bandas juveniles de los años 80 en libros como 'Macarras interseculares' o 'Macarrismo', además de publicar otras obras como 'Sociología del moderneo' o 'Cómo ser feliz a martillazos'.



El Francés.
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El Francés.
Y sobre todo, ha conseguido los testimonios de los protagonistas, gente peligrosa, que en muchos casos sigue metida en líos y a la que no resulta fácil acceder. «Es una cuestión de ganarse su confianza. Algunos quieren hablar y recordar aquellos tiempos», dice Domínguez, que utiliza una peculiar fórmula para introducir a sus entrevistados: «Mi informante dice…».

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'La verdadera historia de la panda del moco' es un retrato exhaustivo y ameno de una época concreta, la España que salía de la dictadura y entraba en la democracia con esperanza y con miedo, un miedo que, principalmente, había calado entre aquellos que se habían beneficiado del franquismo y que ahora temían perder sus privilegios. «El pijo autóctono de los años 60 y 70 era muy autóctono, llevaba el pelo engominado y cosas así. A partir de los 80, cambia, es menos retrógrado y más globalizado, viste pantalones Levi's y cazadoras Pedro Gómez, le gusta U2 y es más moderno», explica Domínguez.

Pero en el fondo, esos pijos de los 80 ven peligrar sus privilegios, y una manera de defenderlos es luchando. «Y para esa lucha se preparan a través de las artes marciales, que se popularizan en esa época en España. Los gimnasios y las discotecas son también su habitat natural», subraya el autor. La Panda del Moco, los predecesores españoles de los Cobra Kai (archienemigos de Daniel LaRusso en Karate Kid), buscaba la violencia, incluso a gran escala: peleas multitudinarias, palizas, tráfico de drogas, robos de bancos.

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Las pandillas urbanas gobernaron las calles durante muchos años. «En los 70, los barrios eran los territorios y las bandas, formadas por los hijos de las personas que emigraron desde Extremadura, Castilla-La Mancha o Andalucía, eran los dueños», recuerda Domínguez. Pero las circunstancias han cambiado tanto que aquellas bandas tan concretas ya no existen por diversas razones que enumera el escritor: «Ahora el suelo de la ciudad es tan caro que en todos los varios hay pijos, no existe la localización de antes; también se han perdido las conexiones vecinales: al que vive en la puerta de al lado no se le dice ni hola, ya no hay parques y las redes sociales son las nuevas drogas; la policía ya se las ha tomado en serio y no es permisiva; y finalmente, los pijos son ahora los modernos, predominan las estéticas globalizadas: la hija de la duquesa de Alba es hipster».

¿Y qué es ahora de los miembros de la Panda del Moco? El Judío se dedicó a trasladar droga desde Latinoamérica a Europa y la policía lo acabó pillando; ahora está en la cárcel; el Francés, con el que Domínguez mantiene un trato mayor, es un propietario de pisos de alquiler. Y el Italiano es un empresario de la noche.

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Re: Aquellos "viejos tiempos"
« Respuesta #1204 en: 26 de Junio de 2023, 07:34:46 am »
La Vallecas de los años 80: "Los yonkis escalaban por las paredes para robar en los pisos"



El padre de Juanma y sus amigos, en Vallecas. Años 60.EM

PREMIUM
IÑAKI DOMÍNGUEZ
@Inakidoming81
Madri
Actualizado Lunes, 26 junio 2023 - 00:37

La zona sur de Madrid ha cambiado exponencialmente en las últimas décadas. Para entender el devenir histórico de algunos de sus barrios, hablaré con Juanma, antiguo vecino de la Villa de Vallecas.




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Re: Aquellos "viejos tiempos"
« Respuesta #1205 en: 03 de Julio de 2023, 07:31:26 am »
La vida en Los Focos, el poblado de la droga: "Un gramo de heroína costaba 27.000 pesetas. Allí había hasta kalashnikovs"


IÑAKI DOMÍNGUEZ
@InakiDoming81
Madrid
Actualizado Lunes, 3 julio 2023 - 01:02

En la ciudad de Madrid ha habido diversos poblados de la droga, guetos en los que comprar y consumir sustancias prohibidas. Entre estos, destacaron los llamados Focos, también conocidos como las prefabricadas.

En la Avenida de Guadalajara, zona de San


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Re: Aquellos "viejos tiempos"
« Respuesta #1206 en: 03 de Julio de 2023, 17:19:44 pm »
La vida en Los Focos, el poblado de la droga: "Un gramo de heroína costaba 27.000 pesetas. Allí había hasta kalashnikovs"


IÑAKI DOMÍNGUEZ
@InakiDoming81
Madrid
Actualizado Lunes, 3 julio 2023 - 01:02

En la ciudad de Madrid ha habido diversos poblados de la droga, guetos en los que comprar y consumir sustancias prohibidas. Entre estos, destacaron los llamados Focos, también conocidos como las prefabricadas.

En la Avenida de Guadalajara, zona de San
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Re: Aquellos "viejos tiempos"
« Respuesta #1207 en: 12 de Julio de 2023, 07:34:01 am »
Adiós para siempre al Barrio sin permiso
En la colonia Lucero, en Latina, existió hasta los años setenta la figura del inquilino titular y el agregado: dos familias compartían 40 metros cuadrados de vivienda



DAVID EXPÓSITO
Pedro Zuazua
PEDRO ZUAZUA
Madrid - 12 JUL 2023 - 05:00 CEST

El 14 de julio de 1955 se esperaba en Madrid una temperatura máxima de 31,5 grados y una mínima de 19,9. Esa semana, los periódicos anunciaban que “por unanimidad en la Cámara norteamericana se pide el ingreso de España en la NATO”. También contaban que Elena de Bustos, “domiciliada en Bocángel, 14″, había sido atendida en la Casa de Socorro de Ventas por las cuchilladas que le asestó Alejandro Gil, “domiciliado en la misma casa”. Que las hermanas Josefa y Rosario García se habían intoxicado por comer pescado en malas condiciones. Que Araceli Bermúdez había sido elegida “Carmen del Comercio 1955″ en la kermesse de Vallecas. Que Antonio Núñez Holgado, de Badajoz, se había proclamado campeón nacional de tractoristas. Que José María de la Blanca Finat y Escrivá de Romaní, conde de Mayalde -por entonces alcalde de Madrid- había entregado, por fin, los premios del concurso de Villancicos.

Ninguna de esas noticias recibió tanto espacio en el papel como la de la demolición de 686 chabolas en el norte de la ciudad. “Se llamaba el Barrio sin permiso. Se situaba más o menos en lo que hoy sería el espacio entre la mezquita de la M30 y la carretera de Barcelona. Allí vivían más de 700 familias”, explica Modesto García (77 años, Orense), ex empleado de banca con “varias reencarnaciones” a sus espaldas, ex presidente de la Asociación de Vecinos del barrio de Lucero y, desde finales de los 80, vecino de la colonia del mismo nombre.



La colonia Lucero se proyectó en 1951 y sus 301 viviendas recibieron a sus primeros habitantes en 1955. Cada vivienda tenía tres habitaciones, una cocina-comedor y aseo. Todo en poco más de 40 metros cuadrados. “Hay varias tipologías”, explica modesto, “están los bloques de tres alturas, que tienen seis viviendas y patio común, y los de dos -seis manzanas que van desde los cinco a los 11 portales- que se dividen en cuatro viviendas con un patio particular -”anejo”, decían las escrituras- de unos 20 metros cuadrados. Hay que tener en cuenta que son casas que se construyeron para gente realojada que venía con sus cosas e incluso con animales”.

Los testimonios de las personas que llegaron desde el Barrio sin permiso, recogidos para una exposición con motivo del 60 aniversario de la colonia, hablan sobre el traslado y la llegada:

“Nos trajeron aquí, a la colonia, a dos o tres familias en cada camión. El día que fueron a por nosotros para traernos aquí había ambulancias y todo. La policía tenía el barrio rodeado. Esa noche no durmió nadie y cuando empezó a venir el día se veía la sombra de la policía a caballo por todo alrededor. Esperaban que hubiera algún problema. A algunos no les dieron vivienda, hubo muchas injusticias”

Hasta principios de los 70 existió la figura del inquilino titular y el inquilino agregado, de tal manera que dos familias debían compartir el espacio. Una familia de siete miembros podía compartir piso con otra de cuatro. A veces, se instalaban cortinas en medio del salón. Llegó a haber tres vigilantes del Ministerio del Interior para controlar las tensiones que surgían de la convivencia. También para prohibir salir a los niños a jugar a la calle. O para instaurar un toque de queda de barrio.

Las casas de la colonia Lucero son viviendas sencillas y homogéneas, con un característico color blanco en las paredes y gris en la base. Algunas viviendas constan de balcón en la segunda altura. Todos los tejados son inclinados y de teja plana. Las cuatro manzanas que acogen las 114 viviendas en el modelo de dos alturas tienen, además, la singularidad de constar de un chaflán semicircular de una planta en las esquinas. Eran locales comerciales de unos 25 metros cuadrados adosados a una vivienda de 40. Acogieron panaderías o peluquerías. Hoy, solo resiste el cartel del Bar Quillo, que desde la pandemia no ha vuelto a abrir.

El terreno está ligeramente inclinado, lo que provoca un leve escalonado en las parcelas. Colchas, sábanas o toallas cuelgan de los tendales asomados a las calles.

En la zona norte, una ladera acoge un jardín del que emergen seis cedros que aún tienen el recuerdo de Filomena en sus ramas. También una sobrepoblación de cotorras. Aquí, en 1955, se instalaron jardineras y árboles para el día de la inauguración. Se las llevaron apenas 24 horas después.

Los patios interiores son una de las señas de identidad de la colonia. “Los vecinos del bajo tienen acceso directo al patio. Los del primer piso deben bajar las escaleras hasta el portal para poder acceder”, explica Alfonso López (66 años, Madrid), que se dedicaba a “la construcción y la farándula como cantante”, y que abre su portal para ayudar al visitante a comprender la distribución de los patios y sus accesos. Un primer tramo de diez escaleras y un segundo de cinco separan las dos alturas.

Valentín del Moral (70 años, Madrid) y su pareja Marta (62 años, Madrid) se conocieron en el barrio. Viven en un bajo y acceden directamente al patio. “Esto es el salón, aquí la habitación de la niña, nuestra habitación aquí, el baño y la cocina que da al patio, en donde el anterior inquilino había construido otra habitación… y cuyo tejado aprovechamos para tender”, explican. Valentín, que fue taxista y sigue siendo músico, lleva una camiseta que reza Pink Freud. Recuerda, junto con Alfonso, colarse en las huertas que rodeaban la colonia, en donde se plantaban trigo, avena o garbanzos y que saliera un capataz a caballo a perseguirlos. Y que los árboles crecían con gran fuerza por el abono que aportaban las vaquerías que había en los alrededores.

A mediados de los 70, tras más de 25 años de alquiler, el Ministerio de Vivienda ofreció las casas en propiedad a los vecinos que quisieran adquirirlas. El precio: en torno a las 25.000 pesetas. Unos 130 euros al cambio.

En la plaza de Remondo, en donde diez pinos rodean a un olivo, se celebró en 1983 el final de las obras pavimentación de las calles de la colonia, que hasta entonces eran de arena. Aquel día, los vecinos aportaron la comida y la bebida. El ayuntamiento puso una banda de música. El entonces alcalde, Tierno Galván, acudió a la inauguración. En una fotografía del acto, aparece Modesto dando un discurso, poco antes de que comenzara el concierto. Al día siguiente, las noticias hablaban de la nueva etapa. El Barrio sin permiso, igual que las calles de arena, pasaba definitivamente a la historia.

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Re: Aquellos "viejos tiempos"
« Respuesta #1208 en: 15 de Julio de 2023, 07:25:57 am »

Cuando los pijos fueron peligrosos: la increíble vida de la Panda del Moco, que atemorizó Madrid en los 80


Un libro recoge las andanzas de una banda de niños adinerados que alcanzó el estatus de leyenda por sus peleas.
15 julio, 2023 02:32
Jaime Susanna  @jaimesusanna

Eran pijos, pero eran peligrosos. Muy peligrosos. Esos términos pueden sonar contrapuestos en la actualidad, pero en los años 80 en Madrid era una realidad. Se hacían llamar la Panda del Moco -no está del todo claro por qué- y fueron una auténtica leyenda en las calles de la capital, donde llegaron a atemorizar por igual a punkis, quinquis o nazis.

Cuando parecía que solo unos pocos grupos tenían el monopolio de la violencia callejera -ya fuera por proceder de un estrato social bajo o por defender ideas políticas radicales-, de repente llegaron un puñado de niños bien con un irrefrenable gusto por repartir tortazos a diestro y siniestro. De repente, los pijos también se volvieron peligrosos.

Esta banda callejera se hizo fuerte a principios de los 80 en Madrid y su vida fue corta, aunque intensa. La historia fue poco a poco cayendo en el olvido hasta que el escritor y periodista Iñaki Domínguez comenzó a indagar en la vida de la Panda del Moco. Ahora, Domínguez publica La verdadera historia de la Panda del Moco, un libro en el que recoge las andanzas de esta anomalía de las tribus urbanas.

La Panda del Moco se fundó a finales de los años 70 en el entorno del distrito de Chamartín, principalmente, del colegio Santa Cristina. "Coincidió que se juntaron varias personas de carácter violento y decidieron empezar a pelearse", explica Domínguez en conversación con Madrid Total, que llegó a esta historia por casualidad, cuando estaba documentando su libro Macarras interseculares.

De ahí salieron el Judío (líder de la banda), el Francés, Pablo Full, el Italiano, el Garru, el Comun, el Nervios.... "Eran ocho o nueve muy conocidos, y luego a partir de ahí se empiezan a juntar un montón de chavales atraídos por ellos". Domínguez ha podido conocer a tres de ellos personalmente. "Me fascinó. Es como la arqueología, que estás buscando algo y no sabes realmente qué es".

"Generalmente, los macarras son de clase obrera, de clase marginal. Siempre he tenido una fascinación por el pijo malo, el pijo delincuente, que tiene una larguísima tradición de siglos. En los 90 había visto esa estela de la Panda del Moco, de pijos malotes, y también veía en la televisión noticias de delincuentes que habían cometido crímenes, pero eran de familias con dinero".

"Entonces, al estar investigando para el libro Macarras interseculares, descubrí a una figura al que llamo Javi Lacoste, que era un pijo malote. Fui tirando del hilo y vi que era de la Panda del Huevo, que fueron sucesores de la Panda del Moco. Fue ahí cuando supe de ellos y me puse a investigar".

Pijos contra fascistas

Hay un episodio que supone un punto de inflexión en la historia de estos pijos malotes. Ocurrió a principios de los 80 -ni el autor sabe fecharlo con exactitud- cuando la Panda del Moco se enfrentó de tú a tú con militantes de Primera Línea, un grupo de extrema derecha perteneciente a La Falange.

Loic Veillard, el Francés, narra en el libro cómo una noche, cenando en un Vips, se les acercaron unos compañeros de colegio, que les dijeron haber tenido problemas con miembros de Primera Línea. Así pues, siete integrantes de la Panda del Moco se plantaron en la discoteca Gaslight, dispuestos a partirse la cara con una veintena de fascistas.

Uno de los compañeros agredidos entró a buscar a los agresores. Cuando salieron, uno de los de Primera Línea mostró una pistola -probablemente falsa-. El Judío hizo lo propio con la suya, que era de verdad. "¿Queréis con pistola o queréis a hostia limpia?", les dijo. Para entonces, varios de los fascistas se habían marchado del lugar. Optaron por lo segundo.

Acto seguido comenzó una pelea a puños tan violenta que tiñó de sangre la acera de Príncipe de Vergara. La corta batalla terminó con una aplastante victoria de los pijos frente a los fascistas.

Un segundo episodio terminó de asentar la leyenda de la Panda del Moco. Sucedió en los alrededores del bar Caravelle, donde se reunían algunas de las bandas de macarras más duras de Vallecas. De nuevo, la Panda del Moco se impuso "a hostia limpia".

Desde entonces, la fama de la Panda del Moco se disparó. "Esa pelea les hizo muy famosos. Rompió esquemas", asegura Domínguez. Muchos se intentaron adherir a ellos, muchos otros aseguraron haberles visto en acción sin que así fuera. La mitificación de este grupo llegó como una forma de reivindicar que los pijos no solo eran víctimas de los macarras, sino que también podían ser verdugos.

"Realmente no perseguían nada, porque ya lo tenían todo. Era por la adrenalina. La búsqueda del caos y del riesgo", explica Domínguez. "He hablado con macarras, como atracadores de San Blas, que les conocían y decían que la Panda del Moco era intocable entonces. Se defendían muy bien y estaban bien arropados. Eran intocables por su propia reputación".

"Eran realmente peligrosos. Uno de ellos acaba de ser acusado de tráfico de drogas. Al Judío le han cogido con 388 kilos de cocaína. Es una persona que no va de broma. Luego el Francés no es lo mismo, pero está relacionado con delincuentes y personas corruptas que aparecen en los documentales de Equipo de investigación. Luego hay otros que han desarrollado una vida normal".

"Cuando eran chavales, pues eran más peligrosos aún. Si hacen eso en la actualidad, imagínate cuando eran más violentos y más brutos. Se pegaban con cualquiera que fuera temido. Su idea era que, por muy pijos que fueran, iban a plantar cara a cualquiera". La Panda del Moco nunca llegó a matar, al menos, que se sepa.

Prisión e indulto

El principio del fin de la Panda del Moco llegó en el verano de 1983. "Se metieron en una casa y robaron 14 millones de pesetas de la época. Fue un amigo el que les dijo de robar en esa casa, lo que se llama un santo [un infiltrado en el lugar del golpe]. El Judío y el Francés cometieron el robo, pero al final el chaval se chivó y fueron condenados a varios años de cárcel".

El Francés acabó en la cárcel de Carabanchel y asegura que se escapó en una revisión médica. Pero fue indultado en 1995, según figura en el BOE. Para ese indulto ayudó una acción que protagonizó en Marbella, unos años antes, en 1984.

El 23 de agosto de ese año, tal y como está recogido en la hemeroteca, Veillard salvó a dos niños y a una madre de morir ahogados. Eso contribuyó a que el ministro Juan Alberto Belloch, de Justicia e Interior con Felipe González, le otorgara el indulto y recibió una medalla de plata de parte de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos. “Tenía influencia y tenía contactos a través de su padre”, señala Domínguez.

Posteriormente, el Francés sirvió como mano en la sombra de Vox, al ayudar a acabar -con métodos cuestionables- con la concejal de Galapagar Cristina Gómez y el diputado extremeño Juan Antonio Morales. Su relación con el partido de extrema derecha viene a través de Víctor Sánchez del Real, exdiputado y cofundador del partido. El político siempre negó la relación entre ambos, pero varias fotografías certificaron que se conocían.

La Panda del Moco, por su parte, creó escuela, y en los años 90 había varios grupos de pijos malotes que intentaron emularles, sin llegar a adquirir su popularidad. "Estaban la Panda del Huevo, la Panda del Chicle, los Marlboro, los Tigres de Jácara, los Mantecos…", enumera Domínguez. De los miembros fundadores, "uno está preso ahora. Pero casi todos acabaron bien".

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Re: Aquellos "viejos tiempos"
« Respuesta #1209 en: 12 de Agosto de 2023, 08:38:24 am »

¿Cuándo nació la Guardia Urbana en Barcelona?


La capital catalana sintió la necesidad de disponer de un cuerpo organizado de vigilancia que velara por el cumplimiento de las ordenanzas
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METRÓPOLI
11/08/2023 09:51H
ARCHIVADO EN:
Guardia Urbana
Durante más de 175 años, la Guardia Urbana de Barcelona ha evolucionado con la ciudad. Barcelona siempre ha presentado características muy distintas a las de el resto de ciudades de Catalunya. La condición de capitalidad, el crecimiento demográfico y el puerto eran las más destacadas. Sin embargo, y cómo en muchas ciudades catalanas, durante muchos años no había otro cuerpo policial que el ejército. No es hasta el siglo XVI cuando aparecen en Barcelona los antecedentes modernos de la policía urbana y de seguridad.


ANTECEDENTES
En 1573 Barcelona tenía funcionarios especializados que vigilaban para que se cumplieran de las normas de la policía urbana: los Obreros, el Mostassa (persona encargada oficialmente del control de los pesos y medidas y de la buena calidad de los alimentos) y el Administrador. La experiencia de Barcelona se extendió a otras poblaciones importantes catalanas. En cuanto a la policía de seguridad, en 1579 el Consejo de la ciudad de Barcelona aprobaba una propuesta de la Audiencia de dividir la ciudad en distritos, y éstos en barrios, para asegurar la tranquilidad de los ciudadanos. Con el tiempo, la configuración predominantemente rural de Catalunya en siglo XVIII hizo de las Escuadras de Catalunya la fuerza de policía adecuada a las necesidades de orden público de ese siglo.

En la primera etapa de la dominación francesa (1812-1814) se creó una Junta de policía de Barcelona del que fue responsable Ramon Casanovas. Esta junta reproducía el sistema policial del modelo francés y tenía como objetivo principal evitar altercados contra los invasores. Napoleón dividió a Catalunya en cuatro departamentos, estableció el Régimen Civil Francés y la administración común, al tiempo que reorganizó la policía del Principado de acuerdo con su modelo.


En 1840 la ciudad de Barcelona sintió la necesidad de disponer de un cuerpo organizado de vigilancia que velara por el cumplimiento de las ordenanzas. El vecindario no cuidaba la higiene y esto provocaba graves problemas en una urbe tan poblada y encorsetada dentro de las murallas. Sin embargo, la Constitución de 1812 no recogía la organización de ningún cuerpo en el ámbito local. El panorama policial mostraba cuerpos comarcales o regionales que eran la prolongación del ejército. Es en estos momentos que el Ayuntamiento, por acuerdo de 8 de abril de 1840, nombró al capitán retirado del ejército, Mateo Brun, comandante de una guardia municipal, una fuerza policial que aglutinara todos los cuerpos dispersos.

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PRIMERA GUARDIA MUNICIPAL
Así, el 21 de julio de 1841 el concejal Manuel Torrents propuso al Ayuntamiento la organización de una fuerza disponible en todo momento que agrupara los distintos cuerpos diseminados que dependían de la Casa Municipal. Esta fuerza reuniría a los serenos, los guardapaseos, los faroleros, los trabajadores de brigada, los maceros y los guardianes de los depósitos de aceite para las farolas. Para hacer su trabajo peculiar, estos hombres iban uniformados y algunos armados. De los datos recogidos se deduce que hasta el 1843 esta guardia no pasó de un largo período de organización y, por tanto, Mateo Brun no ejerció su función. La Guardia Municipal se creó el 26 de noviembre de 1843 bajo el mandato de José Bertran Ros y con el nombramiento de José Planellas Simón como comandante.


Guardia Urbana de Barcelona en 1907 / AJ. BCN
Guardia Urbana de Barcelona en 1907 / AJ. BCN
Años más tarde, en 1906, el cuerpo de la Guardia Municipal estaba totalmente desorganizado y en plena decadencia. De los 850 componentes de la plantilla, eran muy pocos los que hacían servicio en la vía pública. Las disposiciones legales anticuadas, pero vigentes, impedían a los ayuntamientos jubilar a las fuerzas armadas (la Guardia Municipal tenía carácter militar) y el alcalde no quería decretar el cese de los componentes que no estaban en condiciones de prestar servicio por razones de humanidad. Este hecho impedía la renovación de la Guardia y era la causa principal de su desorganización y el primer motivo de su decadencia. Finalmente, de los 850 municipales se desarmaron 200, lo que les ponía en condiciones de derecho pasivo. Además, dejaban de depender del alcalde y pasaban a ser funcionarios municipales con todos los derechos que el Ayuntamiento les tenía reservados. Con esta medida se logró la renovación del personal de la Guardia Municipal.

PROBLEMAS DE TRÁFICO
Esta transformación no gustó a la autoridad gubernativa. El desarme de los guardias privaba al gobernador civil, de acuerdo con el alcalde, de utilizar un contingente armado en momentos críticos de alteración del orden público. Por otro lado, con el derribo de la muralla y el crecimiento constante de la ciudad se produjo un aumento significativo de la circulación de vehículos. El alcalde Domingo J Sanllehy detectó el problema del tráfico en 1907 y por tratar de solucionarlo creó el cuerpo de la Guardia Urbana.


Guardia Urbana de Barcelona del siglo XX / AJ. BCN
Guardia Urbana de Barcelona del siglo XX / AJ. BCN
La Guardia Urbana empezó a prestar servicio con una dotación de 25 guardias el día 8 de diciembre de 1907 y su aparición fue recibida con fuertes aplausos. El primer cupo organizado del cuerpo de la Guardia Urbana se constituyó con 196 guardias, un jefe, dos oficiales y dos auxiliares.

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Re: Aquellos "viejos tiempos"
« Respuesta #1210 en: 13 de Agosto de 2023, 08:39:36 am »


La Panda del Moco: las ovejas negras de clase alta que aterrorizaron Madrid


El antropólogo Iñaki Domínguez desvela otro mito urbano clave en la genealogía del macarrismo español
francesLoic Veillard, el Francés, uno de los líderes de la Panda del Moco.
Galo Abrain
Galo Abrain

Publicado: 13/08/2023 04:45

Actualizado: 13/08/2023 06:57

0comentarios
Hay quien lo llama el Homero de lo canalla. Me llegan advertencias, días antes de encontrarme con él, de contactarlo mejor en las horas de la mañana, no fuese a encontrarlo en las de la tarde ebrio; no sé sabe muy bien de qué. A Iñaki Domínguez me lo pintan como discípulo de aquellos versos de Baudelaire en los que el maldito rezaba a favor de la embriaguez. De la ebriedad por bandera, bien fuera con vino, poesía o virtud. Cuando lo llamo para ponerme en contacto con él (prescinde de dictaduras de la comunicación como el WhatsApp), su voz es recia y hasta taleguera. No así sus palabras, que aparcan con ternura una reunión en su barrio, cerca de la parada de Antonio Machado, en Madrid, para discutir sobre su última investigación La verdadera historia de la panda del moco: Los pijos malos que aterrorizaron Madrid. Hora de la cita, también mañanera. Casi mejor. Si él es Baudelaire, yo tampoco me quedo corto a lo Rimbaud.

Con sus patillas toreras atraviesa la puerta de la cafetería donde le doy el punto de encuentro. Sonriente, con gesto espídico, me da la mano con efusividad y determinación. Esta manita, pienso, ha tenido que enfrentarse al juicio de muchos tipos duros y peligrosos, normal que la avance con la fuerza de quien no puede permitirse una primera impresión blandengue. Cuando le pregunto ¿qué tal? Va al grano. “El libro está funcionando bien aunque esperaba más atención de primeras, la verdad. La historia me parece muy jugosa como para que no haya habido más movimiento mediático. Pero bueno…”. Le intervengo cortésmente, confesándole que le preguntaba en general, así, en su vida más allá de lo literario. Iñaki se ríe.


En vista del acelerón, le propongo pues abrir la puerta grande a las preguntas, y comienzo igual que he empezado esta pieza, preguntando a Iñaki por qué alguien como Julio Tovar habla de él como “El Homero de lo canalla” (refiriéndose al poeta griego y no al Homer Simpson latino, no se me confundan). “Homero fue quien, a través de sus poemas épicos como la Ilíada y la Odisea, transmitió un estilo de vida, una serie de leyendas y tradiciones que antes de él tenían sólo un origen oral. Homero las escribió y permitió que su transmisión llegara hasta nuestros días. Supongo que Julio se refiere a eso. ¡No a que yo sea como Homero! No fastidies. Si no a que es desde una investigación de mitos urbanos orales desde donde yo extraigo la mayoría de la información para mis libros”.

Porque, efectivamente, Iñaki destaca por haber hecho una genealogía del macarreo español tan extensa como amena desde Macarras intersecualres: Una historia de Madrid a través de sus mitos callejeros, hasta el bum que dio con Macarras ibéricos: Una historia de España a través de sus leyendas callejeras. “La verdad es que no fue premeditado. Yo me puse con Macarras interseculares por encargo y estaba claro que había para mucho más. Tanto, que después salió mi trilogía macarra. Durante el tardo franquismo, la industria pujante que reina en las grandes ciudades hace que los hijos de quienes provienen del éxodo rural acaben en el macarrismo, dando así paso a muchas historias que son leyendas urbanas emocionantes”. No obstante, le digo a Iñaki, no es de macarras barriobajeros de quienes habla en su nuevo libro.

Iñaki se rasca el mentón y le zumba un trago a la Coca-Cola que le acaban de traer. Hay cierta duda, que imagino tiene más que ver con que, si bien los protagonistas de La verdadera historia de la Panda del Moco de obreros tenían lo que él de princesa, sí iban por ahí haciendo macarradas. Una vez acaba de atusarse la patillaza, vuelve a arrancarse en sus declaraciones aceleradas y directas. “No, claro. La Panda del Moco no tiene nada de barriobajera. De hecho, en su inmensa mayoría, todos provienen de hogares acomodados que vieron como la caída del franquismo disminuyó sus privilegios. No obligatoriamente económico, pero sí que experimentaron una reducción de la inviolabilidad que habían disfrutado durante los tiempos de Franco. Sin que eso quiera decir que estuvieran politizados. De hecho, no eran nazis, sino más bien una panda de chavales a los que les gustaba la camorra, pero que luego contaban con el respaldo del dinero paterno y los contactos”.

La Panda del Moco
La Panda del Moco es algo que ya había escuchado de boca de mis padres, quizás refiriéndose a cuando mis amigos y yo nos metíamos en alguna bulla. Pero, desde luego, nunca le puse realmente genio y figura a los malandrines. “La Panda del Moco es un grupo de pijos malotes que sonó durante mis investigaciones de Macarras Interseculares y a los que dediqué un apartado que gustó mucho. Entonces me decidí por algo más monográfico sobre ellos. Principalmente a través del contacto con uno de sus líderes llamado el Francés”.


No deja de resultar singular la fórmula de investigación de Iñaki quien, navegando por territorios de difícil documentación, por no decir nula, tiene que lograr el contacto directo con protagonistas o testigos de aquellas viejas macarradas. Eso lo convierte, más que en un antropólogo de biblioteca, en un arqueólogo del mito oral. Cuando le pregunto sobre las técnicas de obtención de información, Iñaki me aclara que principalmente dos: “La calle y los foros de internet. Luego, una vez hecho el primer contacto, vas hilvanando. Por ejemplo, al Francés pude contactarlo a través de un foro de internet. Una noche decidí dejar preguntas sobre la Panda del Moco en varios foros, como anzuelos, a ver si picaba algo. No tenía muchas expectativas pero, al cabo de dos semanas, me respondió un hombre que resultó ser el Francés. Nada menos que uno de los cabecillas de La Panda con el Judío, el Italiano o Pablo Full. Establecí contacto y hasta, casi te podría decir, cierta amistad”.

Cuesta creer, no obstante, que existiendo en los años ochenta de Madrid grupos como los navajeros vallecanos, los rockers, los mods, los powers y otros tantos que venían de hogares desestructurados, zonas precarias donde había mucha violencia o de idiosincrasias culturales radicadas en los tirones y los pinchazos al hígado como leitmotiv cotidiano, llegasen una peña afincada en Chamartín, sobre todo en Paseo de la Habana, e infundiesen terror. Casi hasta el punto de moldear una leyenda épica sobre su valentía, como berserker-niños-bien del asfalto madrileño. “Eran las ovejas negras de sus familias. Compartían códigos que tenían que ver con el poder adquisitivo de sus padres y las zonas donde se movían más que con otra cosa. Aunque no todos eran clase bien. Lo que pasa es que hacían full contact y eran cachorros muy comprometidos y valientes. Digamos que no le tenían miedo a nada, y eso acabó por crearles una fama, al parecer, bien merecida”.

Las peleas solían ser a puño y patada. Se pegaban pero no se mataban
Al oír a Iñaki hablar de peleas, me surge la inquietud que emana de todo aquel que ha compartido mamporros con otros gallos: ¿Y las navajas? ¿Y los bates o las porras? “Las peleas solían ser a puño y patada. Hablamos de gente muy joven, muchos de ellos ni eran mayores de edad. Se pegaban pero no se mataban”. Iñaki parece contar esto desde cierta ternura. Imagino que como muchos investigadores, al empapuzarse del motivo de su investigación ha terminado intoxicado por el carisma de la historia y la redención de sus protagonistas. Además, no veo al Homero de lo canalla demasiado mascachapas-rompecrismas. Más bien el típico apañado que se lleva a deseo con la plana mayor de los satélites y demás bellacos, sin necesidad de soltar piñatas.

A modo de conclusión, le pregunto a Iñaki, lo primero, si considera que el pijerío actual está más mimado que ese viejo pijerío macarra. En segundo, ¿de dónde surgió el nombre? “Lo del nombre no está claro pero parece ser que, o bien sale de un policía que los llamo así o, otra, es que en el buzón del Vips de Paseo de la Habana echaron papelitos con posibles nombres y hubo quien sacó la palabra ‘moco’. Y, en cuanto a lo primero, creo que La Panda del Moco eran un grupo de chavales que se sentían sin retos, ni propósitos, pero también sin necesidades que ya cubrían sus padres. Eso los asilvestró. Hoy podría haber cosas parecidas, pero hablamos de una España menos globalizada, donde todo estaba por descubrir y estos pijos eran de los de antes, no el hipsterio actual, aunque ya empezaran a consumir los primeros coletazos de la apertura posfranquista. Es decir, a nivel de violencia, supongo que podría darse, pero en todo lo demás es imposible. Forman parte de los macarras del pasado”.

“El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”, que dijo Gramsci. Muerto el franquismo, pero nonata del todo la democracia, La Panda del Moco surgió entre las dos tierras de un país que tenía que encontrar su lugar y a sí mismo, e Iñaki Domínguez la ha sacado del mito para hacerla historia.

Por último, “Iñaki, ¿habrá película?”. Sonríe y mira al vacío. “Algo se ha hablado ya…”



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Re: Aquellos "viejos tiempos"
« Respuesta #1211 en: 26 de Agosto de 2023, 19:20:42 pm »
SILLÓN OREJERO

'Madrid 1983', cuando las cárceles eran como campos de concentración

Álvaro González

Las cárceles madrileñas cuadruplicaban su capacidad a principios de los 80. Un noventa por ciento de los presos eran preventivos, el sistema era perverso, pasaban así años en espera de juicio. Muchos se automutilaban y herían desesperados por salir. La reforma Ledesma vino a poner fin a esa intolerable situación, pero la salida masiva de tantos presos llevó la oleada de atracos, ya incrementada por el paro y la heroína, a cotas nunca vistas

20/06/2022 -
VALÈNCIA.

 Hablábamos hace unos años de un excelente documental que reunía los vídeos grabados por los internos de la cárcel de Carabanchel entre 1985 y 1987, destinados a emitirse por un canal interno del centro que se llamó Tele Prisión. Eran unas imágenes muy sorprendentes, sobre todo por las de archivo que retrataban la vida ahí dentro tal cual era. Un infierno dantesco, nada que envidiar al Expreso de Medianoche de Alan Parker. Era complicado imaginarse que eso haya podido existir en España en una época tan contemporánea. Las escenas que también describía recientemente en sus investigaciones Juan Carlos Usó de decenas de presos compartiendo una sola jeringuilla ya eran espeluznantes.

Para entender todo este contexto, Libros del KO ha publicado Madrid, 1983, una crónica periodística histórica que toma como referencia el año de inflexión. El momento en el que iba a empezar la transformación del Estado en uno homologable a Europa con los criterios de la CEE, pero una época en la que todos los fantasmas del pasado seguían presentes en el día a día. Sobre todo tras los estragos que causó en la sociedad española la crisis del petróleo y la epidemia de heroína.

La obra, del periodista Arturo Lezcano, tiene un enfoque poliédrico. Penetra en la vida de la ciudad desde los barrios de absorción a las dependencias municipales donde Tierno Galván trataba de insuflar un nuevo espíritu a una ciudad castigada por la represión. En la dictadura, las fiestas populares no se celebraban, la policía era más activa que en ninguna otra parte y, por existir una amenaza contra la vida normal, la capital estaba rodeada de cuarteles militares con carros de combate preparados para lanzarse sobre ella. Aunque, curiosamente, ese episodio, en los 80, solo se materializó en València.

El crimen, la policía corrupta, la ultraderecha, los mercenarios del GAL, los toxicómanos etc... todo lo que salió a flote en aquella época no me sorprende tanto como las cárceles. Explica Lezcano que más del noventa por ciento de los reclusos eran preventivos y estaban encerrados en espera de juicio. En la actualidad, en esa situación están un quince por ciento. Los testimonios que reúne le cuentan que la gente estaba desesperada, se hacía cortes en los brazos, se rajaban la tripa, se comían tenedores o muelles de las camas. "Cualquier barbaridad para acabar con aquella espera"

El síndrome de abstinencia campaba por sus respetos. Unos estaban destrozados por el mono, otros por la paliza que les acababan de dar en la comisaría o la Dirección General de Seguridad. Para pasar los estragos de la adicción, una de las técnicas desesperadas, era masturbarse. Los testigos que ha entrevistado Lezcano le cuenta que muchos lo hacían contra las paredes desesperados. Como se ha dicho, no había jeringas, así que a muchos no les quedaba más remedio que inventarse una con un bolígrafo, con eso se pinchaban la vena. Lo normal era meterse heroína mucho más cara, pero mucho más adulterada. Las sobredosis eran constantes.

Los políticos, ya fuesen de ETA o de las ultraderechas, estaban todos en una misma galería. El resto, hacinados. En las celdas, pensadas originalmente para cuatro internos, llegaba a haber doce personas. Algunos tenían que dormir acurrucados en la taza del váter. Había chinches, cucarachas, ratas... Y lo peor, una situación de peligro permanente, por cualquier tontería te podían coser a puñaladas. Si la cárcel de Carabanchel estaba pensada para 500 internos, llegó a haber en esa época más de 2000. En aislamiento, las temperaturas eran extremas, había insectos por todas partes y una humedad asfixiante. En la quinta y séptima galería, se prostituían las transexuales, pero como no se les facilitaba su medicación hormonal, se iban masculinizando de nuevo paulatinamente.

La cuestión era, como también explica el ensayo, que en los años 70, los barrios de aluvión de Madrid se enfrentaron a cifras como 200.000 parados por una población activa de 1.300.000. Había 35.000 chabolas y un censo de heroinómanos, según las cifras municipales de entre 10.000 y 20.000. La delincuencia llegó a tal punto que se habló del salvaje oeste. Los ciudadanos exigían al delegado del Gobierno que se actuase, tribunales especiales y más mano dura. Las asociaciones de comerciantes reclamaban poder llevar armas. La policía estaba totalmente desmoralizada. En joyerías, se habían cometido 818 atracos en un mismo año, tres al día. Hasta Juan Baranco, teniente de alcalde, fue atracado a punta de navaja y estilete en la calle Libertad después de una cena.


Cuando llegó el PSOE, se puso en marcha la reforma Ledesma. La idea era democratizar la Justicia. De la noche a la mañana, todos esos presos preventivos salieron a la calle. Eso tuvo un coste enorme porque disparó la criminalidad. La ola de atracos alcanzó cotas nunca vistas, así como los malos tratos y las muertes de delincuentes a manos de la policía. La Justicia de entonces funcionaba por "astillas", sobornos a los funcionarios y oficiales del juzgado. A Ledesma le decían que era imposible tocar eso, que si lo hacía la Justicia dejaría de funcionar, que necesitaba ese "aceite". Lo cierto es que la práctica fue erradicada, pero la situación de la calle se abordó por la vía del endurecimiento del Código Penal. Fue otro de tantos de los llamados desencantos con la democracia.


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Re: Aquellos "viejos tiempos"
« Respuesta #1212 en: 27 de Agosto de 2023, 01:46:44 am »
El PSOE poniendo delincuentes en las calles. No importa cuando lo leas

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Re: Aquellos "viejos tiempos"
« Respuesta #1213 en: 27 de Agosto de 2023, 09:15:05 am »


“'Nani', canta, ¿dónde está el oro?” Polis, cantad, ¿dónde está 'El Nani'?


Hace 40 años se estableció una sociedad entre policías y delincuentes en la que unos se llevaron el oro y otros, el plomo: uno de estos fue Santiago Corella, el primer desaparecido de la joven democracia


Actualizado el 27/08/2023 05:30h

El próximo 12 de noviembre se cumplen 40 años de la desaparición de un joven delincuente de poca monta, Santiago Corella, alias 'El Nani'. Sus restos siguen sin aparecer, pero su asesinato comenzó a desvelar la existencia de lo que la prensa denominó “mafia policial”, una lucrativa sociedad entre un buen número de policías corruptos, 'caballeros de industria', y delincuentes inexpertos, en la que los primeros planeaban atracos, los segundos los perpetraban y el botín se repartía como malos hermanos: la parte del león, para mí, que soy la ley, y las sobras para vosotros, que sois 'chorizos'.


Los culpables indirectos de este estado de cosas fueron la ley antiterrorista y la crisis económica de 1980. La primera dotó a los agentes de seguridad del Estado de poderes cercanos a la impunidad y la segunda condujo a una generación de jóvenes marginados al paro, la heroína y la delincuencia. La Diputación Permanente del Congreso tras aprobarse la Constitución, dominada por las derechas, propuso en 1979 una ley sobre seguridad ciudadana, conocida como ley antiterrorista, a la que se opusieron PSOE, PCE y las minorías catalana y vasca, pero el primer gobierno constitucional, presidido por Adolfo Suárez y con el general Antonio Ibáñez Freire como ministro del Interior, la proclamó como decreto-ley, siendo aprobada por mayoría de un solo voto.

La ley establecía preceptos claramente contradictorios con los constitucionales recién aprobados: apología del terrorismo, detención gubernativa durante siete días e incomunicación del detenido sin autorización judicial y cierre de medios de comunicación. Pero más culpables, los aplicantes de la ley del primer gobierno del PSOE, presidido por Felipe González y con José Barrionuevo en Interior, que permitieron que la Policía aplicara la ley antiterrorista no sólo a las bandas armadas, causa de la ley, como ETA, et al. –pues seguían asesinando: 1979, con 163 asesinados y 1980, con 101, fueron los más sangrientos de la ratería etarra; a los que hay que añadir los 37 del Grapo, los 26 de los grupos fascistas y los 2 de otros: un bienio negro–, sino también a todo tipo de 'bandas' que considerara la policía, debidamente autorizados de oficio y desidia por las máximas autoridades de Interior.

El Tribunal Constitucional tardó nada menos que 8 años en declarar inconstitucionales las citadas barbaridades de la ley. Llama la atención que en el caso de la apodada 'ley de la patada en la puerta' del ministro socialista José Luis Corcuera, que pretendía seguir la estela anticonstitucional de la ley antiterrorista, promulgada en 1992 como ley Orgánica, el Alto Tribunal tardara menos de dos años en echarla abajo...

El segundo “culpable” social fue la crisis de 1980, que venía incubándose y bandeándose en España desde la crisis del petróleo de 1973. Las radicales decisiones económicas del primer gobierno socialista, con el desmantelamiento de amplias áreas que ya no eran productivas y sus secuelas de paro, condujeron a una generación de jóvenes, pobres y sin futuro, a la marginalidad y la toxicomanía: fueron los años negros de la heroína por cuyas dosis los adictos no dudaban en delinquir, desde los populares robos de radiocasetes de los automóviles al asalto personal callejero, el atraco a establecimientos y, en ocasiones, el asesinato. Y en muchas más, a dejarse la propia vida en el empeño. Además, el gobierno de Felipe González se vio obligado a liberar a unos 9.000 presos que llevaban más de cuatro años en espera de juicio, lo que incrementó la ola de atracos.

No encuentro datos precisos sobre criminalidad en España en aquellos años de la brasa –no se dispone de ellos antes de 1980 y sólo hay series homogéneas desde 1987, cuando se implementó el Programa Estadístico de Seguridad–, aunque seguramente las drogas contribuyeron a incrementarla, pero recuerdo perfectamente las portadas alarmistas de los periódicos de la derecha: ABC, por ejemplo, tenía subsecciones tituladas 'El atraco de ayer' y 'El atraco del día'. La presión sobre el Gobierno era grande, magnificada mediáticamente –ayer, igual que hoy– la presión del Gobierno sobre Interior, terminante. El mandato de Interior sobre los mandos políticos policiales, ineludible, y el apremio de los mandos políticos policiales sobre los mandos policiales, indiscutible: las calles, limpias, al precio que fuera.

Pero los culpables directos fueron, sin duda, una treintena de policías sin escrúpulos de las Brigadas Antiatracos de Madrid, Santander y Bilbao, que aprovecharon ese idóneo caldo de cultivo para organizarse y recorrer el mismo camino que eso que llamamos ‘la vida’ había obligado a escoger a 'El Nani' y a los que eran como él: el de la delincuencia.

'El Nani', fruto de una época y una sociedad
Procedente de una familia desestructurada, Santiago Corella (Auñón, Guadalajara, 1954 -Madrid, 1983) creció en la marginación y la necesidad; abandonados por el padre, comenzó a trabajar a los 10 años para mantener a su madre y a sus seis hermanos; se casó con su novia de toda la vida, Soledad Montero, siendo aún menores de edad, y enseguida tuvieron dos hijos. De 'niño yuntero' vendedor de patatas y, más tarde, pollos, fue pulidor en una joyería y, finalmente, creyó haber encontrado un futuro sólido en una empresa de construcciones metálicas, pero cuando la crisis la cerró, la desesperación del paro, el fracaso del 'pub' que montó con su mujer y las necesidades familiares lo encauzaron definitivamente hacia la delincuencia. La Brigada Regional de la Policía Judicial de Madrid comenzó a conocerlo tras un atraco en solitario a un supermercado, en cuya huida atropelló al inspector que lo tiroteaba, Victoriano Gutiérrez Lobo, que, en breve, será una de sus némesis, uno de sus presuntos asesinos, uno de los autores indubitables de su 'desaparición'.

Cuando, al cabo de dos años, sale de la cárcel, los policías corruptos lo captan para los grupos de delincuentes con los que trabajan: planean golpes que estos perpetran con armas proporcionadas por los 'maderos' y se reparten desigualmente la mayor parte del botín (la parte menor la consignan como “recuperada”); de vez en cuando, algún delincuente cae bajo las balas policiales: desgraciados 'gajes del oficio', lamentables 'caídos en cumplimiento del deber'.

Entre unos y otros, policías y ladrones, hay un intermediario, el joyero santanderino Francisco Venero, perista al que entregaban lo robado, fundía el oro en lingotes y repartía los beneficios según lo acordado: la mayoría para la mafia policial, un buen bocado para él y apenas un 'sueldo' para los autores. También señalaba objetivos a los delincuentes y los proveía de armas y detalles precisos para los atracos.

En uno de estos, a una joyería de Benafarces, Valladolid, 'El Nani' y dos compinches, Javier Sánchez Rico y el jefe de la pequeña banda, Ezequiel Gutiérrez Echevarría, se hicieron con un botín de 48 kilos de oro. Sólo dieron 8 kilos a Venero y el resto lo enterraron en las cercanías del pueblo. Alertados por Venero, la Brigada Antiatracos aprovechó el atraco con asesinato a la joyería madrileña Payber, en 1983, para detener y acusar a Corella, aunque la mafia sabía que había rechazado ese 'encargo' de Venero, tanto porque, dijo su familia, se planteaba rehacer su vida como, lo más probable, porque no encontró cómplices para ejecutarlo. Los policías buscaron el oro con excavadoras y sin éxito y se cree, no se ha establecido, que en el breve periodo que 'El Nani' estuvo en la cárcel –pues se descubrió a los verdaderos autores del atraco y asesinato del dueño de la joyería madrileña–, Gutiérrez Echevarría aprovechó para desenterrar el oro de Valladolid y borrarse del mapa.

Venero, para satisfacer el ansia de riqueza de los comisarios Francisco Javier Fernández Álvarez, de Madrid, Antonio Caro, de Santander, y Miguel Ángel Bercianos, de Bilbao, y su tropa, simuló un autoatraco, con objeto de acusar a 'El Nani', de quien querían obtener el paradero del oro desaparecido. El 12 de noviembre de 1983, el jefe del grupo III de la Brigada Antiatracos, Victoriano Gutiérrez Lobo, aquel policía que Corella atropelló cuando huía del supermercado que atracó, entró con otros secuaces con placa en el piso donde estaba 'El Nani' y se lo llevaron, junto a su mujer y tres hermanas, a la Puerta del Sol, donde se ubicaba la Dirección General de Seguridad desde el franquismo, hoy sede de la Presidencia de la C.A. de Madrid. Ese mismo día, también detuvieron a Ángel Manzano, compañero carcelario y colega de andanzas de 'El Nani', y a su esposa, Concepción Martín. A ambos matrimonios les aplicaron la ley Antiterrorista... Durante horas, los familiares, humillados y maltratados –a Soledad la desnudaron y toquetearon y a Concepción, embarazada, la amenazaron con torturarla hasta que abortara–, fueron testigos auditivos de la cantinela a gritos de los policías: “Nani, canta, ¿dónde está el oro?”, sus aullidos de dolor desgarradores mezclados con música atronadora y, finalmente, sus ayes desfallecidos. Tras ser sometidos a torturas durante horas, 'El Nani' fue asesinado a golpes y a Manzano lo reventaron y tuvieron que trasladarlo al hospital Provincial de Madrid, donde fue operado de una costilla rota y una hemorragia abdominal masiva.

Justicia incompleta
En el magnífico documental 'Pacto de silencio', de Ángela Gallardo y César Vallejo de RTVE, con la filmación del juicio por la desaparición de 'El Nani' –que, por razones obvias, nunca se emitió–, junto a declaraciones y valoraciones actuales de una pequeña parte de los protagonistas, abogados y jueces, habla uno de los defensores de los policías mafiosos: José Emilio Rodríguez Menéndez –un mentiroso compulsivo que, cuando era copropietario del diario Ya, llegó a inventarse, con fotos y detalles, que Antonio Anglés, uno de los asesinos de las niñas de Alcàsser, se encontraba huido en la República Argentina– cuenta, no sin avisar de que “todo esto está prescrito”, que lo llamaron para que acudiese con urgencia a la DGS: “Allí vi el paquete”, dice refiriéndose al cadáver de 'El Nani'. Añade que les dijo que había que llamar al juzgado de guardia y que, al decirle que no, “me lavé las manos y me fui”. Que se lo crea quien quiera; yo no.

Falsificaron declaraciones, firmas y entradas y salidas de ambos detenidos –un testigo que pasaba por la puerta de coches de la DGS, afirmó que sacaban en volandas a 'El Nani', pero que no andaba por sus propios medios, tenía la cara destrozada y el cuerpo embutido en un mono azul–. La versión de los policías mafiosos es que lo trasladaron a un descampado de Vicálvaro, Madrid, donde, decían, 'El Nani' les había confesado que vivía un gitano que les vendió las armas del atraco a Jayber y que las había enterrado allí. Una vez en el lugar señalado, había empujado al responsable de la sección de Atracos, Fernández Álvarez, y al inspector jefe del grupo de Joyerías, Gutiérrez Lobo, y había huido sin poder perseguirlo ni detenerlo, dada la “abrupta orografía del terreno” –en realidad, un llano con unos montículos– y “a pesar de los disparos de intimidación” que hicieron.

Siete meses después de la desaparición de 'El Nani', sin ninguna noticia de su paradero, su familia, desesperada de que se le cerraran todas las puertas salvo las de la prensa, le cuenta a Gregorio Roldán, reportero de Diario 16, los pormenores del caso y Ángel Manzano, por su parte, hace lo mismo en Interviú. El abogado Jorge García Oteyza y el cura obrero Enrique de Castro, miembro de la Asociación contra la Tortura, investigan el caso. “Llegamos a una conclusión, después de haber consultado a hospitales y a la funeraria: Santiago Corella no está enterrado en un lugar oficial”, apuntaron. Finalmente, los abogados Jaime Sanz de Bremond y el malogrado Fernando Salas, presidente de la Asociación contra la Tortura, ejercen la acusación particular y el juez de Instrucción número 11 de Madrid Andrés Martínez Arrieta –posteriormente, magistrado del Supremo– desmonta todo el relato policial falseado y procesa hasta a nueve agentes, a siete de ellos por detención ilegal, torturas, falsedad y desaparición forzosa de una persona a su cargo –delito que, ante la ausencia de cadáver, conlleva una pena prácticamente equiparable a la de asesinato–.

El 7 de septiembre de 1988, el comisario jefe Francisco Javier Fernández Álvarez, Victoriano Gutiérrez Lobo, jefe del grupo de Joyerías, y el inspector Francisco Aguilar González, que habían sido los tres que instruyeron el interrogatorio, fueron condenados a más de 29 años de prisión. Los otros policías procesados resultaron absueltos “por falta de pruebas”. Todo esto se los cuento –como dicen los latinoamericanos– la próxima semana. Les adelanto que la prensa no se conformó.

Y, por supuesto, no hubo ninguna asunción de responsabilidad política. Ni siquiera alcanzó al conspicuo torturador de la Brigada Político-Social del franquismo Manuel Ballesteros, nombrado por entonces jefe de Operaciones Especiales por Barrionuevo. Rafael Vera, subsecretario de Interior por entonces, lo reconoce paladinamente en el documental de Gallardo y Vallejo: los de la mafia policial “nos metieron un gol”...

En realidad, fue una goleada.


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Re: Aquellos "viejos tiempos"
« Respuesta #1214 en: 27 de Agosto de 2023, 09:21:39 am »
El PSOE poniendo delincuentes en las calles. No importa cuando lo leas

Pues gracias a esa situación la PMM arrancó de la posición en que se movía del tráfico y las ordenanzas,  algo que contó con no pocas críticas internas porque la mayoría no quería asumir nada mas que lo que pasase por ese concepto añejo del Guardia de la porra cuya función más relevante era "decomisar" la pelota a los niños...pero como nada es duradero, lo que la política dio la política quitó.

Hoy curiosamente la crítica es, sobretodo en la Guardia Urbana de Barcelona, achacable la falta de seguridad por inacción...curioso.

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Re: Aquellos "viejos tiempos"
« Respuesta #1215 en: 03 de Septiembre de 2023, 08:35:48 am »


'Cartago': la mafia policial de los 80 más allá del caso de 'El Nani'


Solo en 1983 se registraron 818 atracos con un botón de 653 millones de pesetas, siete delincuentes y cinco comerciantes muertos.

Ignacio Fuentes

2 de septiembre de 2023 22:26h

“La fotografía es la verdad” dijo Jean-Luc Godard (que añadía: “Y el cine, la verdad 24 veces por segundo”). Y fueron las de un gran reportero gráfico de la transición, Antonio Suárez de Arcos, las que, tres años después de la desaparición de 'El Nani', completaron lo que la justicia no había podido solventar en el juicio.

De los siete policías pertenecientes a la llamada mafia policial juzgados, cuatro resultaron absueltos por el tribunal “por falta de pruebas”, los inspectores José María Pérez Gutiérrez, Felipe Pindado, Gonzalo Álvarez Fernández y Miguel Ángel Lebrón, además de los dos médicos de la Dirección General de Seguridad, por otros tecnicismos. Dicho en palabras del abogado Jaime Sanz de Bremond, de la acusación particular en nombre de la Asociación contra la Tortura, de la que era vicepresidente: la sentencia condenatoria de los tres principales acusados ​​–Francisco Javier Fernández Álvarez, Victoriano Gutiérrez Lobo y Francisco Aguilar González– “reconoce que otros funcionarios debían haber sido condenados, sólo que, en la medida en la que no fueron acusados ​​de los delitos por los que el tribunal entiende que debieron ser condenados, se les absuelve, pero el propio tribunal declara que puede haber existido responsabilidad penal por parte de estos funcionarios”.

Con uno de los policías absueltos, tuve cierta relación siendo redactor-jefe de Información del semanario Interviú : con José María Pérez Gutiérrez, apodado 'Cartago' por sus compañeros, por ser natural de Cartagena (1951). Cuando lo conocí, hacia 1984, nos vimos en bastantes ocasiones, más que por cuestión de paisanaje –Madrid y el mundo bullen de murcianos con los que no he cruzado una palabra– porque era jefe de escoltas del primer ministro socialista de la Presidencia, Javier. Moscoso. Y éste era, a su vez, muy amigo de algunos amigos míos y compañeros de trabajo: Julia Navarro, Javier Martínez Reverte, el fotógrafo César Lucas...

Por lo que fuera –¿quién conoce los intríngulis de los políticos?–, le caía tan bien a Moscoso que me propuso la jefatura de Prensa de la Presidencia, supongo que recomendado por los amigos comunes, lo que rechacé no sólo por ser reacio a los carnets (el DNI, por imperativo legal, pero estuve 15 años con uno caducado, y el conducir no lo saqué hasta los 34 años) sino porque periodismo y militancia política siempre me han parecido agua y aceite, materias inmiscibles. Pero mis explicaciones –mi amor a la noticia, al reporterismo y el ordenar desde la mesa de la jefatura de Redacción la información, los reportajes, los títulos, las fotografías, el diseño..., esas cosas, para hacer con todo ello un producto periodístico– le debieron parecer suficientes, porque mantuvo la amistad, superficial: mejor diría el contacto, y con ello,

Éste se reunía a menudo con nosotros en el pub Negresco, en la calle Potosí, frente a las instalaciones madrileñas del Grupo Zeta. Una tarde, estábamos con él en la terraza del bar cuando llegó César Lucas para entregarnos algo, imagino que unos carretes de fotografías; su mujer, María del Carmen Abreu, lo esperaba sentada en el asiento del copiloto de su coche, un deportivo rojo que quiero recordar, aparcado en segunda fila en la acera de enfrente. De improviso, un joven desahogado se coló en el asiento del conductor, amenazó a Carmen, puso en marcha el motor y salió de naja. Nos quedamos atónitos, sobre todo César. 'Cartago' se hizo cargo de la situación rápidamente: subió al fotógrafo a su coche oficial, montó por radio un dispositivo de localización del coche robado y la mujer secuestrada y salió en su persecución. Al cabo de un par de horas, una vez localizado y detenidos vehículo y delincuente, César nos contó que habían encontrado su coche a toda velocidad por uno de los laterales del Paseo de la Castellana –que, para los no madrileños, aclaro que tiene tres carriles centrales en cada dirección y dos calles laterales separadas por sendos bulevares–; que 'Cartago' había intentado ponerle su pistola reglamentaria en las manos, al tiempo que lo conminaba:

–¡Dispárale, dispárale!

–¿Estás loco, José María? –César ni tocó el arma– ¡Que va mi mujer dentro!

Así era José María Pérez Gutiérrez, alias ' Cartago': un tipo simpático, bragado y 'echao palante'. Por entonces, aún no sabíamos nada, yo al menos, de sus andanzas en la Brigada Antiatracos.

Una historia entre malos, delincuentes, y peores, policías de la mafia policial.
Pronto me enteraría. José María Pérez Gutiérrez pertenecía al grupo primero de la Brigada Regional de Policía Judicial, la Brigada Antiatracos que dirigía el inspector Adelardo Rafael Martínez García, alias 'El Peque', y tenía tras de sí un espantoso historial de homicidios que para alguno merece ser calificado. de “ asesino en serie ”, de asesino en serie .

Esa historia entre malos, los delincuentes, y peores, los policías corruptos de la mafia policial, se inicia –que se sepa, hay quien cifra en 15 las víctimas de la mafia policial , como el atracador Juan José González Luengo , entre otros– con la ejecución de Antonio Vilariño Sanz, 'El Vila', el 6 de octubre de 1983. Un curtido de los bajos fondos, con un historial espeluznante de atracos y malos tratos extremos a mujeres, que incluso ordenado desde la cárcel el asesinato de su propia esposapor haber gastado el premio de una quiniela con su amante. 'El Vila' viajaba con Paloma Suárez por el centro de Madrid en un taxi que fue detenido por tres coches policiales del que se bajaron cuatro hombres y uno de ellos, 'Cartago', sin decir una palabra ni avisar que eran policías, le descerrajó tres tiros, dos a bocajarro y un tercero 'a cañón tocante'. La mujer fue trasladada a la Dirección General de Seguridad del Estado, interrogada, vejada y torturada. La excusa de policías y ejecutor era que “sospechaban” de que iba a atracar un banco. Quédense con esa copla: banco. Luego veremos por qué.

Un mes después, en noviembre de 1983, sucede la 'desaparición' de 'El Nani' que contamos la semana pasada , de cuyo juicio José María Pérez sale absuelto “por falta de pruebas”.

Y unos meses después, en la mañana del 18 de junio de 1984, tres delincuentes, el veterano Martín de Paredes, el joven novato de 18 años Pardo Ruiz y otro veterano, Fernández Corroto, atracan el taller de joyería Viuda de Tornero, en la Calle Atocha de Madrid. El jefe de la partida es Corroto, quien, tras el atraco, sale tranquilamente a la calle, sin armas y sin botín, tal como había acordado con los 'maderos' de los que era compinche y confidente, y desaparece. Los otros dos son “sorprendidos” con las armas y el botón bajando las escaleras, por los policías José María Pérez Gutiérrez, Jaime Cabezas de Herrera y Adelardo Martínez García, que, casualmente, pasaban por allí milagrosamente provistos de chalecos antibala., según palabras del fiscal, y “sin darles oportunidad de entregarse”. Sólo se recupera una mínima parte del botón: de las quince 'mantas' de joyería robada, la Policía sólo devuelve cuatro a los joyeros.

Estamos en el cénit de la ola de criminalidad en la España democrática. En 1983 se registraron 818 atracos con un botón de 653 millones de pesetas, siete delincuentes y cinco comerciantes muertos, pero es que, al año siguiente, las cifras son terroríficas: 158.542 robos a mano armada; es decir, 433 tres diarios, 18 a la hora (según El País del 8 de agosto de 1993). O sea que la resolución del atraco de Atocha es una gran operación policial: el inspector Pérez Gutiérrez no sólo recibe una gratificación de 10.000 pesetas –que si hoy es una miseria, 60,10 euros, entonces suponía unos diez días de salario mínimo– sino que es felicitado personalmente por el ministro Barrionuevo –pródigo en reconocimientos, medallas y recompensas.

Para redondear la operación, el 31 de julio, dos de los tres policías de Atocha, Pérez Gutiérrez, y Cabezas de Herrera, esperan al huido Fernández Corroto en Móstoles, cita que se supone para ajustar cuentas, es decir, darle su parte del botón , pero lo recibe en forma de plomo encapsulado en acero: balas. El atestado del asesinato de Corroto, alude a sospechas de que iba a atracar una fábrica.

Unas fotos reabren el sumario de Atocha
Entonces, aparecen las fotos. Estamos ya en 1986. En 1985, la Audiencia Provincial había dado carpetazo a la desaparición de 'El Nani' y los tribunales daban por buenos los atestados oficiales donde las sospechas se traducían en homicidios.

En ésas, Antonio Suárez de Arcos, uno de los grandes fotoperiodistas de la transición, viene a verme con un reportaje sobre el atraco.

Él mismo me recuerda la historia: “Iba paseando por Atocha, cuando vi el follón; Venía de la Agencia Pull, que habíamos montado un grupo de fotógrafos [entre ellos, el malogrado Roberto Villlagraz, otro de los grandes fotoperiodistas de la ápoca] y me había dejado las cámaras en la agencia, pero siempre llevo una de 35 mm en el bolsillo y aunque tuve que mezclarme con los mirones, porque los municipales habían acordonado la zona y no me dejaron acercarme ni con la acreditación de prensa, las hice. Vendimos una foto a Diario 16, que se publicó como foto-noticia: un atraco más en Madrid. Y dos años después, haciendo en Interviú una sustitución de vacaciones de verano, la vida del 'freelance', ya sabes, me asignaron a trabajar con el reportero de investigación José Luis del Campo, que llevaba todo el asunto de la mafia policial y lo del Nani... Y entre los dosieres de casos sin resolver, por no tener pruebas ni testimonios, me topo con el atraco de Atocha. La fecha, el lugar y los datos me recordaron que esas fotos, esas 'no-pruebas', existían. Se lo dije a José Luis y me contestó que era imposible que hubiera nada, pues los polis incluso le habían quitado los carretes a un fotero de algún medio que pasó por allí. Entonces, las busqué, hicimos en el laboratorio grandes ampliaciones de los negativos y allí estaba Pérez Gutiérrez, al que conocíamos por su parentesco y sus visitas a Interviú, con otros dos arrastrando por la acera uno de los cadáveres y luego metiéndolos en una 'lechera. ' de la Policía Nacional, aquellos Seat 124 modificados de color blanco. Y te las llevé a tu mesa”. Allí estaba, en medio del trío, 'Cartago', en una, arrastrando un cadáver por la acera y, en otra, metiendo otro en la parte de atrás de la 'lechera'. Así que las fotos se publicaron en Interviú y eso hizo saltar por los aires todo el asunto de la mafia y lo de 'El Nani', el joyero de Santander, el señorito andaluz (Messía Figueroa) y todo lo demás. Casi tres semanas después, más o menos, no lo recuerdo bien, El País abrió las páginas de Nacional a cinco columnas con esas fotos. Y poco después, se reabrió el sumario de esos asesinatos, cerrado anteriormente por “falta de pruebas”. el joyero de Santander, el señorito andaluz (Messía Figueroa) y todo lo demás. Casi tres semanas después, más o menos, no lo recuerdo bien, El País abrió las páginas de Nacional a cinco columnas con esas fotos. Y poco después, se reabrió el sumario de esos asesinatos, cerrado anteriormente por “falta de pruebas”. el joyero de Santander, el señorito andaluz (Messía Figueroa) y todo lo demás. Casi tres semanas después, más o menos, no lo recuerdo bien, El País abrió las páginas de Nacional a cinco columnas con esas fotos. Y poco después, se reabrió el sumario de esos asesinatos, cerrado anteriormente por “falta de pruebas”.

Llamé, lógicamente, a José María Pérez Gutiérrez para recabar su opinión. Se presentó, angustiado, en la redacción de Interviú y, cuando, tras aludir a la cercanía e incluso la amistad, se dio cuenta de que yo no tenía más remedio que publicar las fotos, identificó a los otros dos inspectores del suceso e incluso yo. dio una carterita de aquellas de papel de fotos de aficionados con una colección de fotografías en papel en color de 9x13 con fotos de los impactos de los numerosos balazos en las escaleras que habían hecho ellos para su coartada; eso sí, en ninguna se veía sangre. Y eso, también: nadie más, del ministro a los mutuamente conocidos, hizo el menor esfuerzo para que no saliera el reportaje: ya sabían la catadura del sujeto. El reportaje se publicó inmaculadamente, con las fotos de Antoñito Suárez,

Fue la última vez que vi a José María, a 'Cartago'.

El País, que había heredado del ABC la estúpida pretensión de que nada era noticia hasta que se publicaba en sus páginas, republicó las fotos y la historia. Y, entre unas cosas y otras, más las declaraciones del joyero perista Venero, algunos chivatazos sobre el enterramiento que resultaron fallidos, y, sobre todo, la aparición en escena de Jaime Messía Figueroa, que se decía 'aristócrata' –los aristócratas tenemos otro carácter–, se reabrió el sumario, al que, como era habitual, se le había dado carpetazo, validando las quiméricas 'explicaciones' de los mafiosos con placa. A los tres asesinos ya su jefe, ya condenado por 'El Nani' les cayeron 367 años de cárcel.

Messía Figueroa fue investigada por una confianza de un recluso, que aseguraba que él y los mafiosos habían enterrado en cal viva al Nani.–“En estos momentos no se le reconoce ni por la dentadura”, se jactó una de los asesinos/desaparecedores– en su finca cordobesa de 'Campo Alto'. Disfrazado de dandi, Messía era un tipo polifacético: al mismo tiempo que confidente de la Policía y de los servicios de Información, aún de la dictadura, era un habitual de los bajos fondos, especialista en planear secuestros y atracos de bancos. En el hampa se lo apodaba con el alias de 'El Lagarto', por sus peculiares características físicas. La búsqueda de los restos de 'El Nani' en su finca y en dos pantanos adyacentes fue infructuosa, pero las declaraciones del joyero Venero lo llevaron a la cárcel, especialmente tras el asalto a la sucursal del Banesto de la plaza madrileña de la Lealtad, un botín de 1.200 millones de pesetas,en la planta que usa la policía para sus coches camuflados en el aparcamiento de la calle Mayor de Madrid.

Como era de esperar, el 'Lagarto' huyó de la cárcel y puso pies en polvorosa, primero a Brasil y luego a Miami, USA, donde, trabajando en El Fígaro Magazine, el reportero de investigación Javier García y uno mismo lo localizamos: nos reconoció que 'El Nani' había muerto de un infarto en la DGS tras las prolongadas palizas de sus asesinos, pero que no estaba enterrado en su finca. Cuando apareció en ese dominical del Diario 16, al Gobierno socialista no le quedó más remedio que pedir su extradición. Así lo solía hacer: en el caso de Emilio Hellín Moro, el asesino de la estudiante Yolanda González, que vivía al amparo del dictador Stroessner en Paraguay, tampoco la pidió, conociendo su paradero, hasta que lo descubrimos en Interviú. Messía Figueroa salió de la cárcel y de los tribunales tan virgen, delictivamente, como había entrado. Como el joyero Venero, apenas condenado a dos años, a pesar de participar activamente en la trama de la mafia policial, ser su perista y contribuir a implicar a los delincuentes en atracos que terminaron en asesinatos.

Cuando la mítica editorial Aguilar fue engullida por el insaciable Grupo Prisa (1986), uno de sus directivos despedidos montó una editorial, Grupo Libro, para aquellos estafadores de cuello blanco de Fórum Filatélico –me publicó un excelente libro de relatos: Acto de amor y otros esfuerzos (1992)– y me contó que conoció a José María Pérez Gutiérrez, 'Cartago', que había ganado un concurso de cuentos para presos y que hacía trabajos, de documentación y así, para las novelas de su hermano.

Y es que, a pesar de los más de 500 años de cárcel reunidos por los pillados de la mafia policial –muchos otros se fueron de rositas–, desde finales de los 90, la mayoría ya disfrutaba de la semilibertad del tercer grado penitenciario y, mientras se labraban un nuevo futuro de ciudadanos honrados, de los millonarios botines, como del cadáver de 'El Nani': ni se sabe ni se contesta.

Misterios de aquella, de ésta –y esperemos que no de la futura– Justicia española. Pero ésa es, todas lo son, otra historia.


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Re: Aquellos "viejos tiempos"
« Respuesta #1216 en: 06 de Septiembre de 2023, 08:09:58 am »

Así era la Policía Local en Crevillent hace 55 años

El Archivo Municipal saca a la luz una imagen de agentes recibiendo a una delegación de Fontenay-le-Conte en 1968, el año en el que se ratificó el hermanamiento


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Re: Aquellos "viejos tiempos"
« Respuesta #1217 en: Hoy a las 08:16:32 »
Cuando los guardias echaban a palos a los niños pobres de El Retiro y otros parques de Madrid

Damos por hecho que los parques públicos, una vez han adquirido dicho apellido, se convierten en terreno de todos. Pero no hay espacio que escape de las diferencias que atraviesan la sociedad donde se insertan y echar un vistazo a los conflictos de clase en nuestro parque por excelencia durante el primer tercio del siglo XX quizá pueda ayudarnos a pensarlo hoy.

El Retiro es parque público desde la Revolución Gloriosa de 1868 (aunque los ilustrados habían abierto sus puertas antes). Entonces se llamaba Parque de Madrid, nombre que ahora nos suena muy genérico, pero obedecía bien a la realidad de una capital sin parques. Suele citarse Birkenhead Park, abierto en 1847 en Liverpool, como el primer parque público y Central Park comenzó a construirse en 1858. Los parques no siempre estuvieron ahí.

El 9 de noviembre de 1918 aparecía en La Esfera una carta abierta del periodista[Dionisio Pérez al alcalde de Madrid (el efímero Luis Silvela) titulada Niños de Nueva York y de Madrid. El texto participaba del debate de la cuestión social y las perentorias circunstancias de los niños de las clases bajas. Desde una visión higienista, proponía parques para los recreos de los niños pobres, como los de Nueva York, y lo hacía denunciando el trato que a los hijos de las clases populares se les dispensaba en los escasos parques públicos de que disponía la ciudad:

“Si intentan refugiarse en los parques, en el Retiro, en la Moncloa, en Recoletos, en el Prado, los guardas que capitanea D. Cecilio los expulsan violentamente; a golpes, cuando no huyen ante las amenazas”.


Don Cecilio era, claro, Cecilio Rodríguez, Jardinero Mayor de El Retiro desde 1914 y de la villa de Madrid desde 1924.

Recordamos su nombre por los jardines dedicados a persona y por ser responsable de espacios ajardinados de fuste, como La Rosaleda en El Retiro.

En el artículo, Pérez abogaba por el uso de los parques como vehículo educativo para las clases populares:

“Los niños pobres comienzan a aprender, con espanto, que los pilletes y los golfillos, como se les llama, son de una casta inferior; que el Ayuntamiento de Madrid cuida sus jardines para los niños que van bien vestidos, que llevan zapatitos relucientes; que ellos están condenados a ser perseguidos por los guardias, a ser aporreados por las porteras que los cogen en una diablura. Se les enseña, Sr. Silvela, la noción brutal de que están fuera…”

No es la única vez que el nombre de Rodríguez aparecerá en prensa a propósito de la restricción del espacio público a la infancia. En julio de 1920 La Correspondencia de España publicaba un artículo que, bajo el título Los esbirros del tirano, denunciaba la severidad con que se empleaban los guardias municipales en cuidar los nuevos jardines de Madrid. El texto contenía la carta de una persona que aseguraba que había sido conducida a comisaría junto con dos niños a los que se reprendió por jugar con la tierra en el Paseo del Prado. En otras ocasiones, el alambre de espino salió a relucir a propósito del accidente de un niño en el parque de El Retiro.

El tema llegó a ser tan comentado que en 1925 en La Voz publicaba una entrevista imaginada con el conde de Vallellano –otro alcalde de Madrid– que llevaba por subtitulo El arrepentimiento de D. Cecilio Rodríguez y dedicaba todo el texto a ironizar dialogadamente con de la afición del jardinero por los alambres de espino. “Arrancaré todas las praderas artificiales sin dejar una. Los espacios que ocupan serán para los niños…” decía el ilusorio Rodríguez, que, para terminar de enfadar a los madrileños, llegó a proponer durante aquellos años vallar la Dehesa de la Villa.

El debate del alambre de espino tiene su correlato en otros fenómenos reguladores de la calle, como la estricta separación del tráfico rodado y el peatón, o en la división funcional de espacios que trajo las ciudades que hoy conocemos.

Pero también late en la cuestión la pátina moralista de las corrientes higienistas del momento. Incluso los mayores valedores de los derechos de la infancia lo hacen desde la perspectiva de la erradicación del miasma social asociado a la pobreza, tal y como expresa el propio Dionisio Pérez en el artículo de La Estampa aludido: “leprosos, cuya infección se engendra en su propio hogar, y hay que librarles de ese contagio y hay que hacerlos superiores a su estirpe”, escribía.

Lo cierto es que en los parques públicos se reflejaba, una vez más, la creciente segregación espacial de la urbe. Los grandes parques (el del Oeste o el propio Retiro) se encontraban en el Madrid rico, lo que se sumaba a una normativa municipal que prohibía que los niños acudieran solos. Ni que decir tiene, los más pequeños de las clases trabajadoras carecían de niñeras ni los miembros de su familia se encontraban liberados del mercado de trabajo.

En 1930 el Ayuntamiento sacará un concurso para dotar a la ciudad de un sistema de parques y jardines. Fue ganado por Pedro Roy Herreros, que proponía acotar solares y jardines municipales para el uso de los niños de las clases populares, dotándolos de arbolado, biblioteca, gimnasio, piscina, ludoteca, cantina infantil y hasta transporte diario.

La iniciativa, que aún hoy sorprende por su modernidad, no escapaba sin embargo de la misma asunción que llevaba a los guardias de Rodríguez a desconfiar de los niños pobres jugando en El Retiro: las clases populares tienen un comportamiento incívico, razón por la que es necesario que las dotaciones destinadas a sus críos estén acotadas y especialmente vigiladas. Por ello, Pedro Roy Herreros proponía un cuerpo de policía femenino dentro de su propuesta.

En los contornos de los barrios populares –bien por el carácter informal de su urbanización bien por infradotación–, sencillamente no había parques dignos de tal nombre, solo los espacios naturales propios del final de la ciudad en el caso de la periferia. Por ello, cuando en 1919 se propuso el proyecto de Bibliotecas Circulantes de los Parques de Madrid, los templetes para los libros se instalaron en El Retiro y el Parque del Oeste. Por ello también, era necesario idear un transporte y una custodia de unos niños a los que se presuponía golfillos.