HISTORIAS DE AYER Y HOY:
Quejas de hoy, quejas de siempre,
Pamplona (Navarra). Año 61. Un joven policía en su turno de descanso en la Cárcel Provincial se acerca al fuego que hay prendido en un barril. Entre garita y garita el frío se le ha metido en los huesos. El mosquetón Mauser con el que anda pesa mucho. «Ojalá fuese un subfusil», musita. Los veteranos, al verle, claman al cielo:
-Vaya lo que nos ha venido. Estos jóvenes no valen para nada. Estáis como para ir al frente. Si hubierais vivido una batalla como la del Ebro o un frente como el de Teruel.
Luego, animados por el crepitar del fuego, aquellos supervivientes de cara cetrina cuentan historias de guardias de asalto batiéndose el cobre con los mineros, de camaradas caídos, de heladas que congelaban los mocos de la nariz. Afuera hiela. El joven no sabe nada de la guerra, sólo que nació en medio, tampoco entiende el porqué se chupa una hora más de garita que un veterano, y los turnos a horas más intempestivas. Lo sabrá años después, cuando tenga canas. Recuerda, eso sí, las palabras de su padre: «Si te vas, vete, pero luego no te quejes. No te quejes nunca». Razón tenía porque una vez fue a quejarse al capitán y le metió tres días por replicas desatentas.
Año 1981, Sede de la circunscripción de Asturias, León y Santander. En la Cantina Un joven policía nacional se está quejando ante los veteranos de los militares, del código militar, de la medicina de la seguridad social… y de las dos horas de puertas con subfusil al hombro, que se acaba de chupar.
-Afortunado tú, que no conociste la sanidad militar ni a los militares «de verdad». Ahora se puede hablar pero entonces te hubiesen arrestado.
Los veteranos se ríen, lo de quejarse siendo joven está mal visto. Alguien le dice que si hubiera conocido «lo de antes», las Banderas Móviles y los desplazamientos, sin previo aviso, a las huelgas; los viajes en Land Rover: calor en verano, frio en invierno; los militares que venían del ejército, aquellos Coroneles rígidos, taciturnos, marciales; los veteranos que habían sido guardias de asalto, la mala hostia que tenían, las putadas que les hacían a los nuevos...
Al poco se hace el silencio. En la tele juegan la Real Sociedad y el Madrid, parece que van a ganar los vascos. Uno suelta un improperio. Por el sueldo nadie protestará en esos años pues el Ministro Martin Villa unos años antes se lo acaba de subir y les ha puesto a la altura de un ATS (o, como se decía entonces, un practicante). Tampoco por el horario: ya no se hace el 24 x24 y doblando con la gimnasia, instrucción y orden cerrado.
El joven no entiende que con su bachillerato terminado y sus inquietudes por el derecho y por formarse profesionalmente, esté allí chupando puerta, de seguridad, con aquellos haraganes desertores del arado. Así que, con el tiempo, echará minuta para el 091, y obtenida la plaza allí que se irá.
El servicio de Radiopatrullas es otra cosa, no tiene nada que ver con el cuartelero de Prevención, se patrulla en Talbot y en 131. Se es policía de verdad, piensa. Allí coincide con el veterano de Pamplona. Como le ve tan animoso, éste le da el sabio consejo de que se presente para cabo.
A la primera, el joven, aprueba para cabo.
Año 1995. Madrid. En el cuarto de los zetas de una Comisaría de Distrito un joven del CNP, recién jurado el cargo, se queja: de que el BX no tiene aire acondicionado, del sueldo, del horario de los cinco turnos (Americano), de las exiguas pagas extras, del cambio del código penal que va a producirse. Hasta del jefe que es un ogro y un dictador. Todos los veteranos le miran con ojos de «vaya, nos ha descubierto que la tierra gira». El que lo oye, un subinspector, que no es otro que el joven anterior sólo que ha envejecido, ah madurado, y ha tenido que hacer las maletas dos veces por sus «inquietudes», una a Basauri, otra a Madrid (más otra que se va a producir en breve), le dice que no se queje tanto, que desconoce lo que había antes. Que ha patrullado en vehículos peores. Que lo del sueldo es cíclico, que ahora están por debajo de los municipales de Madrid pero que en otro tiempo no lejano estuvieron muy por encima, por encima incluso de los bomberos. Que el horario fue peor y le habla del 24 x 48 que padeció.
Año 2007. Asturias. Comisaría Local. Una «de pueblo». Un joven con apenas dos trienios, se queja ante el veterano del jefe y del sueldo. El veterano le mira. No dice nada. Piensa en que éste joven que raja ha estado siempre en el País vasco, sin pisar la calle sin saber lo que es seguridad ciudadana ni los cinco turnos (con sus diferentes cadencias), cobrando más, y en la mitad de tiempo ha conseguido venirse adonde a él le ha constado más de nueve años. Se está quejando del jefe, de éste, que es un trozo de pan –maldice-, cuando no ha conocido a fulano, el «ogro», ni a mengano el «dictador», ni a…E inmediatamente pasan por delante de él un álbum de fotografías. Una galería de personajes de muy diferentes tonalidades. «Comisario», piensa, esa palabra le inspiró siempre respeto, lo asociaba a categoría humana y profesional, pero es lo primero que aprendió a perder, y lo peor es que no sabe muy bien por qué.
Luego el joven le habla de la peligrosidad y de los atentados, de la zona conflictiva, de tantas cosas por las que mereció venirse primero, antes de tiempo. Toda una lista.
-No ha habido de eso en Madrid. No. Allí todo es más fácil.
Parece como que no ha oído. Y continúa con la lista de porqués. La lista es larga al contrario que su currículo.
Año 2009. Los dos anteriores, algo más viejos, oyen impertérritos como un «agregado» se queja de que le van a subir la retención, de que va a cobrar menos por ello y de que, ¡oh ingrata fortuna!, el jefe le ha metido Nochevieja. Que esa noche tenía que estar pagada que un portero de discoteca no trabaja por menos de 190 euros, que si él tiene unos estudios... Al punto, pregunta por la paga extra, la cual le ha parecido una «mierda».
-¿Sabes lo que eran las «bufandas», joven? -Dice al fondo de la puerta un jubilado, que ha venido de visita y lo ha estado escuchando-.
-No.
-Pues no te quejes tanto.
El anciano no recuerda muy bien lo que hizo ayer pero sí su primer día en Pamplona. No quejarse ha sido su máxima. Las quejas como las palabras se las lleva el viento. Son los hechos y los papeles los que permanecen.
Afuera llueve. Y dentro de la Comisaria también. Cae agua, como caen lamentos y quejas, con una letanía pasmosa. Desde siempre ha sido así.
Autor: Humberto.
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