Mi detención
Escrito por José Luis Rodríguez Velasco
Viernes, 22 de Marzo de 2013 11:38
Breve introducción:
Esta vivencia, "Mi detención" está basada en hechos reales.
Aquella tarde estaba muy contento, enamorado, en ese momento salía del metro de estrecho venía de la Escuela de Artes y Oficios de la calle de la Palma con la carpeta de dibujo y herramientas de arte, hacía unos quince días empecé a salir con Chus, María Jesús, compañera de clase, soñaba, vibraba en un tono diferente, amaba... Justo al salir de la boca del metro me llamó Luis que estaba subido en un Vespino, allí le ví parado riéndose sobre el ciclomotor, chulo él, fardando del vehículo que montaba, me dijo: vamos, que te llevo, iniciamos la marcha con un acelerón como demostrándome que sabía conducir sorteando coches con mucho peligro, Luis tenía quince años y yo dieciséis. Durante el trayecto inventó un cuento: Este Vespino me lo ha comprado mi madre por mi cumpleaños, el ciclomotor estaba completamente nuevo, de color rojo, impecable.
Desde la boca del metro de Estrecho subimos por la calle de Bravo Murillo hasta la calle general Yagüe, bajando hacia la calle de Orense donde vivíamos. ¿Qué te gusta?, me dijo. Pues claro que sí, le contesté, estaba flipando como conducía con esa agilidad, nunca le había visto llevar nada más que bicicletas como yo. Al tomar la calle de Orense circulábamos rectos hasta nuestro portal cuando, a la altura de la calle de Pedro Texeira, vimos al vehículo de la Policía Municipal era parecido a un jeep, no lo recuerdo exactamente, allí en esa calle vivía un oficial del Cuerpo y los policías del patrulla habían ido a llevarlo, Luis al ver al coche policial empezó a hacer eses temblando por miedo, dejando de conducir como un fitipaldi. Los policías municipales se dieron cuenta de la maniobra, de la actitud sospechosa que manifestaba el conductor del Vespino al conducir de ese modo, inmediatamente conectaron la sirena, Luis de la temblera pasó a un estado de pánico profundo, mientras yo veía que nos la pegábamos con la conducción sinuosa y sin control que realizaba...
Al llegar a la altura del número cuarenta y tres de la calle de Orense, nuestro edificio, Luis en estado catatónico sin pronunciar palabra alguna y sin frenar del todo el vehículo, saltó y como el rayo entró en la finca, mientras yo me caía con el ciclomotor desparramando por el suelo los objetos que portaba. Enseguida, me di cuenta de la situación el Vespino era robado o sustraído como técnicamente se dice, fue la primera vez que Luis robaba un vehículo si lo hubiera sospechado no habría montado con él, no pensé en huír, primero porque yo no era el autor del delito y, segundo, porque en la escena se encontraba el hijo del portero sacando los cubos de la basura y nos conocía a los dos como a sus propios hijos. Me quedé tranquilo recogiendo el compás, lápices y otros objetos esparcidos por la acera tras la caída, como esperando mi detención por los agentes, acto seguido los municipales llegaban con el patrulla tras la corta persecución y recorrido que hay desde la calle Pedro Texeira hasta nuestro portal, los dos policías eran algo mayores y al bajarse del vehículo policial me cogieron por los dos brazos, sujetándome en cruz como temiendo me fuera a escapar.
Uno de los funcionarios quería en un principio llevarme a mi junto al ciclomotor a Comisaría, sin oír las explicaciones que yo les daba sobre los hechos, menos mal que el otro compañero menos sordo y razonable le preguntó al hijo del portero si nos conocía y oyendo que sí, me dijo que le llevara a mi casa. Entré en el portal con los dos agentes, sin soltarme en ningún momento los brazos por los que me tenían cogido, subimos en el ascensor de nuestra escalera y, como era estrecho, dejé de caminar en posición de crucificado, en lugar de ir para mi casa les llevé a casa de Luis, llamamos a su puerta, abriendo su hermano mayor que por aquel entonces era teniente del ejercito y le dije: Tu hermano Luis ha robado una moto. No había pasado más de cinco minutos desde mi detención y la huída de Luis a su casa. Su hermano gritó enérgico: ¡¡¡Luis!!! Se abrió la puerta de la habitación del tunante y salió con pijama puesto, recibiendo un sonoro tortazo de reprenda. Desde ese momento, su familia y la mía enterados del asunto, fuimos todos en coche y el patrulla a Comisaría a instruir el atestado a la calle de Reina Victoria donde antes se encontraba la sede policial.
Después de confeccionar el atestado y prestar declaración sobre los hechos, sin abogado, de modo diferente a como hoy se hace ya que no existía el Estado de Derecho, nos fuimos para nuestras casas quedando citado solamente yo, al otro día en Comisaría a las nueve de la mañana por estar comprendido en la edad penal. A Luis le citaron acompañado por su madre en el mismo día que a mí a unas horas más tarde, en el Tutelar de Menores de la calle Fernández de la Hoz porque tenía quince años. Esa noche apenas dormí pensando que a mí me meterían en la cárcel de Carabanchel y a Luis no, eso fue lo que me dijeron tanto mi familia como algún policía que le preguntamos sobre las consecuencias de tener dieciséis años. Repetí muchísimas veces que yo no había sido, era inocente, fui engañado por Luis, nadie me hacia caso, no me creyeron, claro no había ninguna prueba de lo que afirmaba y, a saber lo que declaró Luis. El caso es que al día siguiente, destemplado con pocas horas de sueño llegué puntual a las nueve de la mañana a Comisaría, un policía armada cogió el atestado y me llevó en la línea de autobús sin grilletes hasta el juzgado de guardia que estaba en la plaza de las Salesas, en una antesala al juzgado sobre una banca de madera larga con respaldo me dejó sentado, mientras el policía entró por una puerta grande blanca de dos hojas con cristales opacos en la parte superior, entregó las diligencias y se marchó. Allí me quedé solo, no había ninguna persona ni se escuchaba ruido de nada ni de nadie.
Pasaban las horas y la puerta del juzgado no se abría para llamarme el juez ni veía a ningún alma transitar. En aquella época el juzgado de guardia no estaba a rebosar de detenidos como en la actualidad, se ingresaba en prisión más por política o travestismo que por robar gallinas. A las tres horas aproximadamente no tenía reloj, dos policías armadas entraron con un detenido de unos cincuenta años, lo dejaron conmigo y se fueron, el detenido tenía una pierna medio encogida noté que era cojo. Durante más de una hora no habló nada hasta que me dijo: ¿Qué has hecho? Le contesté: Un amigo mío ha robado una moto y yo me monté con él para llevarme hasta mi casa y resulta que bla..., bla..., bla... Muy serio me dijo: Si haces algo, hazlo solo. Y siguió callado con su silencio taciturno... Aquel hombre tenía la mirada fija en sus pensamientos, no hablaba nada y, de pronto, comenzó a hacer fondos por la espalda, apoyando las palmas por detrás en la banca y bajando el culo hasta cerca del suelo. Al rato me preguntó de nuevo: ¿Qué has hecho? Le conté otra vez lo mismo, con educación, como si no se hubiera enterado antes. Esta vez no dijo nada, seguía haciendo fondos. A la media hora o así, me preguntó: ¿Es la primera vez que entras en el talego? Sí, le contesté. Escuché una risa apenas perceptible que no salía de su garganta. Me atreví a preguntarle: ¿Por qué te ries...? Me dijo: Te van a romper el anillo de cuero. ¿Qué dice, qué quiere decir?, interrogué asustado. Que te van a romper el culo, chaval, dijo el cojo. ¡Aaaah...!, aquello me sentó peor que una patada en los huevos, un tiro en el pecho o un hachazo en el cuello, comencé a temblar... No podía ser, como me estaba ocurriendo aquello a mí, estaba enamorado de Chus, era un varón no queria ser sodomizado por presos zarrapastrosos. No me gusta, no lo aguantaría, tendrían que matarme. Estaba detenido y me llevaban a ese sitio a destrozarme el cuerpo y el alma siendo inocente, quería morirme o escapar.
Me quedaba la duda de que el hijo de puta del cojo me estuviera engañando. Tenía ganas de llorar, de suplicar hasta perdón, quería que alguien me salvara, no sabía que hacer. Pensaba con rabia, yo no he hecho nada y me quieren joder... Un día antes era un chico feliz, tenía novia, ilusiones, amaba la vida, el mundo tenía color de rosa, ahora, lo veía negro, más negro que la sombra de una mazmorra, las cadenas y los barrotes penitenciarios, yo no podía estar allí, en ese lugar, no es de mi dignidad. El cojo seguía haciendo fondos, hasta que se sentó definitivamente cansado. Mirándome a los ojos muy cerca de mi cara, se explayó diciéndome: Si haces algo, hazlo solo. Si robas, no robes vehículos, roba lo que necesites para comer. Le salió otra vez de su garganta esa risa imperceptible, apagada con olor a tabaco como su voz grave y quebrada. Y, continuó hablándome: Eres un pichoncito de carne fresca, te meterán en la quinta galeria de carabanchel, en “el palomar”, donde están los maricones, te pasarán unos a otros como el que pasa una bola, una pelota, pinchándola con nabos más gordos que un melón. Tu anillito de cuero se romperá para siempre y tendrás el gebe más ancho que un charco enfangao. Al principio te dolerá, después el anillo de cuero se hará callo, escudo duro de la vida. Echarás hasta la última de tus lágrimas, templarán en ti al hombre que no llora más. Según hablaba el cojo, la temblera que tenía me hacía rechinar los dientes como los condenados al patíbulo, pero, noté algo especial en sus palabras ya no me parecía un vulgar chorizo sino alguien culto, que sabía lo que decía, tenía cierta verborrea y erudición. ¿Por qué, si yo no he hecho nada? Le dije, y empecé a llorar...
Durante el resto de la tarde no hablamos nada, lloraba por dentro lo que me iban a hacer en la cárcel. Ni siquiera me acordaba de Luis, el culpable de todo, él se había librado de ingresar en prisión y yo lo sustituía en la condena. Y el juez no me llamaba, que tampoco quería lo hiciera, siendo las siete y media de la tarde... Rompiendo el silencio el cojo, me dijo: A mi me llevan a la sexta galeria, me llamo Ginés. Con el tiempo me enteré de que en la sexta galería ingresaban a los políticos y sindicalistas contrarios al régimen de Franco. A la media hora de decirme el cojo su nombre, sobre las ocho de la tarde, se abrió la puerta blanca acristalada del juzgado de guardia, salió un señor llamándome por mi nombre y apellidos, entré en la espaciosa habitación donde detrás de una mesa grande había unos cuatro señores sentados. Uno de ellos me dijo: Vete a tu casa y no vuelvas a robar más ciclomotores. No acababa de creérmelo y les dije: ¿De verdad que no voy a la cárcel? Asintieron moviendo la cabeza. No dijeron ni una palabra más. Muchas gracias, muchas gracias..., repetía sin parar. Me fui y notaba en mi cuerpo un calor alegre, las endorfinas bailando un vals, la misma felicidad que sentía cuando un día antes amaba a Chus.
Pasaron los años, me hice mayor e ingresé en el Cuerpo de la Policía Armada, antes de los exámenes pedían un certificado de buena conducta y vino un policía a mi casa para hacer un informe preguntando: ¿Su hijo robó una moto?... Estuve un tiempo dentro del Cuerpo, destinado en la Doce Bandera Móvil. Íbamos a la cárcel de Carabanchel, prestando servicio en un principio en las garitas que rodeaban su perímetro, después dentro de la prisión, asentando las secciones de la cuarta compañía en la biblioteca del establecimiento penitenciario, porque tiempo antes se había producido un motín promovido por la C.O.P.E.L.,(Coordinadora de presos españoles en lucha), reivindicando derechos que los internos no tenían. Los presos subieron al tejado de la cárcel a través de la escalera que daba a la biblioteca permaneciendo allí cuatro días para llamar la atención de los medios de comunicación. España estaba en transición consolidando la Democracia, los acontecimientos en las cárceles se habían desbordado. Después de la muerte en Carabanchel por tortura del anarquista Agustín Rueda y lesiones a otros reclusos, fueron procesados el Director de la cárcel Eduardo Cantos y otros funcionarios. A los pocos días, tres miembros anarquistas asesinaron a tiros al Director General de Prisiones Jesús Hadad. La Guardia Civil empezó por primera vez a prestar servicio en las garitas y la Policía en el interior. Desde allí, en la biblioteca que estaba en altura subiendo por unas escaleras metálicas ubicada en la rotonda, donde la cúpula, pude observar a los presos y hasta los mariquitas con pechos circulando desde las cuatro galerias pasando por la planta de la rotonda donde se asentaba la caseta de control de los funcionarios de prisiones, barriendo, fregando o cuando tocaban con la corneta diana o fagina. Antes la homosexualidad era delito.
Ahora veía a los internos y homosexuales desde otro punto de vista, otra óptica más grata condicionada por la distancia, las situaciones y los destinos en la vida. Era un ser libre como los pájaros y el viento, estaba contento, aunque en el fondo reflexionaba sobre ese estado en el que el hombre está siendo esclavizado o preso por otro. ¡Qué pena tan triste es estar condenado, sin libertad! Me acuerdo haber leído en esa biblioteca de Carabanchel el libro del vasco Julio Villar ¡HE PETREL!: Cuaderno de un navegante solitario. Su lectura me impactó al conocer en sus páginas a una persona extraordinaria, como ha venido a demostrar Julio Villar a lo largo de su vida tan auténtico y consecuente con sus ideas. A bordo de un pequeño velero de siete metros de eslora llamado Mistral dio la vuelta al mundo en soledad, con el mar y el cielo. El cielo el pájaro petrel que se posaba sobre el mástil y el mar. Uno de los libros más bellos escritos sobre el mar y la libertad. Leí ese libro porque me llamó la atención sobre la estantería de la biblioteca, tenía dibujado en sus pastas un barquito velero navegando sobre un circulo, peces y estrellas, percibiendo con claridad la alegoría poética de la ilustración que me impresionó al haber sido marinero en dos barcos un pesquero Bou de arrastre el “San Salvador de Guetaria” y un mercante el “Pico Gris”, su lectura me trajo viejos recuerdos, qualias o experiencias, sensaciones de la inmensidad del mar, peces saltando en el aire, la libertad. Millones de estrellas brillando en la noche o la tintura dorada del sol reflejada sobre el puerto de Argel o la bahía de Valeta. Qué paradoja tan grande, encontré un libro que habla de libertad en donde no la hay. Y, por poco acabo allí preso, en las sombras.
Tras dos años de servicio por razones particulares pedí la baja voluntaria en el Cuerpo de la Policía Armada, cuando cambiaba de nombre a Cuerpo Nacional de Policía y uniforme gris a marrón en el año 1979, después se implantó el uniforme azul denominándose Policía Nacional y, como el sustento en los negocios privados me fue mal, al año ingresé en el Cuerpo de la Policía Municipal de Madrid. En esta ocasión, también vino un número de la Policía Nacional a mi casa a realizar el informe de buena conducta, preguntando: ¿Usted robó un ciclomotor? Otra vez contestaba: No, yo no robé el Vespino, lo robó Luis. Seguramente nunca me creyeron, en el atestado policial constarán los hechos declarados pero no probados, y lo que antes conté es la verdad. A veces me pregunto: ¿si hubiese ingresado en prisión y me hubieran roto el anillo de cuero, no sería un honrado policía y posiblemente chorizo de profesión o jula de oficio?... Vivimos a merced del azar, algunas probabilidades objetivas, la suerte y la certeza, hay que ver la importancia que tienen las circunstancias en la vida y las decisiones trascendentes que, en algunas ocasiones, toman otras personas en nuestro destino y, como no, hasta la aportación de las pruebas del delito por parte de la Policía o los indicios racionales de criminalidad que ve el juez instructor en los presuntos inculpados, según su conciencia.
Autor: José Luis Rodríguez Velasco
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