Somos terriblemente endogámicos y egocentricos,ante lo sucedido y que nos cuenta un compa?ero, nos ponemos a disertar,decidir y sentenciar en lugar de escuchar y acompa?ar.
Soltamos nuestros discursos, impotencias y rabias, hasta condenamos a quien indudablemente sufre, no le damos ni el beneficio del ?por qué?, del dolor irracional, del miedo natural,usamos lo que comparte con nosotros alguien que necesita compartirlo y cree que aqui puede hacerlo para condenar en vez de escuchar y acompa?ar.
Para condenar cuando a muchos de nosotros a la minima que nos destronan a nuestros peque?os Dioses, ya sea en el parque, en el colegio o en la familia, somos capaces de la violencia verbal y a veces hasta fisica, así hemos reaccionado ante los que nos contaba Sodatur en vez de escuchar y acompa?ar.
Permitidme que os inserte un fragmento de un articulo de Jose Luis Martin descalzo que creo que encaja perfectamente con este tema, advirtiendoos que se trata de un sarcedote y esta claro que en algunos terminos se nota, creo que si lo asimilamos nos puede aprovechar.
?Tal vez porque nadie nos ha ense?ado a escuchar? ?Quizá porque el arte de oír es mucho más difícil que el de hablar? Zenón de Elea decía hace dos milenios que "tenemos dos oídos y una sola boca porque oír es el doble de necesario y dos veces más difícil que hablar". Pero, curiosamente, esa es una ciencia que nadie ense?a en los colegios ni en los hogares.
Porque estoy hablando de "escuchar", no de un puro material oír. Para oír basta con no estar sordo. Para escuchar hacen falta muchas otras cosas: tener el alma despierta; abrirla para recibir al que, a través de sus palabras, entre en ti; ponerte en la misma longitud de onda que el que está conversando con nosotros; olvidarnos por un momento de nosotros mismos y de nuestros propios pensamientos para preocuparnos por la persona y los pensamientos del prójimo. ?Todo un arte! ?Todo un apasionado ejercicio de la caridad!
Por eso no escuchamos. Si tuviéramos un espejo para vernos por el interior mientras conversamos con alguien percibiríamos que incluso en los momentos en que la otra persona habla y nosotros aparentamos escuchar, en rigor no estamos oyéndole, estamos preparando la frase con la que le responderemos a continuación cuando él termine.
Sí, hace falta tener muy poco egoísmo y mucha caridad para escuchar bien. Es necesario partir del supuesto de que lo que vamos a escuchar es más importante e interesante de lo que nosotros podríamos decir. Reconocer que alguien tiene cosas que ense?arnos. O, cuando menos, asumir por unos momentos la vocación de servidor o, quizá, de papelera y saco de la basura.
Y tal vez la escasez de estos oyentes-papeleta u oyentes-basurero sea la causa de que tantos solitarios anden por ahí con el alma llena de recuerdos o basuras que desearían soltar y que no saben dónde. Anta?o los confesores servían para eso.
Un porcentaje no peque?o de penitentes, más que contar sus pecados necesitaba explicar sus cuitas, se "enrollaba" en la descripción de sus soledades. Hoy temo que muchos curas han olvidado el valor tan profundamente humano y terapéutico de unas confesiones que puede que no fueran muy ortodoxas en lo estrictamente sacramental, pero que daban, junto al perdón de los pecados, el desahogo psicológico de muchas soledades.
Ahora ya apenas escuchan bien los psiquiatras. Pero no todos pueden permitirse ese lujo.
Y, sin embargo, habría que a?adir ésta ---"escuchar a los solitarios, incluidos los pelmas"- a la lista de las obras de caridad y de misericordia, pues es tan importante como vestir al desnudo o dar de comer al hambriento. "Oír con paciencia -decía Amado Nervo- es mayor caridad que dar. Muchos infelices se van más encantados con que escuchemos el relato de sus penas que con nuestro óbolo." Incluso es frecuente comprobar cómo personas que vinieron a pedirte un consejo se van contentas sin siquiera haber oído tu respuesta porque lo que realmente querían no era tu consejo, sino tu silencio y su desahogo.
Por todo ello, la gran paradoja de nuestro tiempo es que, mientras los científicos dicen que vamos hacia "una civilización auricular", son cada vez más los que se quejan de que nadie les escucha. Curiosamente, los jóvenes van hasta por las calles con los auriculares puestos, al mismo tiempo que son absolutamente incapaces de escuchar durante diez minutos a sus abuelos. Y lo primero que todos hacemos al entrar en nuestras casas es enchufar la radio o el televisor, porque no soportamos la soledad acústica en las casas y, a la vez, cada vez es menos frecuente el diálogo hombre-mujer o padre- hijos.
Tal vez porque la radio puede oírse sin necesidad de amar al que por ella canta y, en cambio, no se puede mantener un verdadero diálogo con otra persona sin amarla, saliéndose de uno mismo. Oír es barato, escuchar costoso. Para oír basta el tímpano, para escuchar el corazón. Y no parecemos estar muy dispuestos a emplearlo y repartirlo.
"No hay peor sordo que el que no quiere oír", dice el refrán. Sería más sencillo resumir: "no hay peor sordo que el egoísta". Y a?adir que esta gran sordera de quienes sólo oyen lo que les interesa es la gran responsable de tantas soledades, de tantos que sólo piden la limosna de un poco de atención.
Y esto es lo que creo que está haciendo Sodatur con nuestros compis y con los padres de la ni?a,posiblemente es lo que necesita de nosotros.
Yo por mi parte voy a seguir haciendo lo que manifeste al principio, rezar, y voy a intentar escuchar y acompa?ar.
Un saludo.