Incidentes con vigilantes y Guardia Civil en control de seguridad de aeropuertos
Un eurodiputado se dirige un buen día al aeropuerto de El Prat, trata de pasar el control de seguridad, los guardias le ordenan de forma arbitraria y maleducada que se descalce --"ahora vas a ser tú el que se quite los zapatos, listo", le dicen--, denuncia el atropello y el caso cae como un obús que destapa todo tipo de injusticias e incidentes. Ignasi Guardans (CiU), el eurodiputado, ha recibido decenas de cartas desde que el lunes pasado explicó públicamente lo que le había ocurrido. Cartas de tripulantes, de simples usuarios e incluso de algún guardia de seguridad que se solidarizan con él, le ofrecen ayuda en su cruzada contra los controles absurdos y abusivos y, ya de paso, explican el rosario de sinrazones al que han sido sometidos.
Una de las quejas más generales es el poco tacto y profesionalidad de los vigilantes privados, contratados a toda prisa cuando las medidas de seguridad se redoblaron a finales del 2006. Testigo privilegiado de ello es Antonio, un guardia de El Prat. Este le confiesa al eurodiputado en su misiva que siente "vergüenza ajena del trato que algunos compa?eros" dan a los pasajeros. También denuncia una multitud de "chapuzas" e "incumplimiento de normativas", la más leve de las cuales es que se les obliga a realizar palpeos y registros e incluso a requisar objetos sin la preceptiva presencia de la Guardia Civil. "Solo cuando un pasajero se queja aparece el guardia", indica. Las irregularidades más graves no son publicables sin pruebas.
A LA INTEMPERIE
De chapuzas también va el relato del portavoz del Sindicato de Tripulantes de Línea Aéreas (STAVLA). Esta organización denuncia que en el nuevo satélite de la T-4 de Barajas, los escáneres están tan cerca de las pistas que a poco que se forme una cola tienen que descalzarse y desvestirse a la intemperie. En Palma, otro aeropuerto inaugurado recientemente, el control está en el acceso a la pistas. No hay escapatoria posible. "Imagínese cuando llueve y te hacen descalzar", se queja el portavoz. Además, en este tipo de controles específicos para azafatas y otros tripulantes de líneas aéreas en muchas ocasiones solo hay hombres o mujeres y "los palpeos se hacen las más de las veces por persona del sexo opuesto".
Entre los usuarios destaca la crítica de un inspector jefe de una policía local catalana que desde su perspectiva profesional reprocha el maltrato verbal sufrido en un vuelo a Vigo y denuncia que por la incompetencia de los guardias estuvo "a punto de tener que tirar a la basura dos botecitos de perfume" de su mujer que valían 250 euros.
A otro pasajero catalán, Francesc Vilaubí, le llamó la atención la siguiente contradicción: "Un día pasé con un estic de hockey y a mi hijo le hicieron dejar una botella de colonia". Tras pasar el control, él y su familia se desternillaron un buen rato "pensando en lo que se considera peligroso en un aeropuerto".
Pero las contradicciones no se refieren solo al filtrado de los productos. Varios correos denuncian lo mal ajustados que están los arcos de seguridad. Vilaubí relata cómo un día todos los pasajeros pitaban en uno de los arcos. "Era el único y era muy raro", recuerda. Baldiri, un viajero frecuente, cuenta que está harto de sacarse los zapatos y de ver que todo depende del arco por el que pase incluso dentro del mismo aeropuerto. Al formular sus protestas lo máximo que ha conseguido es que le digan que son arcos diferentes. "Cuando les argumento que hay calibraciones y homologaciones, me responden que me aguante o que proteste a AENA", lamenta.
Pero la contestación más chocante es probablemente la que recibió Núria Tapias en el aeropuerto de Barcelona el pasado puente de la Constitución. Cuando se quejó por haber estado a punto de perder a los ni?os en un control por negligencia del vigilante, un guardia civil le respondió de esta guisa: "La culpa es suya, se?ora, por votar a quienes votan". Aún no sale de su asombro.
Los pasajeros anónimos, aquellos que no tienen ningún cargo relevante y desconocen los límites legales en los controles de seguridad, suelen quitarse los zapatos, se despojan de la vestimenta y hasta admiten que se airee su ropa interior frente a toda la cola. Por temor a perder el vuelo y a los agentes de seguridad, intentan evitar la confrontación. A diferencia de Joan Laporta --que se quedó en calzoncillos frente a los agentes hace dos a?os-- e Ignasi Guardans --el eurodiputado de CiU que denunció los excesos en los controles-- la mayoría de los pasajeros consultados por este diario no recuerdan incidentes destacados en los aeropuertos. Aun así, algunos contaron en El Prat y Barajas sus malas experiencias en los arcos de seguridad.
HUMILLADA EN PÚBLICO
Brianna Snider, una turista neoyorquina de 34 a?os de vacaciones en Europa, no olvida el trato vejatorio que recibió hace dos a?os en el aeropuerto internacional de Newark, en Nueva Jersey. Una vez pasados los primeros controles de seguridad, la pasajera se tuvo que someter a otro adicional en la misma entrada del avión. "Siempre llevo una muda en el bolso por si no llega la maleta. Ese día, el inspector de seguridad me trató muy mal al mostrar mi ropa interior e inspeccionarla frente a toda la cola. Fue muy humillante y casi lloré porque creo que era innecesaria una revisión tan rigurosa a toda mi ropa como la que hizo aquel agente. No sé por qué razón, pero creo que se quiso burlar de mí", comenta Snider. La mujer no se enfrentó al agente, por temor a represalias. "Esos trabajadores están protegidos por leyes federales. Su palabra siempre tendrá más peso que la de los viajeros", concluye.
DA?OS EN EL EQUIPAJE
Javier Raimudo, un inmigrante ecuatoriano de 36 a?os, se quedó sin los regalos que había comprado para sus familiares en Espa?a tras un extra?o control de seguridad en Quito. Mientras hacía cola para entrar al avión, la policía ecuatoriana llamó a Raimudo y a otros tres pasajeros. Les pidieron que les acompa-
?aran a revisar el equipaje facturado porque había sustancias sospechosas en ellos. "Solo llevaba café, licores y golosinas ecuatorianas. Tuve que abrir los paquetes, que luego se derramaron entre la ropa y perdí casi todo. También me da?aron la maleta al rascarla con un cuchillo porque creían que estaba hecha con alguna droga", recuerda Raimudo.
SIN IDENTIFICACIÓN
Un industrial llamado José Luis se quejó en Madrid de haber recibido insultos en dos ocasiones. Una de ellas, la más grave, tuvo lugar en el aeropuerto de El Prat, cuando sufrió los malos modos y "el abuso de autoridad de una persona que no tenía ninguna autoridad". Ese hombre era vigilante, cuidaba de la cola y le pidió que soltara la tarjeta de embarque que llevaba en la mano. "No quise entregar la tarjeta a una persona que no estaba identificada. Al decirle eso, me mandó a la mierda". Entonces, José Luis llamó a la Guardia Civil para contarle lo sucedido. "Me trataron muy correctamente y puse una reclamación".
"CHULOS Y MANDONES"
María Victoria Macién, una viajera de 58 a?os que nunca había tenido ningún problema en los controles europeos, se quejó del trato que recibió en las Navidades de hace dos a?os en el aeropuerto JFK de Nueva York. "Me tuve que quitar todos los complementos, la chaqueta, los zapatos. Te quedas con lo mínimo. Pero lo peor es el trato de los agentes: son altos, fuertes, chulos y mandones. Me hicieron abrir todos los juguetes que había comprado de regalo", explica.
CONFLICTO POR UNA HEBILLA
Un comercial llamado Enrique Soriano confiesa que ha tenido algún rifirrafe en los controles de seguridad, que considera engorrosos. "Una vez me hicieron quitar los zapatos al pitar el arco. Le pregunté al vigilante que por qué lo hacían si era evidente que lo que pitaba era una gran hebilla de hierro en mi calzado". Entonces se enzarzó en una discusión con el controlador, que le dijo que "las cosas eran así" y que si quería pasar "ya sabía lo que tenía que hacer". Al final, se quitó los zapatos y le dijo al agente que si lo hacía era porque no quería perder el vuelo.
EL AGENTE SIMPÁTICO
Mientras unos pasajeros se quejan por el mal trato recibido en los controles, también hay quien se sorprende por la cortesía excesiva de algunos agentes. Cynthia Piorno, de 27 a?os, viajó de Barcelona a Málaga en septiembre. A su paso por el arco de seguridad, se encendieron las alarmas. "A todo el mundo le quitaban el cinturón, los relojes y los zapatos, por lo que me sorprendió mucho que el agente me dejara pasar. Estaba más pendiente del cachondeo conmigo que de vigilar que no llevara nada peligroso", afirma. La viajera se sintió incómoda ante las miradas molestas de los pasajeros que soportaban los rigurosos controles.