Quién?
Lunes, 22 de Junio de 2015
El 'número uno' de la lucha contra la heroína
Sus superiores, sus compañeros, quienes han trabajado para él repiten las mismas palabras: perseverancia, vocación, lealtad y entrega. Este policía, que será ascendido en breve a comisario, ha pasado 32 de sus 37 años de profesión luchando contra el tráfico de drogas, muchos de ellos al frente de un grupo de la Brigada Central de Estupefacientes. Desde ahí coordinó la famosa 'operación Carro', en la que se incautaron 319 kilos de heroína.
Ha pasado 32 de sus 37 años como policía luchando contra el tráfico de drogas. Tiene 59 años y está a punto de convertirse en comisario, "el mayor acto de justicia que se ha hecho jamás en este cuerpo", según me decía un alto responsable policial que cuando aún no lucía divisas de jefe compartió apostaderos, noches en vela, tronchas, miserias y glorias con el protagonista de La Pringue de hoy, un tipo verdaderamente especial, uno de los policías más madero de todos los que he conocido en estos 27 años.
Castellano-leonés, recio como el clima de su Palencia natal, descubrió muy pronto su vocación y con poco más de 20 años empezó su carrera en la Brigada Criminal de Bilbao, habitual primer destino de los pepinillos de aquella época, y tras un paso fugaz por una comisaría local de Madrid y el servicio de escoltas, recaló en 1983 en lo que entonces se llamaba Brigada Especial de Estupefacientes, el embrión de lo que hoy es una de las brigadas anti-droga más eficaces de Europa.
En esos años, un grupo de jóvenes policías peleaban desde la Puerta del Sol -el edificio que entonces se conocía como Dirección General de Seguridad, hoy sede de la Presidencia de la Comunidad de Madrid- con los pioneros del tráfico de drogas. Nuestro protagonista estuvo destinado en un grupo que se dedicaba a la persecución de los tipos que hacían de la falsificación de recetas de psicotrópicos su forma de vida, revendiendo rohipnoles a los yonquis.
En 1989, nuestro hombre ya perseguía el tráfico de heroína, la especialidad en la que se convirtió en el número uno del cuerpo
En 1989, con esa pequeña brigada convertida en la BCE (Brigada Central de Estupefacientes) y trasladada al complejo de Canillas, nuestro hombre ya perseguía el tráfico de heroína, la especialidad en la que se convirtió en el número uno. Eran los años de apogeo de los turcos, que habían desplazado casi de manera definitiva a los iraníes, y que comenzaban a asociarse con familias gitanas y mercheras. Urfi Cetinkaya y su segundo, Ismail Kizmaz, ya habían puesto sus ojos en España y en los supermercados de la droga de las grandes ciudades se vendía el brown sugar que ellos traían desde los laboratorios de Turquía. Era una lucha desigual: en toda la BCE había dos magnetofones Uher, regalo de la policía alemana, con los que se escuchaban los teléfonos intervenidos, a la espera de una indiscreción o un error que los turcos nunca cometían.
Él nunca me lo ha contado, pese a todos los ratos que hemos compartido, pero en aquella época salvó la vida de un compañero, "su" compañero, su amigo del alma, que desde hace tiempo es un alto responsable de la Policía. Los dos formaban pareja y ese día esperaban en la puerta de su domicilio a un tipo que había llegado desde Ámsterdam con medio kilo de heroína. Tras seis horas de espera, el sospechoso salió de casa. Le siguieron y unos cientos de metros después, le pararon y le pidieron la documentación. Uno delante y otro detrás del tipo, como mandan los manuales. El hombre enseñó su carné de identidad e instantes después sacó de un bolsillo de su gabardina una granada de mano. Nuestro hombre se lanzó encima de él y le arrebató el artefacto. Salvó la vida al que entonces era su compañero y años después se convirtió en su jefe, sin dejar nunca de ser su amigo.
Se le encendían los ojos cuando preveía que un asunto tenía 'color', cuando llegaba una buena 'confitada' o cuando se enteraba del aterrizaje en nuestro país de un 'capo' turco
En 1994 se hizo cargo de un grupo de la BCE. Se le encendían los ojos cuando preveía que un asunto tenía color, cuando llegaba una buena confitada o cuando se enteraba del aterrizaje en nuestro país de un capo turco. La tenacidad, rayana en la cabezonería, siempre fue su mejor aliada. Como decía uno de sus compañeros más cercanos, "siempre ha buscado la suerte". Siempre encima de las investigaciones, pendiente de cada fleco, defensor de la teoría de que un mínimo detalle es la diferencia entre el éxito y el fracaso en una investigación, le gustaba estar en la calle con los suyos, en la misma trinchera. Y buscaba recursos donde no los había. Algunos de sus compañeros de esos años le recuerdan con una peluca puesta vigilando a una familia de traficantes en la barriada de Los Pitufos, al sur de Madrid. Y recuerdan también su faceta de matarefranes diciendo cosas como "te vas por los cerros de Villacastín".
Sus superiores, sus compañeros, quienes han trabajado para él repiten las mismas palabras: perseverancia, vocación, lealtad y entrega. Los encargados de seguridad del complejo de Canillas hace tiempo que se dejaron de extrañar de que apareciese por allí los domingos para escuchar una conversación, completar unas diligencias o buscar la vía por la que poder enganchar a un pez gordo. Solo su fe, su tenacidad y su entrega, junto a la de un puñado de policías que formaban su grupo, hizo posible en 1999 la operación Carro, aquella operación que hizo posible una foto jamás vista en España: 319 kilos de heroína, un récord imbatible de incautación, y una de las mayores organizaciones de traficantes desmantelada por completo. José Gomes Pires Coelho, El Enano, el líder de aquella red, acabó en una silla de ruedas tras recibir un disparo. Como en un giro de justicia poética, ha tenido el mismo fin que Urfi Cetinkaya e Ismail Kizmaz.
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En el año 2002 llegó al cargo que dejará ahora, con su ascenso: responsable de los tres grupos dedicados a la heroína de la BCE. Desde ese puesto, ha enseñado los secretos del oficio a decenas de compañeros, en los que siempre ha buscado lo mismo: trabajadores de la policía, tipos que, como él, se entreguen a su trabajo y se enganchen a la persecución de los traficantes de heroína, tanto o más que los consumidores de esa droga. Jamás ha caído en el desánimo. Ni los fracasos ni las injusticias le han debilitado y siempre ha mantenido el mismo discurso: "Diez kilos de heroína son como mil de cocaína, Marlasca... Esta especialidad es la mejor. No hay nada más bonito que esto, los que trafican con heroína son profesionales de verdad".
Cuando, en las próximas semanas abandone su despacho, dejará un legado gigantesco de sabiduría policial, instinto, capacidad de trabajo y, sobre todo, de humanidad. Tanta, que los que le conocen dicen que uno de los peores días de su carrera fue el día que se marchó de la sección uno de sus jefes de grupo, un inspector al que también se le encendían los ojos cuando veía color en una investigación y que compartió peluca con él en Los Pitufos.