POLICÍAS CEBO PARA CAZAR AL REY DEL BUTRÓN DE ORCASITAS: «NO VOY A PARAR HASTA COMPRARME UN CHALÉ EN MIAMI»El Cuerpo Nacional arresta a Alejandro y dos compinches con cerca de dos millones de euros en productos de Apple
Tablets, portátiles y móviles recuperados; en los círculos, acceso al semisótano donde el grupo escondía la mercancía POLICÍA NACIONAL
AITOR SANTOS MOYA
Madrid
28/02/2023
Actualizado 01/03/2023 a las 03:30h.
Cuando la Policía Nacional tocó a la puerta de la casa de Alejandro, este apenas se inmutó.
-«¿De qué se me acusa?».
-De dos robos, en Zaragoza y Ávila.
-Ah, bueno.
Su preocupación no iba mucho más allá: 27 antecedentes, con este 28, y una vida dedicada al butrón dan las suficientes tablas para saber que los grilletes forman parte del juego. Un día más en la oficina, y la oficina esta vez era un piso de Orcasitas, en una de esas franjas del barrio que tanta hostilidad profesa a la Policía. En realidad, todo empieza siete días antes, cuando alguien descuelga el teléfono y advierte a los agentes del improvisado supermercado de Apple que allí dentro se cuece. Ipad Pro, MacBook Air, MacBook Pro, AirPods… un extenso catálogo, valorado casi en dos millones, que pretendían quitarse en dos o tres remesas. «Buscaban venderlo rápido, aunque no sacaran tanto», confiesa uno de los investigadores.
Sin embargo, es tanta la cantidad afanada, que una sencilla vivienda de Usera canta por soleares. Pero aún es pronto para descubrirlo. Una vez identificados los posibles 'comerciantes', los funcionarios se ponen manos a la obra: establecen vigilancias en una calle donde las paredes tienen ojos. «Si pasa el zeta da igual, pero si un vehículo camuflado se para, los vecinos saben reconocerlo perfectamente», expone otro de los implicados. Nueva vuelta de tuerca. Lejos de alejarse, el coche de la secreta aparca en el mismo punto en el que malhechores y aguadores esperarían que estuviese. Dentro, sin embargo, solo están los llamados policías cebo.
Mientras estos aparentan realizar las labores propias de cualquier seguimiento, otros compañeros trazan la jugada. Miran sin ser mirados. Y así, en pleno juego de espejos, se topan con la primera de las 'suertes': observan a dos individuos bajarse de un coche cargados, aunque no con la cesta de la compra; los sospechosos portan dos bolsas color azul repletas de piezas electrónicas. Toca actuar. De inmediato, son abordados y comprueban que los objetos figuran como sustraídos en su base, en el marco de un robo con butrón cometido el día 12 en una nave industrial de Zaragoza. Pese a que ninguno explica el origen, el caso entra en su recta final.
Al día siguiente, el extenso abanico de grupos implicados (de ahí el sobrenombre de la operación Termópilas, por la alianza de Atenas y Esparta para frenar al imperio Persa) decide entrar. Los agentes registran el piso de los detenidos, sin encontrar a primera vista nada parecido a un almacén fraudulento de productos tecnológicos de alta gama. «Estábamos a punto de irnos, casi con las manos vacías», añaden los encargados de llevar a buen puerto las pesquisas. Pero ya en el rellano, uno de los personados descubre en el suelo una trampilla cerrada con llave y sabe que ha dado en el clavo. Tras ella, las escaleras metálicas conducen a un semisótano de vastas dimensiones, donde el grupo almacena el grueso de la mercancía.
En el pan de molde
El siguiente paso es la guarida de Alejandro, el mismo que al recibir la 'inesperada' visita espeta en tono socarrón: «Menuda semana nos habéis dado, os teníamos controlados pero no sabíamos si ibais a venir aquí o a otro piso». El cebo ha surtido efecto. En el interior, y al igual que en la otra vivienda inspeccionada, el primer rastreo es infructuoso. Sin teléfonos, tablets o portátiles en su haber, su implicación en el butrón aragonés queda en el aire. Hay que seguir buscando, y la clave ahora está en la cocina.
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En una bolsa de pan de molde, entre rebanada y rebanada, se hallan dos AirPods, desprecintados y destinados aparentemente a un uso personal, pero cuyos números de serie coinciden con los del citado robo. A ello se añade su participación en otro palo cometido tres meses antes en Ávila, donde desaparecieron casi 300 ordenadores de diferentes marcas: «Fue un tatuaje el que provocó que lo relacionásemos también con este golpe».
Dos delitos con fuerza que no han logrado asustar a Alejandro, merchero, como sus compinches, y butronero de barrio; del mismo barrio que le protege y al que solo acude para refugiarse. Sus planes son otros y no parece, a tenor de lo expresado en los calabozos, tener intención de abandonar: «No voy a parar hasta comprarme un chalé en Miami». El reto, bravuconadas al margen, está servido.