JOSÉ ROMERO, "ROMMEL", MADERA DE ESCRITOR
Las letras del policía“El gran juego” es la primera novela importante de un peculiar escritor. Agente de la policía de Madrid, exinfante de marina, habitante de la noche, superviviente a mil batallas profesionales y vitales. Detrás de este tipo duro, “madero”, se esconde madera de escritor
¿En qué tipo de cuerpo vive un escritor? ¿Ha de llevar gafas (de pasta, claro), el pelo desgreñado, vestir chaquetas de punto con zapato inglés? ¿Fuma en pipa? ¿Es aburrido? En escena entra un escritor, con pipa, pero no la que uno asigna a un escritor. Cráneo rapado, anilla en la oreja, camiseta demasiado ajustada, músculos trabajados, gorra beisbolera y mirada desafiante. Un escritor por vocación, porque en su situación, en su forma de vida, si se escribe es porque se quiere. Y él, José Romero, al que llaman “Rommel”, escribe porque le da la gana. ¿Sí que no?
La mirada patibularia y descreída de un policía es la que alumbró “El gran juego”, que no es su primer libro, ni son sus primeras letras. Es policía con hábitat natural en la noche más confusa, lleva desde los 15 años escribiendo. Es decir, un poco antes de que fuera un terrorífico infante de marina adscrito a una unidad de élite. Es decir, que escribía y aprendía a matar y que no mataran, por eso seguramente se hizo policía.
Pero ahora mismo José Romero no lleva el uniforme de agente de la policía municipal de Madrid, sino que lleva un libro bajo el brazo. Un libro que sorprende porque, bajo la corteza de servicios secretos, noches sórdidas y novela negra de buen ulso, subyace una cara tierna que habla de la mirada de un escritor con sensibilidad para los personajes, también para los femeninos.
“En Madrid pasan muchas cosas”, asegura José Romero, y no se sabe bien si quien te habla es el agente de la le o el escritor. El primero ha visto la muerte y la miseria de la condición humana muy de cerca, sin duda para darle armas al escritor. Armas incluso para una segunda novela, “El corazón del mundo”, a punto de presentarse. Otra novela en la que hay noche, pero lejos del corazón de la ciudad, un sorprendente relato que rodea la magia. Una pirueta aún mayor que la de su primera novela, en la que el oficio de policía le regalaba un escenario inmejorable.
Para explicarse, José Romero habla de una infancia dura en la disciplina, de pocos lujos económicos, pero de instrucción esmerada, como si hubiera sido la misión militar que se hubiera autoimpuesto sus padres. De su trabajado físico de policía duro surge el contrapunto de un poeta desde temprana edad. De los rigores del entrenamiento militar de un fusilero de la Infantería de Marina –que erróneamente muchas veces llaman “marines”–, un tipo que escribe piezas de teatro.
A un lado la pistola, el libro en la otra. Él no es José Romero sin sus matrimonios, sus hijos, su cuerpo con tatuajes, sus cinco medallas por valor en el trabajo policial, su casco de moto, sus bíceps y su sensibilidad extraordinaria que solo deja asomar cuando se habla cara a cara. Como cuando se enfrenta a un teclado y una pantalla de ordenador.
No es el suyo, en los libros, el léxico atropellado de un agente de la ley, de un habitante de la noche más oscura de Madrid, de un tipo que lleva arma y esposas al cinto cada día, que lleva en la memoria asesinatos, mujeres apalizadas por criminales, niños abandonados en la calle, el “caballo” desbocado por las aceras de Madrid, el vicio de “perico” y la desgracia de los perdidos. No, es el léxico de un narrador observador, ágil y con muchas más tablas de las esperadas en un escritor a tiempo parcial.
¿En qué tipo de cuerpo vive un escritor? Un escritor no lo es por su cuerpo, sino por su alma. José Romero, un policía con alma de escritor.