Juicio: momento estrella
La vida de cualquier obra de arte es, o puede ser, más o menos larga, pero tiene su momento estrella. El estreno o la exposición marcan el límite entre el todo y la nada, y son, sin duda, la puerta de entrada al éxito. O al menos son la puerta grande, aunque hoy en día haya otras puertas laterales que se agrandan por momentos, como las redes sociales o las plataformas digitales. Pero, sea cual sea modo, lo esencial es que se muestre al mundo, que exista ese acto donde todo lo realizado hasta entonces cobre sentido. Esas cosas que podemos ver en todas las películas, que son muchas, dedicadas a artistas, como Carvaggio, Picasso, Miró o Rembrant,
Nuestro teatro también tiene su momento estrella, sin duda, que no es otro que el juicio oral en sí mismo. Algo de lo que hemos hablado en diferentes estrenos, según el tipo de procedimiento –faltas, jurado, conformidades– pero que no ha tenido su propia premiere, Y ya le tocaba, la verdad.
El juicio oral es el astro rey de la fase de enjuiciamiento, que empieza con los preparativos para su celebración, tales como citaciones, notificaciones y, sin duda, los escritos de calificación y termina con la sentencia. Esta, y no otra, es o debería ser la reina absoluta de la función de los miembros de la judicatura. Y, como he dicho más de una vez, no es que lo diga yo, es que lo dice la Constitución cuando se refiere a ellos diciendo eso de “juzgando y haciendo ejecutar los juzgado”. Así que de cosas como el Registro Civil Registro Civil se encargan los jueces pero no tendrían por qué hacerlo si no lo dice la ley porque no forma parte de la labor jurisdiccional.
Esto, que está claro respecto del Registro Civil, lo está un poco menos respecto de la instrucción, como ya contaba en un estreno reciente porque, tras el enésimo anuncio de un gobierno de que van a llevar la instrucción los fiscales se han desatado rayos y centellas en redes sociales y fuera de ellas. Y yo que, como Santo Tomás, hasta que no lo vea no lo creeré, dejaré este tema aparcado para el momento. Ya le hemos dado bastantes vueltas, y acabaremos mareándonos.
Vayamos, pues, al juicio. Ya sé que he roto más de un mito contando que lo que se ve en las películas americanas no es lo que aquí sucede, ni nos levantamos cuando llega el juez al grito de “preside el Honorable Juez x”, ni se jura alzando la mano ni poniéndola encima de la Biblia a la pregunta de acerca de la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad -aquí con decir lo de la verdad una vez nos basta, no como a los los yankis que han de decírselo tres veces- . Y, por supuesto, no llevamos peluca, aunque he oído decir a alguno que le gustaría llevarla par disimular así las entradas…y hasta las salidas. Pero va a ser que no.
En nuestro proceso penal, la forma en que se desarrolle el juicio depende de la clase de procedimiento ante el que nos hallemos aunque en esencia, los trámites son los mismos, con la excepción del jurado.
Los juicios empiezan con la lectura de los escritos de conclusiones provisionales de las partes, donde generalmente el Fiscal acusa y la defensa pide la absolución, aunque puede no ser así. Como ya he dicho otras veces, el Ministerio Fiscal defiende la legalidad así que pude darse el caso -y se da- de que esos escritos de conclusiones se formulen en sentido absolutorio y solo sustente la acusación la acusación particular y/o la popular. He de confesar que, aunque formalmente han de leerse esos escritos, más de una vez se pasa por alto, si las partes están suficientemente informadas, o se leen tan deprisa que no hay quien se entere. Pero también hay que reconocer que es un tanto absurdo que nos tengan que leer algo cuya copia tenemos delante. ¿O no?
Antes de ese momento hay un trámite que en muchos casos es un mero requisito formal pero en otros tiene mucha enjundia: las cuestiones previas. Pido perdón por la comparación pero para mí son como La habitación del pánico en que todo puede pasar y todo por sorpresa. Tan pronto pueden pedir testigos como alegar una prescripción, una cosa juzgada o aportar varios tomos de documentación. Te mueres del susto porque sabes que Su Señoría va a tardar un nanosegundo en darte la palabra para que informes al respecto, y, como toda buena sorpresa, no se puede tener preparada, así que a veces pasamos verdaderos apuros, por más cara de seguridad y aplomo que pongamos. Es verdad que cosas como la prescripción, si los hechos sucedieron en el año de la picor, puede intuirse que va a ser traída al terreno de juego, pero otras nos dejan totalmente outside. Aunque disimulemos de maravilla. O no.
Pero retomemos. Después de leer -o no- los escritos, llega el juicio propiamente dicho, que empieza, como no puede ser de otro modo, por los testigos. Estos han de haber sido propuestos y citados en los escritos o en las cuestiones previas, en cuyo caso han de traerse puestos y ser admitidos por el Juez o jueza. Por supuesto que no cabe cualquier testigo y en cualquier momento, sino que tiene que ser alguien relacionado con lo que se juzgado y hacerse en el momento procesal oportuno. Lo cual no quiere decir otra cosa, y siento destrozar otro mito, que aquí no vale ese testigo sorpresa que llega en el último momento y que atraviesa la sala contoneándose para desesperación del abogado que creía que la cosa era pan comido. Pues no, aquí no hay pan comido que se le atragante a nadie porque todo está previsto y más que previsto. Un proceso que pude parecer más rígido y bastante menos entretenido pero que es, sin duda y por suerte, más garantista.
Tras los testigos vienen los peritos, categoría en la que entran médicos forenses que hacen la autopsia, los profesionales que analizan restos de sangre o de otros fluidos, quienes determinan si una sustancia es droga, o si el ADN es del acusado, o estudian las huellas dactilares o las balas que se han disparado, por poner un ejemplo. Y aquí, en muchos casos, sí que nos acercamos a lo que hemos visto en algunas pelis. Ver a un buen perito informar es, para los legos en su ciencia, un momento apasionante que, además, pude inclinar la balanza de la culpabilidad en uno u otro sentido.
No está de más, llegados a este punto, hacer una precisión. A testigos y peritos se les oye y, aun mejor, se les escucha. No se les audiciona, como me dijeron hoy, que me los imaginaba haciendo una audición como si aspiraran a entrar en Operación Triunfo, ni tampoco se les audita, que iríamos aviados si les tuviéramos que hacer una auditoría a cada uno. Y los audio tampoco se audicionan, se oyen, como toda la vida.
Luego la cosa baja de nivel y llega el momento de la prueba documental. Como si fuera una cantinela aprendida, en la inmensa mayoría de los casos decimos eso de “por reproducida” que no quiere decir otra cosa que se deben tener en cuenta los documentos que ya están en la causa. Lógico. Salvo que se impugnen y les den la razón. Más lógico aún.
Por último llega el trámite de informes. Hay que reconocer que el informe, donde el Ministerio Fiscal y las representaciones de cada parte exponen lo que se ha probado en el juicio, y por qué piden esta o aquella condena, son en muchos casos una letanía que sirve para poco porque ya estaba todo el bacalao vendido. Tal vez deberíamos dar una vuelta a esto. En el Tribunal del Jurado, sin embargo, el informe es esencial puesto que, al dirigirnos a personas legas en Derecho, hemos de explicarles nuestras conclusiones en base a lo que han visto. Se sea partidario o no, hacer un juicio de jurado es un gran experiencia para cualquier jurista. La recomiendo.
Por último, señalaré un detalle que muchas veces pasa desapercibido pero que puede ser muy importante. ¿Quién mantiene el orden el la sala, si algo o alguien se sale de madre? Pues, sin duda alguna, el juez, jueza, presidente o presidenta del tribunal, encargado de una cosa que recibe un nombre horroroso, policía de las vistas, pero que en román paladino consiste en mantener el orden. Y eso tanto en el sentido procesal, impidiendo preguntas impertinentes o trato inadecuado como respecto del público que, a veces, es para darles de comer aparte, haciendo afirmaciones o negaciones con la cabeza, dándose golpes de pecho y hasta levantando una mano como si aquello fuera una tertulia televisiva donde cualquiera pudiera tomar la palabra. Y para eso está la policía de las vistas, para explicar, entre otras cosas, que un juicio se parece a Sálvame como a un huevo a una castaña. Y si no es que algo falla.
Y hasta aquí el estreno de hoy. Se cierra el telón justo en el momento de la sentencia, pero antes toca dar el aplauso. Y hoy va dirigido, obviamente, a quienes intervienen en los juicios nuestros de cada día sin perder la paciencia, el humor ni los nervios. Ahí queda eso.