A Gallardón le gusta el botellón
17-03-2010
Alicia Huerta
ALICIA HUERTA es escritora, abogado y pintora
Es lo que, a estas alturas y con una buena dosis de razón, debe pensar más de un vecino de esas “escogidas” zonas del centro de Madrid que cada fin de semana, aunque nieve o haga un ventarrón de tres pares de narices, se ven invadidas por pandas de energúmenos, borrachos hasta las cachas, que convierten sus calles en la más insufrible de las fiestas salvajes que se pueda imaginar. En la calle todo vale, desde beber a vomitar, pasando por berrear, poner la música del coche a todo trapo o encararse con ese pánfilo suicida que tiene la osadía de asomarse a la ventana de su casa suplicando: “que paren ya, que son las 5 de la mañana”, ese pobre “matao” que no ha hecho otra cosa que llamar insistentemente a la policía, preguntándose, desesperado, por qué nadie ha acudido en su auxilio y en el de los demás afectados.
Hay que ver lo lejos que quedan ya esas imágenes de policías haciendo guardia en Malasaña desde las 7 de la tarde del viernes para disuadir a los “botelloneros” de que acudiesen a la zona. Mejor prevenir que curar, porque una vez reunidos, con el alcohol enquistado en el cerebro y en la sangre, los agentes del orden se iban a tener que liar a dar buenos mamporros para disolver el degradante sarao. O, a lo mejor, a recibirlos.
Pero aquello ya pasó, y la maldita e incomprensible manía del botellón, continúa. En algunos casos, simplemente ha cambiado de ubicación, buscando, por ejemplo, parajes más impunes para ponerlos de moda. Si hace unos años, Malasaña y Moncloa eran lo más cool para pasar la noche pelándote el culo de frío mientras te achicharras la garganta con el elixir del garrafón o de cualquier otra mierda que sirve para fundir las neuronas, ahora no estás de moda y eres un puñetero “pringao” si no te dejas ver por el Parque de Atenas, junto al límite meridional del Campo del Moro. Es lo más, y en los chats se refleja durante toda la semana. De lunes a miércoles para comentar lo ocurrido, es decir, cuánto se pasaron con lo ingerido y con la bronca que montaron; jueves y viernes, para ir preparando la próxima quedada. Los vecinos, por su parte, intentan reponerse del fin de semana y esperan con auténtico terror a que llegue el siguiente. Y mientras, se preguntan cómo es posible que siga ocurriendo una y otra vez sin que nadie haga nada. Sin que sus llamadas a la Policía den como resultado la correspondiente actuación que impida que coches convertidos en auténticas discotecas invadan sus aceras. La realidad es que, encima, la situación ha ido siempre a peor, degenerando en más molestias y más impunidad desde que se arreglaron las aceras del lateral de Virgen del Puerto y calles aledañas, sin que se instalaran los bolardos que en el resto de la ciudad encontramos a cada paso, y desde que la cercana Sala Riviera volviera a abrir las puertas que le cerró el Ayuntamiento en 2008, después de años acumulando denuncias por ruidos y falta de licencias. No falta quien, incluso, acusa al Ayuntamiento de favoritismo con la discoteca y achaca esa alucinante falta de efectivos policiales, de bolardos y hasta de grúas, al encubrimiento de un parking para los clientes del céntrico local.
Y de esa descarada impunidad, también se jactan los “botelloneros” en los chats. Igual que se jactaban de sus hazañas los caballeros que, en tiempos de Felipe II, utilizaban este mismo lugar, entonces conocido como el Campo de la Tela, para los juegos y las fiestas caballerescas. Sólo que éstos, los de hoy, de caballeros no tienen absolutamente nada.