Mossos y Guardia Urbana, descoordinados en Barcelona
Los policías no hablan tanto de número de efectivos como de ganar eficacia y llegan a plantear unificar los cuerpos
En Barcelona existen dos policías con patrullas en las calles: los Mossos d’Esquadra y la Guardia Urbana. Sobre el papel, se complementan y ayudan, pero esa coordinación más que fallar resulta casi inexistente en muchos casos. En momentos de crisis económica, las instituciones discuten sobre el número de efectivos; sobre los déficits de las plantillas. Sin embargo, entre algunos miembros de los cuerpos no hablan de ello sino que surgen preguntas acerca de cómo hacer que el servicio que se presta sea más eficaz y cueste menos dinero o, como mínimo, el mismo. ¿Se puede tener en las fuentes de Montjuïc un dispositivo de la Guardia Urbana y otro de los Mossos d’Esquadra contra los carteristas sin que se hayan avisado los unos a los otros? Quizá en las cúpulas directivas de estas dos fuerzas policiales el debate no sea tan intenso como lo es en la actualidad entre las escalas básicas.
Existen diferentes teorías sobre cómo llevar a cabo una verdadera coordinación entre cuerpos. Están quienes abogan por ahondar en los mecanismos ya existentes y también están quienes buscan caminos más osados y hablan de la unificación de la policía autonómica con las policías locales. Hay quienes proponen que en Barcelona se creara una gran policía metropolitana que cooperaría con los Mossos, desplegados en el resto de Catalunya, cuando se dieran asuntos que territorialmente superaran la capital catalana y su anillo.
Quienes hablan de la necesidad de ponerle el cascabel al gato y abordar la convivencia y coordinación de ambos cuerpos policiales se dirigen directamente a los políticos. “La Generalitat y el Ayuntamiento tienen intereses distintos incluso cuando han sido del mismo color político. El problema es el sistema público de autoridad. Debería buscarse una coincidencia de objetivos siguiendo intereses sinceros”, explica un sindicalista de los Mossos que al escucharse hace una mueca que evidencia que lo dicho está todavía muy lejos, si es que no forma parte de la utopía.
La llegada de los Mossos a Barcelona supuso una nueva forma de gobernar policialmente la ciudad. La convivencia durante décadas de la Policía Nacional y la Guardia Urbana tampoco fue fácil, si bien mejoró en los últimos tiempos cuando el cuerpo dependiente del Ministerio del Interior empezó a retirar efectivos de manera notoria y la policía local barcelonesa ganó importancia por su buen número de patrullas en las calles. Hoy en día ocurre lo mismo. La Guardia Urbana tiene en la mayoría de distritos más patrullas que los Mossos.
En el momento del despliegue en la capital catalana, se dijo que sumando la plantilla de la policía autonómica, de la Guardia Urbana y de los miembros de la Policía Nacional y de la Guardia Civil que se quedaban en la ciudad, ésta tendría el mayor número de policías de la historia. Se hicieron protocolos de actuación y los discursos se llenaron de palabras como “coordinación” y “operativos conjuntos”; de una nueva etapa de relaciones entre la policía encargada de la seguridad ciudadana –los Mossos– y la Guardia Urbana. En estos cinco años transcurridos aproximadamente desde entonces, las cosas no han mejorado especialmente. El Ayuntamiento esperó sin éxito que los Mossos se implicaran en cuestiones de civismo y de vía pública y a los guardias urbanos que se acercaban a temas cercanos a la investigación o a la seguridad ciudadana, se les decía con claridad que estaban para otras tareas.
Se creó una sala conjunta de coordinación en la calle Lleida de Barcelona en la que los responsables de atender las llamadas de emergencia de uno y otro cuerpo comparten espacio y deberían compartir también flujo de información. Todas las fuentes consultadas en el pasado y en la actualidad coinciden en que la referida sala no funciona en lo que a coordinación se refiere. “Es como si hubiera un muro invisible que nos separara”, afirma un miembro de la Guardia Urbana.
Esa falta de coordinación sigue provocando disfunciones en la actualidad, por ejemplo, en diferentes dispositivos callejeros. Se ha dado el caso de que agentes de la Guardia Urbana luchando contra los carteristas en la Sagrada Família han visto cómo en el momento de ir a por los delincuentes una patrulla uniformada de los Mossos, ajena por completo a la operación del otro cuerpo policial, ha pasado por medio y ahuyentado al grupo de rateros. Los casos se dan a decenas y los papeles pueden intercambiarse.
Existe otra casuística muy frecuente y también reversible: unos agentes de los Mossos pueden verse en apuros, por ejemplo, en un local y acabar el asunto en un enfrentamiento violento. Incluso podría tratarse de un suceso con armas de fuego. Dado que los coches de uno y otro cuerpo no están conectados entre sí, salvo por la sala de coordinación que hace de puente y en la que los flujos de información son muy ocasionales, puede darse el caso de que un coche de la Urbana situado a una manzana no sepa que sus colegas estén en apuros. Sin embargo, puede acabar acudiendo en apoyo de los agentes en peligro un coche de los propios Mossos, pero que se encuentra a seis manzanas o más. “Creo que estamos como en los peores tiempos de la Policía Nacional”, dice un guardia al hablar de las relaciones entre su cuerpo policial y el de los Mossos.
Existe el caso de descoordinación extremo en el que la grúa municipal estuvo a punto de retirar de una calle barcelonesa un coche camuflado de los Mossos d’Esquadra que estaba realizando una vigilancia especial. El vehículo, con cristales tintados, estaba mal aparcado y una patrulla de la Guardia Urbana requirió a la grúa para que se lo llevara. Nadie había informado en el distrito de la misión de ese coche.
Por una ley de probabilidades –tienen más patrullas en las calles–, es más fácil ver en Barcelona un coche de la Guardia Urbana que de los Mossos d’Esquadra. Por ejemplo, el ciudadano francés que recientemente asesinó a un joven pakistaní en un colmado de Ciutat Vella fue detenido por unos guardias urbanos en la zona de las Drassanes. Pues bien, los agentes abordaron al sospechoso por una infracción de tráfico, pero no porque coincidiera la descripción del sospechoso con la del autor del crimen del joven pakistaní. Fuentes cercanas al caso aseguran que los agentes carecían de esta información, a pesar de que el crimen se había cometido horas antes. “Deberían abrirse los canales de radio para temas así”, dice un guardia.
Desde los Mossos d’Esquadra, que en privado admiten la diferencia en el número de coches en la calle de uno y otro cuerpo, se esgrime que en un turno de trabajo una patrulla o más quedan inmovilizadas durante un tiempo indeterminado si como es habitual efectúan alguna detención. Durante esos procesos dejan de estar en la calle. El plazo puede alargarse durante varias horas si el detenido presenta lesiones o si el servicio de reconocimiento médico está sobrecargado. Se quejan también de que la Guardia Urbana tiene cerradas algunas comisarías por la noche, algo que ocurre ya desde hace años.
“Existe mucha desconfianza –afirma un mosso–, nos hemos mostrado mil veces generosos con ellos por respeto institucional y después no han confiado en nosotros”. “Estamos cansados de ver cómo nos tratan. Nosotros también tenemos nuestro corazoncito. Perseguimos a meones, muy bien, pero a ellos les falta veteranía para estar en la calle. A veces, se han discutido con nosotros por un atracador al que acabábamos de detener y se lo querían llevar ellos, sin más”, explica un experimentado urbano.
“Urge un cambio de modelo policial en Barcelona y también en Catalunya. La plantilla de Mossos no es la suficiente y, además, no estamos coordinados. Hay que hacer algo ya y dejar que a la policía se nos utilice como arma política arrojadiza”, resume un agente de los Mossos.