La política es, por tanto, el arte del príncipe o gobernante en cuanto tal. Y el príncipe, en cuanto conquistador y dueño del poder, en cuanto encarnación del Estado, está por principio (y no por accidente) exento de toda norma moral. Lo importante es, que tenga las condiciones naturales como para asegurar la conquista y posesión del poder, "que sea astuto como la zorra, fuerte como el león"... ("El Príncipe" Cáp. VIII)
Entonces podemos concluir que la política es inmoral e inmorales quienes participan en ella?
Maquiavelo establece los deberes de un príncipe ateniéndose a lo que él llama «la verdad real de la cosa», no a la «representación imaginaria de la misma»; es decir, parte de la realidad tal cual es y no como debería ser: «...porque hay tanta distancia de cómo se vive a cómo se debería vivir, que quien deja a un lado lo que se hace por lo que se debería de hacer, aprende antes su ruina que su preservación».
Marca así una separación entre la conveniencia política y la moralidad; presenta un ejemplo extremo de la doctrina de un doble patrón de moralidad: es distinta la moral para el gobernante y para el ciudadano privado. Se juzga al primero por el éxito conseguido en el mantenimiento y aumento de su poder; al segundo, por el vigor que su conducta da al grupo social. Como el gobernante está fuera del grupo o, por lo menos, se encuentra en una situación muy especial con respecto a él, está por encima de la moralidad cuyo cumplimiento debe imponerse dentro del grupo.
Maquiavelo llega a esta reflexión partiendo del principio de la inmutabilidad de la naturaleza humana, pero no entendida como «energía irremediablemente debilitada por el pecado o como conjunto indeterminado de almas singulares, sino como realidad orgánica, regida por determinadas y rigurosas leyes, y funcionando según un complejo pero racional mecanismo». La política debe basarse en lo que los hombres son inevitablemente: «ingratos, volubles, simulan lo que no son y disimulan lo que son, huyen del peligro, están ávidos de ganancia».
Tomando en cuenta las premisas anteriores, el príncipe que quiere mantenerse debe —según Maquiavelo— aprender a no ser siempre bueno, a serlo o a no serlo, «en función de la necesidad». Ciertamente, lo más deseable sería un príncipe que reuniera todas las buenas cualidades, que fuera generoso, clemente, fiel a su palabra, firme, valiente, ponderado y devoto, pero esto apenas si es posible y la naturaleza humana no lo permite. Ya es mucho si el príncipe sabe huir de los vicios vergonzosos que le harían perder el Estado. Más aún, ciertos vicios y defectos son necesarios para la conservación del Estado al cual, por el contrario perderían ciertas cualidades:
...que no se preocupe el príncipe de caer en la fama de aquellos vicios sin los cuales difícilmente podrá salvar su Estado, porque si se considera todo como es debido se encontrará alguna cosa que parecerá virtud, pero si se la sigue traería consigo su ruina, y alguna otra cosa que parecerá vicio y si se la sigue garantiza la seguridad y el bienestar suyo.
Un príncipe debe basarse en sí mismo: la ley por un lado, y la astucia y la fuerza por otro, disfrazando —porque lo obliga la naturaleza de las cosas y su movimiento— sus, a primera vista, injustas, inmorales e irreligiosas acciones. Esto es así porque la política, para la generalidad, es el reino de las apariencias ya que «cada uno ve lo que pareces, pero pocos palpan lo que eres».
Si bien Maquiavelo sostiene que se ha de ser consciente de que es inevitable y necesario «pecar» a veces para conservar el Estado y la libertad, recomienda el procurar por todos los medios no provocar el desprecio y el odio del pueblo, porque éstos son los vicios o los males que hacen perder al Estado. El príncipe debe, por el contrario, ganar el consentimiento a su dominación.