Si revisamos este tema veremos que llevan varios años mareando esta perdiz.
Lúgubres e inservibles: Madrid borrará del mapa sus últimas 1.800 cabinas telefónicas
Con una media de uso de una llamada semanal, Telefónica desmontará en 2022 los postes tras el fin de la actual concesión
Cerca de un millar de teléfonos resisten en la capital, vandalizados en gran parte y sin que nadie los use desde hace años
Aitor Santos Moya
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Madrid Actualizado:12/12/2021 01:35h
Están ahí, aunque no por mucho tiempo. Vandalizadas, empapeladas, estropeadas... muy lejos de sus días de gloria, de llamadas a cobro revertido y largas colas en las cabinas telefónicas. Ahora, tras el proyecto de la nueva Ley General de Telecomunicaciones, aprobado recientemente por el Consejo de Ministros, los teléfonos de uso público desaparecerán de las calles madrileñas en 2022, y con ello, casi un siglo de historia. Para ser exactos 95 años, desde que en 1928 un cajón de madera con un teléfono negro en su interior fuera instalado en el antiguo Viena Park, hoy Florida Park, dentro del parque del Retiro. La región dirá adiós a unos 1.800 ‘tótems’, de los que casi mil se encuentran en la capital.
Vestigios de otra época, como los quioscos y los buzones, las cabinas son ya mobiliario urbano en vías de extinción.
También son cultura, «cultura de Canillejas», en palabras de Belén, una joven de 18 años que asegura haber usado este servicio una vez en su vida. «Hace años, con mi tía, recargamos un móvil en Alameda de Osuna», sostiene. Cabe recordar que la irrupción de la telefonía móvil ha sido la causa principal de la caída en desuso de estas estructuras. Cabinas recargando cuervos. ¿O no era así el refranero? En el grupo de amigas de Belén, son varias las voces que niegan haber descolgado un teléfono público. Son parte de la generación Z, la que nunca pronunció «a las 5 en el parque, y a las 5 había que estar». Quien habla es Rubén, recién entrado en la treintena y media vida pegado al móvil.
La comunicación en su adolescencia era vía telefonillo, algún SMS y una especie de código basado en los toques -cortar el tono de llamada a la primera-. «El saldo se acababa rápido», reconoce Rubén, por edad, uno de los últimos en conocer el intríngulis de las cabinas. «De pequeño en los campamentos siempre las usaba para llamar a mis padres», rememora. Como él, muchos de su quinta crecieron mirando en los cajetines de cambio metálicos, esperando una moneda olvidada que rara vez afloraba. «Alguna vez llamábamos a alguien en plan de broma», confiesa. Pequeñas maldades prescritas, realizadas casi siempre a cobro revertido.
Más de 15 años después, basta un dato para hacerse una idea del evidente declive: las 14.824 cabinas contabilizadas en España al inicio de 2021 registraron una media de 0,17 llamadas al día, o dicho de otro modo, una llamada a la semana de promedio. Desde Telefónica -responsable de la gestión del servicio- señalan, además, que su uso se ha reducido a menos de la mitad en los últimos dos años, cuando la cifra alcanzaba las 0,37 llamadas diarias, una cada tres días. Según los datos de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), que revisa las condiciones de la prestación, en 2016 el coste de mantener las cabinas rondaba los 4,5 millones de euros anuales, lo que hoy día supondría un desembolso medio de más de 300 euros por cabina.
A la espera de la nueva ley
De hecho, fue la propia CNMC la que recomendó en 2019 la retirada de la obligatoriedad de este servicio al haberse constatado un progresivo abandono de su uso. Pero el Gobierno hizo oídos sordos y prorrogó, contra todo pronóstico, la concesión hasta el próximo 31 de diciembre, al mantenerlas como parte de las prestaciones incluidas dentro del servicio universal de telecomunicaciones. Una decisión, revocada ahora, que originará un complejo plan de desmontaje, del que todavía no se conocen detalles. «Estamos a la espera de la evolución de la ley», subrayan en la compañía, designada por decreto como operador de los postes. Precisamente, la falta de licitación pública llevó a la teleco a interponer un recurso, saldado a su favor por el Tribunal Supremo, pero sin posibilidad de retirarlas hasta el fin de la concesión.
Sea como fuere, lo cierto es que el tétrico aspecto de la mayoría de cabinas conserva el aroma lúgubre de ciudad añeja. «Están hechas una porquería», sentencia ‘Basi’, de Basilia, frente a una de ellas reventada a pedradas el pasado fin de semana. Los pequeños cristales que aún permanecen en la acera ni siquiera es el mayor de los problemas para Basi. «Dan asco y huelen a pis», argumenta esta vecina del que fuera pueblo de Canillejas, consciente de su actual inutilidad. «Tengo 76 años y la última vez que las usé estaba soltera», termina, no sin advertir que ya nadie usa el teléfono. Al descolgar el terminal, un corto pitido parece avisar de su operatividad. Es más, la pequeña pantalla se enciende, pero un rótulo, casi ilegible por el reflejo del sol, informa de su estado: «Fuera de servicio».
En Telefónica recuerdan que «el servicio universal que recoge la Ley de Telecomunicaciones garantiza que todos los ciudadanos tengan un acceso a una serie de servicios con independencia de su localización geográfica, con una calidad determinada y a un precio asequible». Ello, en materia de conexión telefónica, supone que las poblaciones con más de 1.000 habitantes deben tener al menos una cabina instalada, y otra adicional por cada 3000 habitantes. Condiciones, todas, que serán eliminadas en la nueva ley, a imagen y semejanza de países como Francia, Bélgica, Dinamarca y Estonia. Mientras el fin se agiliza en los despachos, las calles de la capital miran con desidia a unos teléfonos de futuro incierto. Objetos de coleccionista, nuevos usos o, simplemente, chatarra, son algunas de las opciones barajadas.
Posibles usos
En Andalucía, la compañía ha puesto en marcha un proyecto piloto para convertir estos espacios en puntos de recarga móvil, acceso WiFi e información turísticia. De manera anónima, también se han visto cabinas -las más antiguas, con puerta en acordeón- reconvertidas en pequeñas bibliotecas callejeras, donde depositar y recoger libros en función de las necesidades de cada viandante. Son este tipo de cubículos los que más posibilidades tienen de ser conservados, si bien conviene no lanzar las campanas al vuelo. Desde Telefónica avisan: «No tienen la tradición ni el valor de otras icónicas como las de Londres».
La nostalgia es otro de los actores principales en este dilatado baile de piezas. «Echar de menos, no, pero sí que me gustaría que dejaran alguna», reclama José, convencido del legado perdido entre las generaciones posteriores. A sus 45 años, tiene claro que ninguno de sus hijos ha utilizado nunca los teléfonos públicos. «Cuando salieron los móviles, lo normal era tener uno por familia y las cabinas se usaban para llamar a ese móvil», añade. En vacaciones, las cabinas de la playa registraban los mejores números. Presa fácil de los cacos. Hoy ni eso.
Tal es la decadencia, que ya en el Eurobarómetro de 2014 más del 88% de la población reconocía no haber usado nunca una cabina. Aparatos que antes resultaban indispensables, morirán ahora sin pena ni gloria. Un aviso a navegantes si escuchamos a Tomás, pitillo en mano, 65 años y tres hijos ya criados. «Con las cabinas pasará lo mismo que con los quioscos, un día pasaremos por una calle y nos quedaremos pensando que narices había aquí». Palabra de sabio.
Una emblemática sala de fiestas, encargada por el rey Fernando VII, fue el primer espacio en albergar un teléfono público en la ciudad de Madrid. Su instalación data de 1928, cuando el recinto de ocio recibía el nombre de Viena Park. Localizado en el parque del Retiro, las primeras llamadas -con fichas compradas previamente, nada de monedas- se efectuaron en lo que hoy se conoce como el Florida Park. Ese mismo año, un segundo terminal se instaló en el interior de otro local, el bar Regio, ubicado entonces en la Carrera de San Jerónimo. Desde ahí, un cartel informaba a los usuarios de la posibilidad de efectuar llamadas a otros países.