Armas de fuego o de fogueo, cuestión de precio y de algo más Iván Barral, el perturbado que mató a la pontevedresa Rocío Piñeiro y a su hijo, le disparó con una pistola de fogueo previamente modificada. El debate sobre estas armas, prohibidas en otros países, ha vuelto
9/10/2011 -Ese detalle del macabro suceso acaecido la pasada semana en una iglesia del barrio madrileño de Ciudad Lineal es la constatación de que las armas de fogueo, esas que se pueden adquirir por 100 euros en las armerías o las secciones de deportes de cualquier centro comercial (simplemente con acreditar la mayoría de edad y, en el peor de los casos, dejando una fotocopia del DNI), sirven para algo más que para exhibirlas en la vitrina de casa -es para lo que están autorizadas- o para asustar a los intrusos, que es en lo que se suelen emplear.
Este tipo de piezas simuladas, denominadas técnicamente de detonación, tienen una apariencia externa que hace muy difícil diferenciarlas a simple vista de las de verdad. Cuando se aprieta el gatillo, asustan y poco más. Pero son susceptibles de ser trucadas para que disparen munición con efectos realmente letales.
Su mercado potencial se nutre de coleccionistas que no pueden conseguir una licencia o carecen del presupuesto necesario para adquirir armas auténticas y, en menor medida, de profesionales del cine y la televisión, así como de entrenadores de perros de caza que las utilizan para acostumbrarlos al sonido de los disparos.
Pero su mercado real es mucho más amplio. Se trata de piezas asequibles -su precio oscila entre 100 y 300 euros, dependiendo de la marca- que no dejan huella -aunque se identifica a los compradores, no existe un registro de éstas, como sí ocurre con las armas de fuego- y por otros 100 euros, o incluso menos, pueden manipularse para que disparen munición de verdad. En determinados foros de Internet es fácil encontrar de forma gratuita el método o los contactos para encomendar el trabajo. Por todo ello, su demanda entre los delincuentes de medio pelo es elevada.
En el mercado de la delincuencia, de hecho, las armas de fogueo trucadas compiten con las de fuego. Estas alcanzan precios que oscilan entre los 300 euros de una alquilada, los 700 de una marcada -ya usada con anterioridad- y los 2.000 o 3.000 euros de una limpia, es decir, un arma que nunca fue utilizada. Las opciones baratas entrañan el riesgo de que, si cae en manos de la policía, su poseedor se puede comer todos los crímenes que se hayan cometido anteriormente con ella. Y la de fogueo no deja rastro.
Las portuguesas
Durante años, la mayor parte de las pistolas de detonación trucadas que se intervenían en España eran de la marca Tanfoglio, calibre 8 milímetros, modificadas para el 6,35. Las originales llegaban legalmente a Portugal procedentes de Italia. En talleres del país vecino, algunos de ellos en Valença, hábiles fresadores las modificaban y las hacían aptas para disparar. Estas Tanfoglio manipuladas llegaron a conocerse como las pistolas «de los taxistas» porque, dado su pequeño tamaño y su apariencia real, solían viajar en la guantera de estos vehículos con fines disuasorios.
Pero las portuguesas desaparecieron del mercado. Para salvar su reputación, el fabricante retiró del catálogo el modelo GT 28, que era el más fácil de modificar. Y en el año 2006, tras una batida policial por los talleres clandestinos, Portugal prohibió este tipo de armas en todo su territorio. Antes ya lo habían hecho países como Canadá y Japón. En España no están prohibidas, pero sacarlas a la calle puede costar una multa de hasta 600 euros. El año pasado, solo en Madrid, se tramitaron más de 5.000 sanciones por tenencia o utilización de armas prohibidas.
¿Hay que prohibir, entonces, las armas de fogueo? El debate reaparece cada vez que sale a relucir un caso de mal uso o trucaje.
Expertos policiales y judiciales coinciden en que sería tan absurdo como prohibir los abrecartas, los pisapapeles o los cuchillos de cocina, porque alguien los puede utilizar en algún momento con fines delictivos, y precisan, por lo demás, que disparar armas de fogueo trucadas entraña tanto o más riesgo para el agresor como para la víctima, ya que tienen mucha menos precisión que las auténticas y es más que probable que le estallen en las manos al primer o segundo disparo.