ZARAGOZA. El 11 de diciembre de 1988, ETA dejó en Zaragoza una de las más sanguinarias marcas de su particular sello del terror. Segó la vida de cinco ni?as. Cinco ataúdes blancos de los once que llenó con el coche-bomba colocado junto a la casa cuartel de la Guardia Civil situada en la avenida de Catalu?a, en la que se encontraba la Comandancia de la Benemérita. El edificio se vino abajo y acabó con la vida de esas once personas, además de herir de diversa gravedad a otras 36. Dieciocho a?os después, quienes vivieron en primera persona aquel brutal atentado siguen sin poder olvidarlo. Quienes llevaron en brazos los cuerpos de los peque?os, menos aún. A los propios guardias civiles les tocó rescatar los cadáveres, asistir en primera instancia a los heridos y ver el rostro de los que ya no respiraban. Hubo un antes y un después para las familias de los once muertos, pero también para quienes sobrevivieron sin tener que llorar ninguna sepultura.
Ayer, la Asociación Independiente de la Guardia Civil (ASIG) rindió homenaje a las víctimas. Un recuerdo para mantener viva la memoria, según quisieron subrayar los convocantes. La ASIG convocó la manifestación en la que participaron cientos de personas. A ella se sumaron guardias civiles y familiares de Aragón y de otros lugares de Espa?a, bajo el lema ?Por las víctimas, contra el terrorismo y por las libertades?.
El presidente de la ASIG, Joaquín Parra, se lamentó que la movilización no fuera secundada por otros colectivos a los que habían invitado. Explicó que habían pedido apoyo a un buen número de asociaciones, partidos políticos y sindicatos, pero ?nos han dejado solos?. Insistió en que el objetivo de la manifestación era ?como guardias civiles que hemos padecido el terrorismo, protagonizar una manifestación, ya que nunca lo habíamos hecho?. Afirmó que querían ?conciliar intereses?, pero ?parece que cada partido tiene su propia política en este asunto?, cuando, a su juicio, ?ante el terrorismo todos tenemos que estar unidos?.
El luto que no acaba
La marcha partió de la Plaza del Pilar y terminó en la plaza de la Avenida Catalu?a, donde estaba la casa-cuartel que ETA atacó el mismo día en el que la banda también enlutó a otras familias, como ayer recordó Parra: asesinó en Guipúzcoa a un sargento de la Guardia Civil que estaba en el coche con su esposa y mutiló a un policía nacional con una carta-bomba que le seccionó las manos.
Ayer, en esta marcha, se recordó a todas las víctimas del terrorismo, aunque con la lógica cercanía especial hacia los compa?eros o familiares que lo han sufrido de lleno y de los que tampoco faltaron testimonios en la concentración de ayer en Zaragoza. Como el de José Antonio Fernández, padre de Irene Fernández Pereda, asesinada por ETA en Sallent de Gállego (Huesca). Fue la primera mujer guardia civil asesinada por la banda terrorista. José Antonio Fernández no es el mismo desde hace cinco a?os, desde que una bomba-lapa enterró a su hija. Él, ayer, sólo pedía ?que sean juzgados todos los asesinos, los de mi hija y los de todos los guardias civiles que han matado?. Él no olvida porque la tristeza, aseguraba, se le ha agarrado de por vida. Y desea que tampoco la sociedad les olvide.