Tres menores trepan por la fachada del inmueble, en la calle de Cristino Mallo, 6 - ABC
Un bloque abandonado y okupado, «diversión» adolescente en ParlaLa inseguridad continúa presente en el inmueble de Cristino Mallo, 6, cinco meses después de que el Pleno aprobase tapiarlo
Aitor Santos Moya
Hubo un tiempo en que los residentes de la calle de Cristino Mallo (Parla) y alrededores aguardaban curiosos la llegada de nuevos vecinos al bloque, recién construido, en el número 6 de la vía. Cuatro plantas, la última de ellas abuhardillada, y un pequeño patio perimetral se abrían paso en mitad de una barriada residencial, poco acostumbrada a los sobresaltos. Hasta que un día los obreros se esfumaron. «Pero no llegó nadie», advierte un hombre, sin perder de vista a su perro. De memoria, «por lo que no me hagáis mucho caso», recuerda que a finales de la primera década de los 2000 el inmueble quedó vacío. Sin albañiles ni carteles promocionales, las casas fueron abandonadas para «regocijo» de niños y adolescentes, ávidos de franquear las estancias con el evidente peligro que ello conlleva.
La historia es larga y compleja. «Hace diez años los pisos estaban construidos casi por completo, pero la empresa cayó en concurso de acreedores antes de su comercialización y estos se quedaron vacíos», resume José Cámaras, un vecino de la zona afiliado a Ciudadanos que, harto de la situación, decidió tomar cartas en el asunto. Le comentó la problemática a la concejal del partido naranja en la localidad Sabrina García y esta a su vez formuló, junto al resto de ediles de su grupo, una propuesta -presentada en el Pleno el pasado 12 de septiembre- para dotar al edificio de los elementos de seguridad necesarios. «Todas las formaciones -PSOE, PP, Podemos-IU, Cs, Vox y Mover Parla- votaron a favor», explica el «ideólogo», sin entender la inacción del Ayuntamiento, gobernado en minoría por el PSOE y Podemos-IU, cinco meses después de suscribirse el acuerdo.
«Si les preguntas, dicen que están trabajando en ello», añade Cámaras, consciente de los perjuicios sufridos durante largos periodos de tiempo: «Al poco tiempo de quebrar la propiedad, varias familias okuparon las viviendas». Fue entonces cuando aparecieron los primeros saqueos y desperfectos, hasta que en una ocasión los usurpadores provocaron un fuerte incendio que asoló buena parte del interior. «Como se dedicaban al robo de cable, lo que hacían era luego quemar la goma dentro para poder venderlo», incide este vecino. El fuego precipitó la marcha de los conflictivos inquilinos.
Sin embargo, aquel incidente no frenó la difícil coyuntura, alimentada por la presencia de jóvenes llegados desde otro inmueble, situado en la calle de Toledo, 15, que, en palabras de los residentes más cercanos, se dedicaron durante una época a colarse y trapichear allí con droga. «La Policía acudió muchas veces hasta que finalmente se tapió», cuenta una mujer, que prefiere no revelar su identidad para evitar posibles represalias. El hormigón parecía por fin espantar a los «fantasmas» que, noche tras noche, deambulaban por las plantas sin ningún tipo de control.
Pero hecha la ley, hecha la trampa. Grupos de menores comenzaron a trepar hasta alcanzar las ventanas superiores y poder campar a sus anchas. «Se debió correr la voz, porque cada vez veíamos a más chicos escalar por la fachada y asomarse a los huecos de las ventanas», apuntan varios de los afectados. El temor a que alguien sufra un accidente se une a los actos vandálicos acaecidos en los últimos tiempos. El más sonado tuvo lugar en verano. Un nuevo incendio movilizó a los
Ello motivó la vuelta de los okupas, esta vez, en menor número y de manera mucho más itinerante. «Ahora creo que solo vive una mujer», remarca otra vecina, vigilante desde su terraza. Al otro lado de una de las puertas de entrada, el olor a heces humanas cobra fuerza superados los primeros escalones que dan acceso a los pisos superiores. Los restos de basura y comida también están presentes, señal inequívoca del improvisado asentamiento.
Ya en la tercera planta, una voz resuena detrás de la trampilla, entreabierta, que conduce a la azotea: «¡Qué hacéis aquí!». Las preguntas, pronto, tornan en amenazas: «Si no queréis problemas, marchaos». Una década después, la vida en este enclave de Parla parece seguir igual.
