Más de 300 coches de clientes en busca de prostitutas atascan la Casa de Campo cada madrugada
MADRID. ??Cuánto??, inquiere alguien. ?20 euros por una felación y 30 por un completo. Tiempo 10 minutos, y en tu coche?, responde una muchacha extremadamente joven, aterida de frío. Se encoge y agacha. Parece cansada. Margaretta viste un ?mini-short?, una fina camiseta escotada, botas negras y una cazadora. Es menuda y apenas habla. Se esfuerza en esbozar una tímida sonrisa. Sus ojos reflejan una tristeza antigua y profunda, y su mirada oscura se clava en el alma como dos cuchillos afilados. Cuando acaba el servicio de rigor, se queda ahí, inmóvil junto a un árbol, marcando el territorio, junto a otras tres chicas como ella. Comenzó a trabajar a las 21 horas, dice en un castellano pésimo. Al final de la jornada, de unas 10 horas, habrá hecho entre ?20 y 30 servicios y obtenido entre 300 y 400 euros?, dicen los agentes que nos acompa?an.
Princesas y príncipes destronados
Es la una de la madrugada de un jueves y largas filas de coches, perfectamente alineados, soportan el atasco ?habitual? en el inmenso lupanar a la intemperie lleno hasta la bandera a pesar de las restricciones parciales al tráfico rodado de la Casa de Campo. La zona se puebla cada noche de medio centenar de princesas y príncipes destronados que venden sus favores sexuales a ?cualquier postor? por precios irrisorios, de saldo, para un acto tan íntimo y privado como el sexo con el que se comercia de forma sórdida y escabrosa. En dos horas han pasado más de 300 coches, y en cada uno hay más de dos personas como mínimo.
Los conductores, jóvenes, de mediana edad, mayores..., unos con ?pinta de buena gente?, de tipos corrientes; otros, ?más rarillos?: malencarados, mirones, viciosos o, simplemente, asiduos al lumpen componen el paisanaje de la zona. Ellos, hombres mayoritariamente, se sorprenden por los controles selectivos desplegados en mitad de la plaza de las Moreras, de paso obligado para las escasas vías abiertas que desembocan a las dos calles donde se exhibe la mercancía humana. Mujeres como Margaretta, la rumana de tristeza infinita que asegura que tiene 21 a?os. ??Menores? Sí, alguna hay por aquí, no muchas; eso sí, con documentación falsa. Vienen con la lección bien aprendida y se hacen pasar por mayores?, indica el jefe del Grupo VII de la Brigada de Extranjería y Documentación de Carabanchel.
El proxeneta no está sobre el terreno
??Todos los ocupantes de los vehículos son clientes??, preguntamos al mando policial. ?La mayoría, sí. Otros se encargan de trasladarlas y recogerlas por el precio de 6 euros por la ida y otros tantos por la vuelta; los hay que hacen ?negocio? y venden condones, bocadillos y café; otros, droga, y algunos las controlan de lejos -entre ellos, taxistas-?. La presencia policial les está aguando la fiesta hoy. Paran a los coches sospechosos, los registran. También fastidian a meretrices y travestis, situados en el último eslabón de la cadena miserable que engrosa las arcas de muchos. Las chicas, importunadas por los agentes que les solicitan la documentación -la actividad no es ilegal, sí el tráfico y la explotación sexual- ven cómo son ahuyentados los clientes, y bajan los precios. ?Felación, 15 euros. Completo, 25?. Esta situación se produce a menudo, desde que el negocio está a la baja, a raíz de los cortes de tráfico que provocaron la desbandada de mujeres a otras zonas de la ciudad; aquí se quedó un tercio de las que había anta?o. Incluso los clientes regatean, y las de raza negra son las que menos cobran porque ?gustan menos?. ?Quiénes son? Están por turnos. Tienen entre 18 y 25 a?os. Entre 40 y 50 por la ma?ana, otras tantas de noche, y por la tarde, 30. Durante el día hay algunas espa?olas -mujeres casadas, afirman los agentes-. En el resto de la jornada hay inmigrantes (90%). El este de Europa - Moldavia, Bulgaria, Eslovaquia, Rusia...-, sobre todo, Rumania (50%). También hay suramericanas -ecuatorianas, colombianas,..- y subsaharianas. Las mafias del Este son las más duras y someten a un control férreo a las meretrices, que las encadena de por vida. La deuda de 3.000 o 5.000 euros es puro teatro. El miedo las convierte en esclavas aquí y en su país, donde están sus familias, amenazadas por los cabecillas de las mafias.
?Ahora ya sí saben a lo que vienen, lo que ignoran es que no van a obtener ningún beneficio, ni siquiera el económico?, explican los agentes. El control sobre el terreno lo realiza otra prostituta, mujer de confianza del chulo (que controla a media docena de ellas). Ella se queda con el dinero obtenido; las chicas apenas lo huelen. Les dan lo justo para tabaco, refrescos, ropa y conviven con la ?proxeneta? en una pensión. Aquélla se encarga de anotar incluso las matrículas de los coches camuflados de la Policía y las incidencias. Si no entregan la cantidad determinada cada día o se resisten, son agredidas y violadas por el chulo de turno. Cuando están muy vistas, las venden a otras redes por 3.000 o 6.000 euros. A las africanas les dejan más libertad y, cuando saldan la deuda contraída con las mafias -llegan a Espa?a en pateras, otra red más en la cadena-, suelen abandonar la prostitución. A éstas las atemorizan a través del vudú.
El Grupo VII desmantela dos o tres redes al mes, 25 hasta la fecha, del medio centenar de las desarticuladas. La larga madrugada acabó en comisaría, con 20 detenidos de distintas nacionalidades por ?estancia irregular?. A algunas se les incoará expediente de expulsión. Pasarán la noche en el calabozo. Es el sino de la princesas destronadas.