LA LEY DE LA CALLE
Guerras de clanes en la Gran Vía: "Los chinos estaban bien organizados. En una pelea me dieron siete puñaladas en la espalda"IÑAKI DOMÍNGUEZ
@InakiDoming81
Madrid
Actualizado Lunes, 9 octubre 2023 - 00:18
Anto, en una imagen de los años 90.
Me encuentro con Anto, un portero de discoteca búlgaro, en una cafetería de la población de Yuncos, en Toledo. Mi entrevistado proviene de una provincia ubicada entre Rumanía y la frontera con Serbia. Llegó a España en 1998, donde llevó a cabo diversas actividades ilegales. Nacido en 1961, fue una importante figura del boxeo búlgaro; de hecho, llegó a ser campeón nacional amateur. A la edad de 18 años, su novia quedó embarazada y según me dice: «Durante el comunismo, si tu novia quedaba embarazada, te obligaban a casarte. En esos años tuvimos que pedir un permiso al ayuntamiento para casarnos, porque a esas edades solo a los gitanos les estaba permitido casarse. Lo pueden hacer cuando les dé la gana». De ese matrimonio tuvo un hijo y una hija. Tras cinco años se separó.
En esos años Anto era otra persona. Hoy tiene sus supersticiones: «A mí me gustaba mucho el oro, ahora no llevo nada de oro. Yo antes cobraba en oro, en joyas de ese material, etc. Ahora no, porque me trae malas cosas. Desde que entré preso, no lo llevo. Si no vas a la tienda, y los compras... desde arriba hay algo que te castiga. Ya me he dado cuenta».
Mi entrevistado entró en la prisión de Alcalá Meco tras ser detenido frente a la discoteca Pick Up, en Goya 43, con 600 gramos de cocaína. «Yo estaba en un coche, me estaban vigilando. Me quitaron el piso, tres coches, y todo. Yo viví en Gran Vía seis años». Esa era su zona, «eso lo teníamos todo controlado».
La zona que va de Plaza de España a Santo Domingo y alrededores era también territorio de las mafias chinas asentadas en la capital. Como reza un artículo de El País, de 2003: «La mano izquierda amputada con una catana... heridas por todo el cuerpo, un fortísimo golpe en la frente y tres costillas rotas. Ése es el parte médico de un inmigrante chino... de 35 años, que resultó ayer herido grave durante una reyerta iniciada en un karaoke próximo a la plaza de España...».
Con esos mismos chinos Anto tuvo una confrontación que le llevó a estar tres días en coma. La pelea fue fruto de una lucha por un mismo territorio. «Yo vivía encima del VIPS de Gran Vía, y nosotros vendíamos tema en distintos locales de la zona, en Santo Domingo, Callao, San Bernardo... Controlábamos el territorio de la calle Isabel la Católica, el New Girls Cabaret, en calle Flor Baja, etc. Empezamos poco a poco en un after que hay en la zona. Estábamos asociados con un español, dueño de un local del barrio. Los relaciones de discotecas también vendían para nosotros. Yo no tenía ni puta idea de la coca, pero al trabajar de portero, descubrí todo ese mundo. Yo trabajaba como portero extra en Joy Eslava, y luego me iba a trabajar al after que te digo, de seis a una de la tarde. Detrás estaba la comisaría de Leganitos, con la que teníamos buen rollo. De hecho, yo entré en la trena por 600 gramos, que al final se quedaron en tres gramos y medio, ¿me entiendes?».
Además, Anto se lucraba gracias al negocio de la prostitución: «Yo y mis socios teníamos tres o cuatro chicas. Eso funciona muy bien. Nosotros las tratábamos bien. Los rumanos les roban los pasaportes, etc. En este asunto hay que ser muy tranquilo, muy amable. Hay que controlar con buen rollo. Con todos estos negocios en la zona, los chinos empezaron a enfadarse. Me dieron varios avisos, pero yo no les hacía caso. Cuando empecé a consumir, eso me hizo caer. Consumía todos los días. La coca y el oro me hicieron caer. Cuando uno consume, no piensa bien y no te das cuenta de las cosas".
Continúa: "Pasado el tiempo, me he dado cuenta de que los chinos estaban por todas partes vigilándome. Los chinos tienen una buena organización. Un día salí de fiesta con amigos al But, era el 1 de agosto de 2005. Por la mañana fuimos a un bar en la zona de Gran Vía. Mis fiestas duraban tres o cuatro días. Al final, mis amigos se fueron y me quedé solo. Cuando llegó el momento de marcharme, me levanté de la mesa y, detrás de mí, apareció un chino que me empujó, provocándome. Cuando fui a pagar la cuenta, el chino estaba mirándome fijamente. Salgo y me encuentro a ocho chinos que me rodean. Había una terraza con alfombra. Pegué a varios de ellos, pero el más alto rompió una botella de Coca-Cola y yo, caminando hacia atrás, me tropecé y caí de espaldas. Me intentaba apuñalar en la cara, y yo esquivando. Finalmente, me di la vuelta, y me dio siete u ocho puñaladas en la espalda, y ya no recuerdo más. Cortaron la calle y todo. Luego, la policía venía a mi casa con fotos de sospechosos. Y yo les decía: '¿Pero ustedes pueden distinguir a un chino de otro?'».
Años después, como ya dijimos, Anto entró en prisión. De portero había hecho un amigo experto en artes marciales y fanático de las armas de fuego. Se trataba de un joven de buena familia, instruido en todo tipo de artes marciales, que llegó a realizar en Israel cursos especializados en Krav Maga, el arte marcial del Mossad. Según Anto, gracias a los contactos influyentes de este, pudo salir de prisión antes de lo previsto. Hoy lleva una vida tranquila acompañado de su mujer.