Julián Prieto Crespo| agente retirado que hoy será homenajeado
«La necesidad me llevó a la Guardia Civil donde la disciplina fue mi vida»
A pesar de las muchas estrecheces, las noches al raso con el capote mojado
y a veces el temor al castigo, su vida ha merecido la pena
12.10.10 - 00:20 - N. BOLADO | SANTANDER.
«Aconsejaría a los jóvenes que tuvieran paciencia, honor y honradez, es lo único que merece la pena».Julián Prieto Crespo nació en el año 1916 en la localidad leonesa de Salio. En 1944 entró en la Guardia Civil, y en 1972, se jubiló. Tiene 94 años, una memoria privilegiada, mantiene su capacidad de análisis intacta y lo único que le fallan «son las piernas». Es el guardia civil de más edad de la región y hoy, festividad de la Virgen del Pilar, Patrona del Cuerpo, al sargento Prieto se le rendirá homenaje en el Acuartelamiento de Campogiro.
-¿Qué le decidió a entrar a formar parte de la Guardia Civil?
-En el año 44 en España había mucha necesidad y escaseaba el trabajo. Yo era obrero en una fábrica de maderas y solía alternar con guardias civiles de Riaño, que fueron quienes me animaron, e ingresé en la Academia de Santiago de Compostela donde estuve tres meses formándome.
-¿Cómo era entonces su vida?
-Estábamos mucho más sujetos a la disciplina, que era muy dura.
-Más que ahora, supongo.
-Mucho más. Cuando yo me jubilé, en 1972, ya había aflojado un poco, había algo más de libertad. Ahora, por lo que veo, las cosas van mejor en ese sentido.
-Pero eran la autoridad.
-Había que tener mucho cuidado, sobre todo en la época del general Camilo Alonso Vega, porque hubo muchos guardias civiles expulsados.
-¿Qué temían?
-No hacíamos nada grave pero como teníamos que pasar las noches a cielo raso, a veces, nos retirábamos a un pajar en un pueblo, por el mal tiempo, y entonces no estabas en el cruce o donde te hubieran mandado, aunque no solíamos hacerlo por miedo.
-¿Cómo fue su vida en la Guardia Civil?
-Siempre he estado contento a pesar de que los primeros años fueron muy duros. Estando destinado en León teníamos que controlar a los bandoleros, que se llamaban entonces, a los maquis. Había que salir durante ocho días a turnos, sin volver a casa. Tampoco nos permitían dormir en los pueblos, sino donde podíamos y nos señalaban, en el monte o en un cruce de caminos. Muchas veces nos acostábamos sobre el capote mojado por la lluvia, en pleno campo.
-¿Por qué no podían acercarse a los pueblos?
-Porque no nos lo permitían. Sólo íbamos algún día a buscar comida o si nos pedían un certificado de presencia, a que nos le firmara el alcalde o un pedáneo, también a veces a intentar enterarnos de los movimientos de personas extrañas. Atendíamos los casos de robos, que había muchos por las necesidades que se pasaban.
-¿Tuvo que intervenir en alguna acción directa?
-No, pero viví una situación que nos pudo costar la vida. Estábamos concentrados cerca del límite con Lugo, en un pueblo que se llama Sobrado, en León, y de madrugada nos mandaron salir. Nos encontramos casi matándonos la policía armada y nosotros, pensando, unos y otros, que éramos bandoleros. Gracias a que uno gritó que iba la Guardia Civil, sino nos matamos todos.
-¿Cómo era la España de entonces?
-Había mucha necesidad, se robaba en las ferias, dinero... comida poco se podía robar porque no había nada.
-¿Y la de ahora?
-España ha cambiado mucho, a mejor, y aunque los que gobiernan ahora no son de mi ideología hay que reconocer que vivimos bien, a pesar de la crisis.-¿Rodó por muchos destinos?
-Tampoco demasiados. Estuve en la zona de León desde que entré en el cuerpo, en 1944; en el año 1958 fui ascendido a cabo y en el año 1968 llegué a la entonces provincia de Santander. Estuve diez años en Liendo, dos en Santillana del Mar y el resto en los muelles de Santander, donde me jubilé en el año 1972 como sargento.
-¿Su peor momento?
-He tratado de olvidarlos y quedarme con lo mejor, que fue mi estancia en Santillana del Mar.
-¿Qué consejo daría a los agentes más jóvenes?
-Que tengan paciencia, honor y honradez. Es lo que siempre he llevado adelante en mi vida como divisa, desde que era pequeño. Lo contrario, no merece la pena.