Lorenzo Silva: "La Guardia Civil estuvo a punto de morir de franquismo"
Madrid, 1966. 'La llama de Focea' es la decimotercera novela del sargento Bevilacqua, melancólico y reflexivo guardia civil que esta vez investiga un crimen relacionado con la injerencia rusa al 'Procés'
Lorenzo Silva.
Lorenzo Silva. BERNARDO DÍAZ
'El mal de Corcira'
La última de EL MUNDO
LUIS ALEMANY | MADRID
14/10/2022 09:04
Bevilacqua siempre reflexiona mucho sobre la Guardia Civil, también con una parte de ironía.
Bevilacqua llegó a la Guardia Civil por accidente, lleva 30 años y nunca ha encajado del todo. Ve las cosas un poco desde fuera y por eso se da cuenta de las enormes paradojas de la historia de la Guardia Civil. Que son muchas, podría citarle 20 de memoria, pero me quedo con una: un cuerpo considerado conservador sólo ha sido equipado y fortalecido cuando en España han gobernado los progresistas. Los revolucionarios de 1854, Manuel Azaña, Felipe González... Hasta el actual Gobierno social-comunista, que ha creado 7.000 plazas nuevas que hacían falta desde hace mucho.
¿Tiene alguna teoría?
Porque todos los políticos de izquierdas entendieron en algún momento que la Guardia Civil es un cuerpo profesional y un elemento modernización y de fortaleza de un Estado. Lo que había antes era una policía política, una Gestapo de Fernando VII.
¿Y por qué persiste la imagen del facha con tricornio?
Porque nos pesa el franquismo, que fue la más oscura crisis existencial de la Guardia Civil. A la Guardia Civil la quisieron disolver muchas veces pero sólo estuvo a punto de morir de franquismo. Su esencia es un liberalismo moderado y humanista. El franquismo, autoritario y iliberal, era lo contrario.
¿Hay policías militarizadas equivalentes en otros países?
Sin salirnos de Europa y de memoria: en Francia, Italia, Países Bajos, Portugal... Lo que pasa es que la historia de la Guardia Civil es más compleja. La Guardia Civil sufrió tres guerras civiles y, si consideramos que sus primeros miembros eran veteranos liberales de la primera guerra carlista, casi cuatro. Eso, además del terrorismo, que no es exclusivo de España pero que fue una prueba de estrés durísima, como se dice ahora.
Al final, el drama es el mismo que para cualquier policía y se ve en esta novela: para investigar el crimen a veces hay que negociar con los criminales. Pero una vez que se entra en ese juego, la posibilidad del desastre es real.
Para conocer bien el crimen hay que friccionarse con él, llegar a transacciones. El policía que entra como elefante en cacharrería nunca tiene fuentes ni herramientas para combatir el crimen. Pero, claro, puede acabar como el consumidor que toma una droga potente y dice controla. Controla hasta que deja de controlar y entonces la droga le controla a él.
Este libro también habla de la relación que tenemos con Cataluña los españoles que vivimos o giramos culturalmente en torno a Madrid. Que tiene una parte de admiración y de fraternidad, y una parte de extrañeza. Siempre hay un pequeña duda, no sabemos si aquellos que sentimos como amigos barceloneses nos ven como a unos personajes de Carmen o como a unos carcas simpáticos.
El sentimiento de deslumbramiento lo he tenido yo y lo tiene Bevilacqua. Luego, la percepción evoluciona, claro. En mi caso, me casé con una barcelonesa, espero haber llegado a tener cierta confianza. Me he pateado Cataluña como nadie, más que casi cualquier catalán. Mi conclusión es que la diferencia existe, que es imprudente negarla. Pero que las afinidades, la comunidad de intereses y la solidaridad histórica existen tanto o más y que sería suicida no verlo. Es mi conclusión. Me puedo equivocar pero la digo con lealtad y con afán de conciliación. Desde ese punto de partida, muchos problemas podrían zanjarse mejor que estos 500 años de fricciones periódicas. Quien mejor lo explica, y quizá por eso está olvidado, es Vicens Vives en Noticia de Cataluña.
¿Se deja leer o es una lectura para muy adictos al tema?
Es bastante legible: está escrito con elegancia, con gusto y con afán de síntesis. Y tiene la valentía de mirar la historia como es, aunque no nos guste. Dice que Cataluña no se integró en el proyecto de España obligada por nadie; al revés, fue Castilla la que fue integrada a la fuerza por el emperador. Cataluña pactó y entró en España porque su futuro era mucho mejor en España que en Francia.
Y la literatura catalana, ¿también la siente como básicamente propia pero a veces un poco ajena?
Depende. Pero también hay literatura madrileña que me es muy ajena. En este libro aparece mucha literatura en catalán que yo he leído en catalán y con la que siento una afinidad muy intensa. Y siento que hay que no es idéntico, pero que es reconocible en mi cultura. Y también están Marsé, Mendoza, Vázquez Montalbán, que, obviamente, son escritores con los que todos hemos crecido. Y luego hay otra literatura en catalán, puesta al servicio de una causa política, con la que lo siento pero no puedo identificarme. Yo he leído hace poco, en un libro, que "Castilla es meseta y eso genera aridez de alma, mientas que los catalanes somos griegos". Y lo ponían en boca de Gaudí. Cómo voy a sentir propia una chorrada así. Aquí, griegos, somos todos, y mucho, igual en Albacete que en Ripoll. En algunos sitios me han llamado mesetario como insulto. Pues mire, la Meseta tiene dos cosas buenas: hay un horizonte abierto y corre el aire. Lo contrario no creo que sea muy bueno para el alma.
En este libro hay dos figuras que funcionan por contraste: un exaltado de Terra Lliure en los 90 bastante ingenuo y un empresario oportunista al que le va muy bien porque se hace indepe.
Eso es lo que me fascina de los movimientos políticos maximalistas. Siempre coexisten venados que se lo juegan todo por un idealismo y lo pierden y acaban con 20 años en la cárcel. Y, a su lado, unos tipos que extraen un beneficio descomunal y se hacen ricos. Se supone que el idealismo va de hacer sacrificios. Los principios te cuestan algo, ¿no? Si te benefician, igual no son principios.
Frente a eso, Bevilacqua confronta el sentimentalismo con un lenguaje de "derecho, derecho, derecho. No importa lo que usted sienta hacia España sino los derechos y deberes que tiene". Ojalá hubiéramos sabido hablar así todos en 2017.
Soy abogado, sé que las leyes y su administración son imperfectas. Y. aún así, son infinitamente mejores a cualquier atajo que tomemos. La historia de España está llena de atajos y, por eso, ha sido desastrosa. Bevilacqua ha vivido las consecuencias de saltarse las normas. Cree en la ley no porque sea inmaculado, sino porque tiene mácula. Hay una idea que leí en el último libro de Carrère: hay que desconfiar de la gente que tiene convicción de su bondad. Es mejor la gente que tiene convicción de su maldad, que la conoce y la vigila.
El asunto de la influencia rusa en el Procés, ¿es una anécdota o es algo central?
Es un asunto que está sometido a instrucción, en el que no tenemos conclusiones y por el que no podemos atribuir delitos a nadie. A otros no les han importado los derechos de los demás, a mí sí me importan. Pero tenemos algunas certezas. Desde 2014, Rusia ha intentado desestabilizar a todos los estados de la UE. Eso está documentado. Lo ha hecho a través de movimientos antisistema de izquierda y derecha y de campañas de desinformación. En el Procés, ese esfuerzo se puso al servicio de la secesión de Cataluña con el fin de quebrar la cuarta economía del euro. También sabemos, y hay pruebas aceptadas en el procedimiento, que lejos de rechazar, los dirigentes del independentismo aceptaron esa ayuda. Creo que esa decisión apuntilló el Procés. Un movimiento que aspiraba a crear un nuevo estado europeo, ¿qué hacía colaborando con el principal enemigo de la UE? Además de ser indigno éticamente, era absurdo. El Procés tiene muchos elementos contrarios a cualquier visión moral de la realidad. Pero el principal fue engañar a los suyos, dejarlos tirados.
El día del referéndum yo pensé que España iba a convertirse un estado paria, Pero nuestros socios nos respaldaron sin grietas. ¿Fue por eso?
Por eso y porque en el 1-O se hicieron muchas cosas mal pero también algunas bien. Todos esos policías enviados a los colegios a confrontarse con los activistas del Procés, que no eran los instigadores sino sus seguidores menos espabilados... aquello fue un error y por eso se corrigió a media mañana. Si el referéndum ya se estaba desbaratando informáticamente. Pero hubo algo que funcionó muy bien y es un avance que rompe con la historia negra de España. La España de antes habría saldado un día así con 200 muertos. La de 2017 mandó 10.000 hombres armados y hubo dos heridos de consideración, uno de ellos policías. Eso no pasa ni en Europa. Cuando los Chalecos Amarillos salieron a la calle hubo decenas de muertos. En EEUU ni le digo lo que habría pasado. Los policías españoles tenían una formación excelente, supieron evaluar el punto en el que el enfrentamiento podía acabar en desgracia y se retiraron porque tenían la instrucción de hacer un mínimo empleo de la fuerza. Un imbécil gritó "a por ellos", de acuerdo, pero el deseo de los dirigentes del Procés de que muriese gente no se cumplió.
No hemos hablado del crimen de esta novela. En las novelas de Bevilacqua hay veces que parece que no importa tanto el crimen.
Sí importa, es lo que mueve a Bevilacqua y le permite reflexionar sobre el mundo. El crimen importa como hecho existencial. ¿Por qué la violencia siempre acaba por aparecer? En cambio, las tramas enrevesadas y retorcidas me interesan menos.