Marina Castaño, sin honores ni fortuna
Camilo José Cela Conde gana la batalla por el legado de su padre 12 años después
"El que resiste, gana”. El viejo Nobel repetía una y otra vez su lema para aleccionar a Marina Castaño, su jovencísima esposa y administradora de su fortuna. Pero él ha tenido que esperar a morir para ganar. En la batalla por el legado del escritor al final han vencido los dos Celas, hijo y padre. El último, que murió en 2002 técnicamente insolvente, ha visto cumplido su deseo desde el otro mundo, puesto que su viuda queda fuera de la Fundación Camilo José Cela. El propio escritor así lo dejó establecido en el caso de que ella volviera a casarse. Como consecuencia de este triunfo sale también beneficiada su nieta Camila, de 25 años, que no conoció al abuelo del que, hasta el momento, solo había heredado un nombre y unos poderosos genes que saltan a la vista.
Castaño —40 años más joven que el finado y 11 menor que el legítimo heredero, que ya ha cumplido 68— ha perdido en poco tiempo los honores y buena parte de su fortuna. La Xunta de Galicia le arrebató el título de presidenta de honor de la Fundación Camilo José Cela y esta semana el Tribunal Supremo la condenó a entregar al hijo del escritor las tres cuartas partes de su fortuna, 3,9 millones para quien también recibirá 1,18 millones de la fundación gallega que ahora es pública, después de que en 2010 la Xunta interviniese para rescatarla de la agonía contable a la que una gestión nefasta la había abocado. El Supremo, en cambio, permite a Marina Castaño seguir disfrutando de los derechos de autor de un escritor cuyos libros siguen siendo lectura obligatoria para los estudiantes de Secundaria.
A Marina Castaño las cosas no le van bien en lo que se refiere a su patrimonio pero dice haber encontrado el amor junto al cirujano Enrique Puras, convertido en su tercer marido desde junio. Pero a causa de este matrimonio, ha perdido oficialmente su condición de viuda del marqués o, como ella gusta de presumir, “marquesa viuda” (un título huero que además, comentan fuentes de la familia Cela, “no existe en España”).
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Pero las vías de agua en la azarosa vida de Marina Castaño no se acaban aquí. Precisamente la gestión del legado de Cela, salvado del naufragio con dinero público, está siendo investigada ahora por un juzgado de Padrón después de que el fiscal de Santiago, Álvaro García Ortiz —el mismo que asumió el caso de otro hundimiento, el del Prestige—, denunciase a Castaño y al gerente de la fundación, Tomás Cavanna, por presunta “malversación, estafa, apropiación indebida y fraude”.
En Padrón, donde se declaró persona non grata a la viuda, esperan impacientes a que la juez la cite “en breve” en calidad de imputada. Sobre todo, lo espera Lola Ramos, una vecina indignada que se hartó durante una década de enviar dossieres a Manuel Fraga, entonces presidente de la Xunta, al actual presidente de la comunidad autónoma, Núñez Feijóo y hasta el mismísimo rey Juan Carlos. En su lucha por denunciar lo que estaba sucediendo alrededor del legado del Nobel, recorrió platós de televisión y terminó empeñando hasta su patrimonio —vendió su coche—, pero al fin, después de ver cómo todas las puertas se le cerraban, se topó con el fiscal Álvaro García Ortiz. Fue él quien vio “materia penal” en las presuntas maniobras de Marina Castaño, a quien acusa de embolsarse, a través de la sociedad interpuesta Lengua y Literatura (AIE), el IVA de las millonarias ayudas públicas que recibía la fundación.
Marina Castaño, viuda de Camilo José Cela, con su actual marido. / p. suárez (cordon press)
La vecina de Iria, que vive en la acera de enfrente de la fundación y a unos 30 metros del olivo bajo el que yacen los huesos del Nobel, recibió hace años la recomendación de su abogada de que no siguiera batallando después de que se archivara la causa en un juzgado de Madrid. “Esto nunca va a prosperar porque los Cela están muy protegidos”.
Pero la turbiedad fue aflorando. Marina Castaño había hecho de la sede de la fundación “su cortijo”, asegura un exempleado de los que se atrevieron a denunciar en 2009 el deterioro que sufría el tesoro legado por Cela, hoy valorado en casi 12 millones. Tanto que incluso, según la denuncia de Ramos, la viuda tenía chófer en Madrid pagado con dinero público, “a costa de la institución sin ánimo de lucro”.
Los extrabajadores destaparon en su día miserias. Sucesivas inundaciones hicieron peligrar la cámara blindada que custodiaba 58 obras manuscritas del autor; el gerente, para proteger los cuadros de la humedad, había mandado aislarlos con plástico y no transpiraban. Una foto con un termómetro incluido demostraba que las tablas del siglo XIII, colgadas sobre un radiador, soportaban 65 grados de temperatura. No era ninguna broma lo que estaba en juego, porque la de Camilo José Cela es la fundación de autor más rica de España, con 61.700 libros, 95.000 cartas de 13.000 escritores, manuscritos de grandes autores como Baroja o Lorca, y 529 obras de pintores célebres, incluidos 12 picassos, siete mirós y ocho zabaletas. Mientras tanto, los empleados se quejaban de que el gerente les ordenaba llevar a sus perros a la peluquería.
Marina, que conoció a Cela cuando ella no tenía más que 27 años, se jacta de haber enseñado al hombre huraño a amar. “Yo le enseñé a decir te quiero. No lo había dicho nunca. No se había enamorado nunca”, aseguraba en una entrevista. Su hijo, Camilo José Cela Conde, sabe que no es así porque guarda como una joya las cartas de amor que el escritor enviaba a su madre, Rosario Conde, la primera esposa del novelista. “No las puede publicar porque depende del permiso de la titular de los derechos de autor, que también cobraría por ellos”, cuenta el abogado del vástago de Cela, Miquel Capellá. Pero al margen de esta espina que lleva clavada, Cela Conde considera “una de las mayores alegrías” de su vida la última sentencia del Supremo. “Bien está lo que bien acaba”, dice, aunque perdiera entre tanto 12 años y “mucho pelo”.
Hace unos días, algunos medios publicaban que Marina Castaño había puesto a la venta por siete millones de euros el lujoso chalé de Puerta de Hierro que pagó Cela para vivir con ella. Allí se casó con él en 1991, y una vez muerto, también allí celebró los esponsales de Laura, fruto de su primer matrimonio con un marino, y su propia boda con Puras. Ella niega que desee desprenderse de la propiedad.
Cela nunca tuvo gran apego por aquella casa. Y a juzgar por los estatutos de su fundación, tampoco albergaba grandes esperanzas en que su mujer siguiese perpetuamente viuda.
El hijo del escritor (izquierda) junto a su abogado.
Que el conflicto entre Marina Castaño y el hijo del escritor iba a estallar tras su muerte, en 2002, no pilló a nadie por sorpresa. Se vio el día del entierro. En una tensa jornada en la que incluso hubo que limar la sepultura porque el ataúd no cabía, la viuda intentó apartar al hijo y heredero legítimo del difunto.
“Sé bien que me estoy muriendo, pero no de vejez sino de amor”, se recitaba en la ceremonia celebrada en el camposanto de Adina (Iria Flavia). Aquel lluvioso 19 de enero todo indicaba que la dueña de la gran fortuna del autor polémico y universal sería para siempre la locutora coruñesa Marina Concepción Castaño López. No había transcurrido más de un mes, cuando Fraga, violando con descaro la voluntad del escritor, nombró a Castaño presidenta de la fundación. El artículo 13 de sus estatutos establecía que ella sería miembro nato y vicepresidenta (que no presidenta) mientras fuese “legítima esposa” o “viuda sin cambiar de estado o haber pactado obediencia a terceros”. Cela había dispuesto todo para asegurarse que si su viuda iniciaba otra relación sentimental quedara excluida.
Pero la junta presidida por Feijó, después de intervenir la fundación en 2010, halló ahí la vía para apartar a Castaño, considerada como “el gran problema”. Hubo que hacer encaje de bolillos, pero al final se aprobaron unos nuevos estatutos que la mencionaban en el artículo 17. En cuanto dejase de ser la viuda del marqués de Iria Flavia tendría que dejar la silla libre. “Se cumplió la voluntad del escritor”, dicen desde la Xunta de Galicia. Marina, derrotada, se fue. Llevaba por estandarte la sortija de pedida con nueve brillantes que le regaló su novio.