Marisol y Mari Ángeles: Regreso al Lugar del Crimen de las Primeras Policías Locales AsesinadasLas conocían como valientes patrulleras. Eran como hermanas y murieron juntas, cosidas a balazos por un italiano líder de un grupo "anarquista, anticapitalista y expropiador". Veinticinco años después, son las heroínas de Córdoba.
Marisol Muñoz Navarro (i.) y Mari Ángeles García García pertenecían a la promoción de la Policía Local de Córdoba de 1981. Cedida
12 diciembre, 2021 02:57
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Eduardo del Campo @EdelCampoCortes Córdoba
"Aquí fue", dice Ignacio Mata, de 72 años, oficial jubilado de la Policía Local de Córdoba. Un hombre siempre alegre al que sin embargo se le saltan las lágrimas cada vez que revive el 18 de diciembre de 1996. Señala el lugar exacto en el muro contra el que pegó un puñetazo de rabia y dolor cuando aquel día se asomó al coche patrulla de sus compañeras Marisol y Mari Ángeles y vio dentro sus cuerpos acribillados. "Estaban así, de lado. Marisol, en el asiento del copiloto, tenía la mano sobre la funda del revólver pero no lo sacó", recuerda Mata, resaltando que no les dio tiempo a defenderse.
María Soledad Muñoz Navarro, de 36 años y María de los Ángeles García García, de 40, conocidas como Marisol y Mari Ángeles, fueron hace 25 años las primeras policías locales asesinadas en acto de servicio en España. Claudio Lavazza, el jefe de la banda de cuatro atracadores antisistema a los que iban persiguiendo, las mató a bocajarro y a sangre fría con una ráfaga de su subfusil de guerra mientras estaban detenidas en este paso de peatones, en la confluencia de la calle Acera de Guerrita, la avenida de América y la glorieta de Los Llanos del Pretorio. Los asaltantes se definían heroicamente como rebeldes anarquistas, anticapitalistas y "expropiadores de bancos".
El crimen ocurrió en Córdoba, precisamente el primer municipio de España que en 1970 incorporó mujeres policías locales, que eran además las primeras de todas las fuerzas y cuerpos de seguridad en España. En la Policía Nacional, las primeras entraron en 1979 y en la Guardia Civil, en 1988. Todas las uniformadas del país suman hoy algo más de 25.000. En números redondos: de cada diez agentes, sólo uno es mujer.
Las policías locales cordobesas Marisol Muñoz (izquierda) y Mari Ángeles García, de servicio. Cedida
Este próximo sábado 18 de diciembre el Ayuntamiento de Córdoba celebra su anual homenaje a las policías locales asesinadas, que tendrá un carácter especial al cumplirse un cuarto de siglo. EL ESPAÑOL | Porfolio se ha reunido con familiares y compañeros en el monolito que las recuerda en el lugar de su muerte. Hemos quedado para reconstruir ese día y lo que pasó después.
Aquí están Elisa, Joaquina e Ismael García García, hermanos de la policía Mari Ángeles; María Jesús Muñoz Navarro, hermana de la agente Marisol (otro hermano suyo, Martín, interviene desde León por teléfono). Charo López Mialdea y Bernardo Ruiz Hidalgo, compañeros de la misma promoción que ellas, la de 1981. Los hermanos Ignacio y Juan Mata, que organizaron el funeral y los actos de solidaridad para recaudar fondos destinados a los dos huérfanos de Mari Ángeles. Y, en silla de ruedas, Manuel Castaño Pinedo, el vigilante de seguridad a quien los atracadores liderados por Lavazza tomaron como rehén en su huida. Quedó parapléjico por fuego amigo de la Policía Nacional en el tiroteo posterior al asesinato de las agentes.
Claudio Lavazza, antes de su detención.
Dicen que las inseparables compañeras de patrulla Marisol y Mari Ángeles "eran como hermanas". Aquel día, aunque no se conocieran, Manuel también se convirtió en su hermano de sangre póstumo, al unirlos el destino en el suceso que conmocionó a España y marcó la historia de Córdoba.
El principal testigo, el que lo sufrió todo desde dentro, fue Manuel Castaño. Lo encontramos junto a la sede en Córdoba de Aspaym (Asociación de personas con lesión medular y otras discapacidades físicas), de la que fue presidente y ahora es secretario. En 1996 tenía 31 años, llevaba cuatro de vigilante en Securitas y con Paqui, su mujer, era padre de dos niños: Manuel, de 4 años, y Noelia, de 2.
El rehén herido en el atraco, Manuel Castaño Pinedo. Eduardo del Campo
El atraco
Ese miércoles amaneció "con lluvia, feo, gris", recuerda Manuel Castaño. Sustituía a un compañero que asistía a una reunión sindical en Sevilla. Pasadas las ocho de la mañana, el furgón blindado se detuvo en la plaza de las Tendillas, junto a la central del Banco Santander, ubicada a pocos metros, entre las calles Gondomar y Málaga, en el edificio que hoy ocupa la perfumería Primor. Le dijo a su compañero de reparto que se quedara en el vehículo con el conductor, que ya bajaba él a dejar la saca. No llevaba dentro dinero, sino documentación.
Entró al banco y notó que los trabajadores y clientes lo miraban raro. Cuatro atracadores, Claudio Lavazza (42 años), Michelle Pontolillo (26), Giovanni Barcia (40) y Giorgio Eduardo Rodríguez Dip (40), italianos los tres primeros, argentino el último, estaban destripando las cajas fuertes, pero el vigilante recién llegado aún no comprendía qué pasaba. Le llamó la atención la apariencia estrafalaria de esos hombres con pelucas, narices postizas y gafas de disfraz cómico. "¿Esto qué es, carnaval?", se preguntó, incrédulo.
"Me lo tuvo que repetir dos o tres veces, '¡al suelo, tírate al suelo!', porque yo pensaba que era una película"
Manuel Castaño Pinedo, rehén herido
Entonces lo abordó el jefe de la banda: "Lavazza salió de detrás de una columna, enseñando una metralleta así cruzada debajo de la gabardina, y me dijo: '¡Tírate al suelo!'. Me lo tuvo que repetir dos o tres veces, '¡al suelo, tírate al suelo!', porque yo pensaba que era una película. Me quitó el arma. 'A éste nos lo llevamos de rehén', dijeron, y salimos por la puerta de atrás" a la calle Málaga, explica el antiguo vigilante.
El compañero de Manuel que esperaba afuera dio la voz de alarma. El Fiat-1 negro robado con el que debían huir lo habían aparcado, por falta de sitio, en zona de carga y descarga, junto al hotel-cafetería Boston. Mientras ellos desvalijaban el banco, en la calle una policía local de tráfico, Antonia, o Toñi (fallecida hace unos años), multaba a los mal aparcados.
Cuando los atracadores llegaron allí con su rehén y su botín de 71 millones de pesetas, nueve kilos de oro en láminas y abundantes joyas (sólo el oro y el dinero equivaldría hoy a 1,14 millones de euros), se encontraron con que la grúa se había llevado el coche. La agente Toñi le ordenó a Lavazza que se detuviese, empuñando como única arma su radiotransmisor, el walkie-talkie. El interpelado la encañonó: "Vete o te pego dos tiros", le vino a decir.
Robaron en el Banco Santander el equivalente a 1,1 millones de euros. Al salir, la grúa se había llevado su coche
Desesperados y cercados, pararon el Peugeot-405 blanco en el que el exconcejal socialista Joaquín Dobladez llevaba al colegio a un hijo de diez años. El niño salió corriendo y el padre entregó el coche a Lavazza a punta de metralleta. Uno de los cuatro atracadores, Pontolillo, huyó a pie por su cuenta, se escondió en el hotel Boston y allí lo atraparon.
Manuel Castaño prosigue su relato: "Estaban nerviosos, querían buscar la salida de Córdoba pero se metieron por el peor sitio". En el coche robado, él iba en el asiento trasero izquierdo junto a Rodríguez Dip, mientras que delante Barcia conducía y Lavazza dirigía desde el puesto de copiloto. "Yo llevaba en mis pies todo el dinero que robaron", apunta. El jefe del grupo había interceptado la emisora policial con un escáner e iba escuchando los mensajes sobre su persecución. Los seguía, con la sirena y las señales luminosas apagadas, un coche policial Citroën ZX 1.6 Avantage, matrícula CO-4591-AF. Era el patrullero que ocupaban Mari Ángeles, al volante, y Marisol
El asesinato
Al llegar al paso de peatones de la esquina con la avenida de América, el jefe de los atracadores se bajó sorpresivamente del vehículo y se dirigió hacia el de las policías, por el lado derecho. Cuenta el rehén: "Sus compañeros le preguntaron, ¿dónde vas? Nos giramos todos para ver adónde iba. Miré atrás. Les pegó una ráfaga por el lado de la ventanilla del copiloto. Cuando volvió al coche, le preguntaron: '¿Qué has hecho? ¿Las has matado'. 'Sí, sí, las he matado. Tira para adelante', respondió".
Mujeres de la Policía Municipal de Córdoba de la promoción de 1981. Marisol Muñoz es la primera a la izquierda; Mari Ángeles García, en medio justo ante el tronco; su compañera Charo López es la segunda por la derecha. Cedida
En un libro de memorias que publicó desde la cárcel, Autobiografía de un irreductible, Lavazza describe ese momento tratando de justificar su doble asesinato como si fuera un duelo. Escribe:
Veo de repente que una policía [Marisol] saca su revólver y me apunta amenazante desde su ventanilla bajada… le chillo varias veces que tire el arma, pero sigue apuntándome siguiendo mis movimientos. Comprendo que va a disparar y abro fuego yo primero con una ráfaga corta seguida por otra más larga. En menos de un segundo y medio, la Madsen escupe 17 balas, ninguna de ellas falla el objetivo, todas han alcanzado el cuerpo de las dos policías que mueren al instante. Veo con impresionante rapidez que el color de su cara se vuelve amarillo pálido, el color de la muerte.
"Eso es mentira", responde rotundo y sereno el testigo y víctima de aquel día. Las mató a bocajarro, sin mediar palabra y sin que las policías reconocieran quién era ese peatón que se les acercaba. "A ellas no les dio tiempo a reaccionar. Se quedaron mirándolo igual que nosotros, pensando, ¿a dónde va éste? Él llevaba la gabardina larga y la metralleta escondida, tú no la veías", precisa Manuel Castaño. "Me habían dicho, 'Cuando salgamos de Córdoba, te soltamos'. Pero cuando vi que las mataron, pensé: me van a matar a mí también".
"A ellas no les dio tiempo a reaccionar. Cuando vi que las mataron, pensé: me van a matar a mí también"
Continuaron la huida en paralelo a la estación del AVE, hasta que en la calle de los Omeyas se toparon con una furgoneta atravesada de la Policía Nacional. Detrás los perseguía otro patrullero de la Local. Los agentes abrieron fuego cruzado, y los atracadores respondieron con sus armas contra quienes ellos veían como esbirros del Estado y el Capital. La banda iba protegida con chalecos antibalas. Las policías asesinadas y el vigilante, no.
"Sonaron los disparos, me tumbé en el asiento y me hirieron. Si me quedo derecho, me habrían dado en la cabeza", dice Manuel Castaño sobre los policías que dispararon contra el coche en el que iba de rehén. ¿Hicieron lo correcto? "Si hubieran sabido que me llevaban dentro, creo que no tendrían que haber abierto fuego. Pero no sé a ciencia cierta si ellos lo sabían. Mis compañeros dicen que ellos avisaron", responde.
Se señala en el cuerpo: "Me llevé tres disparos. Una bala me entró por detrás del hombro izquierdo, me rompió la médula y se me quedó alojada en el costado derecho. Aún la tengo dentro, aquí. El informe de balística dijo que era de la Policía Nacional. Otra bala", continúa contando mientras se remanga y enseña las cicatrices, "me atravesó el brazo izquierdo y fue la única que me dolió en ese momento, porque me partió el hueso. Y otra me atravesó la barriga y fue la que más problemas me causó, porque me rompió los intestinos".
"Los policías vinieron a sacarme del coche pero yo no podía moverme. 'No siento las piernas', les dije. Me llevaron al hospital en un coche de la Policía Local. Sentía que flotaba. Era una sensación placentera. Sucede cuando estás perdiendo sangre. Estuve tres meses en la UCI", rememora el superviviente.
El antiguo vigilante de seguridad Manuel Castaño lidera hoy la asociación provincial de lesionados medulares. E. del C.
Los atracadores salvaron la vida con heridas graves pero menos que las de Manuel, en parte gracias a sus chalecos antibala. Los detuvieron a los cuatro. Al último, al escurridizo jefe. En sus memorias, Lavazza cuenta que los guardias civiles que lo atraparon en Bujalance le pegaron, pero que le advirtieron de que tenía suerte, porque si lo llegan a apresar los compañeros locales de las asesinadas, lo habrían matado.
El juicio
Tras salir de la UCI, llevaron al vigilante al Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo. Cuando volvió a su casa en silla de ruedas, deprimido, no tenía ganas de estar con sus hijos. "Me perdí toda la infancia de ellos", lamenta. Poco a poco, se recuperó. Dice que se lo debe a su mujer. "Ella es la luchadora de la casa. Me decía, 'vamos, que tienes que vestirte'. Lo que he conseguido es gracias a ella, no porque yo quisiera". Hoy Manuel tiene 56 años y desprende serenidad.
Pregunta.- ¿Qué siente hacia los atracadores? ¿Odio…?
Respuesta.- Odio, no. Busqué información de todos ellos. Leí que uno se escapó en un permiso y lo volvieron a coger. Vi un documental sobre ellos, La banda de la nariz. Leí sobre Lavazza que había matado antes a más, en Italia. Con suerte, que no salga. Los otros no eran tan violentos. El peor era él.
P.- ¿Lo vio en el juicio?
R.- Sí.
P.- ¿Se miraron?
R.- Nos miramos, sí. Me dijeron que si quería declarar por vídeo, o detrás de una mampara, para no verlo, y dije que no, que quería estar presente. Los había visto por fotos, pero no en persona, porque en el atraco iban enmascarados.
P.- ¿Qué pensó cuando miró a Lavazza?
R.- Era bajito, delgado. Pensé que cómo un hombre así había podido hacer tanto daño. Se hizo justicia.
P.- Si tuviera oportunidad, ¿se encontraría con él?
R.- Sí. No me importaría hablar con él.
P.- ¿Qué le diría?
R.- Le preguntaría: ¿Merece la pena matar a una persona por dinero?
P.- Se declaraban anarquistas.
R.- ¿Los anarquistas roban bancos y matan gente? ¿Qué ideas son ésas?
Si esa banda de pretendidos Robin Hood creía hacer justicia en el mundo expropiando bancos, lo único que consiguieron, remata Manuel, es dejar un reguero de víctimas inocentes a su paso: "Dos muertas, yo parapléjico, y el dolor de las familias".
En el juicio miró al asesino. "Era bajito, delgado. Pensé que cómo un hombre así podía haber hecho tanto daño"
El luto solidario