Tejero, solitario y desenga?ado
? Es mejor verlo sereno y apacible ante el Museo del Prado, que no rememorando su actuación en el interior del Congreso de los Diputados, a pocos metros de distancia de donde está ahora.
Reportaje por: Jesús PALACIOS
3/12/07
Aquel 23-F, con su uniforme de jefe de la Guardia Civil, tricornio de charol, bigotes de referencia y pistola en mano hacia el techo del hemiciclo gritando a sus guardias que dejasen de disparar: ?Vais a dar a los nuestros?. Poco sabía entonces que los nuestros eran todos. Pero sí, es mejor contemplar ahora a este jubilado canoso de acentuada calvicie y de aspecto ya taciturno. Dice y dicen que vive muy preocupado y atento a la mala marcha de Espa?a. Reflexiones internas únicamente rotas en una o dos ocasiones. La última y sonada, en forma de carta abierta que le publicó el diario Melilla hoy, hace casi dos a?os, en la que con el título de ??Hasta cuándo... Zapatero??, pedía una consulta nacional sobre el Estatuto de Catalu?a. Avispas sobre las narices para tirar por la calle de en medio.
Sin embargo, la vida de este hombre de 75 a?os es familiar y de recogimiento, compartida entre su casa costera de Vélez-Málaga y su residencia de Madrid. Poco a poco se ha ido aislando de sus antiguos amigos y compa?eros. Poco o nada quiere saber de nadie. Inclusive de los oficiales de la Guardia Civil que arrastró con él a asaltar el Congreso. En los últimos a?os de vida de su padre fue su enfermero. Luego, de su madre. Ahora están sus hijos y sus nietos. Y siempre, su mujer. Su entretenimiento es pasear por la playa, algún día perdido por la Feria de Málaga, con su perro por los alrededores de su casa madrile?a o tomar café por los bares cercanos, con escasa preocupación por si se cruza con el general Alfonso Armada. Fue éste quien le dio la orden de entrar en el Congreso. Luego se rebeló contra él al impedirle que ofreciera a los diputados su gobierno de concentración. Penaron algún tiempo juntos. Dejaron de hablarse. Y comparten vecindad. ?Qué sarcasmo!
De los treinta a?os de condena, quince los pasó en prisión, los últimos cuatro en régimen abierto hasta que a finales de 1996 obtuvo la libertad condicional. Desde entonces aquel jefe al que siguieron en tropel, con fe ciega, más de 400 guardias civiles, porque iban en ?nombre del Rey y de la democracia?, es un ?paisano con el servicio militar cumplido? que ha perdido el empleo, grado, condecoraciones y derecho al uso del uniformemilitar. Lo único que no ha perdido es su jubilación de clases pasivas. No como su antiguo amigo Gil Sánchez Valiente, el hombre del maletín vacío, a quien por abandono del servicio no le ha quedado nada. Mientras, Tejero es algo más que mileurista, lo que junto a la pensión de su mujer y lo que obtiene por la venta de sus paisajes y retratos, le permite llegar bien a fin de mes. Si su dedicación es la familia, su pasión es la pintura. Sigue rechazando las ofertas editoriales por escribir sus memorias, aunque el interés ha decrecido considerablemente. Se ha vuelto receloso y esquivo. Y desenga?ado. Quizá por eso se le ha visto en alguna ocasión en una tienda de almoneda vendiendo sus condecoraciones y efectos militares personales.
A 27 a?os vista, el 23-F es para Tejero una página de su pasado: ?No me arrepiento de nada, hice lo que tenía que hacer?, insiste. Pero no quiere decir más: ?Yo no fui protagonista de aquello, tan sólo un actuante?. Y en esto sí que tiene razón. En aquella operación especial de los servicios de inteligencia, tuvo el papel estelar de ser el SAM (supuesto anticonstitucional máximo), el chivo expiatorio que el entonces Cesid utilizó para desarrollar la operación De Gaulle, una solución que se pretendía encajar en la legalidad constitucional para redefinir una segunda transición. Y Tejero era el máximo exponente antidemocrático en un golpe con vientos demócratas. Pero ni las lumbreras del Cesid ni los generales Milans y Armada le explicaron a tiempo de lo que se trataba. Y cuando se enteró de que aquello era para formar un gobierno de salvación nacional, con socialistas y comunistas, el sarpullido le motivó a montar sobre la marcha su propio golpe de Estado. Algo que no estaba en el guión. Y la cagó. Por todos lados.