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Habla, mudita: Rajoy deja sin voz a Ana Mato y la degradada a comparsa en la crisis del ébola
Ana Mato se queda sin voz. Rajoy ha puesto a su vicepresidenta al frente de la 'operación ébola', una crisis que amenaza con abrasar al Gobierno. La ministra muda, como le llaman sus compañeros, pasa a asumir el papel de comparsa.
Mariano Rajoy no tiene el propósito de prescindir de ella. Pero en el Consejo de ministros pocas voces la respaldan. Incluso antes del ébola, ya la creían un lastre, un obstáculo y un 'espantavotos'. Ana Mato, la ministra muda, la miembro del Ejecutivo que menos ruedas de prensa ha concedido, que menos comparecencias públicas ha protagonizado, que menos declaraciones ha facilitado, sólo se mantiene en el puesto por el empeño de Rajoy, que la tiene desde hace años como amiga y porque no le agrada hacer remodelaciones ministeriales.
Mato entró en política de la mano de Jorge Verstrynge, por entonces su profesor de Derecho amen de secretario general de Alianza Popular. Pasó luego al Partido Popular como asistente de José María Aznar en sus tiempos de procurador en Cortes por Ávila. Supuestamente, Mato era especialista en asuntos autonómicos. Luego se la llevó a Valladolid, al ser elegido presidente de la Junta de Castilla y León. Allí nació aquel 'clan de Valladolid' del que formaban parte Jesús Sepúlveda, su esposo de quien luego se divorció, Miguel Ángel Rodríguez y Miguel Ángel Cortés.
Pasaba Ana Mato por ser una política vocacional, muy entregada a su causa, medianamente laboriosa y extremadamente hábil a la hora de buscar, y encontrar, los necesarios resortes para ascender. "Muy dulce, sabía escuchar y nunca llevaba la contraria", dice de ella un viejo compañero que la conoció en los tiempos vallisoletanos. Un momento clave fue cuando se le encargó trabajar junto a Miguel Ángel Rodríguez en la campaña de las generales de 1996, que llevaron al PP a la Moncloa. Se le puso al frente del área audiovisual, lo que le propició un acercamiento a los profesionales de los medios. De poco le sirvió, vista la evolución posterior. Tuvo tres hijos mientras iba escalando en el partido. Diputada regional por Madrid, diputada nacional, eurodiputada y finalmente, ministra de Sanidad con Mariano Rajoy, quien le dispensa un trato muy especial.
El chusco caso del Jaguar oculto
El escándalo de la Gürtel supuso un cimbronazo en su trayectoria personal y política. Emergieron episodios bochornosos como viajes familiares a Disneyland, regalos estrepitosos, obsequios injustificables, todos a cargo de la trama de corrupción dirigida por Francisco Correa. El episodio del Jaguar invisible en su garaje ha pasado a los anales de los sucesos más chucos de la reciente política española. Se divorció de su esposo, Sepúlveda, quien fue imputado y tuvo que alejarse del partido, aunque mantuvo unas relaciones laborales algo camufladas durante cierto tiempo.
Ana Mato resultó mediáticamente herida con este 'affaire', pero Rajoy siempre la ha considerado leal y amiga. Este cariño presidencial hacia una 'aznarista' viene de cuando se fajó, junto a Arenas y Camps, en favor del actual presidente del PP en el fatídico congreso de Valencia de 2008. Un activo fundamental en su carrera política, que le reforzó su ascendencia para con el actual líder máximo del PP.
Alerta general: el virus ataca
Este jueves sonaron todas las alarmas. Veinticuatro horas después de que Mariano Rajoy anunciara en Milán que había recibido felicitaciones y parabienes de sus homólogos europeos, en el hospital Carlos III de Madrid se sucedían episodios de descoordinación y caos que se trasladaban inmediatamente a la opinión pública en forma de preocupación, miedo y crítica. La auxiliar de enfermería Teresa Romero no mostraba signos de recuperación. Más bien todo lo contrario.
Los sindicatos sanitarios bombardeaban a los medios con sus mensajes ácidos, agresivos y brutales contra la acción del Gobierno. Se institucionalizó la idea de que el PP, después de unas declaraciones inaceptables del consejero de Sanidad de Madrid, había emprendido la criminalización de la enfermera contagiada. Una ofensiva feroz desatada por políticos radicales, activistas antisistema, gremialistas furibundos y los tradicionales agitadores encontró la vía expedita a sus mensajes vitriólicos. El gobierno estaba desarmado, sin estrategia, sin discurso y sin voluntad de contraofensiva. Llovían los venablos sobre la Moncloa y no había apenas respuesta. Un cierto aire de 13-M empezó a sobrevolar el ambiente de un Madrid sobresaltado. Nada que ver, por cierto, la actitud de Rubalcaba cuando aquellos episodios que condujeron al PSOE a la Moncloa con el sensato comportamiento de Pedro Sánchez en este asunto terrible del virus.
La oleada de ira subía de tono, con voluntad de arrasarlo todo, pero Ana Mato permanecía silente, oculta, acobardada, encerrada en su despacho. Protagonizó una primera comparecencia, tras saltar a la luz el extraño caso del contagio de la sanitaria, pero resultó un desastre. Aconsejada por asesores ineptos, apareció de negro luto, circunspecta y atemorizada. En vez de tranquilizar, transmitió pánico. Se le volvió a entrever, un par de días después, rodeada de periodistas en un pasillo del Congreso. Sólo unos minutos. Este viernes finalmente apareció junto a una nutrida gavilla de consejeros autonómicos para anunciar los cambios en protocolos y actuaciones que ya habían difundido los medios unas horas antes. Débil y a la defensiva, parecía una corza herida. Tanto que, entre los dardos inquisitivos de los periodistas, no supo poner punto final a la rueda de prensa con otra frase que ésta: "Si me permiten, yo me iría". Un condicional como un lamento.
Los protocolos no se habían cumplido, la coordinación no había funcionado, la comunicación apenas existía y el Gobierno ofrecía la imagen de un animal listo para el sacrificio. Hace un par de veranos ya lo intentaron con el accidente del Alvia, en Santiago. Pero entonces, la confesión del maquinista desarboló aquella estrategia. Y luego lo ratificó el juez. Además, el tramo de vía del ferrocarril donde se produjo el drama era obra del anterior Gobierno. No había caso.
Cinco días después del estallido del ébola, Rajoy se presentaba en el hospital Carlos III, y entre una bronca de pitidos sindicales, reconoció que se puede mejorar la gestión. Al mismo tiempo, su vicepresidenta anunciaba tras el consejo de ministros que había tomado el mando de la situación, que se formaba un comité de crisis con ella al frente y un comité científico que alguien pensó que ya existía y estaba en funcionamiento. Ana Mato, más muda que nunca, seguía en su puesto. Así lo quiere Rajoy. Pero medio Gobierno pretende su salida.
El ébola es lo más cerca que ha estado el gobierno desde el Prestige. Eso es lo que se pretende. Una segunda edición de la catástrofe del barco. Una población desinformada y amedrentada y la jauría de la nitroglicerina ideológica ha ocupado estos días todo tipo espacios, medios y tribunas. Imposible intentar desentrañar la verdad de lo ocurrido en el Carlos III. Los activistas han escrito el guion y quien pretenda otro, quizás el verdadero, resultará dilapidado al grito de 'Teresa no es culpable'. La reacción de Rajoy ha sido tardía. Apoyó el miércoles desde Milán a su ministra Mato y el viernes la tuvo que enviar al rincón. Bien calladita. Eso lo borda.