¿Son 75 años suficientes? ¿Cuándo deberíamos morir?Vivir más años no viene siempre acompañados de una vida mejor. O sí. El debate entre dos expertos en la prensa estadounidense nos lleva a plantearnos si de verdad vivimos mejor, además de vivir más años.
Roque Beltrán, un conocido paracaidista celebrando su 90 cumpleaños - Foto Paracaidismo Cepac, C. Lacava
El aumento de la esperanza de vida en las sociedades occidentales ha traído a primer plano un nuevo debate: ¿se está alargando la vida a costa de que los ancianos vivan en peores condiciones? El dilema tiene muchas caras y ha sido objeto de una interesante polémica en las útlimas semanas en la prensa estadounidense . El especialista en bioética de la medicina Ezekiel Emanuel y el periodista David Brooks a través de sus correspondientes columnas en The Atlantic y New York Times han expresado dos puntos de vista diametralmente opuestos sobre el asunto, y ambos desde una visión manifiestamente conservadora.
Ezekiel Emanuel comenzó la polémica asegurando que quería morir a los 75 años.
El doctor Emanuel es un conocido activista anti-eutanasia y Brooks es un habitual de medios como New Yorker o Washington Post en los que ha defendido abiertamente posturas contrarias al sexo adolescente o el divorcio. El primero en comenzar fue el doctor Ezekiel Emanuel cuando en un artículo publicado en The Atlantic hace varias semanas afirmaba sonriente en portada que esperaba morir a los 75 años.
Es sorprendente que alguien públicamente contrario a la eutanasia manifieste su interés en dejar este plácido mundo a una edad concreta aunque, como bien explica en su columna, se trata más de un deseo inmaterial que de una firme voluntad de privarnos de su presencia en el momento exacto de cumplir los 75 años.
Destacan además un par de párrafos del artículo del dr. Emanuel:
“Estoy convencido de mi posición. Sin duda morir es una pérdida. Nos arrebata vivir más experiencias y acontecimientos, de tiempo que pasar con nuestra esposa e hijos y por supuesto nos priva de todas las cosas que valoramos.
Pero hay una verdad simple a la que muchos de nosotros nos resistimos: Vivir demasiado es también una pérdida. Nos deja rendidos, si no incapacitados, vacilamos y declinamos hacia un estado que puede ser peor que la muerte. Nos roba nuestra creatividad y nuestra habilidad de contribuir al trabajo, a la sociedad y al mundo. Transforma la imagen que la gente tiene de nosotros, de cómo se relaciona con nosotros y más importante de cómo nos recordará. Ya nunca nos recordarán como vibrantes y comprometidos sino como débiles, ineficaces e incluso patéticos”.
Es una visión realmente sombría de la vida después de los 75 años que no parece cuadrar bien con las evidentes mejoras en la calidad de vida de las que disfrutan actualmente las personas de avanzada edad. Por otro lado resulta desconcertante que alguien contrario al suicidio asistido, incluso en los casos más dramáticos que podamos imaginar, pueda tener una visión tan oscura y amarga de lo que puede depararnos la vida simplemente por cumplir unos años de más.
Enmanuel cree que la medicina ha pasado de "salvar vidas" a simplemente alargarlas.
La exposición del Dr. Emanuel prosigue con una velada crítica a la dirección que ha tomado la Medicina en nuestros tiempos. Para el columnista en The Atlantic hubo un tiempo, a comienzos del siglo pasado, en el que las investigaciones estaban enfocadas a desarrollar vacunas, antibióticos y fármacos que “salvaban vidas”, pero en algún punto de la década de los ’60 parece que gran parte de estos esfuerzos se han abandonado y se han dedicado a “extender vidas”.
“Rather than saving more young people, we are stretching out old age” (En lugar de salvar más gente joven estamos extendiendo la vejez de los mayores)
Aun así, el doctor Emmanuel, en contra de la experiencia cotidiana que indica que actualmente las personas mayores gozan de una vida mucho más plena y saludable que nunca, intenta rebatir además esa imagen arraigada en el imaginario colectivo de que hoy en día “los 70 son los nuevos 50”. Para el columnista de The Atlantic, no es oro todo lo que reluce.
Eileen Crimmins, investigadora de la Universidad de Southern California, se ha especializado en el estudio de los diversos factores físicos en personas de avanzada edad y cómo afectan a su vida diaria. De sus diversos estudios se puede extraer una desconcertante conclusión: los ancianos de hoy en día poseen menos movilidad, ligada a un preocupante aumento de la obesidad mórbida, que los mayores de hace tan solo unas décadas.
Analizando el tiempo que tardaban en finalizar tareas como andar un cuarto de milla, subir 10 escaleras, permanecer sentados durante unas horas para después levantarse o realizar diferentes ejercicios de flexibilidad, los estudios de Crimmins ofrecen resultados notables: en el plazo que va de 1998 a 2006, la pérdida de movilidad funcional en los ancianos se ha incrementado
En 1998 aproximadamente el 28% de los hombres estadounidenses mayores de 80 años tenían limitaciones funcionales. En 2006 ese porcentaje había aumentado hasta el 42%, y en mujeres los resultados eran aún peores: Más de la mitad de las octogenarias mostraban limitaciones funcionales.
Con todos estos argumentos sobre la mesa, Ezequiel Emanuel se ratificaba en su idea de que 75 años es un plazo más que suficiente para haber tenido una vida plena y que su deseo de fallecer al llegar a esa edad era más que razonable.
La respuesta llegaba hace tan solo unos días mediante un artículo publicado en el New York Times: “Why elders smile” (por qué sonríen los mayores).
Entra en escena el periodista David Brooks que señala un curioso problema a la argumentación anterior: si Ezequiel fallece a los 75 se perderá los años más felices de su vida. Para acompañar esta afirmación, el periodista recuerda una gráfica en forma de U, bien conocida por los sociólogos y psicólogos, que es demoledora e impactante a partes iguales.
Esta infografía, y numerosas versiones similares aparecidas en incontables artículos científicos, muestran una interesante relación entre felicidad y edad. En nuestros primeros años experimentamos esa feliz sensación que paulatinamente va desapareciendo hasta volver a crecer cuando sobrepasamos los sesenta.
Más allá de elementos sociales, económicos o generacionales, los expertos consideran que este incremento en la felicidad se debe en gran parte a factores neuronales, cambios en nuestro propio cerebro y en la forma en la que analizamos y entendemos el mundo que nos rodea.
Los estudios indican que junto con los inevitables achaques de la edad también se adquieren nuevas ventajas. Menos ansiedad con lo que puede deparar el futuro se traduce en más tranquilidad, menos estrés, y menores preocupaciones, lo que incrementa la sensación de felicidad.
El debate, junto con los sorprendentes argumentos de cada una de las partes, está abierto y ofrece una gran cantidad de matices, enfoques y consecuencias en infinidad de campos.