...y se abrieron las puertas del cielo...sencillamente...por que no podía ser de otra manera.
...y se abrieron las puertas del cielo...de par en par...ante la llegada...de un nuevo Juan Salvador Gaviota.
Pasillo ancho le ofrecían, como si de Jefe de Estado se tratara.
Pero, era algo más
Era...JORGE SUÁREZ PÉREZ, grande entre los grandes. Una de esas gaviotas que dió la vida por la bandada, por su uniforme, por los demás.
Allí estaban, a ambos lados del pasillo, gaviotas de todos los colores, unas con boinas rojas, trajes verdes, camisas blancas, azules...hasta una gaviota tuvo el atrevimiento de enfundarse una bata blanca, mientras con la mirada le decía..."cuan orgulloso están de ti, los tuyos".
Con su moto destrozada, su mirada al frente, les observó a todos.
Agradenciédoles la bienvenida, sintió el resbalar de una lágima por sus mejillas.
Resbalaba despacio.
Muy despacio.
Cuánto dolía esa lágrima!.
En su cuerpo, nada.
Pero en su alma.
Cuánto le dolía EL ALMA!.
Sabía que allá abajo, para los suyos, nada ni nadie podrá llenar nunca su ausencia.
Pensó en su ZORRO, en su ROSA, en su VOLCÁN, en las personas que le habían DOMESTICADO.
Cruzó la puerta asiado a su moto.
El resto de los presentes le miraron orgullos.
Todos y cada uno de ellos, habían dado su vida por los demás, por su uniforme, por la bandada.
Anduvo erguido, hacia el fondo, mientras un leve chirriar lejano, le indicó que las puertas del cielo se cerraban.
No le dolía el golpe.
No le doliía la sangre.
Le dolía EL ALMA.
EL ALMA, por los que allí estaban.
EL ALMA, por los que había dejado.
EL ALMA....
Siempre EL ALMA.
Le dolía sólo de pensar, cuádo él formaría parte de ese pasillo, como uno más.
Le dolía sólo de pensar, cuando las puertas del cielo se abrirían de nuevo, para recibir, eso sí, como se merece, al siguiente...JUAN SALVADOR GAVIOTA.