La moda, a veces, la carga el diablo.WRITTEN BY: HILARION
El 23 de marzo de 1766, domingo de Ramos, a eso de las cuatro de la tarde, se inició una algarada en la plazuela de Antón Martín. La algarada se convirtió en motín, duró varios días con un resultado de unos cuantos muertos, palacios y templos saqueados, y se acabó extendiendo por toda España. El rey Carlos III, asustado, huyó a Aranjuez y no volvió a Madrid hasta que la cosa estuvo muy, pero que muy tranquila, tras hacer venir al ejército de Levante a Madrid. ¿Qué había pasado?
El origen de este episodio, conocido en la Historia como El Motín de Esquilache, se achaca a dos factores. Uno económico, pues los precios de los alimentos habían sufrido una subida espectacular, y otro político por el rechazo del pueblo a que los ministros de Carlos III fuesen extranjeros en su mayoría. Carlos III había decidido acometer una profunda modernización de España, empezando por la capital, y para ello y como cualquier entrenador de fútbol de ahora, se trajo el equipo gobernante que había tenido en Nápoles, equipo en el que destacaba su hombre de confianza, Leopoldo de Gregorio, marqués de Esquilache.
No le fue mal a Madrid con Esquilache, pues pavimentó las calles, que hasta entonces no sabían de tales lujos, instaló un alumbrado público que permitía andar de noche sin muchos sustos, construyó pozos sépticos en los barrios, gracias a los cuales desaparecieron de las calles gran cantidad de molestos y olorosos excrementos, e inició la construcción de los monumentos que han llegado hasta nuestros días convertidos en santo y seña de la ciudad. Pero esto en la opinión del pueblo no valía nada, pues era extranjero y, aun peor, ministro de Hacienda.
Además era un esteta, lo que fue su ruina. Estando ya la gente con los nervios a flor de piel, no se le ocurrió otra cosa que meterse a creador de tendencia y modernizar a aquellos casposos madrileños, pues sentía malestar de verlos con unas vestimentas tan alejadas de la moda y glamour europeos y tan poco acordes con el nuevo Madrid que estaba pergeñando. Así decretó la sustitución del extendido uso del sombrero chambergo y la capa larga, por el del sombrero de tres picos y la capa corta, bajo pena de cortar las prendas a las dimensiones establecidas por el señor marqués, multa y cárcel. ¡Por no ir a la moda! La excusa fue que ambas prendas favorecían el bandolerismo urbano, la una porque permitía ocultar el rostro, la otra porque servía de escondite a todo tipo de arma. Aunque no dejaba de ser cierto, no era más que lo dicho: una excusa, pues lo que quería era imponer la modernidad europea a golpe de decreto (a que suena a algo).
El Domingo de Ramos citado dos crudos de Lavapiés se paseaban provocadores ante el cuartelillo de los alguaciles en Antón Martín, embozados tras chambergo y capa larga. Salieron los alguacilillos y al requerirles la razón de aquella vestimenta tan antiestética contestaron con un recio “porque me da la gana”. Se oyó a continuación un silbido en la plaza tras de lo cual apareció de improviso por todas las bocacalles una riada humana armada con palos, navajas y cualquier cosa que pinchase. Huyen los alguaciles, las masas asaltan el cuartelillo y se hacen con los fusiles y espadas que allí había. Recorren la ciudad dirigiéndose a la casa del de Esquilache, la de las Siete Chimeneas, con el propósito de decirle, cívica y pacíficamente, lo que pensaban de su look. No le encuentran, acuchillan a un criado, que, al no estar al tanto de modas y tendencias, pretendió cerrarles el paso y destrozan la mansión. Luego, y sin duda poco satisfechos con su diseño, destrozan los faroles que había hecho colocar el marqués por toda la ciudad. Al día siguiente las cosas no se calman y habiéndose corrido el rumor de que estaba en Palacio se dirigen allí. La Guardia Valona se pone nerviosa y dispersa la manifestación a tiros. Se producen los primeros muertos. La masa consigue finalmente que un fraile entregue en palacio un memorial, donde entre tras cosas piden el destierro de Esquilache, la disolución de la Guardia Valona, ministros españoles (indicio de ingenuidad política), bajada de precios y, sobre todo, poder seguir usando chambergo y capa larga. Casi nada.
Sale Carlos III al balcón y en un sentido discurso les dice que sí, que acepta concederles todo lo que le piden. La gente se va tranquila… hasta el día siguiente, en que descubren que el rey, algo más que acongojado, ha aprovechado la noche para coger a la familia y huir subrepticiamente a uña de caballo a Aranjuez. La huída se toma como una muestra de que el rey no piensa cumplir lo pactado, así que el tranquilo pueblo se da al saqueo de almacenes y cuarteles y, cosa habitual en estos casos, abre las puertas de la cárcel. Los desórdenes se extienden a otras ciudades y al rey no le queda más remedio que cesar a Esquilache, y mandar una carta apaciguadora a los madrileños donde, no obstante, les dice al final que:
… Y mientras tanto no den pruebas de dicha tranquilidad, no cabe el recurso que hacen ahora, de que Su Majestad se les presente.
O sea, que hasta que no se les pasen los nervios, que no le esperen en Madrid. Además llama al Conde de Aranda, capitán general de Valencia, para que venga a Madrid urgentemente con todo su ejército.
Aranda consigue calmar la situación y, lo que es aun mayor mérito, imponer el uso de la capa corta y sombrero de tres picos sin pegar un tiro. Primeramente convenció a nobleza y Gremios Mayores de lo actuales que iban a estar con las nuevas prendas. Con el pueblo no habló, pues no dejaba de ser numeroso y era un latazo, pero sutilmente le convenció: dispuso que los verdugos en el ejercicio de su oficio llevasen chambergo y capa larga. Mano de santo. Ya nadie quiso volver a vestir estas prendas.

Sobre este grabado de la Biblioteca Nacional puede verse con detalle a una cuadrilla de alguaciles que con la cooperación de un pelotón de sastres (a la izquierda) adaptan las prendas a los cánones establecidos por la legalidad vigente. Obsérvese lo fashion del atuendo de los alguaciles, frente a lo casposo y retro de la indumentaria de los incívicos antisistema.