Quedan escasos días para que se cumplan 30 años de este heroico hecho:
http://madridafondo.blogspot.com/2010/11/madrid-alvaro-iglesias-sanchez.htmlMadrid a Álvaro Iglesias Sánchez
Hubo personas en la historia que fueron consideradas héroes, y no es preciso acabar recordando las acciones heroicas en los campos de batalla. Hubo gente valerosa que lo dio todo por los demás en otros tiempos. Novelas y películas lo constataron muchas veces. A los héroes que siguen existiendo es de justicia seguir honrándolos. Héroes anónimos, absolutamente desinteresados ante las recompensas, los hay, y no hace tanto en Madrid: un joven vecino de la calle Príncipe de Vergara de Madrid, estudiante, llamado Álvaro Iglesias Sánchez. De su emocionado y agradecido recuerdo dejo mi testimonio en este blog.
En mi deambular por Madrid, una mañana hace ya algún tiempo me apeé en la estación de metro de Concha Espina, muy cerca del Parque de Berlín que me disponía a visitar. No había estado nunca en él. Entre árboles, setos y paseos encontré el oso de Berlín y el monumento a Beethoven, y en un extremo, los tres grandes bloques genuinos del muro berlinés, donados a Madrid y colocados cual esculturas abstractas en medio de un estanque con surtidor vertical. El parque fue inaugurado en 1967 por el entonces alcalde berlinés Willy Brandt. Pero lo que más me llamó la atención fue toparme con el busto en bronce de un joven sobre pedestal de piedra en el que figura una inscripción, “Madrid a Álvaro Iglesias Sánchez”, y la fecha de su inauguración en 1982. Lo habían puesto en una rampa enyerbada y con flores que desciende hasta otro estanque. Mucha gente que visita el parque sigue sin saber quien fue Álvaro. Yo tampoco sabía que Álvaro es el último gran héroe cívico de Madrid que salvó a varias personas del incendio de la casa en el número 7 de la calle Carranza, casi tocando a la Glorieta de Bilbao, y que cuando se disponía a sacar a una cuarta, Álvaro encontró la muerte entre las llamas.
Álvaro Iglesias era un joven que con tan solo 20 años, impulsado por una de esas decisiones indefinibles del ser humano, entró en la casa incendiada antes de que llegasen los bomberos. Los gritos desde los balcones de los vecinos atrapados pudieron más que cualquier otra cosa. Pero Álvaro, incapaz en esas circunstancias de presentir siquiera la inminencia del peligro que lo cercaba, acabó precipitándose en el fuego al desplomarse la vieja escalera de madera del edificio. Le faltaba un santiamén para salir a la calle con una señora que había rescatado. También pereció con él. Los cadáveres aparecieron completamente carbonizados. Al joven Álvaro le concedió el ayuntamiento de Madrid que presidía Enrique Tierno Galván una distinción por el valor cívico que mostró, y desde entonces, desde 1982, una lápida con su nombre figura en la fachada de la casa siniestrada, de cuya existencia apenas nadie se percata.
Antes de decir o escribir nada acerca de hechos que hay que considerar especiales e insólitos por lo que tienen de sublimes, es recomendable recurrir al diccionario para ver cómo, en este tiempo profano y banal, hay que poner en claro términos y conceptos para referirse a quien pierde la vida ayudando a los demás. El desuso hace que pierdan su razón de ser. Héroe es lo primero que se dice, pero el héroe quedó enclaustrado en viejos acontecimientos bélicos. Es preciso buscar y dar con esa retahíla de definiciones que se amoldan a la acción de Álvaro. Resurgen palabras grandilocuentes y altisonantes que uno quisiera para sí alguna vez en la vida. Véase sino Hazaña: acción o hecho, y especialmente hecho ilustre, señalado y heroico; Proeza: hazaña, valentía o acción valerosa; Valentía: acción material o inmaterial esforzada y vigorosa que parece exceder a las fuerzas naturales; intrepidez: arrojo, valor en los peligros; Valor: cualidad del ánimo, que mueve a acometer resueltamente grandes empresas y a arrostrar los peligros… Todo puede resumirse en tener agallas, que es tanto como tener valentía, audacia, atrevimiento y resolución.
Hay jóvenes que mueren en terribles accidentes de tráfico, brutalmente asesinados por manos irracionales y víctimas de tremendas enfermedades y acciones autodestructivas. No hay nada nuevo en esa clase de luctuosos sucesos rutinarios en los medios de comunicación, acostumbrados a la barbarie diaria en el mundo, pero sí hay mucho de nuevo cuando hay que referirse a una persona que con tan solo 20 años es capaz de morir por los demás. Le sucedió así a Álvaro Iglesias Sánchez, madrileño, estudiante universitario, que vivía con sus padres y sus cinco hermanos en una casa de la calle Príncipe de Vergara, cerca sin duda del Parque de Berlín, en el que debió de jugar de niño poco tiempo después de ser inaugurado. Había cumplido los veinte en marzo de 1982. Murió un mes después, el 6 de abril, hace ahora 28 años en 2010. Tendría hoy 48 años. No es éste el recuerdo de alguien con sólo nombre y apellidos; no es el lamento de una desgracia tremenda, ni el mero reconocimiento de un hecho heroico. Es la historia mínimamente documentada de quien es personaje de la vida pública de Madrid, que cuenta con un busto de bronce en el Parque de Berlín, realizado por el prestigioso Santiago de Santiago, además de una lápida en la fachada de la casa de la calle Carranza.
“Él era así. Era muy decidido”. Estas dos frases son primordiales para comprender de una vez cómo era el héroe; la materia de que estaba hecho. Las pronunció entonces un testigo de excepción, el amigo que iba con Álvaro en la moto aquella noche fatídica del 6 de abril. Los dos circulaban en moto por Carranza cuando de pronto, llegando a la Glorieta de Bilbao, se para y no logran encenderla. Desisten. Se dirigían a sus casas. Probablemente vendrían de la facultad. Allí la dejaron en la acera y entraron en una cafetería, tal vez para avisar a alguien que pudiera acudir a recoger la moto. De pronto se oyen gritos. Salen a la calle y ven una casa en llamas con los vecinos aterrados en los balcones. Eran las 9 de la noche. El fuego al parecer se había iniciado en el portal. Se habló de un brasero que prendió en los faldones de una mesa camilla. El humo subía por el hueco de la escalera. Nadie entraba ni nadie salía del inmueble. Álvaro no lo dudó y se introdujo en la casa. Logró rescatar a tres inquilinos. Volvió a entrar y en ese instante se derrumba la escalera, y con ella, Álvaro Iglesias y una señora que acababa de salvar. Murieron. Una segunda mujer pereció también, pero asfixiada por el humo y el terrible calor. Los bomberos entran al fin y hallan los cadáveres.
El amigo de Álvaro desde la calle no podía imaginar siquiera que había perecido. La confusión era tan grande que pensó que Álvaro estaría en algún lugar próximo a la casa. Llamó a su familia y habló con uno de sus hermanos, que le confirma que no estaba. Pasan las horas y no hay señales de nada. En estos casos siempre se piensa que pudieron trasladarlo a algún hospital. Llaman, pero nada. Álvaro había sido llevado al Anatómico Forense. La casi imposible identificación se hizo recurriendo a pruebas dentarias. Vistas hoy las crónicas de la prensa del día siguiente al incendio, se constata la habitual información insustancial en este tipo de sucesos, aun por aparatosos y dramáticos que resulten. Pero estaba la hazaña de Álvaro, y más aún su muerte, que la prensa tenía que resaltar de algún modo, sin tener que recurrir a los tópicos. Y recurrieron sin percatarse de que la clave enigmática de la forma de ser de Álvaro la resumió magistralmente su amigo: “Él era así”. Eso me recuerda no ha mucho a un niño de 9 años empeñado en lanzarse en bicicleta por la pronunciada cuesta de un parque. Una y mil veces se caía, incluso haciéndose erosiones en las rodillas, pero él volvía a intentarlo. Alguien le preguntó por qué ese empeño por la cuesta, a lo que respondió simplemente: “Porque así es mi espíritu”.