Autor Tema: Pongamos que hablo de Madrid  (Leído 103871 veces)

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Re:Pongamos que hablo de Madrid
« Respuesta #440 en: 20 de Enero de 2016, 14:01:15 pm »

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Re:Pongamos que hablo de Madrid
« Respuesta #441 en: 23 de Enero de 2016, 10:33:01 am »


Un «platillo volante» aterriza en Gran Vía

Pesa entre 350 y 400 kilos y es una réplica exacta del que aparece en el primer episodio de «Expediente X»


El platillo volante estará expuesto en la confluencia entre la Gran Vía y la calle Montera - ABC
S.L. - @ABC_MadridMadrid - 22/01/2016 a las 18:58:46h. - Act. a las 22:54:40h.Guardado en: Madrid

El cruce entre las calles Gran Vía y Montera acoge desde este viernes un 'platillo volante' de siete metros de diámetro con motivo del estreno, el próximo martes 26 de enero, de la nueva temporada de 'Expediente X' en Fox.

Según ha informado la cadena en un comunicado, el platillo volante pesa entre 350 y 400 kilos y es una réplica exacta del que aparece en el primer episodio de la serie, que se emitirá en España a las 22.20 horas, de nuevo con David Duchovny y Gillian Anderson interpretando a Fox Mulder y Dana Scully.

El encargado de construirlo ha sido el Arte Herrador, que lo ha fabricado con poliestireno y fibra de vidrio, precisando de un equipo de ocho personas para montarlo, y estará allí hasta el día de estreno de la serie, que será el martes en 60 países, después de hacerlo en Estados Unidos.

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Re:Pongamos que hablo de Madrid
« Respuesta #442 en: 23 de Enero de 2016, 13:05:48 pm »


El exorcista que tuvo que limpiar de demonios la Puerta del Sol


 Un sacerdote madrileño conocido como el padre López intervino en la Real Casa de Correos para expulsar a los «enviados de Lucifer»

S. L. - abc_madridMadrid - 22/01/2016 a las 00:33:58h. - Act. a las 00:34:07h.

La Puerta del Sol es, quizá, el espacio más conocido de Madrid. Epicentro de una ciudad que nunca descansa, esconde multitud de anécdotas y curiosidades tras las fachadas de sus edificios. El más famoso, la Real Casa de Correos que sostiene el popular reloj, lleva allí desde tiempos de Carlos III. El «rey alcalde» ordenó levantarla en 1768. Durante su construcción, ocurrieron una serie de sucesos en el interior que atemorizaron a los obreros hasta tal punto que se negaron a proseguir con sus trabajos.

Ante la gravedad de los hechos, el arquitecto Jacques Marquet –elegido por Carlos III para diseñar el edificio– se vio obligado a solicitar los servicios de la Santa Inquisición para tranquilizar a los albañiles. El francés contrató a un exorcista para limpiar los demonios de cada rincón de las obras. El nombre de ese cura aparece incluso en los pliegos de contratación de la Real Casa de Correos: el padre López.

Para algunos eruditos, la historia responde cuestiones paranormales que escapan a la razón. Sin embargo, otros autores como Marco y Peter Besas en su libro Madrid Oculto (Ediciones La Librería. 2010) aseguran que el padre López fue contratado para contrarrestar una conspiración contra él con el objetivo de infundir el miedo entre sus trabajadores por ser francés. Algunos van incluso más allá y señalan como posible ideólogo de la terrorífica historia al arquitecto español Ventura Rodríguez en las antípodas de la «modernización» de Madrid ideada por Carlos III.

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Re:Pongamos que hablo de Madrid
« Respuesta #443 en: 02 de Febrero de 2016, 09:01:40 am »
La plaza de Vázquez de Mella se rebautizará como Pedro Zerolo en '15 o 20 días'
El ex concejal socialista Pedro Zerolo en el Congreso de los Diputados. BERNARDO DÍAZ


Sustituir las cinco placas de este espacio público en el barrio de Chueca costará 450 euros

El ideólogo del carlismo durante la Restauración mantendrá su calle en el distrito de Ciudad Lineal

    MARTA BELVER

Actualizado 02/02/201600:47

En las placas de la plaza de Vázquez de Mella dejará de leerse el nombre del ideólogo del carlismo durante la Restauración en "15 o 20 días". El Boletín Oficial del Ayuntamiento de Madrid ha publicado este lunes la aprobación definitiva del cambio de denominación de este lugar en el barrio de Chueca, en el que se recordará al ex concejal socialista Pedro Zerolo, fallecido el pasado mes de junio.

El Pleno municipal aprobó por unanimidad antes de verano una propuesta del PSOE para dedicarle un espacio público al político, firme defensor de los derechos del colectivo homosexual. La Junta Municipal del Distrito de Centro, en su sesión del 30 de noviembre de 2015, acordó la vía pública que cambiaría de denominación, una disposición que fue ratificada el pasado jueves por la Junta de Gobierno de la Ciudad.

Para hacer efectiva la modificación, el Área de Medio Ambiente y Movilidad tiene que sustituir las cinco placas que hay actualmente en la plaza. Desmontar cada una de las viejas cuesta 20 euros, mientras que la fabricación y colocación de las nuevas supone un desembolso 70 euros por unidad. En total, el cambio supondrá un gasto de 450 euros.

Tras la publicación del acuerdo en el Boletín Oficial del Ayuntamiento de Madrid, el trámite administrativo que falta es proceder a la inscripción de la plaza Pedro Zerolo en el Callejero Oficial. Vázquez de Mella seguirá teniendo una vía con su nombre en Ciudad Lineal.

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Re:Pongamos que hablo de Madrid
« Respuesta #444 en: 30 de Mayo de 2016, 19:13:37 pm »

La ferretería más antigua de Madrid abocada al cierre


Su propietria, Mª Jesús García, no puede hacer frente al pago de la cantidad exigida por la Comunidad para que el negocio pase a estar a su nombre



BELÉN RODRIGO /  - @brperiodistaMadrid - 28/05/2016 a las 13:46:26h. - Act. a las 03:08:52h.

Mª Jesús García soñaba con ser médico psiquiatra pero la vida le deparó un futuro bien diferente. A los 15 años, siendo una niña tímida, la colocaron detrás del mostrador de la ferretería fundada por su abuelo Esteban en 1888 en la calle Atocha, 57. Por aquellos tiempos ella no sabía ni lo que era una escarpia. Mª Jesús tenía una diferencia de 20 años con sus hermanas y cuando murió su tío Ramiro, que no tenía hijos, todas heredaron el negocio. «Pero mis hermanas ya tenían sus carreras y sus trabajos por lo que me tuve que ir yo a la ferretería como encargada aunque estaba al nombre de ellas, dejando mis estudios», recuerda. Ella apenas había pisado antes la tienda, aunque quería mucho a su tío, y ahora, con 78 años, «esto es mi vida». El mostrador de madera de casi 130 años «me ha enseñado mucho, sobre todo a tratar al público, y este es un barrio con gente muy buena».

No llegó a conocer a su abuelo Esteban García de Ochandatay, de Logroño, un hombre con capital y mucha visión. «Pensó en poner un negocio al que acudirían personas de fuera ya que estaba próximo de Atocha», destaca Mª Jesús. «Y empezó a importar productos de Alemania e Inglaterra, cosas que nadie tenía», añade. El espacio, un antiguo convento con dos trastiendas y tres cuevas, sigue almacenando parte de esas reliquias que tienen mucha procura por parte de decoradores del rastro, «porque esto no se encuentra en ningún sitio». Tiradores de puerta, rendijas, cerraduras y otros objetos con modelos ya inexistentes.

Su padre no pasó por la ferretería, tenía otra profesión. Sin haber aprendido el oficio, cuando aterrizó en el local donde trabajaban varios empleados mayores que ella, se escondía tras la columna sin saber qué hacer. «Yo me fui acoplando a la tienda y ella a mí», afirma. «Lo pasé mal al principio pero me ha dado muchas alegrías». Durante años tuvo varios empleados y ahora ella es la única que regenta el local. Eso sí, nunca está sola. Ya sean clientes o amigos, Mª Jesús tiene siempre compañía, es muy popular en el barrio. «La tienda ha funcionado siempre bien y yo he intentado ayudar a los que por aquí han pasado», subraya. Puede que su vocación de médico psiquiatra la haya hecho estar más predispuesta para entender a las personas y mucha gente de la zona pasa por allí casi a diario «porque se siente bien».

Esta ferretería conserva los muebles y armarios originales, algunos muy altos, que siguen guardando mercancía y está todo muy organizado en la cabeza de su dueña, tanto los objetos como los precios. «Conservo una cabeza muy buena, y recuerdo perfectamente los precios», presume Mª Jesús. Al entrar en la tienda se pueden observar una variedad amplia de objetos aunque ahora lo que más se vende son cacerolas, jamoneros, paelleras, candados, tijeras y cuchillos. Tiene clientela de todo tipo, los de paso, los de toda la vida y aquellos que acuden buscando algo que no encuentran en ningún otro lugar. «Una tienda es mucho más que una tienda, la gente conocida acaba siendo tu amiga», reflexiona la dueña. Y para ella todo lo que allí se guarda, incluso pequeños clavos que valen 10 céntimos, «tienen un significado muy especial para mí».

En la trastienda se amontonan todo tipo de objetos, personales y de la tienda, muchos sin uso pero otros una verdadera joya, aunque necesitan ser limpiados y restaurados. «Yo he ido dejando todo aquí, ahora estamos recuperando cosas y las sacamos a la venta».

Obligada a vender

Divertida, simpática, alegre y dulce, Mª Jesús García guarda muchas historias en su memoria. Siempre mantiene una sonrisa, excepto cuando hablamos del futuro, que no puede evitar que se le escape una lágrima. El asunto es muy reciente y le preocupa mucho, ya que «me va a costar la vida porque al segundo día de perder la tienda yo me muero», se desahoga. Y es que por muchas vueltas que dé, «me obligan a vender la tienda».

Todo se remonta a la herencia que su tío Ramiro dejó. Como ella era menor de edad, la tienda se quedó al nombre de sus hermanas que nunca llegaron a poner a Mª Jesús en la escritura. Cuando murió su hermana Ángela hace siete años y quedarse sola, «yo pagué mis impuestos correspondientes por la herencia», relata a ABC. Pero tiempo después recibió una carta de la Comunidad de Madrid en la que «me exigen grandes cantidades de dinero para que la tienda se quede a mi nombre». Un montante que con intereses asciende casi a los 600.000 euros. «Ya aboné el primer plazo, vendiendo una casa que tenía, pero no tengo dinero para enfrentar el resto de los gastos, voy a tener que vender la tienda», se lamenta. Ha intentado hablar con el Ayuntamiento pero el asunto lo lleva la Comunidad. Sus amigos, entre ellos muchos comerciantes de la zona, están muy preocupados.

«Estamos pensando recoger firmas, Mª Jesús», dice una comerciante vecina que la visita para ver cómo está. «En este barrio se te quiere mucho, la gente está indignada», añade. «Siento que me quieren y lo agradezco en el alma», dice la dueña con la voz entrecortada. Sabe incluso qué están planteando hacer una sentada. Ella había pensado un futuro muy diferente para la que es su casa. «Como no tengo hijos, pensé en ceder el espacio para que fuese algo benéfico, un café-cine donde pudiese venir la gente del barrio. Nunca pensé en ganar dinero con la venta pero es distinto cederla a que te la arrebaten, te obliguen a venderla y pagar lo que te dicen que debes», explica Mª Jesús. O mucho cambian las cosas o esta emblemática ferretería tiene los días contados.

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Re:Pongamos que hablo de Madrid
« Respuesta #445 en: 07 de Junio de 2016, 07:36:58 am »
Las multas de velocidad salvajes y esclavistas del Madrid del siglo XVIII

Con Carlos IV como Rey de España, se impusieron castigos brutales a los cocheros que circularan rápido por la Corte

Si en el siglo XXI las multas de velocidad van desde los 100 euros hasta los 600 euros, de las infracciones catalogadas como muy graves, en el XVIII no se andaban con chiquitas. Y eso que todavía no existían los vehículos a motor. Para aquellos que cocheros que circularan por la Villa rápido se les imponía una pena de quince días de trabajos forzados en las obras públicas de el Paseo del Prado y diez ducados de sanción -equivalente a 7 pesetas-.

Así consta en la obra de Isabel Gea Ortigas «Madrid Curioso». Tal castigo se recogía en un bando del 19 de mayo de 1791. La multa textualmente: «Que a los cocheros que en los coches de rúa corrieran, galopasen o tratasen apresuradamente por las calles de la Corte, paseos y sitios señalados».

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Re:Pongamos que hablo de Madrid
« Respuesta #446 en: 12 de Junio de 2016, 07:34:07 am »
Magnicidio en la catedral: el cura que mató a disparos al primer obispo de Madrid

El sacerdote malagueño quiso vengarse de Narciso Martínez por no contestar sus cartas, en las que se quejaba de su superior


Foto del Heraldo de Madrid, en la que aparece el cura Galeote, a la derecha, en el manicomio de Leganés

S. L.Madrid - 11/06/2016 a las 17:19:10h. - Act. a las 21:43:28h.

El 18 de abril de 1886, con motivo de la festividad del Domingo de Ramos, Narciso Martínez-Vallejo Izquierdo, primer obispo de Madrid, se disponía a celebrar la liturgia cuando uno de sus pupilos, el cura Galeote, le disparó tres tiros por la espalda a bocajarro.

El asesino, nacido en Vélez-Málaga, esperó a las 10 de la mañana a las puertas de la antigua Catedral de San Isidro donde cogió por sorpresa a su víctima. No le importó que alrededor del obispo se acumularan los fieles que se disponían a presenciar la misa. Tras disparar, Galeote exclamó: «¡Ya estoy vengado!».

Según los historiadores, Galeote envió varias cartas al obispo exigiendo «justicia» porque no se sentía respetado por el rector de su capilla, el padre Vizcaíno, del Cristo de la Salud. Al no obtener respuesta de estos escritos, el cura malagueño lo recibió como un acto de pasotismo, como si el obispo no atendiera sus preocupaciones. Así, decidió vengarse y matarle.

Al parecer, el Galeote fue educado bajo una premisa de su padre: «el honor como lo más importante en la vida». De ahí que la venganza fuera la única razón por la que mató a Martínez-Vallejo. Un día antes, el propio asesino llevó las cartas al director del periódico «El Progreso».

Tras el magnicidio, todo el pueblo de Vélez-Málaga pedía su cabeza. Galeote tuvo que ser aislado del pueblo y trasladado a la cárcel Modelo, donde se negó, en un primer momento, a comer y beber, algo que enfurecía más a los ciudadanos. Aunque fue condenado a muerte en el 89, finalmente le trasladaron al manicomio de Leganés, donde murió años después, en 1922, a la edad de 83 años.

El suceso fue muy seguido por la prensa nacional e internacional, e incluso el escritor Benito Pérez Galdós le dedicó un libro, titulado «El crimen de la calle Fuencarral. El crimen del cura Galeote».

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Re:Pongamos que hablo de Madrid
« Respuesta #447 en: 15 de Junio de 2016, 07:08:14 am »
¿Por qué se utiliza el plural «Madriles» para hablar de Madrid?

El origen del topónimo de la capital de España ha dado lugar a multitud de hipótesis

S. L. - abc_madridMadrid - 14/06/2016 a las 22:55:51h. - Act. a las 22:55:53h.

Madrid y su origen están ligadas al agua. El primer nombre documentado de la población que habitó sus tierras procede, según coinciden la mayoría de los historiadores, de la época andalusí. «Mayrit» –que dio lugar a «Magerit» en castellano– es el punto de partida de un debate toponímico sobre el que se han formulado multitud de hipótesis.

Una de ellas es que «Mayrit» podría ser la arabización del nombre romance «Matrice», «matriz», en alusión a un arroyo de ese nombre que discurría junto a la primitiva villa, por la actual calle de Segovia. Otros apuntan a que es una mezcla entre la palabra árabe «Magra», que significa «cauce» o «curso de agua», y el sufijo romance «-it» (del latín «-etum»), que indica abundancia.
De ser así, su significado sería «lugar abundante en aguas».

Pero, ¿qué sentido tiene hacer plural la palabra Madrid? El término «Madriles» corresponde a una forma popular de referirse a la capital. Una expresión cuyo origen no ha sido estudiado en profundidad y cuyo uso está más extendido fuera de la propia ciudad. No hay ninguna certeza al respecto. La única teoría elaborada sobre esta palabra –recogida y usada por autores costumbristas como Mesonero Romanos–, fue descartada por su propio autor.

Estaba relacionada precisamente con los dos topónimos, el árabe y el romance. Según la hipótesis inicial del arabista Jaime Oliver Asín, ambos términos coexistieron en el tiempo y fueron utilizados por ambos pueblos, el musulmán y el cristiano, que vivían respectivamente en los actuales cerros de la Almudena y las Vistillas. El arroyo que les separaba era, precisamente, el que discurría por la actual calle de Segovia, que es, además, el que supuestamente da origen a ambos nombres. De esas dos originarias poblaciones procedería el plural popular de «Los Madriles». Sin embargo, tiempo después de hacer pública su teoría, Oliver Asín la descartó sin profundizar más en el asunto.

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Re:Pongamos que hablo de Madrid
« Respuesta #448 en: 17 de Junio de 2016, 18:46:15 pm »
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"No hay hechos, sino interpretaciones" Nietzsche

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Re:Pongamos que hablo de Madrid
« Respuesta #449 en: 17 de Junio de 2016, 19:21:19 pm »

<a href="https://www.youtube.com/v/6W72InZVyYM" target="_blank" rel="noopener noreferrer" class="bbc_link bbc_flash_disabled new_win">https://www.youtube.com/v/6W72InZVyYM</a>



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Re:Pongamos que hablo de Madrid
« Respuesta #450 en: 22 de Junio de 2016, 07:26:31 am »
El secreto guardado durante 60 años por las «Señoritas de la Gran Vía»

Un investigador del pasado madrileño encuentra a dos de las jóvenes inmortalizadas por Catalá Roca en la icónica imagen del Madrid de los años 50



«No se me ocurre mejor foto para despedir el Día de la Mujer que está foto de Catalá Roca. Felicidades hoy y todos los días, sois muy grandes, infinitas. ¡Buenas noches!», escribía Manu García del Moral en Facebook el pasado 8 de marzo junto a la famosa fotografía de unas jóvenes cogidas del brazo por la Gran Vía de Madrid. Nada sospechaba entonces el autor de «Secretos de Madrid» (Editorial La Librería) de que estaba a punto de descubrir uno de los secretos mejor guardados de esa icónica imagen: la identidad de esas señoritas que caminaban con paso firme en la España de los años 50.

Javier Marín le escribió un mensaje a través de la red social. «Una de ellas es su madre y otra mi tía», le dijo. Nunca habían querido aparecer en los medios de comunicación, pero sesenta años después, al ver la fotografía en los carteles por el 75º aniversario de El Corte Inglés y caer en la cuenta de que son historia viviente de Madrid, accedieron a revelar su secreto.

Carmen y Pepita, que entonces contaban con 20 y 18 años, iban a ver alguna película en alguno de los cines de la Gran Vía aquel día de 1959 en que Francesc Catalá Roca las inmortalizó. Les acompañaba Rosita, una prima de 13 años, su amiga Mini, con la que aún hoy mantienen contacto, y otras dos amigas más, de las que ya no recuerdan sus nombres.

«Pasear por la Gran Vía era el pasatiempo oficial de entonces», apunta el investigador del pasado madrileño, que habló largo y tendido con las dos primeras. No recuerdan la fecha concreta, pero por los vestidos que llevaban, debía de ser fin de semana cuando el fotógrafo catalán captó su imagen de espaldas. Cogidas del brazo las seis, ni siquiera se dieron cuenta de que alguien las retrataba en su paseo.

«Lo curioso es que nunca le han dado ninguna importancia al hecho de haber protagonizado una de las imágenes más icónicas de Madrid», relata a ABC García del Moral. Vieron la fotografía pasado un tiempo y supieron de inmediato que eran ellas. «Se reconocieron. Mi madre descubrió la foto en los 90. Aunque estén de espaldas es fácil», señala Javier Marín en Facebook.

Había además un dato revelador. «A Pepita, la segunda por la izquierda, le había hecho su madre el vestido estampado que llevaba», relataron a García del Moral.
Con paso firme por la vida

A sus 80 años, Pepita conserva la sonrisa y la decisión con la que caminaba en su juventud junto a su hermana Carmen, la madre de Javier, que hoy cuenta con 83 años. «Tal y como se desprende en la fotografía de Catalá Roca estas hermanas avanzaron con paso firme, no sólo por la Gran Vía, también por la vida», escribió García del Moral en su blog tras conocerlas. Tras estudiar comercio, Carmen se convirtió en funcionaria mientras que Pepita trabajó en una fábrica de plásticos y diversas empresas. «Fueron de las primeras en conducir por las entonces semidesiertas carreteras de Madrid, en llevar tacones o en aprender inglés», destaca el artífice de «Secretos de Madrid».

«Fueron pioneras, luchadoras y trabajadoras. Son artífices de la revolución invisible, la que ocurre poco a poco», dice orgulloso Javier en Facebook. También José y María mostraban su emoción al ver escrita la historia de su madre y su tía. A la hija de Carmen se la habían contado hace escasos años, cuando surgió por casualidad el tema en un encuentro familiar.

«Siempre lo intuí. Estaba convencido de que aquellas seis chicas tenían algo de especial y así lo pude certificar en persona. Adelantadas a su tiempo, su energía y singularidad aún hoy nos abruma al verlas en aquella foto. Seguramente el bueno de Catalá Roca, que de intuición andaba sobrado, se olió algo similar cuando vio llegar a su posición de cazador urbano a aquellas señoritas con paso alegre y por eso no dejo que escaparan de su curioso objetivo», escribió Manu en «Secretos de Madrid».

Ni Carmen ni Pepita conocieron a Catalá Roca, ni éste llegó a saber la vida que llevaron esas decididas señoritas de la Gran Vía. Al conocer la historia, Javier se puso en contacto con los descendientes de Catalá Roca y se hizo con una fotografía de las series limitadas que ahora cuelga enmarcada en la casa familiar. Era su secreto, hasta ahora bien guardado.

«¡Tanto tiempo siendo las enfermeras de Carmen y nunca nos ha contado que es una de las chicas de la Gran Vía!», se sorprendían en la residencia de la cuarta joven por la derecha de la legendaria fotografía.

Un detalle queda todavía en la sombra. ¿Quiénes eran esas dos amigas que el tiempo ha borrado de la memoria de Carmen y Pepita?



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Re:Pongamos que hablo de Madrid
« Respuesta #451 en: 25 de Junio de 2016, 08:13:26 am »
El violento ultraje a la estatua de Felipe III en la Plaza Mayor durante la proclamación de la II República

La escultura ecuestre, ubicada en el histórico enclave desde 1848, es una obra original del siglo XVII

La estatua de Felipe III, destruida en el suelo, el 14 de abril de 1031 - ABC

S. L. - @abc_madridMadrid24/06/2016 22:12h - Actualizado: 24/06/2016 22:24h

La estatua ecuestre de Felipe III es uno de los atractivos de la Plaza Mayor. Ubicada en el centro del histórico enclave desde 1848, su nacimiento es coetáneo al de la plaza. Ambos son originales del siglo XVII, aunque sus caminos no se cruzaron hasta que la reina Isabel II ordenó su traslado. Sea como fuere, individualmente o como conjunto, cada una guarda una crónica propia. En el caso de la escultura, su historia tiene que ver con su vínculo con la monarquía.

La figura del monarca, sirva como introducción, es obra de Juan de Bolonia y Pietro Tacca, comenzada por el primero y culminada por su discípulo, como regalo a Felipe III. Inicialmente se situó en la Casa de Campo, pero la reina dispuso su reubicación en la fecha indicada. De hecho, una placa rememora este mandato en la base de la estatua: «La reina doña Isabel II, a solicitud del Ayuntamiento de Madrid, mandó colocar en este sitio la estatua del señor rey don Felipe III, hijo de esta villa, que restituyó a ella la corte en 1606, y en 1619 hizo construir esta plaza Mayor. Año de 1848».

Pero más allá de la historia sobre su concepción, también cuenta con polémicos episodios que pudieron acabar con ella. Estos remiten fundamentalmente a las proclamaciones de la I y la II República. En el primer caso, no obstante, solo fue una advertencia. A su inicio, en febrero 1873, la escultura fue retirada por temor a posibles represalias populares; en la segunda, en abril de 1931, no hubo tiempo para esconderla. Lo que décadas atrás quedó en una mera hipótesis, casi anecdótica, esta vez fue mucho más lejos.

Una vez se proclamó la II República, algunos exaltados llevaron las celebraciones al extremo. El vandalismo fue tal que la estatua de Felipe III fue reventada con un artefacto explosivo. La caída de la Corona debía ser también en un sentido metafórico. Así, se introdujo un objeto por la boca del caballo, que estaba abierta, y la escultura saltó por los aires. La figura se despegó de su pedestal, con el jinete fuera de lugar, el animal decapitado y la historia de siglos ultrajada. El violento atentado alumbró, sin quererlo, una curiosidad sobre esta escultura. Al abrirse, se encontraron numerosos huesecillos en el interior del caballo. Como es evidente, el equino metálico no se había comido nada, sino que muchos pajarillos habían entrado por la abertura y, una vez dentro, no supieron salir. Tras este triste pasaje la escultura fue rehabilitada y reubicada. La boca del caballo, por cierto, quedó sellada.

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Re:Pongamos que hablo de Madrid
« Respuesta #452 en: 03 de Julio de 2016, 07:32:46 am »
La receta de la Aloja, el refresco con el que aliviaba el calor la Corte en el Siglo de Oro

En los calurosos veranos, Mariana de Austria autorizaba el pago de más de 250 maravedíes al día para ser servida en palacio


Receta de la aloja - ABC

Adrián Delgado - AdelgadoLeonMadrid03/07/2016 00:10h - Actualizado: 03/07/2016 00:10h.


«Agua del río, levadura antigua, miel muy buena, polvos de jengibre y pimienta longa, canela, clavo y nuez de especia». La aloja fue en el Siglo de Oro el símil más cercano a una resfrescante caña de cerveza o un tinto de verano. Fermentada o no, la aloja –un agua miel especiado– se guardaba en las cuevas para ser disfrutada fresca. La helada –por contacto con cubas de nieve traída de la sierra o mezclada con ella a modo de granizados– estaba reservada inicialmente a la clase alta. Se sabe, por documentos antiguos, que en los calurosos veranos la reina Mariana de Austria, esposa de Felipe IV, autorizaba pago de más de 250 maravedís al día de aloja para ser suministrada en palacio.

La bebida, muy popular en toda España, llevó a la constitución en 1640 de un gremio de «alojeros» para regular el precio y la calidad de este refresco dulzón. La aloja dejó de mezclarse directamente con la nieve y se idearon máquinas para enfriar rápidamente esta bebida. Las alojerías adquirieron unos aparatos llamados «órganos» que, según el Diccionario de Autoridades de 1.737 consistía en «una máquina compuesta de dos o tres cañones de estaño, que se comunican entre si, y por un cabo remata en una boca angosta, y por el otro, que se levanta recto, hay uno como brocal de bota grande, del mismo metal. Poneseles nieve encima de los cañones y echando por el brocal la porción que se pide del mismo licor, sale otra tanta muy fría por la boca angosta. Usase el verano en las tabernas» [sic].
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Las alojerías proliferaron en la capital hasta bien entrado el siglo XIX. En los corrales de comedias nunca faltaba una en sus laterales. En ellas, además de la bebida, se vendían obleas y barquillos para acompañar. Según María Isabel Gea en su «Diccionario breve de Madrid» estos establecimientos tenían en la puerta una bandera blanca con una franja roja, distintivo que recordaba a las tiendas de los campamentos cristianos, donde se repartía este brebaje a los soldados con fines curativos.

Los últimos establecimientos de este tipo que hubo en Madrid estaban en la calle Toledo, en la Puerta del Sol y en la calle Montera. Desaparecieron entre 1835 y 1838.

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Re:Pongamos que hablo de Madrid
« Respuesta #453 en: 12 de Julio de 2016, 15:39:46 pm »
El crimen que conmocionó a la alta sociedad madrileña y que nadie ha podido resolver

 La viuda millonaria, Luciana Borgino, murió envuelta en llamas mientras su criada dormía en la habitación de al lado


Las tres sospechosas de la muerte de Luciana Borgino en el conocido como crimen de Fuencarral

S. L. / Madrid

10/07/2016 23:53h - Actualizado: 11/07/2016 11:13h.

La mañana del 2 de julio de 1888 los vecinos de Luciana Borcino alertaron a la Policía de los gritos desgarradores que salían de su vivienda. Cuando por fin consiguieron entrar se encontraron a la mujer envuelta completamente en llamas. A los pocos segundos cayó desplomaba y nadie pudo hacer nada por salvarle la vida.

Luciana Borgino era una de las viudas más reconocidas del Madrid de la alta sociedad. Su carisma no tenía límites, al igual que el miedo que infundía entre sus enemigos. Al estar siempre tan bien relacionada, Borgino era temida allá por donde iba.

Al entrar en la vivienda de esta rica viuda, los agentes de Policía se encontraron a su asistenta, Higinia, durmiendo a pierna suelta en su habitación. Desde el principio les resultó extraño que los gritos de la dueña de la casa no hubieran sacado del sueño a su ama de llaves. Enseguida todas las sospechas sobre la autoría del crimen recayeron en ella. El juicio fue el más mediático de la época. Duró dos meses y fue cubierto hasta por Benito Pérez Galdós.


Tanto los agentes como los responsables judiciales intentaron lograr una confesión de Higinia que nunca consiguieron. Entre tanta investigación salió a relucir el nombre de su hijo, José Vázquez-Varela, como otro posible responsable. Todo el mundo conocía al «pollo» Varela por sus andanzas y fechorías. Pero resulta que tenía coartada porque en el momento del crimen se encontraba preso en la cárcel de la Modelo.

La visita de un hombre

Higinia insistía durante el juicio en que el día del asesinato, Luciana Borgino había recibido la visita de un hombre muy importante. Aunque no quiso pronunciar su nombre, apuntaba hacia Millán Astray, el padre del fundador de la Legión y que entonces era director de la cárcel donde estaba su hijo ingresado.

Después de dar muchas vueltas, y sin tenerlas todas consigo, Higinia fue condenada a morir por garrote vil, mientras que a una amiga suya, a la que se consideró cómplice, Dolores Ávila, le cayeron 18 años de cárcel. La ejecución tuvo lugar el 19 de julio de 1890. Unas 20.000 personas asistieron al castigo. Todas ellas pudieron oír las últimas palabras de Higinia antes de morir: «Dolores, catorce mil duros». Este último mensaje no hizo sino añadir un poco más de misterio a un crimen que nadie consiguió resolver

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Re:Pongamos que hablo de Madrid
« Respuesta #454 en: 19 de Agosto de 2016, 09:00:43 am »

El crimen que conmocionó a Vallecas: el asesinato de una anciana por dos anillos y 150 pesetas


Dos jóvenes, de dieciséis y diecisiete años, golpearon y apuñalaron a la madre de su jefe, de 85 años, en 1950
El crimen que conmocionó a Vallecas: el asesinato de una anciana por dos anillos y 150 pesetas

19/08/2016 00:20h - Actualizado: 19/08/2016 00:20h
El 5 de diciembre de 1950, ABC se hacía eco de un terrible suceso ocurrido cuatro días antes: el caso del geronticidio de Vallecas. Un cadáver había aparecido en la calle del Arroyo del Olivar, 15. Cuando la Policía del distrito de Puente de Vallecas llegó al domicilio se encontró con una anciana tendida en el suelo de la concina, sobre un charco de sangre. Su nombre era Pascuala Guijosa García, de ochenta y cinco años de edad.
Los agentes lograron descubrir a los autores del crimen, dos jóvenes de dieciséis y diecisiete años: Rafael López Llinares y Santiago López Cejudo, vecinos de la calle de Monteleón. Dichos individuos aseguraron en su confesión que, días antes del asesinato, habían planeado «asistir de noche a algún lugar apartado para abordar a cualquier transeúnte y despojarle de la cartera». Sin embargo, al no contar con permiso paterno para salir de casa a deshora, decidieron actuar por la tarde, cuando terminaban su jornada de trabajo.
La víctima elegida fue la madre del jefe de uno de los muchachos, a la que escogieron para el ataque por tener mucha edad y porque vivía sola. Con ellos llevaban una «mano de almirez», el majador de un mortero, que utilizarían para asestar el golpe mortal.

Dos alianzas y 150 pesetas

Cuando llegaron al domicilio de la anciana, llamaron a la puerta y uno de ellos se presentó como un obrero de su hijo que le llevaba un encargo. Ya en la cocina, vacilaron sobre cual de los dos le golpearía. Entonces, uno de ellos la entretuvo dándole conversación y el otro le atizó con el instrumento en la cabeza. Con la anciana en el suelo «el agresor exigió a su cómplice que para compartir la responsabilidad rematara a la anciana».

A continuación, tras colocarse unos guantes, el otro individuo sacó una navaja y asestó a la mujer dos puñaladas en el cuello. Tras el asesinato, los jóvenes quitaron de los dedos del cadáver dos alianzas de oro y se hicieron con 150 pesetas que encontraron en un armario.

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Re:Pongamos que hablo de Madrid
« Respuesta #455 en: 28 de Agosto de 2016, 08:09:20 am »
El escabroso crimen del Retiro: asesinado y robado por su compañero de borrachera

En 1960, la sección de sucesos de ABC informó sobre un enrevesado asesinato que obligó a la Policía a emplearse a fondo



S. L. Madrid28/08/2016 00:56h - Actualizado: 28/08/2016 00:57h. Guardado en: España Madrid - Temas: Hemeroteca de ABC , ABC , Asesinatos

ABC se hacía eco de la detención por parte de La Brigada de Investigación Criminal del asesino de Francisco Moreno, de treinta y cuatro años, casado y de oficio zapatero, el jueves siete de abril del año 1960. El esclarecimiento de los hechos no fue fácil, en un primer momento la identificación de la víctima era casi imposible porque entre la ropa que llevaba el cadáver no apareció ningún documento. Las comprobaciones realizadas por parte del Gabinete de Identificación de la Dirección General de Seguridad no dieron resultado pues la víctima no aparecía en los archivos policiales.

La estrategia por la que se optó consistió en contactar con todas las comisarías de la capital para avisar del caso por si alguien «se presentaba a preguntar por algún pariente del que no tuvieran noticias desde cuarenta y ocho horas antes».

Finalmente, dicha estrategia dio sus frutos y la Comisaría de Ventas se puso en contacto con la Brigada para indicar que buscaban a Francisco Montero Ruiz. Cuando interrogaron a las personas que se habían interesado por el desaparecido comprobaron que las señas dadas por sus parientes coincidían con las del hombre hallado muerto en la calle del Doctor Castelo.

La siguiente pista que sirvió para acercarse mas a la captura del asesino, tuvo que ver con las costumbres que tenía Francisco Montero. Al parecer, el hombre era muy aficionado a la bebida. Con esa información, los agentes visitaron varias tabernas y bares del barrio donde confirmaron que la noche del crimen si habían visto a dos individuos, uno de ellos bebiendo alcohol en exceso. También averiguaron el apodo del entonces sospechoso, que era conocido como «El Buche» o «El Panza».

«El Panza» fue identificado como Joaquín Estruch Fernández de treinta y nueve años, de oficio trapero. En su interrogatorio negó que hubiera cometido el crimen pero tras encontrar en su domicilio los zapatos, el reloj y la chaqueta de la víctima no tuvo mas remedio que confesar el delito. Joaquín Estruch había intentado, sin embargo, no dejar pruebas pues la chaqueta encontrada estaba convertida casi totalmente en ceniza.
La versión del asesino

Según Joaquín Estruch, Francisco Moreno entró al bar diciendo que tenía mil pesetas para gastarlas en vino e invitar a todos los que se hallaban en el local. También afirmó que el asesinado se dirigió directamente a él y fue en ese momento cuando concibió la idea de robarle. Para ello, intentó granjearse su simpatía e iniciaron un recorrido por distintas tabernas. Estruch, contó a los agentes que cuando transitaban por la calle del Doctor Castelo, «se organizó una reyerta» que aprovechó para golpear con una piedra a Francisco Moreno.

Tras desplomarse en el suelo, Joaquín Estruch «pisoteó repetidas veces la cara del herido y cuando se quedó sin sentido le robó dieciséis pesetas, el reloj, la chaqueta y los zapatos». El detenido ya había sido arrestado por riña y mendicidad.

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Re:Pongamos que hablo de Madrid
« Respuesta #456 en: 06 de Noviembre de 2016, 06:40:42 am »

LOS CASOS SIN RESOLVER DE 'EL CASO' (XV)
La casa del terror: nueve muertes violentas en tres sucesos diferentes junto a la Gran Vía

Un sastre asesinó a toda la familia, una madre ahogó a su hijo recién nacido, a un camisero lo mataron para robarle. El cruento historial comenzó en 1945.



Conocida como la casa maldita, en el piso superior que hace esquina tuvo lugar la horrible matanza.
Juan Rada @Juansrada
06.11.2016 02:16 h.

En menos de dos décadas una casa fue escenario de tres sucesos, uno de ellos horroroso porque el asesino mostró al vecindario desde el balcón los cuerpos ensangrentados de sus cinco hijos. Nueve muertos de forma violenta constituye el balance de la crónica negra vivida en un inmueble que se yergue sobre un antiguo cementerio.

Parece que la maldición acompaña a esta zona, a pocos metros de la madrileña Gran Vía. Ha sido trágico escenario de numerosos crímenes.

OCHO ASESINATOS Y UN SUICIDIO

El cruento historial de lo ocurrido en la calle Antonio Grilo, número 3, arranca con un caso sin resolver. El 5 de noviembre de 1945 Felipe de Breña Marcos, propietario del piso primero derecha, fue asesinado. Asaltaron su vivienda y, tras golpearle con un candelabro, lo estrangularon.

Era camisero de profesión y tenía 48 años. El cadáver, encontrado por la sirvienta y el hermano de la víctima, estaba encima de la cama y apoyado a la pared. Vestido, con la cabeza ensangrentada y un mechón de pelo en la mano. Daba la impresión de que hubo lucha antes de morir.

En la vivienda, toda revuelta porque habían robado, la Policía no descubrió pruebas evidentes que pudieran conducir a la detención de los autores. La muerte quedó impune. El suceso pasó desapercibido, puesto que los periódicos apenas publicaron nada al respecto dada la férrea censura imperante.

En el tercero derecha vivían Rufino Márquez y su novia, una veinteañera llamada Pilar Agustín Jimeno. Corría el año de 1964. Un día, al regresar del trabajo y despojarse de su ropa de calle, se llevó una desagradable sorpresa. En un cajón del armario se encontró, como si se tratara de una prenda más, el cadáver de un recién nacido. Su compañera, que le había ocultado el estado de embarazo, decidió ahogar al niño en la bañera tras el alumbramiento. A la vista del infanticidio cometido, enloqueció.

En medio de estos dos crímenes se produjo uno múltiple que todavía es recordado por los más antiguos de la zona. En el mismo piso donde falleció dos años antes el neonato, a manos de una madre desnaturalizada, tuvo lugar una degollina.

Era una mañana apacible. Primero de mayo. Fiesta Nacional del Trabajo. Uno de los pocos días entre semana en que el vecindario descansaba sin el ruidoso barullo habitual del mercado de Los Mostenses. Ahora, igual que entonces, cada amanecer los camiones, procedentes de la lonja, se estacionan malamente por la falta de espacio con gritos incesantes, claxonazos de diversas tonalidades y golpes contra el suelo. Descargan prestos las mercancías y sueltan el testigo a otros. Todo es estrépito y humareda.

Aquel día imperaba una tranquilidad absoluta. Un hecho inesperado la rompió por completo. Los más veteranos de la zona aún recuerdan lo que presenciaron aquella trágica mañana.

El vecino del tercer piso derecha, José María Ruiz Martínez, envió a la criada, Juana García, a la farmacia a por unos medicamentos. Cuando regresó con las manos vacías, dado que era festivo y no estaban abiertas más que las de guardia, le ordenó que marchara de nuevo en busca de una de estas.

La sirvienta, a su regreso, tuvo conocimiento de que se habían oído extraños gritos en su piso. Incluso una vecina había llamado por teléfono al sastre. Éste respondió que se trataba de una pesadilla de sus hijas.

La portera, Genoveva Martín, decidió subir y hablar directamente con él. Tras tocar el timbre se inició el diálogo.

–Abra la puerta, por favor.

–No, no quiero abrirla.

–A lo mejor pueden salvarse todavía

–Nada puede ya salvarnos. Búsqueme un cura para confesarme. Después quiero matarme yo también.

Temiendo lo peor marcharon a una calle próxima, en busca de una hermana de su esposa. Cuando las tres mujeres llegaron a la calle Antonio Grilo era tarde. La tragedia se había consumado.

El Departamento de Orden Público Local había recibido la llamada de una persona que afirmaba haber matado a toda su familia. Como se negaba a facilitar la dirección donde se había producido el siniestro hecho, el inspector de servicio fue alargando la conversación para que se dispusiera de inmediato un operativo policial. Finalmente consiguió su nombre por lo que, tras examinar rápidamente la guía de teléfonos, las sirenas empezaron a ulular.

Los agentes llegaron raudos al escenario de los hechos y subieron corriendo hasta el último piso. A través de la puerta hablaron con el protagonista del suceso, que seguía sin querer abrirla. Únicamente permitiría el acceso a un sacerdote dado que “ya todos los de mi familia descansan felices”. De nuevo las sirenas volvieron a sonar en busca de un religioso, mientras se daba aviso a los bomberos y al juzgado de instrucción de guardia.

Enseguida apareció el padre Celestino, que fue recogido a escasos cien metros, en la iglesia carmelita de Santa Teresa, junto a la Plaza de España. El cura dialogó de balcón a balcón con el parricida, que estaba en pijama, con abundantes manchas de sangre y una pistola en la mano. Trató de convencerle de que debía entregarse a la autoridad, al mismo tiempo que le instaba al arrepentimiento.

“Esto es para mí –decía a gritos el demente mientras agitaba el arma–, Dios no me lo tendrá en cuenta”. Quería la absolución, antes de quitarse la vida, pero exigía que el tonsurado fuera a verle en solitario a su vivienda. La Policía, que lo tenía en el punto de mira por si intentaba disparar de nuevo, indicó que hablaran por teléfono. La conversación duró unos cuantos minutos, durante los cuales el clérigo trató de persuadirle de que deseaba su bien, por lo que el acto desesperado que iba a realizar no conducía a nada.



Página interior del semanario El Caso haciéndose eco de la tragedia.

MACABRO ESPECTÁCULO

De pronto la conversación se interrumpió. El numeroso público agolpado en los balcones y en la calzada asistió a unas escenas de película de terror. El perturbado se asomó varias veces al balcón mostrando uno tras otro los cadáveres de sus hijos, algunos horriblemente mutilados, con gritos de “¡Los he matado a todos!", "¡Tenía que hacerlo!", "¡Tenía que hacerlo hoy!", "¡Aquí están, podéis verlos!", "¡Los quería mucho!", "¡Ellos me obligaron!", "¡Lo he hecho para no matar a otros canallas!”.

El cura ascendió de tres en tres los escalones en un desesperado último intento por evitar el suicido. Debía tratar de convencerle de inmediato.

–Solo quiero que me confiese usted –solicitaba angustiado el parricida.

–Abre la puerta y dame esa pistola.

–La necesito para matarme.

–Entonces no puedo confesarte. Tienes que arrepentirte y darme la pistola.

–No puedo. Tengo que matarme. Es una orden… ¡Esos canallas!

–Vamos… ¡Dámela! –exigió el sacerdote a la desesperada.

Como toda respuesta, un seco disparo. De inmediato los bomberos reventaron la puerta con una piqueta.
El parricida se asomó al balcón mostrando uno tras otro los cadáveres de sus hijos.

El parricida se asomó al balcón mostrando uno tras otro los cadáveres de sus hijos.

El piso era un enorme charco de sangre. En el dormitorio del matrimonio, la esposa en la cama con la cabeza abierta a martillazos; junto a ella, en un moisés, una criatura de dos años degollada. En el cuarto de baño, una chica de 14 años tendida en el suelo con un balazo en la garganta. En una habitación interior, otra niña, de 12 años, fallecida de forma similar. Y en una estancia, que daba a la calle, dos vástagos, de cinco y diez años; el primero con un disparo y el otro con el cuello cortado a cuchilladas.

El autor de la masacre tenía un proyectil incrustado en la sien. Falleció en el quirófano de un hospital, al que fue traslado, antes de ser intervenido.

El suceso produjo honda conmoción. El semanario El Caso y vespertino Informaciones lanzaron ediciones especiales que se agotaron rápidamente en los quioscos. Un horrible crimen múltiple que fue tema de conversación en toda España.



Impactante portada de El Caso con el visto bueno del Obispado de Madrid, que se encargaba de la censura eclesiástica.

MATANZA CON PREMEDITACIÓN

De 48 años de edad, era dueño de una sastrería muy cerca de su casa, en la calle de la Luna, número 16, encima del popular restaurante Casa Pascual. Llevaba casado quince años con Dolores Bermúdez Fernández y eran felices padres de familia numerosa. El negocio le marchaba bien. En su círculo era apreciado por su simpatía y corrección.

Empezó a mostrarse contrariado e irascible a raíz de que decidiera construir un chalet en Villalba, como segunda vivienda, con el fin de estar cerca de sus padres y hermanos. Dirigía personalmente las obras y tuvo continuos enfrentamientos con el contratista y los albañiles. Variaba de opinión cada día y al final nadie quiso trabajar para él.

Su carácter fue empeorando. Hasta que decidió poner fin a la vida de todos. Ideó una excusa para alejar a la criada del escenario de la tragedia. La envió a una farmacia. Después emprendió la matanza. Los disparos los efectuó con una pistola Walther calibre 6’35, no registrada. Utilizó también un cuchillo de cocina. 

Los motivos: variados y a cual más desconocido. Llevaba tiempo obsesionado por el anómalo desarrollo de la construcción de su casa serrana. Creó en su mente una serie de enemigos imaginarios que le acosaban, según los especialistas que analizaron su comportamiento. Amenaza que se extendía a su familia, por lo que decidió matarlos a todos para ahorrarles sufrimientos.

Un auténtico ciclotímico que padecía una psicosis maníaco-depresiva, lo que derivó en un “suicidio colectivo”. Esta expresión la empleó el ilustre psiquiatra Juan José López Ibor, en unas declaraciones al diario Madrid, en relación con este suceso. El enfermo cree, dentro de su mundo irreal, que puede salvar a los suyos de una situación catastrófica. 

Algunos vecinos de la zona recuerdan todavía que llegó a comentar que recibía mensajes de extraterrestres, que le empujaban a realizar cambios constantes en el desarrollo de las obras. Se le llegó a relacionar incluso con el caso Ummo, al igual que pasó con la marquesa de Villasante, la de 'la mano cortada', cuyo residencia estaba a pocos minutos de la casa del sastre.

Por aquel tiempo un grupo de aficionados a la ufología empezó a recibir una serie de llamadas telefónicas, seguidas muchas veces del envío por correo de informes mecanografiados. Versaban sobre diversos temas, principalmente eruditos, destacando por su elevado nivel expositivo y ausencia de contenido mesiánico. Datos y contenidos de tipo astronómico y geológico, cálculos matemáticos, fórmulas científicas, avances tecnológicos y otras materias.

Los autores, que afirmaban proceder del lejano planeta Ummo, decían haber llegado en tres naves discoidales para investigar a los humanos: costumbres, hábitos, culturas, lenguaje, etc. Describían las características de su astro y forma de vida de su sociedad. Al parecer, una de estas cartas enviadas la recibió José María Ruiz, que se empezó a interesar por dicho fenómeno ufológico. 

Hizo llegar escrito al profesor José Luis Jordán Peña, uno de los fundadores de la Sociedad Española de Parapsicología y principal divulgador del tema Ummo. Fue leído en una de las célebres reuniones que se celebraban en los bajos del café Lyon, en una estancia denominada 'La Ballena Alegre', encabezadas por el investigador Fernando Sesma, creador de la Sociedad de Amigos de los Visitantes del Espacio.

Se ha pensado que el sastre después pudo temer la invasión de dichos seres extraterrestres y decidió matar a los suyos para salvarles de males mayores. Investigadores de lo desconocido han profundizado en su personalidad, llegando a las hipótesis más dispares.

Los aficionados a temas paranormales la consideran como una casa maldita, que arrastra un maleficio. Se han hecho psicofonías, güijas y otro tipo de experimentos en el inmueble para detectar la posible presencia de entes extraños. La realidad es que ninguno de los residentes en el mismo ha observado nada raro al respecto.

Edificado en el año 1859, su entorno también figura dentro del capítulo de crónica negra. Justo enfrente, en la parte que da a la travesía de las Beatas, estaba el puticlub Barra Americana, que ha funcionado hasta hace un tiempo, donde alternaba Jarabo cuando su cuádruple asesinato. El parpadeo del letrero verdirrojo y unas furcias entradas en carnes constituían el imán para el famoso pendenciero. Era cliente ocasional de las cafeterías Napoli, en la esquina con la calle de San Bernardo, y de Dos Passos, muy próxima, donde tomó sus últimas copas en libertad. Horas más tarde sería detenido. El patíbulo le esperaba.

Y debajo de dicho local de alterne, casi al lado, una cueva en la que se habían depositado un centenar de fetos. Hace unos pocos años, a causa de unas obras en lo que había sido una bodega, se descubrió una antigua clínica clandestina de abortos.

Una calle, Antonio Grilo, muy corta de extensión pero que ha sido escenario de varios asesinatos y truculentos sucesos en los tres edificios que la componen. La muerte sangrienta ha rondado esta zona del corazón de Madrid, edificada sobre un terreno en el que estuvo en el siglo XVI el beaterio de Santa Catalina de Sena y en el que había un camposanto. La violencia de los vivos ha alterado la paz de los muertos.

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Re:Pongamos que hablo de Madrid
« Respuesta #457 en: 07 de Noviembre de 2016, 14:37:40 pm »

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Re:Pongamos que hablo de Madrid
« Respuesta #458 en: 27 de Noviembre de 2016, 10:31:38 am »
 LOS GRANDES CASOS DE 'EL CASO' (XVIII)
Jarabo, el asesino dandi que conmocionó a toda España

Adicto al placer y al opio, mató a cuatro personas para recuperar una joya de su amante. Fue el último ejecutado, con garrote vil, por la justicia civil.


arabo, el asesino dandi que conmocionó a toda España
Juan Rada @Juansrada
27.11.2016 02:26 h.

Un caluroso lunes del estío madrileño los vecinos del barrio del Retiro se extrañaron de que la tienda Jusfer, dedicada a la contra y venta de objetos, permaneciera cerrada. Sus propietarios nunca faltaban a la cita con la clientela.

Aporrearon la puerta. Nadie respondía. Un amigo decidió telefonear a casa de uno de ellos. Tampoco obtuvo contestación. La gente se preguntaba por qué guardaban silencio. Simplemente que los muertos no hablan. Cuatro cadáveres fueron descubiertos poco después por la Policía. Se emprendía la caza del asesino.
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El Caso vendió con esta noticia casi medio millón de ejemplares del año 1958. Estaba a punto de comenzar la leyenda de Jarabo, el criminal más famoso de la época moderna. Hay quienes afirman que no murió en el garrote vil.
LO DELATÓ EL TRAJE DEL CRIMEN

Una vez dentro del establecimiento, sito en la calle Alcalde Sainz de Baranda, 19, los inspectores descubrieron el cadáver de Félix López Robledo en la trastienda. Tenía dos tiros en la cabeza. De inmediato las sospechas se dirigieron hacia el socio, que no daba señales de vida.

Personados en su vivienda, en la vecina calle Lope de Rueda, 57, como nadie habría la puerta consiguieron rápidamente una orden judicial y un cerrajero facilitó el acceso. El cuadro que se encontraron fue impresionante. Emilio Fernández Díaz yacía en el baño, con un balazo en la testa. En el dormitorio estaba su mujer, Amparo, reclinada en la cama con otro disparo en la cabeza. En el cuarto del servicio hallaron a la sirvienta, Paulina, con un cuchillo de cocina clavado en el corazón.

No se descubrió signo alguno de lucha. Quedaba claro que las víctimas habían sido sorprendidas una tras otra. El robo quedaba descartado porque inicialmente en ninguno de los dos escenarios se echó en falta nada. Por tanto, se desconocía el motivo de la matanza.

Las sospechas apuntaron hacia el negocio de ambos socios, no muy limpio –adquirían objetos robados y ejercían de prestamistas– y contaban con ficha policial. Se pensó en un posible ajuste de cuentas.

La noticia del suceso se extendió por Madrid como un reguero de pólvora, lo que causó gran impacto. Sobre todo porque se había producido en una de las zonas más distinguidas de la capital. Numerosos ciudadanos acudieron hasta la tienda de empeños para saciar su morbosa curiosidad. Algunos no podían disimular en su rostro cierta complacencia por el final que habían tenido los usureros. 

 El ejemplar más vendido en la historia de la prensa española. Casi medio millón de copias con el suceso protagonizado por Jarabo.

La autoridad decidió que tan brutal caso fuera solucionado cuanto antes. Al frente del operativo investigador se puso Antonio Viqueira Hinojosa, el mejor policía criminalista que ha tenido este país. Había esclarecido con rapidez varios de los principales casos de aquella época.

Dedujo que, a causa de la gran cantidad de sangre derramada, el asesino tuvo que mancharse el traje. De inmediato ordenó una batida por todas las tintorerías de la capital. Al poco se recibió la llamada telefónica del propietario de una de ellas, ubicada en la calle Orense, 49, comunicando que un cliente habitual había dejado para su limpieza un terno que respondía a tales características y un maletín. La Policía forzó la cerradura del mismo y encontró un par de plumas estilográficas, un reloj de oro, dos cámaras fotográficas y una radio de bolsillo, tipo de objetos con el que los asesinados solían negociar habitualmente.

El dueño del establecimiento, Julián García, explicó que se trataba de un hombre de constitución fuerte que acudía con asiduidad. Había excusado la sangre de la ropa argumentando que propinó una paliza a un sujeto durante una trifulca en una sala de fiestas. 

A la Policía tan sólo le quedaba esperar. Al día siguiente lo detuvieron cuando acudió a recoger la prenda. Se trataba de José María Manuel Pablo de la Cruz Jarabo Pérez-Morris, perteneciente a la alta sociedad madrileña y emparentado con altos miembros de la judicatura.
.
LA AVARICIA LLEVÓ A LA MUERTE A LOS USUREROS

El nombre de su protagonista ha hecho historia. Un bont vivan perteneciente a una distinguida familia madrileña. Fue compañero en el colegio Nuestra Señora del Pilar de futuros altos cargos del Gobierno, incluso ministros. A él le dio por seguir otros derroteros.

Tras la Guerra Civil marchó a vivir a Puerto Rico y posteriormente a Estados Unidos, donde contrajo matrimonio y después se divorció. Tras algún problema con la justicia americana, retornó a Madrid. Ocho años más tarde se haría famoso por el cuádruple crimen. Se entregó de lleno a una vida disoluta. Quemaba de modo incesante el dinero en juergas, mujeres y drogas.

De fuerte complexión, atractiva apariencia y corte mundano, con grandes dotes de seducción, hasta los chulos le temían. Lo mismo invitaba a toda la barra que se liaba a guantazos con quien se le enfrentara por temas de faldas.   

Tras dilapidar en un corto espacio de tiempo quince millones de pesetas, su familia le fue recortando los envíos de dinero que le efectuaba desde Puerto Rico. Acuciado por la necesidad, acudió a Jusfer -la tienda dedicada a la contra y venta de objetos- para pignorar un anillo a cambio de cuatro mil pesetas. Un establecimiento cuya legalidad siempre estuvo en tela de juicio. Se aprovechaba de gente en apurosque no podía obtener dinero rápido. Cobraba intereses del doscientos por cien.

La joya empeñada pertenecía a su amante británica, Beryl Martín Jones. Ésta había regresado a Inglaterra y su esposo, que se la había regalado, le preguntó por la misma. Así que era urgente recuperar el valioso solitario. Entonces los prestamistas le exigieron a Jarabo una autorización escrita de la propietaria. Acudió al poco con la carta, pero los usureros aprovecharon para exigirle cincuenta mil pesetas. En metálico o en alhajas. No le devolvieron la misiva de la mujer, que se quedaron como garantía hasta que regresara el sábado 19 de julio (de 1958) para liquidar el asunto.

“Les pedí la sortija de todas las maneras posibles, pero siempre me daban largas. Ante la llegada de una nueva carta de la inglesa, en que me metía prisa, decidí ir de nuevo a por ellos dispuesto a todo”, declaró a la Policía.
La tienda de los prestamistas donde empezó la historia y se cometió el último crimen.

La tienda de los prestamistas donde empezó la historia y se cometió el último crimen.

El día de la cita se dirigió a última hora a la tienda, pero llegó tarde porque se entretuvo con una mujer a la que acaba de conocer. Entonces decidió encaminarse hacia el domicilio de uno de los fiadores, Emilio Fernández, que residía en las proximidades. Procuró que no le viera el portero de la finca. Le abrió la puerta la sirvienta y, una vez en el salón, exigió al prestamista que le devolviera el anillo y la carta. Éste se resistió y, según el testimonio de Jarabo, intentó echar mano de una pistola. El visitante fue más rápido y le metió un balazo con la suya. Fin a la discusión.

La empleada salió al pasillo al escuchar el estampido y se dio de bruces en la puerta del baño con el agresor. Éste se fijó en el enorme cuchillo que llevaba en la mano, con el que estaba preparando la cena, y le golpeó en la cabeza con la pistola que acaba de utilizar. En el consiguiente forcejeo entre ambos consiguió clavárselo en el pecho. Hasta la empuñadura. De inmediato la joven cayó inerte.

Sin pérdida de tiempo se lavó las manos y se puso unos guantes de goma que había en la cocina. Empezó a rebuscar por toda la casa la sortija pignorada y el comprometedor escrito. De pronto oyó girar la cerradura de la puerta. Volvió al pasillo encontrándose con la esposa del difunto. Ante la sorpresa de ésta comentó con sumo aplomo que era inspector de Hacienda y que se encontraba allí por una investigación que estaban haciendo al negocio de su marido. Excusó la ausencia de éste y de la criada diciendo que habían marchado a la tienda, junto con unos compañeros suyos, para revisar ciertas cuentas.

La señora, tras observar unas pequeñas manchas de sangre en el pasillo, se asomó al baño. Horrorizada por la macabra escena que presenció, huyó por el pasillo hasta el dormitorio perseguida por Jarabo. Un tiro en la nuca ahogó sus gritos.

Con el fin de crear falsas pistas trasladó el cuerpo de la sirvienta al cuarto de servicio, desgarrándole la ropa y dejándolo sobre la cama para simular una escena de adulterio que habría derivado en tragedia. En una mesa del comedor colocó varias copas y botellas de alcohol para simular una noche de juerga. Incluso colocó un long play en el tocadiscos.

Después reanudó la búsqueda que había emprendido minutos antes. Hizo un reconocimiento minucioso de la vivienda mientras la sangre se deslizaba por cristales y paredes formando un tétrico cuadro impresionista. No dio con lo que buscaba. Lo que halló fue la llave de la tienda.

Sonaron doce campanadas y supuso que el portal estaría cerrado, por lo que optó por quedarse a descansar, con la macabra compañía de tres cadáveres aún calientes. Sabía que los serenos eran muy observadores y confidentes de la Policía.

Por la mañana salió a la calle con tranquilidad. Se había puesto una camisa del difunto, dado que la suya estaba bastante manchada de sangre. La segunda parte de la búsqueda del anillo y la misiva la dejaba para el día siguiente.

El lunes por la mañana, a primera hora, se dirigió a Jusfer. Se metió en el portal y accedió por la trastienda. Se ocultó en el almacén, a la espera del otro socio. No tuvo que aguadar mucho. A las ocho y media giraba la cerradura. Encontronazo frente a frente. Discutieron y al final se enzarzaron físicamente. Dos tiros acabaron con la vida del copropietario. Se apoderó de sus llaves de la caja fuerte pero no consiguió abrirla, pues desconocía la clave.

Llamó a casa del muerto para hablar con su amante, Ángeles, haciéndose pasar por un cliente. Le explicó que la tienda estaba cerrada, tenía prisa y a ver si podía acercarse para atenderle. Su intención era obligarla a que abriera dicha caja. La mujer se negó, razonando que hacía rato que su compañero había salido hacía allí y estaría a punto de llegar.   

Mientras, se formó un gran charco de sangre y, como podía salir por debajo de la puerta, la taponó con su propia chaqueta. Echó mano de uno de los trajes en venta que había en la tienda y se lo puso. Después se apoderó de un maletín, donde metió su ropa manchada y también varios objetos suyos que estaban allí empeñados. Sustrajo el dinero de la cartera del muerto.

Abandonó presuroso el escenario del crimen y se dirigió a la tintorería, donde dejó su terno para que lo limpiaran rápido, pues al otro día pasaría a recogerlo. También les entregó el maletín para que se lo guardaran.
       
PENDENCIERO HASTA EL ÚLTIMO DÍA

Prosiguió con su vida habitual como si nada hubiera ocurrido. Anduvo de cabarés y por la noche se lió con un par de mujeres. Se empeñó en acostarse con las dos a la vez, pero no consiguió que les alquilaran una habitación. Pasaron toda la madrugada de copas y desplazamientos de taxi dando vueltas. A las doce del mediodía se dirigieron a la tintorería. 

En la calle Orense, próxima a la tintorería, permanecían apostados los policías, a cuyo frente estaba el inspector Sebastián Fernández Rivas. El taxi se detuvo enfrente y Jarabo bajó mientras dejaba a la espera a sus dos compañeras de juerga. Cuando le dieron el alto no opuso la más mínima resistencia. Era consciente de que no había nada que hacer.

Una vez en comisaría, puso como condición, para empezar a cantar de plano, que trajeran comida, para él y para quienes le iban a interrogar, desde el famoso restaurante Lhardy, así como una botella de coñac. Francés, por supuesto. Incluso consiguió que le dieran una inyección de morfina, dado que era adicto y llevaba toda la noche sin dormir.

En plan charla de sobremesa, fue contando toda la historia criminal surgida a raíz de que empeñara un solitario de oro. Afirmó que sentía hondamente la muerte de las dos mujeres, pero no la de quienes le habían chantajeado.

El Caso vendió con dicho suceso la cantidad de 480.000 ejemplares, un hito del periodismo al romper el techo de tirada en la prensa nacional. La rotativa no daba más de sí. El papel, cuya adquisición el Gobierno autorizaba por cupos de bobinas, se agotó. Hasta entonces Marca ostentaba el récord, con 300.000 copias tras el memorable gol de Zarra a Inglaterra en los mundiales de Brasil de 1950.

El público se volcó con tan apasionante historia y un protagonista de la alta sociedad. “Cuando mataban las clases pudientes, vendíamos mucho más de lo normal. Sexo y un criminal de la burguesía. La muerte de la chica de servicio fue lo que le supuso la pena capital. Los otros eran unos sinvergüenzas, unos usureros”, manifestaba el fundador del semanario, Eugenio Suárez.

El juicio se celebró en la Audiencia Provincial de Madrid en medio de gran expectación. Durante las cinco jornadas que duró la vista, el reo cada día estrenó indumentaria. Convicto y confeso, trató de justificar el ataque a la empleada del hogar, ajena a los tejemanejes de los prestamistas. “No quería matar a la criada, mi propósito era que no gritase”. Se mostró sumamente correcto en todo momento, haciendo alarde de su españolidad.

Sentencia: cuatro penas capitales. Tuvo el luctuoso honor de ser el último condenado a muerte, en garrote vil, por la justicia ordinaria. Un año más tarde del cuádruple asesinato se ejecutó la condena.

INCIDENTES EN EL CEMENTERIO

El día anterior a su cita con el cadalso mantuvo la serenidad, fumando de modo incesante. Eugenio Suárez le había hecho llegar una caja de habanos, a través del policía que lo interrogó, Sebastián Fernández, como reconocimiento a su infausta contribución al fulminante éxito de ventas del periódico de sucesos. También bebió abundante whisky. A las cinco de la mañana oyó misa y comulgó.

Vestido impecable, tranquilo, casi impasible, con la misma frialdad y orgullo que le habían caracterizado de siempre, acudió a su cita con el patíbulo. Tenía 36 años. De constitución rocosa y pescuezo fuerte, tardó veinte minutos en morir asfixiado. Era el cuatro de julio de 1959.

El verdugo, Antonio López Sierra, alias El Corujo, bastante débil físicamente, iba bebido y no acertaba a rematar su labor. Era costumbre hacer tomar unas copas a los sayones antes del ajusticiamiento para que, a última hora, no se echaran para atrás y cumplieran debidamente con su cometido.

El garrote consistía en un collar de hierro que, por medio de un tornillo con una bola al final, retrocedía hasta romper el cuello. Pero cuando no se hacía de modo correcto provocaba el estrangulamiento, con lo que la agonía se alargaba terriblemente

Antes del entierro se produjeron incidentes en el camposanto de la Almudena, al circular el runrún de que no había sido ejecutado gracias a su relación familiar con la judicatura. El condenado era sobrino del presidente del Tribunal Supremo, Francisco Ruiz Jarabo. Se rumoreaba que en el ataúd habían colocado el cuerpo de un gitano fallecido poco antes. En suma, que no había existido tal ejecución, dado el dinero y la influencia de su familia en las altas instancias, y que había escapado ya rumbo a América.

Un comisario que acompañaba a los empleados de pompas fúnebres exigió, para desmentir tal patraña, que se abriera el féretro de inmediato y fuera mostrado el cadáver. Al parecer el enterrador se negó, alegando que constituía una irregularidad manifiesta, por lo que el policía tiró de pistola y apoyó el arma en la sien del operario. A éste no le quedó otro remedio que levantar la tapa del ataúd.

Testigos presenciales manifestaron posteriormente que no habían reconocido a Jarabo, quizá por el sufrimiento experimentado durante su ejecución. No hubo periodistas que dieran fe de ello, dado que no se les permitió el acceso al sacramental.

Tras sepultar al difunto, quedó en el ambiente del cementerio un cierto halo de misterio. Comenzaba la leyenda sobre si continuaba con vida al otro lado del Atlántico. Incluso había quienes manifestaban haberlo visto después en Puerto Rico, donde seguía residiendo su familia.

Su abogado defensor, Antonio Ferrer Sama, tenía clara su personalidad. “La prensa ha titulado El crimen del siglo. Dada la gravedad de sus espantosos resultados, más que crimen del siglo titularía La personalidad psicopática del siglo. El caso Jarabo es excepcional dentro de la criminología, por no decir único. Los juristas y los médicos estudiarán su curva vital e investigarán todas las facetas de su rara existencia”.

Hace unos meses, con motivo de la emisión de la serie El Caso. Crónica de sucesos en TVE, se emitió un documental relacionado con la misma, Dos crímenes por semana. El tema del famoso asesino fue tratado por diferentes personas expertas en dicho suceso. Eugenio Suárez, en su última entrevista, dado que poco después fallecía por su avanzada edad, se reiteraba en el motivo del crimen y la condena. “Que maten a prestamistas de esos me parece una labor puramente de higiene social. Pero es que mató también a la criadita y, tal como empezaba a ponerse el servicio doméstico, eso ya no se perdonaba”.

La muerte de la sirvienta es lo que forzó su condena al garrote vil. Llevó una vida pendenciera, pródiga en alcohol, mujeres y drogas. Su final, antes o después, estaba cantado.   

Un nombre destacado para el museo de asesinos célebres. Una historia, apasionante hasta el final, que permanece viva en el recuerdo.

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Re:Pongamos que hablo de Madrid
« Respuesta #459 en: 26 de Diciembre de 2016, 08:33:39 am »
Cuatro siglos de la Plaza Mayor: de tribunal de la Inquisición a parking, y siempre foro

Tres incendios la pusieron a prueba y el Santo Oficio la convirtió en su cadalso. Ya no tiene árboles, pero sigue muy viva


En el siglo XIX, la Plaza Mayor fue ajardinada. Un idílico espacio que hasta 1809 sirvió de cadalso a la Inquisición - ARCHIVO ABC

Adrián Delgado - AdelgadoLeon Madrid26/12/2016 02:00h - Actualizado: 26/12/2016 02:01h. Guardado en: España Madrid

«Fui sobre agua edificada, mis muros de fuego son». Este olvidado lema heráldico de Madrid tiene su paradigma en laPlaza Mayor. Fondo de la antigua laguna de Luján que Felipe II ordenó desecar para darle «aire» al poblachón que quería ser capital y tribunal de la hoguera de brujas y herejes de la Santa Inquisición, cuyos muros tres veces fueron reducidos a cenizas. En sus cuatro costados pesan cuatro siglos de historia. En sus esquinas rebota el eco de los tenderos del arrabal embarrado que fue antes de que Felipe III ordenara a Juan Gómez de Mora en 1617 que concluyera el nuevo «foro» que había proyectado su padre, Felipe II, con Juan de Herrera.

Plaza porticada –114 arcos, incluidos ocho de los diez accesos que tiene– ha sido el testigo del ritmo frenético de la ciudad que la ha transformado hasta ser como la conocemos hoy. Tres incendios –en 1631, 1672 y 1790– cambiaron su estructura y estilo, pasando por las manos de arquitectos como Tomás Román y Juan de Villanueva. Al primero, Madrid debe la reconstrucción de la Casa de la Panadería –se distingue de la de la Carnicería por sus célebre fachada pintada por Claudio Coello y José Jiménez Donoso–. Al segundo, y siguiendo el estilo marcado por Román, el aspecto actual de los edificios de viviendas que cierran la plaza, que pasaron, tras el último incendio, de cinco a tres alturas.

Sus balcones y buhardillas –377 y 76, respectivamente– han visto todo tipo de eventos. Coincidiendo con la finalización de sus obras en 1619 vivió la gran fiesta de la beatificación de San Isidro por el papa Paulo V. Días de jolgorio que la convirtieron también, durante más de 300 años, en coso taurino de «quita y pon». La última vez, en 1970, acogió una corrida medieval que nunca volvió a repetirse.
Auto de fe celebrado en la Plaza Mayor en 1680 en presencia de Carlos II. Óleo de Francisco Rizi conservado en el Museo del Prado
Auto de fe celebrado en la Plaza Mayor en 1680 en presencia de Carlos II. Óleo de Francisco Rizi conservado en el Museo del Prado- M.P.

Para ejemplo de su pasado más atroz, el Museo de Prado guarda el cuadro que Francisco Rizi pintó sobre el Auto de Fe celebrado en la plaza el 30 de junio de 1680. Según los historiadores en ella se celebraron cinco desde 1621 con 162 penitenciados, de los que 29 fueron condenados a la hoguera. Hasta 1809 vio morir a 359 reos en la horca o en el garrote.

De aquel infierno nació un paraíso ajardinado que detuvo el fotógrafo Jean Laurent en sus postales de Madrid. Árboles, fuentes y parterres que cambiaron el paseo dominical por el tráfico, primero de las calesas y después de los coches y los tranvías. En 1936, antes de que estallara la Guerra Civil, sus árboles fueron trasplantados en Recoletos y Serrano. Sin ellos, el fondo de aquella laguna de Luján se convirtió en parking subterráneo en los años 60. Hoy, sin coches, es carne de «selfie» para turistas, goloso rincón de carteristas y, cómo no, guardián del genuino bocadillo de calamares.