Luego le arrancaron la cara para sacarle los colmillos
A Satao lo mataron por sus colmillos de 100.000 euros Kenia llora la cruel muertede su elefantemás emblemático, abatido por furtivos
'Es como si hubiera muerto mi hermano', dice uno de sus 'cuidadores'
El cadáver de Satao, abatido por unos furtivos con flechas envenenadas. TSAVO TRUST
XAVI FDEZ. DE CASTRO Nairobi
Actualizado: 22/06/2014 02:05 horas
0
Richard Moller realizaba un vuelo de reconocimiento rutinario sobre el Parque Nacional Tsavo Este (Kenia) cuando divisó multitud de buitres volando en círculo. Enseguida supo que algo no iba bien. Era el pasado 2 de junio. «Vimos el cadáver de un elefante, inmediatamente avisamos a los guardas del Kenya Wildlife Service [KWS] y aterrizamos para ver qué había pasado», explica Richard, el conservador jefe de Tsavo Trust, una organización sin ánimo de lucro que lucha contra la caza furtiva. «Nada más llegar tuve un mal presentimiento. La muerte de cualquier elefante es una tragedia, pero en este caso se me hizo un nudo en el estómago porque estaba seguro de que se trataba de Satao».
En esta época del año más de 1.000 elefantes migran al impresionante parque de Tsavo Este, que se extiende por más de 13.000 kilómetros cuadrados y ocupa buena parte de la zona sureste de Kenia. Pero Satao no era uno más en la manada. El elefante abatido era el más emblemático de la reserva, conocido por cuidadores y turistas, por eso la noticia de su cruel final ha dado la vuelta al mundo. No se trataba del ejemplar más grande ni el más imponente, pero sus enormes colmillos, de 1,8 metros de largo en la parte visible y 2,5 metros en total, lo hacían fácil de reconocer incluso desde el cielo y una pieza muy cotizada para los furtivos.
Satao era uno de los últimos tuskers de Kenia, término que se usa para designar a los elefantes cuyos colmillos son tan largos que prácticamente tocan el suelo y que ya raramente se pueden ver. Hace solo unas semanas otro famoso tusker, conocido como Toro de la Montaña, moría también a manos de cazadores ilegales en las inmediaciones del Monte Kenia, otro lugar icónico del país africano. Si la muerte de Toro de la Montaña ya fue un desastre, la desaparición de Satao ha sido una tragedia que ha dejado una herida profunda.
Aunque nunca había estado tan cerca de Satao como el día en que encontró su cuerpo sin vida, Richard tenía una relación muy especial con él. Su tono de voz, pausado y triste, así lo indica. «Lo conocía desde hace más de cuatro años y para mí ha sido como si se hubiera muerto mi mejor amigo o mi hermano». Durante el último año y medio Richard y su equipo salían a menudo con su avioneta para rastrear sus movimientos y el KWS había asignado a varios guardas para patrullar el área por la que el animal solía moverse.
En sus 45 años -la media de vida de un elefante africano es de unos 60 años-, Satao había sobrevivido a incontables sequías y hambrunas y posiblemente a varios intentos de matarlo para hacerse con su lucrativo marfil. Al final, y a pesar de los esfuerzos de guardas y naturalistas, encontró la muerte de la forma más cruel y caprichosa: unos furtivos lo abatieron con flechas envenenadas y le arrancaron la cara para sacarle los colmillos, quizás incluso antes de que acabara su agonía, para luego venderlos en el mercado negro.
A pesar de que estaba seguro de que se trataba de Satao, el alma de científico de Richard le impedía llegar a conclusiones precipitadas. «Aparte de sus colmillos, tenía varias características físicas que le hacían único: una marca en la frente, distinguible aunque no tuviera cara, y unas orejas sin cicatrices, algo poco habitual, pero no podía dar la voz de alarma hasta estar 100% seguro, así que comenzamos a buscarlo sin descanso».
Durante 10 días se dedicó a sobrevolar sus zonas de pasto preferidas. Cada jornada que volvía a casa sin haber divisado a Satao era una pequeña derrota para él. Aunque tenía la esperanza de encontrarlo, de volver a ver sus enormes colmillos, los augurios no eran buenos. «Sólo en mayo lo habíamos visto al menos en nueve ocasiones y en la última de ellas, el día 19, estaba sólo a 300 metros del lugar en el que encontramos su cadáver».
Volver a divisarlo era la única manera de certificar que estaba vivo, ya que Satao era un elefante que nunca había sido inmovilizado para someterlo a pruebas médicas. «Jamás se le habían hecho análisis de sangre y, por lo tanto, no teníamos nada con que comparar el ADN que podríamos haber sacado del cuerpo», señala Richard, quien tras 10 días de búsqueda se rindió a la evidencia: Satao había sido la última víctima del tráfico ilegal de marfil, un negocio que genera entre 60 y 200 millones de euros anuales.
Reacción internacional
«La reacción internacional ante la muerte de Satao ha sido espectacular y con suerte su asesinato marcará un punto de inflexión en la lucha contra la caza furtiva», asegura Richard tratando de sacar una lectura positiva a la tragedia, convencido de que la muerte de Satao no ha sido en vano y de que la brutalidad de las imágenes difundidas han creado una ola de indignación en todo el mundo.
Sin embargo, se muestra muy crítico con algunos medios de comunicación y otras organizaciones que han convertido la muerte del emblemático elefante en un espectáculo. «Se han dicho muchas mentiras. Algunos medios aseguran que Satao había sobrevivido a ocho intentos de asesinato, lo cual es totalmente falso. Es cierto que tenía algunas cicatrices en el cuerpo y que por el tamaño de sus colmillos era una presa muy deseada, pero nadie sabe con certeza, ni siquiera nosotros, cuántas veces escapó a la muerte».
La lucha contra la caza furtiva es una batalla que nunca termina y que posiblemente no se ganará. «Los guardas del Kenya Wildlife Service han tenido un comportamiento impecable y me siento orgulloso de trabajar con ellos a diario», dice Richard. «No puedo decir lo mismo de la gente que está en los despachos». De sus palabras se deduce que su relación con el Gobierno y con los responsables del KWS no es tan buena.
Con una plantilla y unos recursos muy limitados, el KWS lucha con dificultad contra la caza furtiva, que solo este año ha acabado con 97 elefantes, aunque muchos expertos consideran que la cifra es mayor. En 2013 se estima que 20.000 fueron asesinados por el marfil de sus colmillos, que acabaron como una figura decorativa en una casa en China, por ejemplo, donde el marfil goza de gran prestigio y es símbolo de alto estatus.
En Kenia la renta per cápita anual bordea los 700 euros y el desempleo juvenil alcanza cotas insostenibles, por lo que la tentación de dedicarse a la caza furtiva es grande. «Cada colmillo de Satao podía llegar a pesar 55 kilos», explica Richard. «Nuestras investigaciones apuntan a que los furtivos pueden recibir entre 50 y 125 euros por cada kilo de marfil, por lo que sólo con Satao se podrían haber embolsado entre 5.500 y 13.750 euros».
Si bien la cifra se tiene que dividir entre todos los participantes en la operación, queda claro que es un negocio muy lucrativo. El intermediario que contrata a los cazadores puede sacar entre 1.000 y 1.500 euros por kilo de marfil, por lo que los colmillos de Satao podrían haber alcanzado 100.000 euros en el mercado negro y un precio de venta minorista de hasta cuatro veces más.
Los enormes beneficios de este sanguinario negocio han propiciado la proliferación de organizaciones criminales especializadas en burlar a los guardas de KWS, que no pueden competir con la tecnología de última generación de la que se sirven para rastrear a los elefantes. GPS último modelo o gafas de visión nocturna son muy habituales entre los cazadores furtivos.
Y cuando la tecnología no es suficiente, siempre queda la vieja táctica del soborno. Las precarias condiciones en las que trabajan los guardas de los parques nacionales los convierten en un objetivo fácil . Aunque muchos desempeñan su trabajo con profesionalidad y dedicación, siempre habrá un guarda dispuesto a ganar en un día lo que no percibiría en medio año por facilitar información sobre los movimientos de un elefante que lo más seguro no signifique nada para él.
Quizás es lo que le pasó a Satao, cuyos restos yacen ahora en el mismo sitio donde fue abatido. Su cadáver será devorado por buitres y hienas hasta solo dejar un enorme esqueleto sin colmillos que servirá como recordatorio de lo que un día fue un símbolo de la belleza y el esplendor de la fauna africana y ahora sólo es una muestra más de la crueldad del ser humano. Para Richard será un lugar especial que espera poder encontrar de vez en cuando para recordar a su amigo de cuatro patas y cinco toneladas de peso. «En unos años allí habrá un árbol que crecerá fuerte y alto gracias a él», concluye.