Comparecencia del jefe de gobierno
Al borde de las lágrimas
Fernando Sánchez Drago | Bangkok
Actualizado domingo 13/03/2011
A las ocho de la tarde, hora japonesa, las 12 del mediodía en España, Naoto Kan, jefe del gobierno japonés, ha comparecido en televisión con el rostro serio, compungido, al borde de las lágrimas, y ha dicho que el terremoto de Sendai es el momento más difícil, después de la guerra mundial y la catástrofe atómica, al que Japón ha tenido que enfrentarse a lo largo de su historia.
Naoto / Reuters
También ha avisado a sus compatriotas de que todos y cada uno de ellos tendrán que hacer frente por sus propios medios a la situación. Nadie, allí, sabe con certeza a qué se refería con tan enigmática frase. Parece ser que once de los cincuenta y cinco reactores nucleares existentes en el país sufren averías de mayor o menor relevancia. Los geólogos explican que la ciudad de Tokio se asienta sobre tres cadenas de placas tectónicas: la del Pacífico, la euroasiática y la filipina.
Si en Manila se produjera ahora un terremoto, el efecto dominó sería catastrófico, más aún de lo que lo han sido el seísmo de Sendai y sus muchas réplicas, y la capital de Japón podría, literalmente, desaparecer por completo bajo sus escombros. El pasado miércoles se produjo una tormenta solar de considerable envergadura.
Los astrónomos y cosmólogos no descartan la posibilidad de que exista alguna relación entre ella y lo sucedido en Japón. Las restricciones eléctricas, con las consecuencias encadenadas que cabe suponer, empezarán hoy mismo, a intervalos y por barrios, en toda la zona. La ciudad de Tokio y su alfoz están desabastecidos. Los alimentos escasean.
Ya no cabe encontrar ni siquiera 'oniguiri', las tradicionales bolas de arroz relleno que se venden (o se vendían) por todas partes y que servirían para salir de apuros. El pesimismo de la población crece por momentos. Nadie está seguro de lo que va a pasar, y el gobierno se encuentra no sólo desbordado, sino también visible y patéticamente desconcertado.
Todas las personas con las que hablo dicen estar preparándose para lo peor. Confiemos en que el alarmismo sea fruto de la confusión generada y del comprensible pánico desatado, pero no es tal esperanza lo que transmite el estado de ánimo de quienes me informan.
