Comunidad Valenciana
"Aquí en Madagascar la vida no vale nada"
La pareja presa en Madagascar tras hallar tortugas en su maleta relata ya en Valencia su infierno
ARTURO CHECA| VALENCIA
Daniel Manero y Marta Magraner, en las instalaciones de LAS PROVINCIAS, 48 horas después de aterrizar en Valencia. Daniel y Marta ya sonríen, pero no con alegría. Más bien por alivio. Y con amargura. Los suspiros acompasan su relato. El temblor de las manos del valenciano hace aflorar la angustia que arrastra cuando recuerda los cinco meses que estuvieron presos en una terrorífica cárcel africana. Y el a?o que el matrimonio ha pasado alejado de los suyos hasta poder salir del que inicialmente fue su idílico destino de un tardío viaje de novios. La ahora odiada isla de Madagascar.
Pero Daniel y Marta ya están de vuelta en Valencia. El pasado martes regresaron a su hogar y ahora relatan a LAS PROVINCIAS la cruda experiencia vivida. Y pueden hacerlo sin miedo a sufrir una paliza de muerte en su celda. "Estad tranquilitos, que aquí la vida no vale nada y ma?ana podéis aparecer suicidados". Las amenazas por parte de desconocidos que acudían a sus mazmorras eran constantes. Todo para que no revelaran cuál era la verdad de la injusticia que sufrían.
Su mal sue?o comenzó el 7 de julio del a?o pasado. Marta y Daniel, de 27 y 42 a?os, se disponían a coger un avión de vuelta a Espa?a en el aeropuerto de Antananarivo, la capital madagascare?a. "Cuando íbamos a facturar las maletas nos dijeron que había exceso de peso". Los dos vecinos de Llíria tuvieron que hacer cola durante una hora en otra ventanilla para pagar una tasa extra. El equipaje quedó fuera de su vista todo ese tiempo.
Poco después, un grupo de guardias les obligó a abrir dos de sus maletas. En su interior aparecieron 48 tortugas, de una especie en peligro de extinción fuertemente protegida, y piezas de artesanía malgache. "?Eso no es nuestro, eso no es nuestro!", subraya Daniel que gritaron insistentemente.
Pero la encerrona se había fraguado. "Uno de los guardias comenzó a hacernos gestos con la mano de que le pagáramos o si no íbamos a acabar esposados", recuerda el valenciano mientras reproduce la escena del aduanero frotando sus dedos pulgar e índice (en referencia al dinero) y cómo juntaba las mu?ecas escenificando su arresto.
Los valencianos han pasado un a?o callando y aceptando la que era la verdad oficial. Ahora, desde la distancia y seguros en Valencia, por fin pueden contarlo. "Alguien nos metió esas tortugas y las maderas en la maleta", asegura Daniel. Pero en el aeródromo de Antananarivo y en las lóbregas celdas, sus palabras podían acabar con su vida.
Encerrados y amenazados
Tuvieron que firmar declaraciones en las que confesaban que ellos mismos habían comprado los reptiles protegidos y la artesanía a unos ni?os en la playa. Su voluntad se quebró tras un día entero en diferentes estancias del aeropuerto. Sin dormir ni comer. Sometidos a todo tipo de amenazas y coacciones. Los separaban para amedrentarlos. "Yo no sabía si esa era la última vez que iba a ver a mi esposa", musita el hombre. "Nos dijeron que si colaborábamos lo considerarían un delito administrativo y en unos días estaríamos en Espa?a. Si no, nos insinuaron que en las otras maletas podían aparecer 50 kilos de droga y estaríamos 20 a?os en la cárcel".
La intimidación de los aduaneros fue a más. "Uno de ellos llegó a ponerme una pistola en la cabeza. Me oriné encima... " Daniel baja la vista y se tapa la cara con una mano.
Obediencia ciega. Eso les pedían los guardias. "Daba igual que entendiéramos o no lo que firmábamos, había que decir sí, bwana", ironiza Marta con amargura.
?Por qué les tocó a ellos? El matrimonio lo ignora. "Tal vez fuera cosa de los aduanas para sacarnos dinero, o que en ese momento aterrizaba en el aeropuerto el presidente y vieron la oportunidad de colgarse la medalla y lograr un ascenso." Aún hoy no lo saben.
La aparición en el aeropuerto del cónsul honorario de Espa?a en Madagascar, Malhas Ralison, no mejoró su situación. "Yo vengo para apoyarles como espa?oles, pero yo aquí no tengo ninguna fuerza. Esto es un estado soberano", fue la carta de presentación del diplomático de origen madagascare?o. La pareja no guarda precisamente un buen recuerdo de sus gestiones.
Apenas 24 horas más tarde estaban en dos inhóspitas mazmorras de un edificio policial. Él acompa?ado por otro detenido esposado de pies y manos y con una cuerda en el cuello. "Dijo que le molestaba y le apretaron la soga más". Ella en otro habitáculo en el que las ratas corrían con libertad. "Se le hinchó toda la cara de unos bichos que le picaron", relata Daniel mientras mira a Marta durante la entrevista concedida a LAS PROVINCIAS.
El verdadero horror aún estaba por llegar. Al día siguiente, la fiscal les envió directamente a prisión a la espera de un juicio que no llegaría hasta el 18 de julio. "Estábamos como drogados, en estado de shock, no podíamos creernos lo que nos pasaba", confiesa el valenciano.
"Me estamparon con una pared"
Nada más llegar supieron lo que les esperaba. Un par de guardias introdujeron a Daniel en un cuarto. "Me estamparon la cara contra una pared", explica mientras se se?ala la marca que el golpe le ha dejado en la frente. "?Qué se ha caído?... No se preocupe, que no se ha hecho nada", fue la sarcástica pregunta de los agresores. "Cuándo Malhas fue a verme le dije que me había tropezado..."
La cárcel les metió a ambos el miedo en el cuerpo. Algo lógico al ver como una de tus compa?eras de celda recibe una brutal paliza. O cómo una mujer que lleva entre rejas 10 a?os está embarazada. O saber de la muerte por ingesta de pastillas de un preso político que comparte junto a otro medio centenar de personas los lóbregos 20 metros cuadrados en los que vives.
"Allí llegas a desear morir, porque piensas que la única forma de volver a Espa?a es que repatríen tu cadáver", apunta Marta. Un plato de mandioca, "si te llegaba", era su escasa comida. Por fortuna su dinero les permitía tener acceso, a través del cónsul, a lujosos manjares: agua y galletas. La hipoglucemia de Marta empeoró notablemente y Daniel perdió hasta 30 kilos.
Abusos sexuales
La luz de una desnuda bombilla nunca se apagaba en las celdas de los valencianos. Pero la oscuridad si llegaba por la noche en forma de temor. De vez en cuando, de madrugada, alguien llamaba a la puerta de Marta. Las mujeres se encogían de miedo. "?Qué pasa?", les preguntaba la valenciana. "Es el jefe de zona, que está borracho y viene a elegir a una para llevársela". Los abusos sexuales eran constantes. "A mí me tocaban los pechos cuando querían", lamenta la valenciana. Por fortuna, no fueron a más.
"Cuando ves las películas de cárceles no te crees lo que pasa. Aquí, eras testigo de una paliza y te dices, una más...". Marta demuestra como convivían con la violencia. Y con los otros habitantes de la celda. Al principio, Daniel se asustaba de las ratas. "Luego me sentaba a escribir en el suelo (el mismo sobre el que dormía hacinado sobre una delgada espuma junto a decenas de presos) y ni me apartaba cuando me correteaban entre las piernas". El valenciano también se acostumbró a que sus brazos amanecieran llenos de picaduras de cucarachas.
Daniel tuvo la mala suerte de romperse un dedo en prisión. El sofisticado tratamiento entre rejas fue una venda y alcohol. Por su puesto, previo pago en la enfermería. También Marta tenía que dar dinero por sus propias medicinas, las que su familia le enviaba desde Valencia. "Esto no es un campo de vacaciones", fue el mensaje del director de la cárcel que el cónsul honorario transmitió a los valencianos. Dos semanas tardó el recluso en ir a un hospital. Y aún hoy se aprecian las secuelas en su dedo.
La desesperación llevó a Daniel a ponerse en huelga de hambre y sed. Él atribuye a esta presión el hecho de que, primero el valenciano, en noviembre de 2007, y después su mujer, en diciembre, el Gobierno malgache les permitiera cumplir el resto de a?o de condena en una congregación religiosa. "Viven demasiado de las ayudas económicas occidentales como para que se les muera un extranjero una prisión", argumenta.
Daniel y Marta despertaron de la pesadilla fuera del presidio, pero no respiraron aliviados hasta pisar suelo espa?ol. Su familia se ha "desestructurado" todo este tiempo, divididos sobre si denunciar o no ante la prensa su cautiverio. Y su trabajo como comerciales es historia. "Ahora, a empezar de cero", reconoce él, tratando de esbozar una sonrisa.