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Alunizajes por encargo desde la chabola
TATIANA G. RIVAS | MADRID
El poblado chabolista de Las Mimbreras cambió la droga por los robos a la carta hace una década. Hoy está especializado en esta actividad ilícita de lleno. Entre los moradores de la zona marginal los hay que se dedican a la venta de chatarra, pero otra buena parte, según fuentes policiales, trabaja como una organización que, a través del alunizaje, se ocupa de conseguir productos demandados por terceros.
«Las Mimbreras se dedica a la receptación de objetos robados. A unos les hacen los pedidos. Estos transmiten el recado a los que suelen cometer los delitos. Una vez robados los artículos, los almacenan en las chabolas para venderlos posteriormente a sus demandantes o darles salida en mercadillos o en la calle», informan fuentes policiales. Las perfumerías, las ópticas y las tiendas de marca son los objetivos claros de algunos de los residentes de este lugar marginal.
«Desde que vieron que el robo con fuerza y los alunizajes era una actividad más fácil, con más filón y con penas menores, dejaron de lado los estupefacientes. Puede que haya algo puntual de droga, pero es menor», indican las mismas fuentes.
Según revelan, hay familias en este poblado que son archiconocidas en dependencias policiales por su continua reincidencia en cuestión de alunizajes. Pero no todos en Las Mimbreras se dedican a esta actividad ilícita. «Somos chatarreros. Unos días podemos conseguir 20 euros, otros 50, y con eso tenemos que alimentar a nuestros hijos», indica
Paqui, una mujer gitana.
Después de que ayer la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento derribaran once chamizos en la zona, los más pequeños de las familias se echaron al terreno inundado de basura y ratas para rescatar lo más valioso. En una cesta de plástico, un niño de 7 años amontonaba cables de cobre, la prioridad para estas familias de etnia gitana.
El cobre, lo que más vale
«Es lo que más vale. Tendremos que comer», decía Dolores, de 20 años, examinando, con su niño de un año en brazos, destellos del metal entre la inmundicia.
Las primeras chabolas del poblado de Las Mimbreras, situado cerca del aeródromo de Cuatro Vientos, se levantaron en 1995. En pocos años, las familias gitanas que allí se instalaron superaron el centenar.
En fase terminal
Hoy, este lugar tiembla por el convenio que en octubre de 2008 firmaron Comunidad y Ayuntamiento para erradicar los núcleos chabolistas históricos de la capital. Por el momento, ambas instituciones ya han desmantelado el poblado de El Cañaveral. Los siguientes en caer serán el de Santa Catalina y Las Mimbreras.
El acuerdo de 2008 trajo consigo una novedad: el realojo de los chabolistas en viviendas de altura de la región. Ayer no se derruyeron las primeras infraviviendas de Las Mimbreras - ya se ha tirado una veintena en el último año-, pero sí se realojaron a los primeros habitantes.
A las 9.30 de la mañana llegaron las excavadoras, el Samur Social, operarios del Instituto de Realojamiento e Integración Social (Iris), una veintena de efectivos de la Policía Nacional y una decena de la Policía Municipal.
Pese a los disturbios producidos en otras demoliciones, la jornada, ayer, discurrió con total normalidad. En cuestión de tres horas, once casas se echaron abajo. Sólo ocho familias cumplían los requisitos para ser realojados.
Alquiler por 120 euros
Los habitantes de Las Mimbreras esperan ansiosos su «milagro» por correo certificado: una vivienda de alquiler por 120 euros, gastos de comunidad incluidos.
«¿Quién quiere vivir aquí rodeado de porquería, ratas y pobreza? Nosotros queremos una casa y encontrar un lugar más pacífico», aseguraba Tamara, una de las moradoras del lugar que por poco tiempo mantendrá en pie su casa.
Antonio, de 38 años, lleva viviendo en las Mimbreras 14 años. «Casi desde que se levantó», aclaró. Este hombre cuenta que a sus vecinos realojados los han llevado al Ensanche de Vallecas, a Carabanchel... «en comparación con esto es como si ahora vivieran en La Moraleja», ironizó.
Pero su sueño puede venirse abajo si no se reinsertan en el barrio donde se les reubica. El Iris se encarga de realizar un seguimiento a estas familias -que puede durar hasta siete años- para garantizar la integración. Si no, volverían a la calle.