Zombis en la Cañada Real 'Cadáveres' con las venas quemadas y gente de pasta que acude en Porches y Mercedes conviven en el mayor hipermercado de la droga del país, a solo 20 minutos de la Puerta del Sol
08.12.13 - 00:43 -
MATEO BALÍN |
Allí estaban el electricista con el tajo en el maletero de la furgoneta, un castigado jubilado de 75 años y su joven acompañante, el motero funcionario que llega de un ministerio, una pareja de veinteañeros en su Mercedes de 30.000 euros y y el hijo descarriado de una familia bien que lleva nueve días sin dormir. Junto a ellos sobreviven inmigrantes africanos esclavizados por una micra de heroína, los populares 'machacas'; clanes de la droga protegidos en sus chabolas amuralladas con concertinas; los 'sin papeles' que trapichean con el cobre y la gasolina; y cientos de 'caminantes' sin nombre con las venas quemadas, que pasan las horas enganchados al 'caballo'. Y entre ellos, Alexander, un negro de dos metros de altura, excombatiente de las fuerzas especiales del Ejército británico, que peleó en las guerras de Bosnia y Afganistán y que nadie sabe cómo ha llegado hasta aquí.
Este no es el guión de un drama de culto como 'El pico', la película que rodó en los ochenta Eloy de la Iglesia. Sino una escena diaria en la Cañada Real Galiana: el asentamiento chabolista más grande de Europa -transcurre a lo largo de 14 kilómetros por una antigua vía pecuaria de Madrid- y en cuyo corazón abre las 24 horas el mayor hipermercado de la droga del país, que surte a 200 kilómetros a la redonda. La Cañada tiene unos 7.700 habitantes censados y 2.650 construcciones ilegales. El cogollo central es un espejo del inframundo a solo 20 minutos en coche de la Puerta del Sol, junto a la salida 13 de la autovía de Valencia. Un lugar donde las ratas corren entre la basura y los escombros. Donde el humo que anuncia la venta de droga se agarra a la ropa. Y donde los niños, el eslabón más débil, juegan al balón rodeados de las agujas con las que los toxicómanos se pinchan hasta diez veces al día.
«¿Has visto la serie 'The Walking Dead' (Los muertos caminantes)? ¿Y te imaginas a los zombis conviviendo en un espacio tan reducido con los vivos? Pues bien, este poblado es así 365 días al año y multiplicado por tres. Hay que vivirlo para contarlo», resume Quique, un agente de la Policía Local de Madrid que dejó el céntrico barrio de Lavapiés para incorporarse a este servicio hace pocas semanas.
El fornido guardia, de 29 años, conduce una de las cinco furgonetas y dos celulares que cada día penetran en la zona caliente de la Cañada: Camino Pozuelo, Camino Leña, el Gallinero y la Iglesia, el punto habitual de venta de cocaína y heroína. La Unidad Central de Seguridad, grupo de élite de los municipales, concentra su trabajo en el punto más caliente del poblado. Aquí conviven, por orden de entrada, los rumanos, los históricos clanes de gitanos, familias trabajadoras de magrebíes, los chamarileros madrileños y ciudadanos asiáticos. «Cada uno atiende su negocio. Saben que las rencillas perjudican a todos. Y esta norma no escrita la llevan a rajatabla», asegura el jefe de la unidad policial, que responde al indicativo Omega 2.
Este sargento es otro de los protagonistas del guión de la Cañada Real. Lleva dos décadas trabajando en el poblado y conoce al dedillo sus actividades ilícitas: tráfico de droga, robo de automóviles para el desguace de piezas, sustracción de cobre, compraventa de equipos electrónicos y hurtos de gasolina. Sabe de todo y de todos. Cruza el bacheado camino de tierra en su furgoneta 'Air Force One', por ser la más equipada de la columna policial. Baja la ventanilla para saludar a la hija del Vareta, uno de los clanes gitanos, y preguntarle por su embarazo. «¿Cómo estás guapa?», le interpela. «Bien, cariño; mira, de cinco meses. Aquí, ya sabes, cuidando a la familia. Cuando tengas un rato te comento unas cosillas», le espeta esta joven madre de tres chavales con una sonrisa que ilumina sus dos paletas de oro.
Continúa la marcha y la radio suena sin avisar. «Equipo uno Omega, posibles vehículos robados en la entrada del poblado». «¡Vamos para allá!», responde el jefe del operativo. Giro completo y el conductor aprieta el acelerador. Es mediodía, un horario propicio para sorprender a los delincuentes, que se vuelven más visibles son el sol, cuando la presencia policial disminuye. «Si el factor sorpresa no existe hemos perdido una parte importante de la operación», reconoce el sargento, un tipo de cara ajada, alto y delgado.
En una parcela abierta detrás de dos chabolas, junto a un almacén de material de construcción (en el poblado hay varias empresas legales instaladas), aparecen dos vehículos de alta gama sospechosos de robo. Uno con la placa manipulada y la cerradura forzada; el otro con un golpe tremendo en el frontal y el puente visible. El jefe del operativo pide la identificación. «Proceden de Bilbao y Castro Urdiales (Cantabria). Ninguno tiene denuncia interpuesta», le contestan desde la central de Barajas.
Línea roja
La columna policial continúa hacia la zona de la Iglesia. Las fogatas de los quioscos se multiplican y los primeros vehículos foráneos entran en el poblado. «No te sorprendas, pero aquí, una noche cualquiera de fin de semana, puedes llegar a ver Porsches Cayenne, BMWs de 60.000 euros o hasta un Maserati de un popular personaje de la tele», comenta el conductor del 'Air Force One'.
Son los 'consumidores jet'. Aquellos que prefieren jugarse el tipo cruzando la línea roja, la que divide la rotonda de la A-3 con la entrada al poblado. Van en busca de mercancía más pura y a precio de mercado: 50 euros el gramo de cocaína y 5 la micra o 'papela' de heroína. También se dejan ver los taxis de la droga, las 'cundas', vehículos destartalados que traen y llevan clientes desde el centro de Madrid por 15 euros. Una práctica que el anteproyecto de Ley de Seguridad Ciudadana prevé sancionar con más de 1.000 euros.
Entrar en Iglesia es penetrar en las entrañas de la Cañada Real, el lugar donde las casas no se venden, se ceden. Los desperdicios y las inmuebles derribados por orden judicial inundan el paisaje. Y los quioscos del Vareta, la María, el Manolo o el fumadero de la Antonia surten al personal. La decena de puntos abiertos pueden llegar a vender 20.000 euros diarios en droga.
Los 'hombres de Omega 2' filian a los foráneos, inspeccionan los coches aparcados y patrullan la zona para imponer su presencia. La joven pareja del Mercedes reconoce que ha venido a drogarse; el electricista con el tajo en el maletero ya lo ha hecho; el motero funcionario, asustado, ha salido hace pocos minutos del fumadero; y el jubilado de 75 años, el mismo al que días antes pararon con 40 'papelas' y juró no volver allí, se va con la advertencia de que no habrá otra vez. «Se lo prometo por mis hijos», solloza.
«Este es el juego del palo y la zanahoria. Unas veces ganan ellos y otras nosotros. Si les quitamos la droga a los toxicómanos ellos nos dicen que van a ir a robar. ¿Qué merece más la pena? ¿Concentrar este submundo en la Cañada o desperdigarlo por todo Madrid? La respuesta ya la sabes», zanja Fran, uno de los más veteranos de la unidad. El agente se quita el chaleco y lo apoya en un muro tatuado con letras grandes: 'No me queda espacio para tanto vacío'. Esto es la Cañada Real y sus muertos en vida.
Ubicada en una antigua vía pecuaria, entre los municipios de Madrid, Coslada y Rivas-Vaciamadrid, los 7.700 habitantes censados viven en 2.650 chabolas construidas de forma ilegal. Viven chamarileros, gitanos, rumanos, africanos, chinos y magrebíes. En la zona hay empresas legales de material de construcción y una compañía de autobuses comerciales.
euros de droga al día pueden llegar a vender los doce quioscos que tienen abiertos el Vareta, la María, el Manolo o la Antonia. 50 euros cuesta el gramo de cocaína y 5 la micra o 'papela' de heroína. También se dejan ver los taxis de la droga, las populares 'cundas', vehículos destartalados que traen y llevan clientes desde el centro de Madrid por 15 euros.
http://www.hoy.es/v/20131208/sociedad/zombis-canada-real-20131208.html