El clítoris es un mito
El orgasmo del hombre es natural, automático. Selvático. De 0 a 100 en 3 segundos. Preparados para lo que sea. Ahí estamos. Tajantes, rotundos. Alegres y simpáticos, siempre a punto de comernos el mundo. El orgasmo del hombre es natural, elemental, sin complicaciones, físico. Aquella santa concentración de sangre que nos levanta. Somos la Victoria de Samotracia y ni Dios puede pararnos. "Niño, sube a la suite dos anisetes, que hoy vamos a perder los alamares./ De purísima y oro, Manolete cuadra a Islero en la plaza de Linares".
El orgasmo de las mujeres es en cambio cultural, necesita mucha más preparación, una excitación más intelectual, hacerse una idea. El clítoris es un mito. Y el punto G, con todas sus ramificaciones. Ellas quieren otra cosa, y no se ofrecen alegres e impetuosas como nosotros, sino como estrategia, normalmente, para conseguir otra cosa. En este funcionamiento se basa la supervivencia de la especie humana. Nosotros pisando cualquier charco y ellas a la búsqueda del macho Alfa, etcétera.
Es cierto que bajo el paraguas de la liberación sexual algunas mujeres han intentado equipararse al hombre en su modo de ejercer su sexualidad. Pero la liberación sexual, otro mito, nos ha traído más sexo, pero no más libertad. Y no hay ninguna mujer que, si es un poco sincera, pueda decir que se sienta bien follándoselo todo, cada viernes, de discoteca en discoteca. En cambio, los chicos, todos tenemos un pasado, que no sólo nunca nos entristeció sino que nos hizo sentir, algunas noches, héroes clásicos. Otras noches, tan solos y tan borrachos, casi no pudimos recordar dónde vivíamos. Y en cambio es imposible que una mujer se sienta realmente bien viviendo -o muriendo así-, y no porque sean menos mujeres, ni menos libres, ni porque se sientan de ningún modo subyugadas a ningún concepto machista.
Simplemente porque somos distintos, y pretender la igualdad entre sexos es ridículo. El orgasmo masculino es evidente, y hasta alarmante. Ellas necesitan otra cosa, lo que viene antes y lo que viene después. Cuentos de princesas, lucecitas para la escena. Se siente insultadas, las más feministas, cuando se lo dices, pero ellas son princesas. Son princesas y aunque disimulen, eso es lo que quieren. Cuentos, palacios, creérselo. La más marimacho de las sufragistas renunciaría a sus panfletos a cambio de una vida de princesa. Palacio, servicio, poder, estrellas.
Y por eso el clítoris es lo de menos. Y lo que importa es París, la fiesta. Ese hacerlas reír, ese champán. En definitiva, ese cuento. Y por eso los que no somos Brad Pitt tenemos muchas opciones de llevarnos a la más guapa de la fiesta si utilizamos oportunamente nuestra labia y nuestra inteligencia -así ha sido tantas veces- y en cambio una fea es una fea, y por muy brillante que sea, y aunque su conversación sea muy amena, no hay modo de que nuestra sexualidad natural, animal, elemental, se excite de ninguna manera, y sólo si vamos muy borrachos y estamos en esa hora en que la calentura rebaja el listón hasta que no podemos ni verlo, podríamos llegar a restregarnos con ella. Pero en esas horas, y en ese estado, queda tan poco de nosotros mismos, que bien podríamos alegar que no cuenta.