Y ahora, ¿qué?
El 91% de los contratos que firman los jóvenes son temporales, uno de cada cuatro ni estudia ni trabaja y la OIT habla de una «generación perdida»
«En el futuro, lo habitual será durar unos pocos años en las empresas, porque cierran o porque te vas».Es licenciada en Arquitectura y se plantea volar a Londres. «Me iré a trabajar como camarera, así aprovecho para mejorar mi inglés», nos adelanta María Castro de Rojas desde su Sevilla natal. ¿Sorprendidos? Pues hay más: en Barcelona nos encontramos con Xavier Rubio, un ingeniero informático fichado por el Centro Supercomputacional de la ciudad condal que tiene contrato «hasta finales de 2011, en principio». Con un expediente que atesora 25 sobresalientes y tres matrículas de honor, no puede aspirar a más. Tienen 31 y 28 años.
Callan y aguantan. Qué remedio. Con datos del segundo trimestre de 2010, la tasa de paro de los menores de 30 años era del 31,9%, pero si bajamos el listón a los 25 llega al 42,1%. Son porcentajes que claman al cielo cuando se contextualizan: en la Unión Europea el desempleo entre los 16 y 25 ronda el 21%. Sólo nos codeamos con países como Letonia (34%) y Lituania (39%). Así las cosas, la Organización Nacional del Trabajo (OIT) se ha rasgado las vestiduras porque la media mundial de desempleados menores de 24 años ha alcanzado su máximo histórico al rozar el 13% . El agravio comparativo con España es sangrante.
Incluso nuestros titulados universitarios, entre 25 y 29 años, rondan el 14%. Por no hablar de los que dejaron sin terminar la Educación Secundaria, ya que entonces se dispara a más del 30%. Una realidad crudísima a la que tiene que hincar el diente el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, sin componendas ni mejoras que valgan. La reforma laboral no ha puesto coto al desempleo: tras el parón estival y cuatro meses de sucesivas bajadas, las listas del antiguo Inem ya suman otras 61.083 personas más. Nos acercamos a la barrera maldita de los cuatro millones (3.969.661) y, por si fuera poco, apenas el 6,6% de los nuevos contratos de agosto fue indefinido. Y lo que nos queda de 2010 no será mejor.
Pintan bastos y los jóvenes se llevan la peor parte: en 2009, la media de antigüedad de los despedidos -que eran fijos- no pasaba de los cuatro años y el 91% de los contratos firmados por menores de 25 años era temporal. La crisis se los lleva por delante sin que puedan oponer resistencia. ¿Qué hacer? ¿Probar suerte en el extranjero? Zapatero juró y perjuró que no les fallaría, con esa ceja circunfleja que aireaba como emblema de los nuevos tiempos. Un par de años más tarde, habrá que ver cómo lidia con la gran masa de 'mileuristas' y 'ni-ni' (los que ni estudian ni trabajan).
Entre los Presupuestos Generales, la huelga general del día 29, las elecciones primarias del PSOE de Madrid y el temor a que el Estatut haya roto el idilio con Cataluña, el presidente tendrá mucha tela que cortar. De momento, la vicepresidenta segunda y ministra de Economía, Elena Salgado, se escuda en «el contexto de la estacionalidad» para persuadir a la población de que los datos del paro no son tan negativos. Todo depende del cristal por el que se mira. Recuerden si no, lo que confesó Salgado en pleno mes de agosto a un diario de tirada nacional: «Este año ha sido el mejor de mi carrera, porque ha sido el más rico y apasionante». Los casi cuatro millones de parados se habrán quedado con la boca abierta.
El fenómeno de la 'becarización'
Según un informe de UGT-Cataluña, uno de cada cuatro catalanes menores de 24 años no hinca los codos y tampoco cotiza a la Seguridad Social como asalariado. O sea, es un 'ni-ni', sin oficio ni beneficio. Los cálculos del sindicato pueden extrapolarse al resto de España y arrojar resultados aún más alarmantes. «En Extremadura, Andalucía, Canarias..., el desempleo juvenil es más elevado, así que saque usted las conclusiones. Esta situación es insostenible», advierte Jesús Cruz, catedrático de Derecho del Trabajo en la
Universidad de Sevilla.
'Generación perdida'. Así llama la OIT a los jóvenes parados que «viven en una total desorientación por culpa de la crisis». Un diagnóstico gravísimo que en España se multiplica por cuatro. Repetimos: nuestra tasa es del 42,1% frente al 13% mundial. Sólo queda un consuelo agridulce: la realidad no es tan grave gracias al sistema de 'becarización' que prolifera en las empresas. «Hay muchos en esa situación. Gente que, por lógica, tendría que estar contratada porque no desarrollan una actividad formativa, sino que trabajan como cualquiera. Pero, cómo no, para ahorrar costes se emplea ese mecanismo. A la temporalidad, se suma entonces la ausencia de Seguridad Social. Cobran pero no computan como asalariados en ningún sitio», explica Cruz.
Felipe González, el primer paso
Ya sean becarios o no, los salarios habituales oscilan entre los 12.000 y 15.000 euros anuales, así que la hipoteca se puede llevar tranquilamente el 60% de los ingresos. Dicho lo cual, no resulta tan difícil comprender la conclusión que arrojan los estudios del INJUVE (Instituto de la Juventud): el 40%, entre los 15 y 29, vive en casa «porque mis padres quieren que me quede y a mí me conviene». En los últimos cuarenta años, hemos duplicado el número de titulados universitarios pero, a la hora de la verdad, muchos no acaban de emanciparse hasta cumplir los 30. O más. Quien nos ha visto y quien nos ve. ¿Cómo ha podido cambiar tanto España?
Año 1984. Ahí nace la madre del cordero: el contrato temporal sale a escena con las bendiciones del Gobierno. El equipo de Felipe González fomenta una medida aparentemente inocua que buscaba dejar a todos contentos. «Fue un pacto generacional implícito. Me explico: se quería evitar que los jóvenes -mejor preparados y más baratos- sustituyeran en masa a una generación de trabajadores, de 40 a 50 años, que en su mayor parte no tenían estudios», razona Miguel Ángel Malo, profesor en el Departamento de Economía e Historia Económica de la Universidad de Salamanca.
Era una salida de emergencia, algo transitorio, pero muy pronto se convirtió en la 'niña bonita' de las empresas. «Es la 'flexibilidad' que más gusta. Y, ojo, tampoco los sindicatos se han planteado en serio mejorar las condiciones de los trabajadores que van de aquí para allá, sin plaza fija», denuncia el experto. La mayoría de los afectados son menores de 30 años, no sindicados, sin voz ni voto.
¿Cómo reconducir la situación? ¿Cómo acercarse a mercados laborales como el holandés, que tiene un 20% de temporalidad y no causa tanto desgaste social y económico? «Es de cajón. En Holanda eso lo combinan con jornadas a tiempo parcial, reajustes salariales y negociaciones colectivas que responden rápida y eficazmente a los vaivenes económicos». En España se prefiere el piñón fijo -la vía más fácil y barata de ahorrar costos es deshacerse de los eventuales-, sin pararse a pensar que «lo barato sale caro». Florentino Felgueroso, director de la cátedra de 'Capital Humano y Empleo' de FEDEA (Fundación de Estudios de Economía Aplicada) lo tiene clarísimo: «Mientras no cambiemos, todas las crisis tendrán una gran repercusión en términos de paro. Enseguida se despide a los eventuales y como aquí son tantos...».
Antes de la reforma laboral, Felgueroso, como otros muchos colegas, reivindicaba un contrato único -que no distinguiera entre fijos y temporales-, además de mejoras en la formación y medidas que redujeran la tasa de abandono escolar (el 30% de los jóvenes entre 18 y 24 años no ha concluido la Enseñanza Secundaria). Aquello se quedó en un brindis al sol. A juicio de Miguel Ángel Malo, sólo «se optimizará» el modelo productivo cuando el Gobierno tome cartas en el asunto: «No debería dejar en manos de sindicatos y empresarios la negociación colectiva; tendría que fijar el marco general y defender los intereses de quienes no están representados por nadie, es decir, parados y temporales». Quién sabe. Nadie descarta que suceda «algún día».
La incertidumbre es el signo de estos tiempos. ¿Durará diez años la crisis, como augura Carmen Reinhart, directora del Centro de Economía Internacional de la Universidad de Maryland? Puede que sí. Puede que no. Nadie tiene una bola de cristal. Eso sí, parece que ya nada será como antes. «Vamos a un sistema en el que lo habitual será permanecer unos pocos años en la empresa. Como en EE UU, donde duran una media de tres; ya sea porque cierran o por pura ambición personal. Ahora bien, tan fácil será salir como entrar. Por eso la formación continua será tan importante», recalca Malo.
Vaya paradoja. Al final, la temporalidad habrá ganado la partida. No se le llamará precariedad sino 'way of living'. Las vueltas que da la vida.