Carta, extraida de Internet, para Rodrigo, José Antonio y Javier: siempre en nuestro recuerdo
Queridos Rodrigo, José y Javier: me dirigiré a vosotros en presente, porque vuestro ejemplo os mantendrá siempre vivos en nuestro recuerdo.
Vestimos un uniforme compuesto de la tela más simple y el escudo más glorioso. Ese escudo que un buen día muchos soñamos con portar en nuestro pecho. Después de esfuerzos, sacrificios y nervios, algunos privilegiados como vosotros y yo pudimos conseguirlo. Entre nosotros nos llamamos “compañeros”.
Mis compañeros Rodrigo, José Antonio y Javier
Todos los “compañeros” que durante estos años llegamos en una fría mañana a la Academia de Ávila fuimos recibidos en la puerta por cuatro palabras: servicio, dignidad, entrega y lealtad. ¿Sólo palabras? Ayer demostrasteis que no, que son algo más que un lema y que calan hondo en la mente y el alma de los que entendemos esta profesión como algo más que un sueldo a final de mes.
En esta bendita empresa en la que se pueden desempeñar tantas y tantas funciones, vosotros realizabais hasta ayer (hoy hacéis la función de Ángeles Custodios) la que para mí y para muchos es la más bonita, difícil e incomprendida: estar a pie de calle atendiendo al ciudadano allá donde lo requiere, haciendo de todo, desde lo más sencillo a lo más complejo, y todo bien. Truncasteis robos, disolvisteis peleas, consolasteis a la familia de un fallecido, indicasteis calles, evitasteis hurtos, auxiliasteis a accidentados, incautasteis droga… ¡Y SALVASTEIS VIDAS!Y todo ello, tomando decisiones en décimas de segundo.
Por si esto fuera poco, a menudo os topasteis con la cara menos amable de esos ciudadanos a los que defendéis sin miramientos. Ayer mismo, seguramente entrasteis en un bar a tomar un café al inicio del servicio. Y seguramente alguien os vio y pensó: “míralos, que bien viven, de servicio y en el bar”. Lo que no sabe es que trabajáis 10 horas de noche,después de haber patrullado otras tantas durante la mañana de ese mismo día y casi las mismas horas en la tarde anterior. Y todo ello conduciendo un vehículo, a veces a toda prisa, y estando alerta de todo lo que ocurría a vuestro alrededor.
Es muy probable que también provocaseis la envidia de alguien que, al veros pasar en vuestro coche-patrulla mascullase: “menudo chollo, todo el día sentados en el coche, dando paseos, y cobrando por eso”. Lo que no sabe ese alguien es que en unos segundos pasabais de estar sentados en el coche a correr detrás de un delincuente que había robado un bolso a una mujer que podía ser su abuela, madre o hermana; que vuestros “paseos” disuadían a los delincuentes de, por ejemplo, robar en su coche, y que cada vez que salíais al servicio vuestras madres y esposas no sabían si volverían a veros, y ese riesgo inherente a esta profesión no se paga ni con el mayor de los sueldos, y menos aún con los mil y algo euros que vosotros cobrabais. A pesar de todo esto, servíais a esos ciudadanos y al resto, y lo hacíais convencidos y con vocación.
Ayer, como tantas otras veces, atendisteis un aviso, llegasteis al lugar y, en décimas de segundo os visteis obligados a tomar una decisión: había que actuar, no había tiempo para más. Daban igual las circunstancias, el por qué esos chicos estaban en el agua. Si eran unos imprudentes o víctimas de un accidente fortuito. Esa no era la cuestión. La prioridad era sacarlos de allí, arrebatárselos al marembravecido, que mostraba su peor cara y amenazaba con devorar sus vidas.
Sabedores de lo arduo de la tarea y de que el buen fin de la misma sólo podía lograrse en equipo, llevasteis la palabra “compañeros” a su máxima expresión, sumasteis las fuerzas de vuestros brazos, os lanzasteis al agua y construisteis una cadena que salvó la vida a un joven de veintipocos años. Pero el mar, dolido en su orgullo, fue cruel y quiso vengarse de quien le había plantado cara. Lanzó la más brava de sus olas contra vosotros, no os dio opción de rescatar al otro joven, y se dio por vencedor vanagloriándose de su victoria, a pesar de conseguirla en una lucha desigual.
Podía pasar, vosotros lo sabíais. Y a pesar de ello, no dudasteis en actuar y pelear. Otros muchos hubieran visto morir a aquellos jóvenes antes que aventurarse a ser pasto de las olas, pero vosotros… VOSOTROS SOIS POLICÍAS.Cumplisteis con vuestra obligación y cometido hasta sus últimas consecuencias, sin esperar recompensas ni nada a cambio. Porque un policía debe hacer lo correcto, e intentar salvar aquellas vidas lo era, aunque el precio fuese la vuestra propia. Y si había que morir, ¿podía ser de una forma mejor? Juntos, hermanados por los brazos, simbolizando la unión hasta en el momento de caer, porque nunca dejaríais solo a un compañero.
No puedo llorar, porque más aun que la enorme tristeza por perderos, me pesa la alegría por la tremenda lección de sacrificio y humanidad que nos habéis dado. ¡Gracias! Por enaltecer el nombre y la imagen de esta profesión a la que tantos queremos tanto, por ser mis compañeros, y porquevuestro ejemplo y espíritu perdurará en tantos otros policías que velarán por mí y por los míos.
Vaya para vosotros y vuestras familias mi abrazo y mi orgullo por contar con gente como vosotros entre mis compañeros.
Policía José Antonio Villamor Vázquez
Policía Javier López López
Oficial de Policía Rodrigo Maseda Lozan