¿SOMOS GENÉTICAMENTE CORRUPTOS?Por Jaime de Berenguer - 2 Abril, 201742 1

La corrupción, como significante, es una de esas palabras que de tanto usarlas se rompen, se vacían de significado para perderse en una nebulosa que hace difícil discernir las consecuencias que se derivan de tan perniciosa lacra.
Impávidos, los españoles, observamos día sí y día también el desfile de corruptos ante la justicia por todo tipo de pillaje que acaban por desvanecerse en medio de una estrategia de la confusión aupada en los medios de comunicación y facilitada por la jerga judicial de aforados, presuntos e imputados, ahora investigados, en medio de perpetuos procesos que terminan por no interesar a nadie. Es lo que tiene la humana falta de capacidad por atenderlos indefinidamente en el tiempo y a todos ellos a la vez, que al final te cansas. Cuando no, por puro desánimo ante la terrible indefensión que produce estar convencido de que todo está fuera de tu control, de tu capacidad de indignación y que nadie pagará por ello.
El español común, el común de los españoles, no justifica, ni tolera, ni acepta, ni practica la corrupción
No obstante, los españoles no vivimos en Babia, sabemos bien lo que pasa y conocemos a los culpables. Muy al contrario de lo que suelen atribuir las explicaciones más simplistas y que tanto gustan a los enemigos de España, el español común, el común de los españoles, no justifica, ni tolera, ni acepta, ni practica la corrupción, tampoco la experimenta en su día a día con la administración o los servicios públicos.
La realidad es que la corrupción española es básicamente un problema de élites, de élites políticas, económicas y judiciales
No es cierto que seamos un pueblo especialmente tendente a la corrupción en forma de tara genética, y tampoco es cierto que nuestra cultura sea tolerante con el pillaje. Los datos de distintas organizaciones que estudian el fenómeno (i.e. Eurobarómetro, 2013 y CIS) no parecen ofrecer dudas a este respecto; los españoles percibimos altos niveles de corrupción pero ni los toleramos desde un punto de vista moral, ni los experimentamos en nuestro día a día. ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo se explica que el 95% afirme que la corrupción está extendida en España, un 63% considere que le afecta a su vida cotidiana pero que sólo el 8% la haya experimentado en el último año y que un mínimo 2% asegure haber pagado por un servicio público en este mismo periodo? ¿Acaso somos los españoles unos exagerados o sencillamente falseamos la verdad? Ninguna de las dos cosas, la realidad es que la corrupción española es básicamente un problema de élites, de élites políticas para ser más exactos. El 84% de los españoles creen que en España el ofrecimiento y aceptación de sobornos y el abuso de poder en beneficio propio está extendido entre los partidos políticos, un 72% entre los políticos, un 62% en Bancos e Instituciones financieras y un 38% en los tribunales. Para ponerlo en contexto de la Unión Europea; 41, 16, 26 y 15 puntos más respectivamente que nuestros socios comunitarios.
Ni España, ni los españoles son corruptos, la corrupción existe, sí, pero está en la élite política, económica y judicial. Esta parece ser la conclusión diagnóstica de los españoles a la corrupción, el cóctel no puede ser más explosivo puesto, que de alguna manera se asume que es una corrupción organizada y como tal, recurrente y con vocación de permanencia. Todo ello no parece ser más cierto, basta acudir a la evidencia diaria de que la mayoría –por no asegurar que todos- los casos de corrupción ya investigados, ya juzgados, ya sentenciados presentan, al menos, las siguientes características comunes; una dirección intelectual, una organización formal y estructural, la asunción de roles de dirección y ejecución, la presencia de partidos políticos (o de políticos), conexiones entre éstos y grupos económicos y de la poca eficacia en la persecución de la corrupción como se desprende de los informes del Group of States Against Corruption (La Corrupción en España, Víctor Lapuente, coord., p.114).
Debemos evitar asumir la explicación genética y socio-cultural tras la que se esconden los ladrones y además evitar asumir sus métodos
Adivino ya, a estas alturas del texto, la pregunta mágica en sus distintas versiones, ¿qué hacer ante esto?, ¿cómo solucionarlo? (si es que tiene solución). Para empezar debemos hacer dos cosas; por una parte, evitar asumir la explicación genética y socio-cultural tras la que se esconden los ladrones; además, evitar asumir sus métodos. A partir de ahí se me ocurre citar a Luis Fernández Ríos que señala, al menos, seis áreas de intervención al respecto: económica, educativa, de la cultura organizacional, política, burocrática y judicial pero voy acabando –de momento-. Como he escuchado decir en alguna ocasión al admirado Fernando Savater al respecto de la Filosofía no pretendo más que servir de “semillero de ideas”.
Que cada uno aguante la suya.
http://www.elasterisco.es/somos-geneticamente-corruptos/