¿Mucha Policía? Redacción - jueves 9 de diciembre de 2010 a las 11:26 horas
El director del Diario, Antonio R. Naranjo, lanza un mensaje a la Policía Local y critica su aparente indiferencia ante las agresiones cotidianas que pasan por alto en Alcalá.
Por Antonio R. Naranjo
La Policía Local ha de ser un órgano educativo además de sancionador y represivo: es un recordatorio de esa pequeña Constitución doméstica que regula, a través de las ordenanzas municipales, la compleja convivencia de miles de personas en un hábitat confuso, enrevesado, con varios ritmos y una pléyade de funciones distintas.
No es una misión heroica para aquellos agentes que sientan la llamada de la selva y palpiten con la eterna lucha del bien contra el mal; pero es decisiva para el ecosistema y la higiene pública: una buena Policía Local suele ser percutora e indiciaria de una ciudad con calidad de vida.
Algo así debió pensarse en Alcalá cuando, hace ya siete años y en compañía de una Comunidad de Madrid convencida también de ello, se convirtió en una prioridad discutible pero en todo caso legítima reforzar el Cuerpo en agentes, herramientas e instalaciones: de aquellos barros inversores llegan ahora los lodos restrictivos con coches que no funcionan, emisoras que no carburan y esa larga lista de desperfectos que los sindicatos exponen en tiempos de penuria y de bonanza con arreglo a un manual preestablecido.
Aun aceptando pulpo como animal de compañía, la plantilla sigue siendo amplia y razonablemente dotada, aunque el kafkiano sistema laboral impuesto desde la noche de los tiempos haya convertido en un derecho la ausencia remunerada: el día que de verdad alguien desvele con detalles cómo, cuánto y por cuánto se trabaja en la Administración española, la indignación popular no distará demasiado de la desatada por los controladores aéreos sin necesidad de alcanzar esas cotas salariales.
La Policía ha crecido en número y recursos de forma espectacular en los últimos años. Sin embargo, se mantiene la impunidad de 'baja intensidad' en las calles
El caso es que, con todo esto, cada día asistimos a un espectáculo sorprendente de indiferencia hacia las agresiones que sufrimos, cualitativamente menores de forma aislada; cuantitavamente insoportables al sumarse: dobles filas endémicas en vías cruciales para el tránsito; contenedores transformados en vertederos por la intolerable burricie de vecindorros impunes; colegios con regulación del tráfico o sin ella según el día por razones insondables; horteras de bolera que corren de más y escuchan de menos; obras a deshora o calzoncillódromos urbanos en balconadas a pie de calle conforman el paisaje paralelo degradante que la Policía Local parece ignorar aun teniéndolo delante de sus narices.
Si hiciera bien su trabajo, sin duda sería el servicio municipal más querido y aplaudido. Algo deberían pensar sus responsables cuando ocurre lo contrario: puede que estén algo ciegos, ¿pero también se han vuelto sordos?