Puerta óptima
Penurias de un guardia civil de Tráfico
Lo que ocurre cuando lo único que importa es engordar las arcas del Estado
DELFÍN RODRÍGUEZ
Cuando un amigo te cuenta algo así, te quedas frío. Es el testimonio estremecedor de un guardia civil de Tráfico que gana 250 euros más que un guardia civil Rural y goza de alguna ventaja más que estos. Entre otras, que no acaba, como ellos, perdido en el último pueblo, sino en una población más o menos grande.
Dice que, mientras un Rural tiene un día libre, en Tráfico tienen dos. Mientras que el Rural apenas conoce el servicio del día siguiente, en la Agrupación pueden planificar su vida con una semana de antelación. No hace tanto ellos iban andando por la restricción de combustible y los de Tráfico recorrían la carretera con toda comodidad.
A pesar de todo, después de muchos años en la brecha, mi amigo se marcha. Y con él muchos compañeros. Pero, ¿por qué marcharse de un sitio en el que el sueldo es mayor y los medios mejores que el de sus compañeros?
Según mi amigo la Agrupación está desprestigiada, al servicio del poder y no del pueblo. Está cansado de dar la cara ante unos ciudadanos hartos de sostener con su bolsillo los desmanes del Gobierno. Cansado de estar agazapado en las cunetas, con las botas manchadas de barro y cada día con menos honor.
Le da vergüenza que cada momento de gloria acabe hecho añicos por la imagen de un guardia escondido detrás de un matorral operando un radar. Es, para él, un insulto al Cuerpo. Y no habla de un coche con radar más o menos oculto.
Habla de verdaderos malabares para esconder el coche o los trípodes, llegando hasta disfrazarlos de arbustos.Mi amigo cree que la Guardia Civil necesita que alguien lave su imagen. Que proyecte lo que en realidad es y no lo que la hacen parecer. Y para él imagen no es un reportaje en la tele mostrando los mejores coches y motos y el helicóptero con radar. No es sacar al teniente más guerrero a mostrar a los españoles que viene el coco. Es hablar con el conductor, ayudarle en su ruta, auxiliarle en una avería mecánica.
Piensa mi amigo, con tristeza, que los mandos los están utilizando para promocionar la persecución, que les hacen cómplices de su política de criminalización del conductor, cuando él piensa que el conductor no es ningún criminal.
Mi amigo se queja de que hace años que no ve un reportaje de auxilio. Solo ve cómo el nuevo radar fotografía a un infractor, el helicóptero persigue un automóvil, o cómo se para a los conductores para realizar la prueba de alcoholemia. Y espera con ansia el reportaje de la Agrupación escoltando a una ambulancia, ayudando con la camilla o llevando a su dueño los efectos personales perdidos en un accidente.
Dice que a menudo los compañeros no perciben la productividad porque han tenido la «mala suerte» de no encontrar a nadie borracho. Es inútil hacer miles de kilómetros asistiendo al conductor. Solo se percibe si das con un borracho.
Está asqueado de ver a compañeros saltando como conejos para no ser atropellados porque les han puesto un control en un tramo sin visibilidad. No recuerda una instrucción de la DGT encaminada a favorecer la relación con el ciudadano. Todo han sido medidas represivas. La gente conduce agarrotada. Ha sido testigo de situaciones de riesgo generadas por esa sensación de temor del conductor a ser metido en la cárcel por salir a pasar el fin de semana con la familia.
Cuando el objetivo que se persigue es el engorde de las arcas del Estado, cuando no se trata de las vidas que se salvan, sino del impacto económico que las víctimas causan, mi amigo cree que su oficio deja de ser una cuestión de moralidad para pasar a ser una carrera de números para cumplir criterios estadísticos. Por eso se marcha.
Se marcha hasta que vengan mejores tiempos, hasta que el reconocimiento de las vidas que se salvan recaiga en sus verdaderos salvadores: médicos, bomberos, Protección Civil. Y a la postre, en los humildes guardias de Tráfico. Porque si es por el cochino carné por puntos y demás absurdas zarandajas -me dice- estamos apañados.
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